Capítulo 3
Iria
La pelea comenzó siendo tranquila. Los golpes eran casi de prueba, y ninguno de los dos boxeadores parecía demasiado herido para continuar. Los tres primeros rounds fueron casi para conocer los movimientos que hacían, pero a partir del cuarto la cosa se puso más emocionante.
El Demonio comenzó a avanzar hacia el Vikingo con el rostro serio y sombrío. Parecía querer terminar con eso cuanto antes, así que soltó un gancho que el Vikingo pudo esquivar perfectamente. Siguió presionando, pero tan solo un par de golpes lograron llegar al cuerpo del joven. El Demonio empezaba a impacientarse y sus ataques se volvieron más contundentes.
—¿Qué hace? —pregunté a Dylan.
—Está intentando que el Vikingo vea que se cansa.
—Pero eso es malo para él, ¿no?
—Sí... Si de verdad estuviese cansado —murmuró—. Ya lo verás.
La pelea transcurrió de esa manera hasta el noveno round. Solo quedaba uno para que la pelea terminase, y ningún boxeador había tocado el suelo. Pensé que la gente estaría impaciente por ver cómo alguno de ellos caía, pero miré a mi alrededor, y comprobé que no. Ni un poco. Todos estaban atentos a la pelea, con los ojos fijos en los boxeadores. ¿Tal vez era esto lo que solía pasar siempre? Nunca había visto una pelea de boxeo, y a lo mejor esto era lo más normal del mundo.
Seguí observando en silencio el espectáculo. Comenzó el último round, y vi que algo en el rostro del Demonio había cambiado: parecía tener los ojos cansados, la faz decaída, y los puños se sostenían en alto a duras penas. El Vikingo sonrió, y se acercó rápidamente a su contrincante, con la intención de golpearle. Apenas dio un par de golpes en el abdomen del Demonio cuando este sonrió.
Sonrió de una forma macabra, perversa, temible, y algo en sus ojos cambió. Vislumbré una chispa de fuego en sus iris, y cargado de furia, se alejó un paso del Vikingo y comenzó a descargar fuertes golpes en el rostro del pelirrojo. Este no lo vio venir, trataba de cubrirse inútilmente, pero tan solo se encerró a sí mismo en una esquina. Miré los ojos del Demonio; su azul era gélido, y no mostraban más que una emoción: ira. Era lo único que llenaba sus iris, y se derramaba gota a gota sobre el Vikingo. Un hilo de sangre recorría su nariz, su ojo derecho estaba hinchado y de un color extraño. El Vikingo cayó a la lona con un golpe seco, pero el Demonio seguía golpeándole. Nadie le detenía, ni siquiera el árbitro, que miraba divertido la escena.
Como futura enfermera, mi trabajo era salvar vidas, y no podía ver aquello. Iba a matarle a golpes, no podía estarme quieta mientras él... Dudaba que una persona pudiese tener una carencia tan total de sentimientos. Un grito feroz y profundo salió de lo más profundo de la garganta del Demonio, y empezó a golpear más fuerte.
Fue entonces cuando me levanté. No estaba nada segura de lo que estaba haciendo, no oí los gritos de Dylan y Clare, tan solo subí al ring. Me costó mucho sujetar el vestido para que no se subiese y se me viera de más, pero lo conseguí, y me arrodillé junto al pelirrojo, que había perdido la conciencia y estaba cubierto de su propia sangre. El Demonio le seguía golpeando, ignorando mi presencia, hasta que llegué a un punto en el que no pude controlar mis palabras, y reuní el valor necesario para chillar:
—¡Para, desquiciado! ¡Lo vas a matar!
Y por extraño que parezca, los golpes del Demonio se detuvieron. No me miró, ni esperé a que lo hiciera; le empujé. Me costó moverle, pero logré echarle a un lado. Miré al chico ensangrentado, y tragué duro. Era imposible reconocer su rostro, ya no era el mismo chico que habían presentado antes de empezar la pelea. Estaba desfigurado, su cara estaba hinchada, la sangre emanaba sin saber bien de dónde, simplemente... Ese hombre le había destrozado.
Le tomé las constantes vitales, y aunque eran débiles, pude comprobar que seguía con vida. Suspiré de alivio, y acto seguido miré al Demonio, que tenía su mirada fija en mí. Parecía que por su cabeza estaban pasando miles de pensamientos, sus ojos ya no mostraban esa frialdad, sino más bien... indiferencia y seriedad.
Al comprobar que el árbitro se acercaba al Demonio para declararle ganador de la pelea y llamar a los sanitarios para que atendieran al destrozado Vikingo, yo me bajé del ring y me acerqué a mis amigos, que me miraban como si hubiera escupido fuego por una oreja.
—¿Tú estás chalada? —preguntó Clare, atónita—. Pero qué preguntas hago; claro que lo estás, por algo somos mejores amigas.
Me dio un corto abrazo y acto seguido me susurró al oído:
—¿Por qué lo has hecho? ¿Lo conocías?
—No tengo ni idea de quién es, pero no podía soportar que le estuviese golpeando de esa forma. —Me acaricié suavemente el brazo—. Mi lado enfermero me lo impidió.
—Menos mal que el único lado que tengo yo es el de los negocios a costa de todo —rio.
Fue entonces cuando Dylan y Julen se acercaron a nosotros. Tenían los rostros serios y cargados de preocupación, y eso activó mis alarmas. Algo me decía que yo tenía la culpa de su cambio de humor repentino.
—No debiste hacer eso, niña —soltó Julen—, esta gente viene a ver justo lo que tú has impedido. Algunos están muy cabreados.
—Deberíamos irnos antes de meternos en problemas —afirmó Dylan.
—Lo siento por arruinar vuestra noche, chicos, pero no podía permitir que matar a una persona a golpes se convirtiera en un espectáculo visualizado por monos sin cerebro —fruncí el ceño.
—Estas peleas mueven muchísimo dinero, no se pueden detener por el conflicto moral de una niña como tú —dijo Julen, y algo dentro de mí se desinfló.
—Tal vez no debería haber venido.
Puse fin a la conversación; salí corriendo lo más rápido que me permitió el vestido, mientras oía los gritos de Clare a mi espalda. Pobrecilla, yo preocupada de que me dejara sola ella a mí y ahora era yo la que se estaba yendo. Me fundí en un mar de gente que salía de la fábrica, y una vez fuera, respiré el aire de la calle como si fuera el más puro de la montaña.
Mucha gente se marchaba, maldiciendo o diciendo incoherencias por el alcohol en su sangre, pero yo me refugié bajo una farola al otro lado de la fábrica, observando la luna silenciosa ascender por el oscuro cielo nocturno. No vi nada especial en aquel joven golpeado y lleno de sangre, no sé por qué hice aquella locura. Supongo que fue mi instinto, mi necesidad de ayudar a alguien que lo necesitaba.
Luego recordé al Demonio: aunque estaba de rodillas, pude notar su altura y la robustez de su cuerpo. Su mirada frívola seguía grabada a fuego en mi mente, y es que sus ojos eran de un azul tan intenso y brillante que pensé que debían ser de mentira. Luego recordé su sonrisa... Macabra, sin duda, pero bella. Me imaginé a ese chico sonriendo con sinceridad y creí que podía ser la sonrisa de alguien humilde y bueno, pero no podía estar más equivocada.
Al cabo de unos minutos, un coche rodeó la esquina en la que me encontraba y se detuvo justo frente a mí. Bajó la ventanilla un hombre en el asiento de atrás, con un bigote espeso y una sonrisa grasienta. En el cuello llevaba varios colgantes dorados, y el traje rosa parecía bastante caro. Debía ser alguien importante, porque aparentaba tener mucho dinero.
—Vaya, vaya, mira a quién tenemos por aquí. —El hombre remojó sus finos labios y yo evité poner cara de asco—. ¿Cuánto cobras, preciosa?
Abrí los ojos como platos.
—¿Disculpe?
—Oh, vamos, no te hagas de rogar. —El hombre abrió la puerta y salió del vehículo; medía aproximadamente diez centímetros más que yo, y pude apreciar cómo disimulaba los kilos de más bajo ese traje—. Sé que necesitas dinero, y si puedes conseguir placer también... Un dos por uno.
Una mano callosa se arrastró por mi mejilla y yo por fin reaccioné.
—Pero ¿qué te has creído, pervertido? ¡No soy una prostituta!
—Vamos, vamos, no hay por qué ponerse así —dijo, riendo, y acercándose más a mí, hasta que choqué con la pared de la fábrica—, si quieres te llamo por tu nombre, ¿eh, preciosa?
Su mano derecha se enganchó en mi muñeca y su izquierda alrededor de mi coleta, y yo palidecí. Me revolví, pero solo conseguí que apretara más su agarre y que deshiciera mi peinado tirando fuerte de mi cabello hacia atrás. Su cintura se pegó a la mía mientras trataba de alejarlo de mí a empujones y patadas.
—¡Aléjate de mí!
—Eres difícil, ¿eh, puta?
De repente sentí su mano derecha, que al fin había liberado mi muñeca, impactar en mi mejilla y ahogué un grito de dolor. La zona picaba y escocía, y las lágrimas se escaparon de mis ojos cerrados sin querer. No me podía creer que para una noche que salía me fueran a violar y golpear. Grité cuando su asquerosa mano se deslizó por mi cintura hasta mi muslo derecho, sin dejar de tirar de mi cabello, cuando comenzó a deslizar la tela del vestido por mi piel, pero de pronto dejé de sentir su repulsivo cuerpo pegado al mío.
Abrí los ojos y le vi: el Demonio tenía arrinconado al hombre contra su propio coche, y le miraba como si quisiera sacarle los ojos. Su puño impactó en la mejilla del pervertido, mientras bloqueaba sus piernas para que no pudiese escapar.
—Como te vuelva a ver cerca de ella, te mataré con mis propias manos.
Esa fue la primera vez que escuche su voz: ronca, grave, sexy. Llevaba una cazadora negra sobre una camiseta blanca, y unos vaqueros negros rotos que se ceñían a sus piernas espléndidamente. Sus ojos azules emitían una ola de hielo mientras miraba a aquel ser que no merecía ser llamado hombre, al que le sangraba la nariz.
—Sal de aquí antes de que riegue la calle con tu sangre, cerdo mugriento.
Con un último puñetazo, el hombre se subió al coche dando tumbos y balbuceando incoherencias a su chófer a salir de ahí. Yo caí al suelo: las piernas me fallaron, el pánico poco a poco abandonaba mi sangre, aunque persistía el temblor de mis articulaciones, y respiré profundamente para calmarme. No me podía creer que eso casi me pasase a mí, y que me hubiera salvado un chico que había estado a punto de matar a su contrincante en el ring.
El mencionado se giró para mirarme y se puso en cuclillas. Su mirada había moderado un poco la temperatura, pero su expresión era totalmente neutra.
—¿Te encuentras bien?
Si no fuera porque el miedo seguía ahí, me habría derretido como un helado. Era muy sexy, caliente y simplemente admirable. Un ligero rubor agitó mis mejillas mientras asentía.
—Y-yo...
—Tranquila, es normal que estés asustada —dijo—. No volverá a molestarte.
—Te lo agradezco mucho.
Y entonces le miré. Sus ojos volvieron a ser fríos, y creí saber por qué. Me había reconocido.
—Tú —musitó—, eres la chica que ha subido al ring.
Me quedé sin voz. No parecía muy contento...
—Sí, yo...
—Has cometido un grave error —dijo, sonriendo con malicia—. No me extraña que quisiera hacerte daño, ha sido tu culpa que perdiese dinero esta noche.
Se me cayó la barbilla al suelo al oírle decir eso.
—¿Perdón? ¿Casi matas a un hombre y ahora la culpa es mía? —parpadeé perpleja.
El miedo había desaparecido casi por completo, pero aún seguía en el suelo, con aquel imponente joven mirándome.
—Mi intención no era matarle —musitó—, si acabó así es porque era débil y patético, como un gusano.
—No todo el mundo tiene por qué ser como tú.
—En este mundo, sí —rio—. Anda, levántate.
El joven se puso de pie y me ofreció una mano para ayudarme, pero con un leve manotazo la aparté, y me levanté apoyándome en las paredes exteriores de la fábrica.
—Qué desagradecida.
—Sé levantarme yo solita, no necesito que me ayudes —murmuré, estirando de nuevo el vestido.
El joven no dijo nada, solo se quedó admirando mis piernas desnudas, hasta que comenzó a recorrer con su mirada todo mi cuerpo.
—¿Es que eres un buitre o qué?
El chico apartó la mirada de mi cuerpo para mirarme a los ojos. Una sonrisa divertida asomó en sus labios, y por alguna razón, eso me cabreó.
—¿Te parece divertido? Me salvas de una violación y me miras como si fuera un plato de tarta. Mejor me voy —musité, y fui a pasar por su lado para irme cuando su mano retuvo mi brazo con una fuerza moderada—. ¿Qué haces?
—Me apetece tarta.
Y hasta aquí :) No olvidéis votar y comentar :D
Abrazo de oso, Vero~~
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro