Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 29

Iria

El algún momento habíamos llegado al hospital. La gente de los pasillos de urgencias se apartaba al rápido paso de la camilla que cargaba a un Lucas inconsciente y cubierto de sangre. Los enfermeros hacían lo que podían para taponar la herida y detener la hemorragia, pero con mis conocimientos sabía que estaba perdiendo mucha sangre.

—¡Hay que operar de inmediato!

—¡Llamad al doctor Klerk!

Se disponían a pasar por una puerta que no permitía el paso a nadie que no fuera paciente o médico, sin embargo, me negaba a soltar la mano de Lucas.

—Señorita, debe dejarle o no podremos hacer nada por él —me dijo una enfermera con tono impaciente.

—Lucas...

—Iria, déjales hacer su trabajo. —Dylan soltó mi mano de la del pelinegro con impaciencia y vi la camilla perderse por esa puerta que se cerró fuertemente tras su paso.

El shock había desaparecido en cuanto Lucas cerró los ojos. Todo había pasado rapidísimo a partir de ahí: Vincent y Samuel cargaron con él hasta un todoterreno en el que también nos metimos Dylan y yo. Entre los dos tratamos cubrir la herida con la camiseta del moreno, que estaba empapada de sangre cuando los enfermeros la cambiaron por gasas. Vincent condujo a toda velocidad hasta el hospital y yo salí del vehículo pidiendo auxilio extasiada, hasta ese momento en el que recorría los pasillos a toda prisa.

En todo el recorrido no solté su mano, me negaba. Para mí era una manera de impedir que se marchara de mi lado, en mi cabeza era lo único que impedía que se fuera. Cuando Dylan me obligó a soltarle me quedé mirando por un vidrio circular en la puerta, observando cómo se perdía por otro pasillo a la derecha. Me llevé las manos manchadas de la sangre de Lucas al cuello, tratando de aliviar el dolor que me provocaba el enorme nudo que se había atorado ahí.

Di rienda suelta a las lágrimas que pedían permiso para brotar de mis ojos y me dejé caer por la puerta, deslizándome suavemente hasta el suelo. El moreno, que también estaba lleno de sangre, me cogió en brazos como a una novia y me llevó hasta la sala de espera, donde la gente se nos quedaba mirando raro. Yo también lo haría si viera a dos lunáticos llenos de sangre, Dylan sin camiseta y yo como recién sacada de la película El Exorcista, con el pelo enmarañado y heridas por todas partes. Intentó coger mi mano, pero cuando noté que su tacto no era el mismo que el del pelinegro, me solté. Fue entonces cuando me abrazó y ahí sí que me dejé. Lloré, lloré y lloré como nunca antes lo había hecho, sobre el hombro de un Dylan que apenas había dormido y que seguramente estaba congelado.

Todo había sido por mi culpa. Si no le hubiera presionado, si no le hubiera echado en cara que no estuvo con su madre cuando más le necesitaba, si no hubiéramos discutido, yo no me habría ido y nada de aquello hubiera pasado. La culpabilidad me carcomía, pero la esperanza de que se recuperara estaba ahí, oculta bajo un manto de malas vibraciones.

Al cabo de una hora me quedé dormida, pero un suave zarandeo me despertó. Los ojos verdes de mi amiga aparecieron delante de mí y también su sonrisa, aunque estaba cargada de preocupación y tristeza. Al verla, mis ojos se aguaron de nuevo, pero no tenía más lágrimas que derramar. Clare me abrazó fuertemente y me dijo palabras reconfortantes al oído mientras acariciaba mi espalda. María también estaba allí; me miró con dulzura y acarició suavemente mi rostro en un intento de reconfortarme a mí, cuando era su hijo el que estaba luchando por su vida en un quirófano.

—María, lo siento tanto... —hipé—. Yo no quería que nada de esto pasara.

—No es culpa tuya, niña, ni se te ocurra pensarlo. —La mujer se sentó a mi lado y sonrió con su típica y tierna inocencia—. Lucas estará bien y arreglaréis vuestras diferencias, ya lo verás.

En las profundidades de aquella sonrisa se ocultaba la gran tristeza que sentía. Su hijo, el único fruto que dio su amor con Víctor, el niño de sus ojos, se debatía entre la vida que su madre le dio o la muerte que le había llegado a manos mías. Ojalá esa bala hubiera ido directa a mí, su verdadera diana.

—Ven, nena, vamos a cambiarte. —Clare me cogió de la mano y me llevó a los baños del hospital. Yo andaba como una zombi, con los ojos hinchados y cubierta de sangre. En realidad, la gente se echaba a un lado al verme pasar, solo por si acaso se me ocurría lanzarme a morderles. Una vez en los aseos, Clare sacó de una bolsa de plástico ropa de hombre (que supuse que era de Dylan) y de mujer, que identifiqué al instante como mía, junto a unas deportivas. ¿En qué momento había llamado Dylan a Clare? Seguramente estaba dormida—. Voy a pedir una esponja, ahora vuelvo.

La morena me dejó sentada en la taza del aseo, y yo me perdí en la interesante silicona de los azulejos del suelo, un poco negra debido al paso del tiempo. Mi mente divagaba acerca de lo que había pasado, pero de forma poco esclarecedora. Estaba tratando de procesar toda la información, desde que me desperté en aquella húmeda habitación atada de pies y manos hasta que dejé a Lucas en la camilla, desangrándose. Mi vida era tranquila, normal, sencilla, y se había vuelto una locura en pocos meses. Ni siquiera había tenido tiempo de pensar en lo cerca que estaban los exámenes de la universidad o en que falté a las últimas clases. ¿Y yo? Seguramente no era la misma Iria de antes, y lo peor es que no sabía si había mejorado o empeorado.

Clare abrió la puerta del baño y me sobresaltó. Me miró con una sonrisa de disculpa y fue directa al lavabo para mojar la esponja. Me desnudó, pues no era la primera vez que mi mejor amiga me veía en paños menores, me limpió (tuvo que estrujar la esponja en el lavabo varias veces debido a la sangre y la roña que me cubría) y después me ayudó a vestirme. También me instó a lavarme el cabello y logramos deshumedecerlo un poco con el secador de manos. Recogimos las cosas, limpiamos un poco la sangre aguada del lavamanos y salimos, de regreso a la sala de espera.

Dylan se levantó en cuanto nos vio. Pensé que tenía noticias de Lucas así que me apresuré a llegar, pero lo único que hizo fue coger la bolsa que le ofrecía Clare y cambiarse también de ropa. Estuvimos sentados allí alrededor de tres horas. Dylan fue a la máquina expendedora cinco veces, una de ellas a por sándwiches para todos. Lo cierto es que no duraron demasiado en mi estómago; tuve que ir al baño corriendo porque me moría de ganas por vomitar, y así fue.

Los nervios me comían por dentro y no dejaban que nada se asentase en mi interior. Un enorme nudo en la boca de mi estómago actuaba como tapón. Otra hora pasó y ya empezaba a amanecer. Impacientes, comenzamos a preguntar con más frecuencia a la hastiada enfermera de la recepción que siempre respondía lo mismo: sigue en quirófano. La espera nos estaba matando a todos, pero al fin llegó el momento de las noticias.

—¿Familiares de Lucas O'Dell? —preguntó un doctor que mantenía una expresión de cansancio en su rostro.

—Nosotros —dijo Dylan, y fue él quien nos reactivó a María y a mí, que estábamos como en un trance, en un túnel oscuro sin luz, imaginando todas y cada una de las posibilidades a las que Lucas se enfrentaba—. Ella es su madre.

—¿Cómo está, doctor? —cuestionó Clare, a punto de empezar a dar patadas a las sillas si no obtenía respuestas ya.

—La bala le atravesó el riñón derecho y hemos tenido que extirpárselo —murmuró el doctor Klerk—, pero podrá vivir con el izquierdo. Está inconsciente pero estable, pronto le subiremos a planta.

—Muchísimas gracias por salvar a mi hijo, señor —dijo María, agradecida, tomando la mano del doctor y apretándola afectuosamente.

—Es mi trabajo, señora. —El doctor sonrió con cansancio antes de desaparecer de nuevo por las puertas.

María me miró con una enorme sonrisa y los ojos llenos de lágrimas, pero no de tristeza, sino de felicidad. Luego, me abrazó tal y como mi madre hubiese hecho y me sentí terriblemente tranquila. Dylan suspiró aliviado y Clare se abalanzó feliz a sus brazos. Lucas estaba bien, se recuperaría.

Todo se arreglaría.

***

Subieron a planta a Lucas una hora después de que el doctor hablara con nosotros, y por fin pudimos verle. Estaba vestido con una bata fina de hospital, cubierto de vendas y enganchado a una vía que le suministraba suero mediante un gotero. Las sábanas tapaban su cuerpo y su pecho ascendía y descendía tranquilo, en paz.

No fue hasta antes de la hora de comer que despertó. Abrió los ojos lentamente, acostumbrándose a la luz de la habitación, y moviendo ligeramente la mandíbula. Fui la primera en darme cuenta y avisé a los demás de que se estaba despertando. Cuando terminó de abrir los ojos por completo, nos encontró a nosotros, mirándole como si fuera un bicho con tres brazos y cinco piernas, y frunció el ceño.

—¿Qué estáis mirando que es tan interesante?

María fue la primera en soltar un suspiro y adelantarse para abrazar a su hijo, que posó los brazos sobre el pequeño cuerpo de la mujer con dulzura. Luego fue su mejor amigo, con el que chocó los cinco y se quejó por un fuerte pinchazo, y luego fue Clare, que dejó un casto beso en la mejilla de Lucas mientras le revolvía el cabello. Solo faltaba yo, pero no me acerqué. Simplemente nos quedamos viéndonos el uno al otro, sin decir ni una palabra.

—Vamos a dejarles solos —murmuró María, dirigiéndose a Clare y a Dylan—. Tienen mucho de qué hablar.

Los tres salieron de la habitación, dejándonos a un Lucas dolorido y a mí, con cara de póker, en la iluminada habitación de hospital.

—Lucas, yo...

—Lo siento, Pepitas —interrumpió. Mi boca formó una perfecta «o», pero dejé que continuara, sobre todo porque era difícil interrumpir al pelinegro—, por todo. Sé que fui un idiota, un gilipollas de mucho cuidado, un estúpido, un descerebrado... He sido todos los adjetivos hirientes que te puedas imaginar. Soy un novio pésimo incapaz de cuidar de su novia —suspiró, y en sus ojos vi culpa y pena—, pero no solo eso, sino que además herí a las dos mujeres más importantes de mi vida con mi comportamiento de capullo integral. Dejé a mi madre sola en el momento en el que más me necesitaba y desgasté la ira que sentía contigo cuando en realidad la culpa fue mía. Tenías razón, debería haberte dicho lo que iba a hacer, a lo mejor así no se habría jodido todo tanto. Ni siquiera me di cuenta de que te habías marchado, no hasta la mañana de ayer. Te busqué por todos lados, en la universidad, en tu antiguo trabajo, en el café, en casa de Dylan, hasta fui a casa de Clare. —Las lágrimas amenazaban con salir de los ojos azules del pelinegro y eso me partió el corazón—. No sabes lo impotente que me sentí al no encontrarte, al pensar que podían haberte hecho algo malo, que había sido por mi culpa. Yo... ¿Te hicieron algo?

—Solo me tuvieron encerrada en una habitación hasta la hora de la pelea —murmuré—. Lucas, yo... No sé qué decir. Cuando estaba recluida allí solo podía pensar en ti, en nuestra discusión, en que lo último que había hecho contigo había sido pelear. Me sentí tan... dolida y rota.

—Lo sé, joder, créeme que lo sé. —Su voz estaba tan cargada de sentimiento que era imposible que las lágrimas no se me saltasen—. Me he sentido mal cada segundo que he pasado sin ti, ha sido una puta agonía no tenerte a mi lado... Pepitas, mírame, por favor. —Hice lo que me pidió con un claro gesto de dolor en el rostro—. Sé que soy un idiota y que esto es imperdonable, pero, por favor, no te vayas de mi lado. Sin ti me siento tan vacío y patético... Me he sentido igual que cuando mi padre se marchó. No quiero estar... solo. No quiero volver a ser débil, porque cuando tú no estás es tal y como me siento. Es como que pierdo lo más importante de mi vida, de mi ser, de mí mismo. —Sus ojos se mostraban tan sinceros que brillaban como dos luceros—. Tú me has enseñado a ser mejor, Pepitas, me has enseñado a amar, a respetar y a cuidar lo que se quiere, has conseguido que pueda ver lo bonita que es la vida... Pero solo cuando estoy contigo.

—Oh, Lucas...

El pelinegro trató de incorporarse, pero se lo impedí. Me abalancé a sus brazos con cuidado de no hacerle daño y pude notar cómo sus lágrimas calientes caían sobre mi cabeza, mientras sus dedos se entretenían acariciando mi cabello.

—Lucas —le llamé, separándome un poco de él—, mírame. Ahora me toca hablar a mí. Se supone que al que han disparado ha sido a ti y hablas como una cotorra.

—Es que he tenido mucho tiempo para pensar lo que te iba a decir cuando te volviese a ver y...

Le callé con un beso. Planté mis labios sobre los suyos y los moví suavemente, dejando que nuestras bocas se reconociesen. Antes de ir a más, tal y como exigía, me separé y vi que el pelinegro formaba un tierno puchero.

—Ah, no, ni se te ocurra —reí—, no me vas a convencer. Déjame hablar, por favor.

—Te escucho, Pepitas.

—Solo quiero que sepas que sí, es cierto que tus palabras me hirieron mucho y que la pelea me destrozó, pero... Creo que has demostrado de corazón que te arrepientes de verdad y...

—He sido tu escudo protector, creo que eso quedaba bastante claro ya...

—¿Te puedes callar de una vez? —cuestioné, seguida de un suspiro profundo y un asentimiento—. Bien, sigo. Yo también quería pedirte perdón. Las discusiones no tienen por qué ser echándole cosas en cara al otro, y yo lo hice. Además, te presioné demasiado y sinceramente... Yo también la cagué y fui una idiota por marcharme sin más. También quiero decirte que en el tiempo que estuve allí conocí a Lara.

El rostro de Lucas, que había permanecido con una inquebrantable sonrisa, se ensombreció con la mención de la supuesta bruja que lo maldijo.

—¿Y qué pasa?

—Pues que me gustaría saber... cuántas chicas ha habido antes que yo, Lucas. Porque sé que Lara estaba loca por ti y aun así tú no mostraste ni el más mínimo afecto hacia ella... Quiero saber qué te motivaba a enamorarlas y luego romperles el corazón tan cruelmente.

—En tres palabras: no eran tú —murmuró sencillamente—. Contigo he mostrado facetas de mí mismo que ni siquiera sabía que tenía, Pepitas. Contigo he experimentado el amor, el de verdad, he sabido lo que es tener un tesoro y la responsabilidad que conlleva tenerlo. No sé, con las otras no me sentía igual, es como que no terminaban de llenarme por completo.

—Ni que te las hubieses comido.

—Bueno, literalmente no, pero...

—¡Lucas! —exclamé, tapándome los oídos dramáticamente—. Acabo de decidir que no quiero saber cuántas fueron. Olvídalo.

—¿Segura? Porque te lo puedo decir con cifras exactas si quieres —ronroneó con su preciosa sonrisa cargada de superioridad y burla.

—¡No, realmente prefiero no saberlo!

—Fueron...

—¡Lucas!

Entre risas y besos, lareconciliación quedó más que clara ese mismo día. Está claro que el amor triunfó y el frío y oscuro corazón de un Demonio roto se reconstruyó conpaciencia y cariño. Y es que dicen que hasta el mismísimo demonio tiene un Ángel por el cual suspira desde el Infierno.

Bueno, hasta aquí el capi :) No olvidéis votar y comentar ;)

Abrazo de oso, Vero~~

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro