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Capítulo 26

Iria

Sus palabras me dejaron fuera de combate por un momento, y tuve que apoyarme en la puerta para asimilarlas. No era posible, no podía ser cierto. Después de todo, ¿llevó a cabo su estúpido plan? ¿Sin consultarme? Y lo peor de todo, ¿poniéndonos en peligro a todos?

—¿Qué hiciste, Lucas? —cuestioné, sintiendo que mi voz decaía por momentos.

—Clare me dijo cómo hacerlo, aunque ella no sabía para qué era —musitó, sentándose en la cama—. Le pedí que me dijera cómo sacar dinero de su cuenta bancaria. Le robé casi dos millones de dólares que se encuentran en un paraíso fiscal a nombre de mi padre. El muy patán es para lo único que sirve... —Lucas apoyó la cabeza entre sus manos y vi su pulso temblar—. Nunca imaginé que respondería así, Pepitas. Nunca pensé qué...

—¿Qué? ¿Nunca pensaste que podrían tomarla con tu madre, no? Pero bien podría haber sido Dylan, Clare, tú mismo, o yo. —Mi enfado aumentaba por momentos y vi al chico levantarse de golpe de la cama, mirándome con frialdad—. Nunca piensas nada más que en ti mismo, Lucas, sin plantearte ni por un instante qué efectos van a tener tus acciones en los demás.

—Hice lo que tuve que hacer para joder a Frank.

—¡Y mira el resultado, Lucas!

—¡Me importa una mierda, Iria! ¡Estoy harto de ti, de que cuestiones absolutamente todo lo que hago! Llevo en esta mierda toda mi vida, tú no eres nadie, no sabes nada, así que no vayas de listilla conmigo.

—¡Si tantas ganas tuvieras de salir del Infierno en el que estás metido, no harías tantas gilipolleces, Lucas O'Dell!

—¡Vete a la puta mierda, Iria! Prefiero mil veces antes arder en el Infierno a salvarme y estar contigo. —Lucas avanzó lentamente en mi dirección y a cada paso que daba, yo retrocedía. Su mirada estaba llena de frialdad, de destrucción, sus helados orbes azules producían en mi corazón una extraña sensación de temor que no solía sentir con el pelinegro—. Voy a dejarte una cosa muy clara: quiero que salgas de aquí y no vuelvas nunca, no quiero volver a verte, ¿me has entendido? Creíste que podrías domar al Demonio, pero no, nadie puede. Ambos hemos desperdiciado nuestro puto tiempo.

—Lucas...

—¡Fuera! —rugió—. ¡FUERA!

Asustada, abrí la puerta de la habitación y salí de ahí, bajando las escaleras a trompicones. Antes de cerrar la puerta de la entrada le oí gritar como un animal moribundo, herido, roto. Aunque me vi tentada a volver sobre mis pasos y quedarme con él, las lágrimas que se agolpaban en mis ojos despreciaron esa opción. Me sentía completamente destruida en ese momento, y todo el perfecto amor que había experimentado con Lucas se estaba evaporando, pero seguía estando ahí.

Mientras corría por la calle, llorando y sin poder ver lo que tenía frente a mis narices, las palabras de Lucas no dejaban de dar vueltas en mi cabeza como una noria. «No vuelvas nunca», «no quiero volver a verte», «ambos hemos desperdiciado nuestro puto tiempo». Sabía que era el alcohol lo que le había hecho hablar así, pero ¿y si lo pensaba realmente? ¿Y si era cierto que yo realmente no le entendía, que no podía ayudarle? ¿Y si nunca sintió nada real por mí?

Aunque me negaba a creer que eso fuera posible. No podía ser que todos los besos, los abrazos, las caricias, los te quiero, las risas, las miradas, fueran falsos. No podía ser así, porque si no, ¿mi corazón me había traicionado? ¿Me hizo querer a alguien que no sentía absolutamente nada por mí? No podía ser cierto, debía ser solo el enfado, debía ser el dolor de haber perdido la posesión más valiosa de su familia... Tenía que ser cualquier cosa, excepto una mentira.

Me detuve cuando mis pulmones exigían a gritos un descanso y en las plantas de mis pies parecía tener clavados miles de pinchos que atravesaban mi piel. Traté de recuperar el ritmo acompasado de mi respiración, pero me era imposible con el llanto. Jadeando, no me di cuenta de en qué momento una furgoneta negra había aparcado a unos pocos metros de mí, de la que salieron dos hombres altos y musculosos en los que ni siquiera me fijé, pero debí hacerlo.

Uno de ellos atrapó mi cintura, rodeándola con sus largos y anchos brazos, cubriendo también los míos. El pánico se adueñó de mi ser y quise gritar, pero el otro hombre taponó mi boca y mi nariz con un pañuelo húmedo. Mis ojos comenzaron a pesar mientras a mi mente venía la palabra «cloroformo» y, de pronto, todo se volvió negro.

***

Desperté con un fuerte dolor de cabeza y una constante presión en mis muñecas y en mis tobillos. Tardé en acostumbrarme a la poca luz que entraba en la habitación a través de una ventana de cristales translúcidos. No sabía dónde estaba, pero sí que el olor era insoportable, entre una mezcla de moho y humedad. Las paredes amarillentas rezumaban pequeños pelitos amarillos y el suelo de madera estaba encharcado y astillado. Me encontraba sobre un colchón sucio y destartalado en medio del suelo, atada de pies y manos, sin nada más que memorizar de la habitación. Oía pasos y gritos al otro lado de una puerta de madera astillada que estaba bien cerrada y fue entonces cuando mi corazón dio un vuelco.

¿Dónde narices estaba? ¿Qué había pasado? Y de repente, miles de imágenes confusas y a una velocidad de vértigo empezaron a pasar por delante de mis ojos. El incendio del café, la discusión con Lucas, la furgoneta negra... Me habían secuestrado. El pánico se adueñó de mí y traté de mover los pies y las manos con fuerza. Estaban amordazados con varias vueltas de cinta americana que impedían mi movimiento.

Chillé, frustrada y dolorida, y puse más empeño en romper la cinta, pero solo conseguí herir mis muñecas y mis tobillos. Me apoyé en la pared, rendida. De mis ojos asomaron lágrimas que no tardé en derramar cuando la profunda mirada azul de Lucas pasó por mi mente, a sabiendas de que ya no le volvería a ver, ni siquiera en el improbable caso de salir de allí de una pieza.

Pasaron minutos, o tal vez horas, o tal vez días, no lo sabía. Mi estómago rugía del hambre y mi garganta ardía de sed, y pensé en María y en su habilidad prodigiosa para cocinar. Echaba de menos sus postres y sus exquisitas comidas. Luego traté de recordar cuándo fue la última vez que me reí con Clare y con Dylan, y por último, pensé en los besos de Lucas. Una calidez agradable recorrió mi cuerpo al imaginar que sus dedos volvían a recorrer mi piel con dulzura y delicadeza.

El algún momento de ese agradable instante de paz, cerré los ojos, pero los abrí abruptamente cuando oí el sonido de unas cadenas entrechocar estrepitosamente sobre la superficie de madera de la puerta. Traté de incorporarme y levantarme, dispuesta a encararme a quien fuera que me tuviese encerrada en ese cuartucho, pero la cinta de los tobillos me lo impedía. Me quedé contra la pared, sintiendo mi corazón latir a mil, y conteniendo la respiración.

Un hombre alto, de cabello castaño canoso, ojos azules y muy musculoso pasó a la habitación. Me recorrió con la mirada de una forma tan obscena que me dieron arcadas, y detrás de él ocultaba una silla que depositó en el suelo encharcado para luego sentarse, sin decir ni una palabra. Sonrió.

—Así que tú eres la nueva novia del Demonio. —Chasqueó la lengua, volviendo a analizarme como si estuviera en la platina de un microscopio—. Eres guapa, pero tampoco nada del otro mundo. Lucas tenía mejor gusto, así que debes de follar increíble para que esté contigo.

Abrí la boca de sopetón, un poco aturdida por su comentario. Sentí que la sangre ascendía hasta mis mejillas hirviendo.

—¿Quién mierda te has creído que eres?

—Oh, es cierto, qué maleducado soy —sonrió enseñando todos sus dientes, y me percaté de que uno era negro como el carbón, dándole un aspecto horrible a su tenebrosa sonrisa—. Soy Frank, líder de la banda Infierno.

—Tú... —Hice caso omiso a las punzadas de dolor de mis muñecas y mis tobillos, traté de abalanzarme sobre él con furia, pero me apartó de un empujón como si fuera una simple pluma—. ¡Tú has sido el causante de todo el dolor de Lucas! Eres un maldito...

—Pero no, mujer, pobre de Lucas... —lloriqueó sarcásticamente, para luego expulsar una sonora carcajada llena de burla—. ¡Él me buscó solito! Y no solo en su juventud... Parece que siempre acaba volviendo a mí. Es como la pesca, ¿sabes? —Frank relajó su postura y se acomodó en el respaldo de la silla—. La clave está en dejar que el sedal corra un poco cuando el pez pica, y cuando cree que se va a escapar, ¡zas! Tiras del sedal hasta que ya no puede escapar. Eso le ha pasado a tu querido Lucas.

—No entiendo lo que dices —murmuré, tosca—, pero tampoco me importa. Eres el tipo de escoria de la que el mundo tiene que librarse. Solo haces daño a la gente; eres un maldito monstruo.

—Aquí el único monstruo es tu noviecito, guapa. ¿Por qué crees que le llaman Demonio? ¡Se ganó su nombre a pulso! —exclamó—. Una bestia en el ring, un auténtico terror en las calles, el hijo del mismísimo diablo.

—Él no es como tú dices. —Sentía las lágrimas agolparse en mis ojos, pues de verdad me estaba doliendo defenderle y a la vez recordar nuestro último encuentro—. Es un chico dulce, cariñoso, lleno de bondad y amor. Tú le convertiste en algo que no es, y vas a pagar por ello.

—¿Ah, sí? Y dime, niña, ¿quién me hará pagar? ¿Tú? ¿Él? Dentro de tres horas es el combate a vida o muerte que pactó conmigo, y haré que se trague la lona por su traición. —Una oscura sombra se cernió sobre su rostro y no pude evitar temblar del temor que infundía su mirada—. Uno de los dos debe morir y no seré yo.

Acto seguido, Frank se levantó de la silla y salió de la habitación dando un portazo, haciendo que varios trozos de pintura húmeda y mohosa de la pared cayeran al suelo. Cuando las cadenas dejaron de moverse estrepitosamente sobre la madera de la puerta, rompí a llorar.

Me castigué mentalmente por ser tan débil y estar malgastando energías en ello, aunque en ese momento no pudiera hacer otra cosa. Mi último pensamiento antes de caer dormida fue Lucas, en su desdichado destino y en su tormento, y me dolía saber que lo último que compartimos antes de ser secuestrada fue una pelea. Una discusión que él mismo causó y que yo avivé como si fuera una llama. Al final, el incendio nos consumió a los dos.

Me preguntaba si estaba tan arrepentido como yo, si se había percatado siquiera de que había desaparecido. Mi mente me torturaba respondiendo a todas las preguntas con negaciones y me instaba a olvidarle, a seguir adelante, a escapar de ese condenado lugar y hacer como que Lucas nunca entró en mi vida, cuando la realidad era que había accedido hasta zonas entrañables de mi corazón.

Me encontraba absolutamente dividida: mi mente me decía que sanara y olvidara, y mi corazón que le buscara, que ansiaba volver a perderse en su mirada por más fría que fuese. ¿Qué se supone que debe hacer una persona cuando se encuentra en una situación similar? Yo en ese momento no lo sabía, así que opté por la salida más rápida: el sueño.

***

Estaba sentada en el borde de un ring, con los brazos enganchados en una cinta elástica roja. Movía los pies a la vez que silbaba una melodía extraña, que poco a poco fue atrayendo gente. Miles de ojos desconocidos seguían el tamborileo de mis pies contra la madera. De pronto, alguien tiró de mí hacía arriba y me encontré frente a frente con un chico en blanco y negro. Todo en él era monocromático, menos sus ojos.

Sus ojos eran tan azules como el mar, tan profundos como el océano, tan únicos como las estrellas en el universo. No le reconocía, pero me perdí en su mirada, y de pronto me vi flotando en medio de un inmenso mar, con los brazos y las piernas estiradas y mirando las nubes pasar. Mi pelo estaba húmedo y dibujaba contorneadas figuras en el agua. Mi ropa también estaba mojada pero no pesaba. Yo era ligera como una pluma.

—¿Me echas de menos?

Una voz hizo eco desde las profundidades del mar. Una potente y ronca voz. Su voz.

—Sí —respondí—. ¿Dónde estás?

—Muy cerca de ti.

—¿Volveré a verte? —cuestioné a la extraña voz sin cuerpo.

—No lo dudes ni un instante. —Cerré los ojos y una sutil sonrisa se dibujó en mi rostro—. ¿Me amas?

—Más que a nada.

***

Un fuerte zarandeo me despertó de aquel plácido y relajante sueño. Me levanté sobresaltada y con la movilidad en las manos y en los pies restaurada. Podía moverlos, por fin. Examiné las heridas: solo eran unos raspones, pero escocían con el adhesivo de la cinta retirada sin cuidado. Miré hacia arriba y me encontré a alguien muy muy familiar.

—¿Tú? ¿Qué mierda haces tú aquí? —Con voz de dormida no podía sonar muy enfadada, pero intenté con todas mis fuerzas que al menos resultase un comentario sagaz y cortante.

Julen forzó una sonrisa cínica antes se cogerme con brusquedad del brazo y levantarme de un tirón. Traté de zafarme de su agarre, pero tan solo me empujó fuera de la habitación, donde otros dos hombres parecían esperarle. Mantuvieron su mirada fija en mí y supe que sería una locura tratar de escapar de los tres. Tan pronto como Julen terminó de poner las cadenas de nuevo, volvió a coger mi brazo y me obligó a recorrer el pasillo, que apestaba a orina y alcohol.

—¿No me has oído o qué? —cuestioné de nuevo, arrugando la nariz.

—Paso de ti.

Su respuesta cortante no fue suficiente para callar mi insolente bocaza.

—Lucas me dijo que Dylan y tú habíais salido de la banda, que él era el único que quedaba —musité, y di un trompicón cuando uno de los acompañantes de Julen me empujó para ponerse delante de nosotros. El rubio aminoró la marcha hasta detenerse frente a una puerta metálica de color rojo.

—Lucas no lo sabe todo —sonrió con suficiencia mientras que su compañero abría la puerta, y luego me empujó dentro de la habitación—. Ponedla guapa.

La puerta se cerró con un fuerte golpe metálico y se aseguraron de echar la llave.

—¡Eres un maldito gusano, Julen!

A través de la puerta oí su risa y supe que mi comentario no había causado ni el más mínimo efecto negativo en él. Giré sobre mis talones tras comprobar varias veces que el picaporte no cedía, y me quedé estática al ver a, al menos, doce chicas, muy cortas de ropa, que me miraban desde hacía rato. Ninguna tenía otra expresión en el rostro que no fuera curiosidad y confusión.

—Hola... —saludé, dudosa—. ¿Sabéis si hay alguna forma de escapar de...? Bueno, ni siquiera sé dónde estoy.

—Estás en los camerinos de la carpa de espectáculos de Candyland, querida —dijo una chica con la voz suave como el algodón—. Y lo siento, pero no hay ninguna forma de escapar.

—¿Candyland? ¿El parque de atracciones abandonado? —De pronto, recordé las palabras de aquel hombre que se presentó en casa de Lucas con todo su séquito de asesinos macabros: «el combate será dentro de dos semanas, en Candyland». Oh, Dios, la pelea era allí—. Madre mía, tengo que avisar a Lucas, tengo que... Tengo que decirle que estoy aquí.

—¿Lucas? —De entre las jóvenes, una chica con los ojos pintados de un oscuro violeta, a juego con sus labios, y vestida de manera decente, salió con los brazos cruzados y una expresión malhumorada—. ¿Lucas O'Dell? Créeme, estás mejor sin él.

—¿Por qué dices eso?

—Digamos que tengo suficientes conocimientos del Demonio para saber que hay que mantenerse alejada de él. —Algunas chicas del camerino asintieron y la dieron la razón—. Estoy segura de que se ha olvidado de ti, y te desechó como si fueras un trozo de basura.

—¡No! —exclamé, brava, aunque luego recapacité. Lucas me había hecho mucho daño, sus palabras habían abierto una herida en mí que no dejaba de sangrar, y el dolor se acumulaba en ella. Me abracé a mí misma y miré a otro lado—. Bueno, no lo sé...

—¿No sabes? ¿Qué no sabes?

—Lara, nos han dicho que la vistiésemos, no que la hicieras una de tus sesiones para conocer lo oculto en su alma y bla, bla, bla —habló una chica—. No querrás enfadar a Frank, ¿verdad?

Lara pareció ignorar a la chica y, poco a poco, se iba acercando más a mí. La puerta se convirtió en un bloqueo del que no pude escapar cuando tuve a la chica a escasos centímetros de mi rostro. Sus ojos escudriñaban los míos, buscando algo, no sabía el qué. De pronto, sonrió. Sonrió de una manera bonita y suave.

—Así que se cumplió la maldición —murmuró—. El Demonio se ha enamorado de la chica más frágil y a la vez más fuerte, y no ha podido evitar meterla en su sucio mundo, en su Infierno.

El Demonio. La maldición. El Infierno. Fue ella quien lo hizo. Fue ella la que maldijo a Lucas.

—Fuiste tú...

—Sí, fui yo, aunque debo decir que pensé que jamás se cumpliría —dijo, apartándose unos pasos de mí—. Lucas parecía incapaz de enamorarse de nadie que no fuera su propio reflejo. ¿Cómo lo has conseguido?

—Yo... —suspiré—. Realmente no lo sé... Ya no quiere verme, se ha cansado de mí. Supongo que eso es lo que te pasó a ti.

—Él jugó conmigo, con mis sentimientos —murmuró, de manera tranquila y apacible—, pero he sabido superarlo gracias a la gran carga que le impuse. Por lo que me dices, ha dado completamente igual, porque sigue siendo igual de egocéntrico y prepotente que antaño —suspiró y se encogió de hombros como si fuera un problema más que barrer bajo la alfombra.

—¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que vas a decirme? —dije con un claro tono de molestia—. Te das aires de bruja adivina y en realidad eres una farsante —reí sarcástica—. Qué esperar...

—Chica, me parece que no entiendes nada de lo que está pasando. —De pronto, Lara volvió a acercarse a mí, amenazante—. Claro que la maldición se ha cumplido, claro que Lucas ha perdido lo único que ha podido amar de verdad en su vida, ese era mi propósito. Su condena consistía en pasar el resto de su vida solo, una vez perdiera lo único que de verdad le importaba, y esa eres tú. Lucas perderá esa pelea y también a ti.

—¿Cómo?

—¿No te has enterado aún? —Lara rio amargamente y se alejó unos pasos, de nuevo—. Tú eres el premio principal: quien gane, se queda contigo.

Hasta aquí el capi :) Ya queda poquito para el final :'(

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P.D.: un dato curioso de esta historia: antes se llamaba Rude 😂

Abrazo de oso, Vero~~

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