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Capítulo 24

Iria

Nos despedimos de mi padre en la puerta del aeropuerto. Nos ayudó a bajar las maletas de la camioneta y estuvimos juntos hasta que Robert advirtió que era hora de embarcar. Abracé a mi padre y le prometí llamar dentro de poco, y me confesó que se iría a pasar las Navidades con su hermana, la tía Eloise. Nunca me gustó esa mujer, era muy estricta, pero sabía que pasaría unas buenas Navidades y estaría acompañado en unas fechas tan importantes.

Subimos al avión, y a Lucas, Clare y a mí nos tocó juntos, mientras que María y los señores Montero iban un par de filas por detrás, charlando animadamente. Clare me avisó que se pondría una película, pero a los quince minutos de despegar, roncaba plácidamente en su asiento. Lucas y yo fuimos de la mano en todo momento, él no quiso soltarme, ni yo tampoco, así que ninguno interrumpió el agarre. Sin embargo, el silencio sí se rompió:

—¿Se te ha olvidado que me tienes que hablar del majestuoso plan que habéis confeccionado vosotras dos, o lo estás postergando porque sabes que no me va a gustar?

Me mordí el labio y miré a Clare de reojo. Maldije que se hubiera quedado frita y me vi obligada a contarle a Lucas el plan que ella más que yo había preparado. Suspiré antes de devolverle la mirada a Lucas.

—Sinceramente no sé si es buen plan —comenté—, a lo mejor...

—Cuenta, Pepitas.

Traté de adoptar una postura cómoda que me permitiese observarle más detenidamente, para examinar los gestos de sus facciones mientras empezaba a relatar:

—El plan es revisar la contabilidad de la banda de Frank. —Lucas me miró con una ceja enarcada—. Lo sé, suena tonto, pero Clare puede meterse en la cuenta de tu jefe y quitarle dinero, o en caso de no poder, podría revisar si hay algún movimiento sospechoso y avisar a la policía. Tal vez podamos conseguir que ocurra lo mismo que en la fábrica, dar un chivatazo a la policía y...

—Pepitas —me cortó, y yo observé que no le había gustado mucho—, lo primero de todo, es muy difícil meterse en las finanzas de alguien, y mucho más si estamos hablando de Frank, que pone contraseñas hasta para abrir el grifo del agua. Lo segundo, la policía no es de fiar. ¿Quién me dice a mí que no fueron ellos los que le dijeron a Frank que el chivatazo de la fábrica lo di yo?

—Lo sé, pero imagínate que podemos quitarle su dinero... ¡No tendría nada!

—La gente como él tiene su botín en paraísos fiscales —suspiró—. No es mal plan, pero...

—Es un asco de plan —reí irónica, sintiendo que el esfuerzo de Clare y el mío propio no habían servido para nada.

—No lo es, me has dado una idea a mí —murmuró, y me di cuenta de que había enganchado el arito de su labio con los dientes, como hacía siempre—. Tal vez podamos conseguir que haga algo que los demás jefes no toleren.

—¿Qué quieres decir?

—Digo que en toda banda hay unas reglas que sus participantes deben respetar, y que hay unas normas generales para todos, incluidos los jefes —explicó—. Por ejemplo, si me hiciera algo antes del combate, demostraría que no tiene honor y sería castigado por las demás bandas. ¿Lo entiendes?

—Claro que lo entiendo —asentí—, pero no tendría sentido que te hiciera algo antes del combate, sobre todo a sabiendas de que puede perjudicarle.

—Bueno, pero podemos intentar tenderle una trampa. Por ejemplo, puedo incitarle a que venga a por mí y se salte las reglas.

—¿Tú crees que tu jefe se chupa el dedo?

Lucas frunció el ceño.

—No soy idiota, Pepitas, sé que será difícil.

—No, es que es imposible —murmuré, observando por la ventanilla una nube en forma de sombrero—. En cuanto se dé cuenta de tus intenciones, por mucho que le provoques, no accederá.

—Igualmente, podemos intentarlo —insistió.

En la cabeza de Lucas, todos sus planes sonaban fantásticos. Estoy segura de que había cien mini Lucas vestidos con una toga ceremonial aplaudiendo sus ideas. El ego era una característica importante en la personalidad del pelinegro, que al parecer se negaba a ver que todo podía torcerse, que la inventiva de provocarle podía acabar en catástrofe. Él se ofrecía para ser el objetivo en la diana, pero las flechas pueden desviarse, y los afectados podían ser Dylan, Clare e incluso su madre. Y yo, también yo.

Suspiré al ver que el chico no parecía querer cambiar de opinión; ese era el nuevo plan, irritar a Frank y hacerle saltar, de forma que fuera castigado por las otras bandas por no respetar el código, y tal vez, solo tal vez, Lucas saldría de su Infierno sin tener que pelear por ello. No hablamos más del tema, pues sabía que si seguía discutiendo, solo conseguiría que la cabezonería de Lucas entrara en escena y bloquearía sus oídos para no escuchar nada más.

El resto del vuelo le pasamos viendo una película de zombis en la pantalla de Lucas. Clare se despertó a los pocos minutos de acabar esta, con un hilo de saliva seco en su barbilla, y preguntando cuánto faltaba para llegar. Como ninguno de los dos teníamos la respuesta, se volvió a dormir. Quince minutos después, anunciaron por megafonía que estábamos a punto de llegar.

Al descender del avión, observé a mi amiga, desviando la mirada de la pantalla de su teléfono a los pasillos abarrotados de gente con muchas prisas. Recuperamos las maletas y los seis salimos del aeropuerto, en cuya entrada había un todoterreno negro que esperaba a los señores Montero.

—Bueno, lamento que el motivo de este encuentro haya sido el fallecimiento de tu madre, Iria —dijo Robert, cuando se acercó a mí para despedirse. Carraspeó al notar que sus palabras habían sido demasiado directas—. Espero volver a verte en mejores circunstancias, bonita.

—Gracias, señor Montero —traté de sonreír sinceramente—, por apoyarnos a mí y a mi padre, y por devolverme a Clare.

El hombre sonrió y dejó paso a su mujer, mientras se despedía de Lucas y María. Se subieron al todoterreno, vigilado por un par de guardaespaldas, y al prender el motor, el coche aceleró y se perdió en la fila se vehículos que también esperaba salir del recinto. Lucas, María, Clare y yo nos miramos.

—¿Dylan?

—Viene con mi coche —«oh, mierda», pensé—, en seguida estará aquí.

Pero no fue así. Pasó al menos una hora hasta que vimos el BMW naranja aparcar frente a cuatro rostros asesinos (aunque María solo estaba cansada de esperar de pie), y al chico de cabello chocolate bajar del vehículo con una sonrisa de disculpa.

—Lo siento, había mucho tráfico.

—Ahórratelo, Dylan —dijo Lucas, rodando los ojos—, y devuélveme mi amado coche.

—¿Clare?

Dylan parecía haberse perdido en una dimensión diferente en cuanto sus ojos dieron con los de mi amiga. ¿Es que acaso no sabía que iba a volver? Mataría a Clare por ocultar semejante información a su chico.

—No me lo puedo creer... ¿Qué haces aquí?

—¿Te molesta? —preguntó ella, con inocencia fingida.

—¡No! Por supuesto que no, pero podrías haberme avisado de que volvías...

—Lo sé, lo siento, yo...

—Chicos —habló María, con su dulce tono de voz—. ¿Qué tal si habláis luego? No quiero ser una molestia, pero estoy cansada y me gustaría dormir.

—Por supuesto —dijo Lucas, acercándose al coche para abrirle la puerta trasera derecha a su madre. La mujer ascendió, no sin antes dar un abrazo a su hijo, que subió sus pertenencias al maletero, junto a las mías y las suyas—. Vamos.

Clare tuvo que desviar la mirada que tenía fija en Dylan para guardar sus maletas y sentarse en medio, junto a María. Yo subí por la puerta izquierda, y Lucas ocupó el asiento del conductor. Dylan fue el copiloto y ninguno dijo nada durante el trayecto. Notaba a Clare nerviosa, como si temiera algo que estaba por suceder. ¿Tal vez esperaba una reacción diferente por parte del moreno? Sinceramente, comprendía más al chico; estaba sorprendido por volver a verla, teniendo en cuenta que hacía meses que no la veía en carne y hueso.

Cogí la mano de mi amiga, que descansaba sobre su regazo, y dejé un leve apretón. Ella me miró y forzó una sonrisa nerviosa. Lucas condujo hacia una calle en la que no había estado nunca, pero las casas eran parecidas a la suya. Aparcó en frente de una que parecía una especie de mansión, con la fachada gris, un porche decorado con columnas de mármol, y las luces de casi todas las estancias encendidas. Dylan pareció reconocer la casa al instante.

—No sé si...

—Bájate del coche y afronta tus putos problemas, Dylan —interrumpió Lucas, serio.

Mi cara era un poema, igual que la de Clare. Ninguna de las dos parecía saber qué estaba ocurriendo, pero los chicos ante nosotras sí. Dylan suspiró pesadamente antes de abrir la puerta y bajar del vehículo. Luego, se posicionó frente a mi puerta y la abrió, dejándonos a nosotras estupefactas.

—Clare, necesito que bajes del coche...

—¿Para qué? ¿Dónde estamos?

—Morena —dijo Lucas, reflejando su fría mirada en el retrovisor—, baja.

Que Lucas hablara pareció ser suficiente incentivo para que Clare accionara un interruptor que le permitía moverse. Me miró momentáneamente y supe que tenía que bajarme también para dejarla salir. Así hice, solo que, en lugar de volver a subirme, giré alrededor del vehículo para sentarme junto a Lucas. Dylan ayudó a Clare con sus maletas, y cuando cerraron la puerta del maletero, el pelinegro aceleró y salimos disparados de la calle, de nuevo hacia la carretera.

—¿Se puede saber qué narices acaba de pasar? —cuestioné molesta por la velocidad y la repentina situación a la que nos habíamos enfrentado.

—Dylan tiene que resolver un asunto.

—Eso ya lo he visto, pregunto con quién y por qué.

—Con su madre —dijo, mirándome de soslayo—. Desde el minuto uno, se negó a aceptar que Clare era la pareja de su hijo, le prohibió seguir a su lado, y estaba dispuesto a romper con ella para tener contenta a su madre.

Lucas rio amargamente, y esquivó un par de coches demasiado lentos.

—¿Cuándo te dijo todo esto?

—Cuando hablé por teléfono con él, cuando aún estábamos en Texas —respondió—. Parece tonto y a veces creo que lo es. Y yo le dije lo que tenía que decirle: que le echara huevos de una vez y se enfrentara a la arpía que tiene como madre. ¿Que le deshereda? Mejor para él, así podrá viajar a Italia y conocer a la familia que esa bruja le impidió ver. Siempre le ha hecho caso, creyendo que lo mejor para él es lo que decía ella.

—Madre mía —murmuré, sin poder creerme que Danniella fuera así. Cuando la conocí en el restaurante, a pesar de sus miradas de superioridad, me pareció una mujer respetable y segura de sí misma. A veces las apariencias engañan, supuse—. ¿Sabía en qué estuvo metido su hijo?

—Por supuesto —afirmó Lucas—. ¿Y sabes qué? Nunca hizo nada por intentar sacarle de ahí, ni siquiera cuando acabó en el hospital. Solo le preocupa su maldito restaurante. Ni siquiera le ayudó a ir a la universidad, él consiguió una beca por méritos propios —suspiró, girando en la calle correspondiente a su casa—. Desde antes de entrar en la banda, Dylan siempre tuvo problemas. Nunca me contó de qué tipo, pero así era. Su madre siempre le recordaba que no era nada y aunque tenía dinero, él quería conseguir el suyo para no depender directamente de ella, porque siempre se lo echaba en cara. Dylan siempre la ha mirado como si fuese una diosa y ella se lo ha pagado dándole de lado cuando peor estuvo, obligándole a tomar malas decisiones, apartándolo de su familia.

—Es odiosa... —afirmé, sin ningún atisbo de duda.

Lucas y yo no dijimos nada más hasta llegar a su casa. María se quedó dormida en el coche y nos costó mucho despertarla y subirla a la cama. Se acostó tal y como venía vestida y no pareció importarle; antes de cerrar la puerta, ya se oían sus ronquidos. Bajamos las maletas y las dejamos todas en el recibidor, sin gana alguna de subirlas por las escaleras, y acordando hacerlo al día siguiente. Nos metimos en la habitación de Lucas, quien cerró la puerta, y nos acostamos, mirándonos el uno al otro.

—Se ve que Dylan y tu habéis sufrido mucho —susurré, muy cerca de su rostro, acariciando su mejilla con los dedos.

—Supongo que eso fue lo que nos unió —sonrió de lado, y sus ojos brillaron como dos luceros—. Es mi mejor amigo, y si algo le pasara por mi culpa...

—No le va a pasar nada, Lucas. Dylan sabe cuidar de sí mismo.

—Ya te he dicho que parece tonto —bufó—. Siempre se las apaña para hacer alguna estupidez.

—¡Ja! Mira quién habla —contesté divertida al ver su mueca de fastidio.

—Muy graciosa.

El pelinegro rodeó mi cintura con sus fuertes brazos y me atrajo aún más a su pecho, con su típica sonrisa triunfal presente en sus labios. Mis caricias atravesaron su cuero cabelludo y él cerró los ojos, disfrutando de mi tacto. Aproveché para dejar un beso suave en su nariz, y Lucas volvió a abrir los ojos, despacio.

—¿Cuántos años te crees que tengo para hacer eso?

—Los suficientes —dije, soltando una pequeña carcajada.

Lucas sonrío, pero de una manera diferente. No era una sonrisa tierna o de superioridad, no. Esta estaba cargada de un sentimiento que no lograba descifrar. Al ver su cambio de humor repentino, me obligué a preocuparme y preguntar:

—¿Qué ocurre?

—Nada, yo... Es que no me esperaba que una mujer pudiera hacerme sentir esto —señaló, con un deje de confusión en la voz—. Supongo que no estoy acostumbrado.

—¿A que te quieran? ¿Y qué hay de tu madre?

—El amor entre madre e hijo es diferente al que tenemos tú y yo —especificó—, y el que estoy experimentando contigo es mucho más intenso.

—¿Y te gusta? —sonreí.

—Me asusta. —Lucas me miró; sus pupilas estaban dilatadas, pero no era por excitación, sino por preocupación—. Quiero decir, ¿y si te ocurriera algo por mi culpa? ¿Cómo debería sentirme después? ¿Qué tendría que hacer?

—Vengar mi muerte. —La broma no pareció gustarle, puesto que frunció el ceño, pero yo me reí de su reacción—. Es broma, Lucas. Pues a ver, lo que deberías hacer es seguir adelante. Debes pensar que yo estoy contigo porque me he enamorado de ti, y en muy poco tiempo te has convertido en una de las personas más importantes de mi vida.

—¿Más que Clare? —sonrió burlón.

—Tampoco te pases —reí, rodando los ojos ante la obviedad; como Clare no había otra igual, pero se estaba ganando un puesto junto a ella, superándola, incluso, pero eso jamás se lo diría. Su ego ya sobrepasaba la estratosfera y no quería que ascendiera más—. Solo quiero que recuerdes que yo he elegido estar junto a ti, y me siento feliz a tu lado. Estoy aquí para ayudarte a superar todos los problemas y obstáculos que se interpongan en el camino. Sé que no creías en el amor —recordé aquella discusión en mi habitación, en la que hubo diferencia de opiniones, y ambos salimos heridos de aquel debate—, pero estoy aquí y si tú me estás haciendo sentir así, entonces... Espero estar haciendo lo mismo contigo.

—¿Y cómo te estoy haciendo sentir yo, Pepitas?

—Querida —sonreí, y devolví mis caricias a su mejilla—, muy amada.

—Eso es porque te quiero, Pepitas —oír esas palabras directamente hacían que mi corazón pegara un salto desde un trampolín de mil metros de altura para volver a aterrizar en mi pecho—, y nunca dejaré que te pase nada. No mientras pueda impedirlo.

—Te quiero, Lucas.

El pelinegro parecióexperimentar la misma sensación que yo, porque entreabrió los labios,anonadado, y yo aproveché para besarle. Los surcos de sus labios recorrieronlos míos y yo me sentí feliz: feliz de haberme acostumbrado al tacto del aritode metal de su labio inferior, feliz al sentir su calor cerca de mí, feliz detenerle solo para mí. Feliz porque el Demonio había encontrado el amor.

Y hasta aquí :) No olvidéis votar y comentar ;)

P.D.: estoy nerviosa porque justo hoy terminé los exámenes de selectividad ;-;

Deseadme suerte o una muerte rápida e indolora xD

Abrazo de oso, Vero~~

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