Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 23

Iria (+18)

Tal y como suponía, Clare solo se había enterado del problema principal, que era la pelea «a vida o muerte» fijada para el día de Navidad. Para eso quedaba aún una semana y media aproximadamente, pero Lucas no había entrenado absolutamente nada en los tres días que llevábamos en Texas, y eso suponía un enorme problema para su condición física. Debíamos volver a Nueva York cuanto antes.

Por supuesto, no me hacía ninguna gracia que Lucas hubiera compartido con mi mejor amiga el riesgo que suponía estar al tanto de aquella pelea, pero nos vino bien su cerebro para idear un plan. Uno que, si salía bien, no solo sacaría a Lucas de su oscuro mundo, sino que también daría problemas a la banda de Frank y, probablemente, le hundiría.

Lucas no estaba al tanto todavía, pues había llegado la noche y no se despertó. Los Montero se quedaron a cenar y pasé una agradable velada junto a Clare, sus padres, María y mi padre. Estuvimos hablando de cosas banales hasta pasadas las doce, y aunque insistí en que Clare pasara aquí la noche, decidieron volver todos juntos al hotel del pueblo vecino, mucho más amplio que el pequeño rancho en el que mis padres decidieron instalarse de jóvenes.

María se fue a dormir, y solo quedamos mi padre y yo, recogiendo los trastes de la cena y fregando los cacharros en el amplio fregadero, en un silencio que pronto se rompió:

—A tu madre le habría encantado estar hasta las cinco de la mañana hablando con Yanise —comentó, y le miré momentáneamente—. Siempre se llevaron bien, igual que Clare y tú.

—Lo sé —afirmé—. Aunque Clare y yo nos conocimos en la universidad, luego nos enteramos de que nuestras madres eran amigas desde hacía tiempo. Supongo que así funciona el destino... Siempre estaré en deuda con ella.

Mi padre dejó de secar un plato que sostenía entre sus manos y el trapo, y me miró.

—Siento no haberte llamado antes.

—¿A qué te refieres, papá? —pregunté, cerrando la llave del agua y mirándole extrañada.

—Es que... Creo que si te hubiera llamado antes de que su estado empeorara, podrías haber estado más tiempo con ella y a lo mejor no habría sido tan duro para ti... —suspiró—. Podría haberte ahorrado un poco de dolor.

—Papá —le llamé, dedicándole una sonrisa—. A nadie le duele su pérdida más que a ti. La culpa es mía por no haberos llamado más a menudo, por no haber estado más pendiente de vosotros... Me siento una egoísta.

—Tú no tienes la culpa, cielo —dijo, y acarició con sus manos callosas mi antebrazo—. Ella estaba orgullosa de lo mucho que has trabajado para labrarte un buen futuro. Estaba orgullosa de llamar hija a la mujer fuerte y segura de sí misma en la que te has convertido. Helena no habría querido en ningún momento que te sintieras culpable porque esto lo ha hecho el maldito cáncer, no tú. Para esto te criamos, pequeña —los dos habíamos empezado a llorar en algún momento y me miró con orgullo—, para que puedas ser tú la que cure a personas como tu madre, para que esta situación no la viva nadie más. Tu madre y yo estamos orgullosos de ti y siempre lo estaremos. Y eligieras la vida que eligieras, nosotros te habríamos amado igual y siempre estaríamos a tu lado apoyándote, tanto tu madre como yo. Yo siempre lo haré, y sé que ella también.

—Papá...

No pude terminar la frase porque me fundí en un abrazo con el hombre que me había criado y amado como su propia hija. Da igual que ellos no pusieran su semilla para tenerme, lo hicieron en el momento en el que me eligieron a mí como su hija. Desde pequeña supe que ellos no eran mis verdaderos padres, pero fueron los que se habían dignado a cuidarme y desde el primer día les llamé justo como lo que eran para mí: papá y mamá.

—Tu madre y yo te amamos, Iria, no lo olvides nunca.

Eso me hizo llorar aún más y nos costó separarnos del abrazo.

—Y yo a vosotros —dije, secando mis lágrimas con papel de cocina.

—Sí, pero no más que a Lucas.

—¡Papá! Guarda tus celos en un cajón oscuro y polvoriento, por favor —dije, volviendo a abrir la llave del agua para seguir fregando los cacharros.

—Te ofuscas, pero no lo niegas —rio—. Interesante...

—Calla, mal bicho —cogí un poco de agua en la mano y se lo tiré encima para chincharle.

Él se hizo el ofendido y me la devolvió aporreándome con el trapo. Entre risas, y con un derroche de agua importante, terminamos de lavar los cacharros y acabamos empapados. Luego, nos despedimos y nos metimos en nuestras respectivas habitaciones. Lucas seguía durmiendo como un tronco, tal y como le había dejado cuando me fui.

Sonreí al verle; me sentía afortunada de tener un chico como él, de haber podido domar al demonio que habitaba en su interior, de haberme enamorado de él. Estoy segura de que sentía lo mismo que mi madre sentía por mi padre, y mentiría si dijera que las mariposas en mi estómago no hacían más que confirmar lo que pensaba. Me cambié la ropa húmeda por un pijama cómodo y me tumbé al lado del pelinegro con cuidado de no despertarle.

Estaba de espaldas, mirando a la pared, y su respiración acompasada me confirmó que su sueño era profundo y tranquilo. Rodeé su cintura con mis minúsculos brazos y pegué la mejilla en su espalda, justo entre sus omóplatos. Respirando su aroma a menta y sudor, me quedé dormida con una sonrisa, cargada de felicidad y nostalgia.

***

Nuestro sueño tranquilo y placentero se vio alterado por las fuertes pisadas de alguien en la escalera. Fruncí el ceño y sentí a Lucas retorcerse en el colchón, a mi lado. Entonces, se giró y no pude evitar abrir un ojo para comprobar si él también se había despertado. Efectivamente, pues me miraba con los ojos entornados y la marca de la almohada plasmada en la mejilla. Parecía un niño recién levantado de una plácida siesta.

—Buenos... ¿días? —cuestionó confundido—. ¿Cuánto he dormido?

—No estoy segura... pero mucho —sonreí, y atraí su rostro con mis manos en sus mejillas para dejar un casto beso en sus labios—. Buenos días, Lucas.

—Buenos días, Pepitas —respondió, devolviéndome la sonrisa—. ¿Viste el regalo que te dejé ayer abajo? Sentí que te fuiste en algún momento, porque me pude estirar por completo en tu minicama.

—Sí, me fui a la hora de que te durmieras —reí—. Y no, ¿a qué regalo te refieres?

Justo cuando abría la boca para responder, alguien abrió la puerta de mi habitación y subió la persiana con un estrepitoso golpe.

—¡Buenos días, parejita! Hoy volvemos a Nueva York. —La inconfundible y alegre voz de Clare hizo a Lucas rodar los ojos—. ¡Estoy deseando volver! Así podré ver a mi Dylan y no sentir asco al veros juntos.

—Yo también te quiero, Clare —dije soltando una carcajada.

—Pues yo no —gruñó el pelinegro, frotándose los ojos—, y no sé si estoy preparado para ver cómo le comes la boca a mi mejor amigo.

—Oh, cariño, pienso hacerle mucho más que comerle la boca.

El tono provocativo de mi amiga no ayudó para nada al humor de Lucas, que bufó como un toro a punto de embestir. Al ver que el volcán de vinagre llamado Lucas iba a estallar si Clare seguía actuando como bicarbonato, decidí poner un poco de orden.

—Bueno, Clare, ¿qué te parece si dejas que nos vistamos, y le contamos nuestro fantástico plan a Lucas más tarde? —cuestioné, mirando con una sonrisa a un pelinegro que frunció el ceño al escucharme.

—Claro, nena, pero el mañanero lo hacéis luego, ¿vale? —señaló, dirigiéndose a la puerta.

—Si lo hacemos luego, no será un mañanero —recalcó Lucas, pero la morena cerró la puerta y no le escuchó—. ¿Qué plan?

—Lo sabrás a su debido tiempo.

Sonreí y dejé un beso en su nariz antes de levantarme de la cama y acercarme a la maleta para buscar algo que ponerme. Me decanté por unos jeans negros y una sudadera gris, junto a mis amadas Converse. Empecé a desvestirme sin tener en cuenta la presencia de Lucas, por lo que me sorprendí cuando me abrazó por la espalda y él mismo terminó de quitarme el pantalón del pijama.

—Deja que te ayude... —ronroneó en mi oreja, haciéndome andar hacia atrás—. ¿Qué te parece si te visto yo?

—Me parece que sé hacerlo solita, pero gracias por el ofrecimiento —dije riendo.

—Oh, claro que sabes, pero solo conoces la manera aburrida. —Se puso frente a mí con una sonrisa pícara en el rostro y no pude evitar suspirar—. Yo te voy a enseñar una más divertida.

Sin previo aviso, Lucas me empujó y tropecé con la cama, cayendo de espaldas sobre el colchón. El chico se deslizó entre mis piernas y ascendió mirándome con los ojos llenos de picardía. Me mordí el labio por instinto y cuando llegó a la altura de mi rostro, sonrió con superioridad.

—Hola —ronroneó, rozando su nariz con la mía.

—Hola —respondí riendo.

—¿Quieres saber cuál es la forma divertida?

—Por supuesto —sonreí traviesa.

Lucas no esperó para rozar su abultada entrepierna contra mi zona íntima. Un gemido se escapó de nuestras bocas y el pelinegro apretó en un puño las sábanas de mi cama, sin dejar de frotarse contra mi intimidad y sacándome suspiros que a duras penas lograba ahogar. Llegó un momento en el que Lucas se detuvo y me miró con las pupilas dilatadas y la respiración agitada.

—Si seguimos así...

—Has sido tú el que ha empezado —murmuré—, y ahora vas a terminarlo. Uno no calienta lo que no se va a comer.

A Lucas pareció que el botón de «autocontrol» se le había estropeado con mis palabras. Me besó con tanta intensidad que me costó seguirle el ritmo al principio. Me quitó la camiseta de un tirón y comenzó a tocar mis pechos con necesidad. Ahogué un gemido en su boca cuando pellizcó suavemente mi pezón derecho, y yo recorrí su espalda con mis manos hasta dar con el borde de su pantalón. Se separó un milisegundo para que se lo pudiera bajar junto al bóxer, y su miembro se preparó en mi húmeda entrada, oculta tras las braguitas.

Lucas las bajó de sopetón y se introdujo en mi con un excitante suspiro. Gemí al sentir su calor recorrerme entera, enviando descargas de placer por todo mi cuerpo. Las embestidas empezaron siendo lentas mientras nos besábamos con pasión. Llegó un momento en el que ni él ni yo pudimos aguantar un ritmo tan flemático y Lucas decidió cambiar de posición. Me dio la vuelta, mirando directamente al colchón, y elevé el trasero para darle un mejor acceso.

Cuando entró de nuevo en mí, yo tenía cuatro puntos de apoyo y una sensibilidad mayor. Mordí la sábana con fuerza para que mis gemidos no se oyeran demasiado y no pude evitar deleitarme con las caricias que Lucas proporcionaba a mi espalda y los húmedos besos que dejaba sobre mi hombro. No sé cuánto tiempo estuvimos en esa posición, pero volvió a cambiar al cabo de un rato; me cogió en brazos y me penetró con la espalda apoyada en la pared. Nos mirábamos a los ojos, llenos de deseo, y uníamos nuestras bocas en apasionados besos que muchas veces acababan en el contorno de nuestros cuellos.

Llegué al éxtasis con un potente gemido que Lucas tuvo la cortesía de ahogar en sus labios, y por sus gruñidos placenteros entendí que él también llegó. Salió de mí y apoyó su frente en la mía, tratando de recuperar el aliento. Sonreí.

—Clare nos avisó de que dejáramos el mañanero para más tarde.

—Y yo sigo pensando que al dejarlo para más tarde, deja de ser un mañanero —dijo, dejando un beso suave en el borde de mi mandíbula.

Reí y le besé, acunando su rostro entre mis manos. Luego, me bajó y cuando mis pies volvieron a tocar el suelo, avancé hasta la puerta y me aseguré de que no había nadie en el pasillo. Me giré hacia Lucas, que me miraba extrañado mientras se subía el bóxer y se anudaba los pantalones, y cogí la ropa que había preparado antes de que... Bueno, antes de que Lucas me interrumpiera tan inesperadamente.

—Voy a darme una ducha —advertí.

—¿Puedo? —Su sonrisa era la de un niño pequeño viendo por primera vez un parque de atracciones, pero reí y negué—. ¿Pero por qué?

—Porque quiero tardar poco y tú solo me retrasarías —dije sonriendo.

—Eso es mentira. —Puso un puchero adorable y se cruzó de brazos, dramáticamente ofendido.

—¿Ah, tú crees? Podría haber terminado de vestirme hace una hora si no hubiera sido por tus métodos poco ortodoxos —le guiñé un ojo antes de salir de la habitación y corrí a encerrarme en el baño.

Me reí al cerrar la puerta; con Lucas todo era inesperado y a la vez maravilloso. Ya me estaba acostumbrando a que todo fuera tan repentino, porque la verdad era que me encantaba que fuera así, que mi aburrida vida, monótona y repetitiva, hubiese cambiado hasta el punto de no saber lo que me esperaba. Lucas había vuelto mi mundo del revés en más de un sentido.

Me duché rápidamente con agua templada y me vestí. Salí del baño y pasé por mi habitación para avisar a Lucas, pero él ya no estaba. Bajé las escaleras y le vi, sentado en la mesa con una tostada mordida en la mano. Los Montero, mi padre y María charlaban animados en el porche, excepto Clare, que me observó con una mirada pícara desde el salón.

—Os he oído.

Fue todo lo que dijo y fue suficiente para ponerme colorada. Mi amiga rio y se levantó para golpear a Lucas en el brazo. El pelinegro la miró molesto, pero no dejó de comer.

—Este chaval es mala influencia para ti, amiga —rio—. Te lleva por caminos lúgubres.

Sonreí.

—Menos mal que no temo a la oscuridad.

***

Faltaban unos pocos minutos para que mi padre y Lucas terminaran de cargar las maletas en Betty y nos pusiéramos rumbo al aeropuerto. Clare hablaba con sus padres, discutiendo las condiciones de su regreso a Nueva York, y María aseguraba a los Montero que cuidaría muy bien de ella.

Yo, por mi parte, caminé despacio hasta llegar a la parte trasera de la casa. Debía despedirme de mi madre. Una lápida de piedra en forma de cruz estaba clavada en un suelo de tierra removida, y tenía escrito con letras doradas el nombre de mi madre, y su fecha de nacimiento y defunción. Realmente no estaba enterrada aquí, pues ella pidió que quemaran su cuerpo y que mi padre guardara las cenizas en un hoyo en el suelo, en la casa donde habían crecido como matrimonio y como padres, para protegerla ante cualquier cosa.

—Hola, mamá —dije, arrodillándome a limpiar el polvo anaranjado que cubría la piedra—. Vengo a despedirme de ti. En unas pocas horas, cogeremos un avión para volver a Nueva York. Yo... Siento no haber podido despedirme de ti como debía. El dolor... —Hice una pausa, sintiendo un pinchazo en el pecho—. Lo siento, por todo. Ojalá hubiera tenido algo más de tiempo para cuidarte, ojalá hubiera llegado a tiempo. Lamento haberte fallado precisamente a ti, mamá, pero hoy te hago una promesa que no pienso romper —suspiré, dejando una mano sobre la lápida y poniendo la otra sobre mi corazón—. Te prometo que ayudaré a Lucas, para que el amor que viste en nosotros, el que nos unía, jamás se pierda ni se rompa. Te prometo ser feliz, graduarme y ayudar a las personas, ayudar a la gente que me necesite. No pude ayudarte a ti, mamá, pero te prometo que seré la enfermera que tú querrías que fuese, y que estarás orgullosa de mí.

Sonreí; se me saltaron las lágrimas, pero estaba feliz. Feliz de hacerle una promesa que, por supuesto, cumpliría, feliz de haberme despedido de ella, feliz de amar la enfermería y poder cuidar de personas que, como ella, no pierden la esperanza por muy cercano que esté el final. Feliz porque a pesar de todo, ella siempre estará a mi lado, unida a mí, en mi corazón.

—Ya está orgullosa de ti.

Me sobresaltó la voz de Lucas, que me miraba apoyado en la madera de la casa, con una sonrisa triste y los brazos cruzados.

—¿Ya nos vamos? —pregunté, limpiándome las lágrimas con la manga de la sudadera.

Lucas asintió. Me levanté del suelo y me sacudí el polvo adherido a los jeans. El pelinegro me ofreció su mano, y la acepté, dejando un beso en su mejilla.

—Adiós, Helena —murmuró, antes de girar la esquina de la casa.

—Adiós, mamá.

Hasta aquí :) No olvidéis votar y comentar :D

Abrazo de oso, Vero~~

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro