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Capítulo 22

Iria

La muerte. Ese es el destino de nuestras pequeñas vacaciones por la vida. Nacemos, crecemos, hacemos como que vivimos y, finalmente, morimos. Fingimos que todo es mucho más simple que ese concepto, pero ¿y si no es así? Nadie ha muerto nunca y ha vuelto para contar qué tal la experiencia. Y si alguien lo hiciera, ¿realmente estaríamos preparados para escuchar lo que nos tiene que decir? ¿Y si no es lo que nosotros creíamos? ¿Y si es dolorosa cuando estás en calma, y tranquila cuando estás sufriendo? ¿Y si no se divide en un Cielo y en un Infierno? ¿Qué pasaría con los dogmas de religión, entonces? ¿Qué sería de nosotros si la muerte no se parece en nada a como creemos que es?

Todo ser tiene que vivir y también tiene que morir. Unas veces es injusto para unos, y otras pensamos que es exactamente lo que se merecía. El reino animal es así: cada uno mira por sus propios intereses, y por mucho amor que le tengas a una persona, probablemente otra la odia. Da igual quién viva o muera, el problema es cuando es alguien que conocemos o nos importa. En los informativos aparecen miles se personas fallecidas a las que no conocemos y no nos sentimos mal por ellos. Ah, pero si muere el vecino, el abuelo, el hermano, el amigo, el novio, ya sí, ¿no?

Siempre he pensado que la gente no le tiene respeto a la muerte. Piensan que es algo banal, algo que solo tiene importancia cuando ocurre a tu alrededor. Nunca he creído que realmente morir fuera así de simple. Todo tiene una complejidad que muy pocos estamos dispuestos a ver y afrontar. Estoy segura de que cuando mi madre se encontraba en esa cama luchando por su vida, se dio cuenta de lo que realmente significaba morir. La muerte es algo que no podemos explicar con palabras, porque literalmente no sabemos definir lo que viene después de ella.

Unos piensan que las personas nos dividimos en los que van al Cielo o al Infierno; otros hablan de un paraíso; otros, de un gran salón en el que te sientas a comer y beber con unos dioses que, realmente, no sabes si existen; otros piensan que cuando mueres, vuelves a nacer siendo alguien o algo diferente.

Yo, sinceramente, no lo sé. No creo ninguna de esas cosas, pero tampoco puedo desmentirlas. No puedo saber lo que es la muerte si nunca he muerto. No puedo sentir lo que siente una persona cuando está a punto de perder la vida. Nadie sabe cómo es la muerte, ni lo que te espera cuando te llega el momento. Lo único que podemos saber con certeza es que vida solo hay una y es la que te está tocando vivir ahora, en este mismo instante. Puedes estar desperdiciándola o aprovechándola al máximo, eso solo puedes juzgarlo tú mismo. Solo hay que recordar, que cada día puede ser el último y hay que vivir como cada uno desea hacerlo, sin límites ni reglas.

Cuando mi madre se fue, me desmayé del dolor que me causó su pérdida, y mientras estaba inconsciente, tuve tiempo de pensar en ello. O tal vez solo fue un sueño. Solo sé que me di cuenta de que no podía sufrir su pérdida mucho más tiempo, pues aún tenía una vida por delante y necesitaba vivirla cuanto antes. Aún me quedaban personas que realmente me importaban y estaba segura de que no querrían verme mal mucho más tiempo. Sabía que, al abrir los ojos, la realidad estaría ahí, esperando mi despertar para golpearme con fuerza. Sin embargo, estaba preparada para recibirla y, por eso, abrí los ojos.

***

Me desperté con el cuerpo entumecido y los ojos tremendamente hinchados. Una debilidad desbordante me impidió levantarme abruptamente de la superficie blanda y cómoda en la que descansaba. Me sentía extraña, como si la que acabara de despertar no fuera yo o me faltara algo importante. De pronto, apareció en mi campo de visión una figura borrosa. Parecía una sombra que no paraba de contorsionarse, como si estuviera sufriendo espasmos.

El miedo me llenó por completo e intenté escapar de aquella horrible figura, que parecía tener tentáculos donde debía haber brazos, y quería atraparme. Grité, pero ningún sonido salía de mi garganta. Mis cuerdas vocales estaban apagadas o fuera de cobertura. No funcionaba. Estaba rota.

Luego, entendí por qué no podía moverme, entendí el porqué de mi debilidad, pues la imagen de mi madre, Helena, apareció proyectada ante mí. Recordé el dolor que había sentido en el pecho, justo en el corazón, al sentir que este se esfumaba junto a la vida que tuvo mi madre. Pero me di cuenta de que seguía ahí; podía escuchar su latido, podía sentir la vibración de cada sístole y diástole en mis venas.

¿Por qué mi corazón sigue latiendo, si he perdido a mi madre? Esa pregunta no tardó en responderse sola. Aquella figura que amenazaba con atraparme con sus horribles tentáculos, fue cobrando forma y color, y lo primero que distinguí fue el azul profundo de sus ojos. Un océano inmenso se escondía en esos iris que tanto misterio escondían y que solo yo pude descubrir.

Yo fui el osado marinero que se atrevió a surcar sus aguas y había llegado ileso a una pequeña isla, a pesar de las tormentas que azotaron mi barco y quisieron hundirme, como a muchos marineros antes que yo. Ese mar no quiso verme naufragar porque vio que era capaz de surcar sus olas y esquivar las rocas que se interponían en mi camino.

Lo siguiente que distinguí de la figura fueron sus labios, carnosos y suaves, agujereados por ese arito plateado que me encantaba, y me gustaba mucho más cuando lo enganchaba con sus dientes perfectos a la hora se morderse el labio. A continuación, su cabello, negro como el carbón. Adoraba que mis manos se perdiesen surcando los hilos de su pelo, sedoso y a veces punzante, sobre todo cuando se lo cortaba. Vi la barba de dos o tres días que crecía oscureciendo ligeramente su mandíbula. Observé que aquellos tentáculos que tanto me asustaban solo eran sus fuertes brazos que trataban de sostenerme y abrazarme.

Finalmente, distinguí el perfecto cuerpo de Lucas junto a mí. Su boca se movía, pero solo escuchaba sonidos ahogados y lejanos, una voz extraña y tosca hablándome. De pronto, un cosquilleo recorrió mi espina dorsal; noté sus labios carnosos rozar con el lóbulo de mi oreja mientras ascendía, para hablar más cerca de mi canal auditivo:

—Pepitas.

Ese nombre. Ese era el mote que Lucas me había puesto, un sobrenombre algo tonto, pero que me encantaba tanto como a él. Le enamoraban las pecas que tenía en el rostro, esas manchitas color avellana esparcidas por mi pálida piel, llenando mis pómulos y mi nariz. Sentí un beso en la mejilla. Quería más, así que intenté moverme. Recibí otro besito, esta vez en la nariz. Logré mover la pierna derecha y Lucas besó mi frente. Conseguí mover la pierna izquierda y también el brazo. Volví a sentir un beso en la otra mejilla y, finalmente, logré mover el otro brazo e incorporarme.

Mis oídos se activaron, mis cuerdas vocales vibraron, mis ojos pudieron ver algo más que a Lucas. Estaba en mi habitación, en la cama, cubierta con las sábanas, y María estaba sentada a mi izquierda, mirándome con su típica y dulce sonrisa. A mi derecha estaba Lucas, con la sonrisa más sincera, tierna y amorosa que jamás había visto. Ese día, con ese despertar, observando los labios de Lucas, me enamoré aún más si es que era posible, y supe que lo que yo sentía por él no podía quitármelo nadie, ni siquiera la muerte.

—Lucas...

—Hola, Pepitas —susurró—. ¿Cómo te encuentras, bella durmiente?

—Cansada... —murmuré, sintiendo un pinchazo en la cabeza—. ¿Qué...?

—Espera —interrumpió Lucas—, aún no. Primero tienes que comer algo, ¿de acuerdo?

Asentí. No recordaba la última vez que comí, tal vez se debía a eso mi debilidad. Lucas se apartó para que María pudiese depositar a mi lado una bandeja con un plato de caldo humeante junto a un vaso de agua. Con mucha paciencia y tranquilidad, me comí la sopa. María y Lucas observaban todos mis movimientos, pero no me ponía nerviosa su presencia: agradecía que se hubieran preocupado por mí y, sobre todo, que estuvieran a mi lado.

Cuando terminé la sopa, María se llevó la bandeja dedicándome una agradable sonrisa, y salió de la habitación, dejándome a solas con Lucas. Este me miró un par de veces mientras masajeaba sus manos, sin decir una sola palabra. Lógicamente, me olía a chamusquina. Pocas veces había visto a Lucas nervioso y sabía que algo había pasado.

—Lucas...

—Estoy tratando de encontrar las palabras adecuadas, Pepitas —suspiró—. No sé cómo decírtelo...

—Sé que me mi madre ya no está. —Un pinchazo en el pecho me hizo detenerme a mitad de la frase—. Cuéntame qué ha pasado, por favor...

Lucas me miró inexpresivo unos minutos. Al final, se pasó las manos por el cabello y comenzó a relatar:

—Estaba hablando con Dylan cuando te escuché gritar. Mentiría si te dijera que no me entró pánico al escucharte. Ni siquiera me dio tiempo a darle explicaciones a Dylan, fui corriendo a buscarte —Lucas se movió un poco sobre la cama—, pero no estabas en tu habitación. Cuando me di cuenta de dónde venían tus gritos... Lo supe. Estabas tirada en el suelo, llorando y gritando como si te hubieran clavado cientos de cuchillos por todo el cuerpo. —Hizo una pausa y se frotó los ojos; por las bolsas oscuras que había bajo ellos, supuse que no había dormido mucho y automáticamente me sentí culpable por ello—. Se me partió el alma al verte así. Te cogí y traté de tranquilizarte, pero te desmayaste y me asusté aún más. Te traje a tu cuarto y llevas aquí dos días —abrí los ojos todo lo que pude. ¿Dos días inconsciente?—, teniendo pesadillas constantemente, pero sin despertarte, yo...

—Lo siento, Lucas... —Temí ponerme a llorar, por lo que miré al techo, arrepentida de habérselo hecho pasar tan mal.

—No me tienes que pedir perdón —murmuró—. Has perdido a tu madre y lo entiendo.

—Pero no es razón para haberte hecho sufrir así, yo... ¿Cuánto has dormido?

Lucas tragó saliva y volvió a frotarse los ojos; lucía cansado, agotado, más bien, y parecía estar al borde de caer rendido en algún momento.

—No lo sé —suspiró—, cinco horas, más o menos.

—Ven.

El pelinegro me miró sin comprender. En respuesta, destapé una parte de la cama y le indiqué que se tumbara a mi lado. El chico lo hizo sin rechistar; se quitó las zapatillas y la camiseta y se quedó con un pantalón de deporte negro. Se metió en la cama y yo lo tapé con las sábanas, volviéndome a tumbar junto a él. Lucas rodeó mi cintura con sus fuertes brazos y me apretó contra su pecho. Sentí sus músculos bien definidos apretarse contra la tela de la camiseta de pijama que llevaba puesta, y el calor que emanaba su cuerpo se coló por cada poro de mi piel, reconfortándome. Yo le abracé por el cuello y perdí mis manos en su cabello. El joven ocultó la cabeza en mi pecho y dejó un par de besos sobre mi esternón.

—No tenías por qué quedarte a mi lado...

—Yo siempre estaré para ti, Pepitas —bostezó, y besó de nuevo la zona donde latía mi corazón, desbocado por su presencia junto a mí—, justo aquí.

Fue todo lo que dijo antes de quedarse profundamente dormido. Acaricié su pelo con una gran sonrisa.

—Ahora tú tienes mi corazón —susurré—. Te quiero, Lucas O'Dell.

***

Pasó al menos una hora hasta que Lucas decidió soltarme y darse la vuelta en la cama. Yo no había dejado de sonreír al verle dormir con tanta paz, en calma, y no había podido evitar acariciar su cabello hasta que se removió. Me levanté de la cama con cuidado de no despertarle, cogí algo de ropa de la maleta y salí de la habitación sin hacer ruido. Fui al baño a darme una ducha corta y me vestí con unos shorts vaqueros, una camiseta de tirantes blancas y una camisa a cuadros roja.

Bajé las escaleras descalza hasta la mitad, y me detuve al oír voces conocidas, provenientes del salón:

—Lo siento tanto, Zack —reconocí esa voz: era Yanise, la madre de Clare—, ojalá hubiéramos podido venir antes.

—No te preocupes, Yanise... Agradezco vuestra presencia.

—No tienes que agradecernos nada —habló Robert, el padre de mi amiga—, habríamos venido tarde o temprano.

—¿Puedo ver a Iria ya? —Esa voz fue la más inesperada de todas y, al escucharla, mi corazón dio un salto y bajé las escaleras de dos en dos.

Los ojos verdes de Clare conectaron con los míos cuando me vio bajar las escaleras como si una estampida de elefantes estuviera pasando al lado de la casa en ese instante. Una sonrisa surcó sus labios y corrí hacia ella. Mi mejor amiga y yo nos fundimos en un abrazo, casi llorando.

—¡Puta!

—¡Guarra! —exclamé, tratando de aguantar las lágrimas de alegría que se agolpaban en mis ojos—. Cuánto te he echado de menos, Clare.

—Y yo, tía. —Mi amiga no pudo contenerse mucho tiempo y empezó a llorar como una magdalena—. Dios, no sabes cuándo siento no haber estado a tu lado...

—No te preocupes, Clare, ahora estás aquí —murmuré.

—Pues no sabes lo mejor. —La morena se separó de mí con las mejillas húmedas y una enorme sonrisa; sus ojos brillaban de felicidad, igual que los míos—. Me quedo. Vuelvo a Nueva York.

—¿Qué? —Mi voz salió en forma de gallo, y Clare se rio.

—Que vuelvo contigo, tonta. Voy a quedarme aquí, no pienso volver a Inglaterra.

La miré sin poder creerlo. Esa era justo la noticia que necesitaba escuchar. Miré a sus padres, que sonreían al ver nuestro reencuentro, y luego a mi padre, que también sonreía, pero el gesto no le llegaba a los ojos, sumergidos en una honda tristeza. Automáticamente me sentí mal por eclipsar la muerte de mi madre con el reencuentro de mi mejor amiga.

—Papá... —Clare pareció comprender que tenía que ir a su lado, y se separó de mí acariciando suavemente mi brazo. Se posicionó al lado de su madre, quien cogió su mano, y yo avancé hasta mi padre—. No sabes cuánto lo siento, yo...

—Lo importante es que estás bien, Iria —suspiró, y sus ojos cansados y dolidos se llenaron de lágrimas—. Por un momento pensé que te perdería a ti también, pero veo... Ahora veo que ese chico ha cuidado muy bien de ti.

Sonreí tristemente al pensar en Lucas; el pobre no había dormido apenas en dos días por estar a mi lado, cuidándome, y en ese momento también me sentí culpable por mi padre, que había tenido que enterrar a mi madre solo, sin su única hija al lado.

—Debo admitir que me pareció mal chico al principio —rio—, pero he visto cómo te mira y cómo le miras tú a él... Agradezco enormemente que te cuide y te quiera, es justo lo que quiero para ti, cielo.

—Gracias, papá.

Le abracé con todo mi cariño a flor de piel y él me acunó en sus brazos como cuando era pequeña. Padre e hija, eso éramos, y aunque habíamos perdido a una gran mujer, la que aportó luz a nuestras vidas, sabíamos que nos cuidaría allí donde estuviera. Yo siempre llevaría a mi madre en el corazón, y mi padre aún más, pues fue el amor de su vida y jamás podría estar con otra mujer que no fuera ella, aunque mi madre hubiese querido que continuara su vida y fuera feliz, tal y como me pidió a mí instantes antes de morir.

Me separé de mi padre y le dediqué una tierna sonrisa. Luego, me giré para saludar a Robert y Yanise, y aunque todavía seguía sintiendo rencor por haberme alejado de mi mejor amiga, agradecí en silencio que hubiesen venido.

—Hemos decidido que Clare puede volver a Nueva York —suspiró Robert, mirando de reojo a su hija—. Tenemos claro que te necesita y tú a ella, y aunque no es que me guste mucho que mi princesa tenga una rana como novio... —Su hija golpeó a su padre en el hombro y su madre rio—. Parece buen chico.

Clare se acercó a mí y se sentó conmigo en el sofá.

—Es buen chico, papi. —Mi amiga sonrió de lado y se acercó a mi oído para susurrarme algo—. ¿Sabes? Si no les hubiese dicho que estabas mal por tu madre, probablemente no habrían cambiado de opinión.

—Me alegra que la muerte de mi madre te haya servido como chantaje, Clare —dije poniendo una mueca de dolor fingida.

—¿Qué? ¡No, por Dios! No quería decir eso...

Reí sin poder evitarlo. Había echado de menos a Clare más de lo que quería admitir. Estos meses sin ella me había dado cuenta de las muchas cosas que me guardaba para mí y de la necesidad que tenía de contárselas a alguien. Me había dado cuenta de que echaba de menos ver pasarelas de moda con ella todos los domingos, de que ansiaba sentirme obligada para ir de compras y de que echaba de menos que se pidiese todo el menú de la cafetería. Las mejores amigas son para toda la vida, pensé, y Clare no podía estar más de acuerdo.

Pasamos el resto de la tarde sentadas en los escalones del porche, bebiendo limonada que había preparado María y charlando sobre todo lo que había pasado esos últimos meses. Le pregunté por sus clases en Oxford y por sus amistades británicas, y ella a mí por Lucas y Dylan y por todo lo que se había perdido.

—La verdad es que hice un par de amigos, pero no creo que, ahora que me voy, pueda seguir llamándolos así —musitó, dando un largo sorbo a su limonada—. No hay amistad que se compare con la tenemos tú y yo, Iria.

—Brindo por ser inigualable —dije, chocando mi vaso con el suyo y sintiendo que el ego de Lucas empezaba a adherirse a mi personalidad—. Yo solo me he juntado con Dylan en la universidad. La verdad es que con todo lo que ha pasado estos meses, no he tenido tiempo de hacer amigos.

—Ni falta que hace, con tenerme a mí, tienes suficiente.

—Y me sobra —reí—. No sé si Dylan te haya puesto al día de todo lo que se nos viene encima... Me dejaste preocupada cuando me dijiste que no querías seguir con él.

—No le dije nada. La verdad es que lo pensé mucho y... No quería terminar mi relación con él. Nunca me arruinó la vida, más bien... me hizo sentir viva. Todavía no sabe ni que vuelvo a Nueva York y, por favor, ¿Dylan? ¿En serio? Es igual de superficial que tú —musitó—. Me lo ha contado todo Lucas.

La miré como si le hubiera salido un tercer brazo en plena cara. Tanto secretismo, tanta superficialidad a la hora de hablar de los problemas de Lucas, para que vaya este y se los cuente a la primera de cambio.

—¿Cómo puede ser tan hipócrita? —bufé.

—No le culpes, puede que yo haya insistido un poco también desde que llegué. Algo me olía a chamusquina desde que lo conocí. —Tamborileó con sus dedos en el vaso, haciéndose la inocente—. Lo bueno es que yo también estoy en el ajo ahora, y podré ayudaros.

—¿Cómo?

—Bueno, la pelea contra Frank no se puede evitar, eso está claro, y quedan menos de dos semanas para el combate —admitió, y supuse que no sabía nada acerca de que Dylan también estuvo metido en el Infierno del que Lucas trataba de salir—, pero podemos joderle de alguna manera...

Hasta aquí el capi :) No olvidéis votar y comentar :D

Abrazo de oso, Vero~~

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