Capítulo 18
Iria
A pesar de que no había dormido mucho y de los constantes chantajes sexuales de Lucas para quedarme en casa, fui a la universidad. Era lunes, y aunque ese fin de semana había sido hermoso y perfecto, era hora de volver a la cruda y triste realidad, que suponía levantarse cuando apenas había dormido una hora y volver a ver la cara a la profesora de Bioquímica. Lucas me dejó en el campus, y con el rostro serio me advirtió que volvería por mí nada más las clases finalizaran.
Su preocupación era completamente normal, viendo cómo habían quedado las cosas con su jefe Frank y sus lacayos, pero veía exagerada su reacción al decirme «no te separes en todo el día de Dylan», quien me esperaba en la entrada de la universidad y lucía como el segurata de una discoteca. Me despedí de Lucas con un tierno besito en los labios, y bajé del coche, tratando de no llamar la atención entre los demás estudiantes, que miraban el coche de Lucas con la boca abierta. Disimuladamente, me acerqué a Dylan, y cuando pensé que nadie me miraría raro, mi joven amigo chilló:
—¡QUE NADIE SE ACERQUE A IRIA SI NO QUIERE SUFRIR UN TERRIBLE TERRIBLE DESTINO!
—¿Se puede saber qué haces? —susurré entre dientes, tratando de evitar a la gente que miraba a Dylan como si se hubiera metido un chute de droga—. Quiero parecer normal, no una cantante famosa.
Dylan sonrió.
—Te queda bien lo de tener un guardaespaldas tan encantador y servicial.
—Y loco —añadí con retintín, pero luego reí—. Debiste de hablar mucho con Clare ayer.
—No te lo niego —sonrió—, tanto ella como yo necesitábamos vernos y reír un rato. Hay mucha tensión últimamente.
—¿Lo dices por lo que está pasando con Lucas?
El joven moreno asintió.
—Desde luego, ya no tengo ninguna duda: Lucas es estúpido.
—Podrían hacerle un monumento a «chico más estúpido de la galaxia» —sugerí riendo.
—Si le quisiéramos mandar a otros planetas para establecer la paz, nos lo devolvían a patadas y encima destruirían la Tierra —afirmó—, pero bueno, lo que hizo está bien si ha sido para cuidar de ti.
—Sí, pero él no entiende que yo también quiero cuidar de él, y tengo derecho a no querer que le pase nada...
—Te entiendo, hermanita, pero no te preocupes —dijo tocándome ligeramente el hombro—, no estará solo ese día. Yo iré con él.
—Querría ir yo, pero me parece que si se lo propongo, su respuesta será encerrarme en el sótano —chasqueé la lengua.
—Es muy probable.
—Ya... Pero si vas tú, cuida de él y no dejes que le hagan daño...
—Lucas nunca me ha abandonado —soltó—, nunca le abandonaría a él.
Asentí, mientras me invadía una ola de alivio. Ahora que estaba con Lucas, no podía soportar la idea de que le ocurriera algo y yo no pudiera estar con él. No era muy fuerte, y tampoco sabía pelear como Lara Croft, pero no quería abandonarle, no quería que se sintiera tan perdido y solo como cuando su padre les dejó. A pesar de las circunstancias de mis padres biológicos, yo siempre tuve dos guías que me orientaron hacia el buen camino, el que hoy en día conocía, y no hay padres más reales que aquellos que te crían.
Hacía unas pocas semanas que conocía el pasado de Lucas, y hacía varios meses que había entrado en su peligroso mundo, pero sabía que pasara lo que pasara, Lucas y yo venceríamos juntos todos los obstáculos, y aunque lleváramos poco tiempo, el joven me había enamorado desde el primer momento. Algo en él me había llamado la atención desde el principio, y ahora no podía dejarle ir.
Las clases transcurrieron completamente normales. A primera hora tuve Bioquímica, por lo que estuve con Dylan en clase, y aprovechamos el vídeo que puso la profesora para conversar sobre un tema que a él le gustaba más: Clare.
—Ayer estuve hablando con ella —comentó, afirmando mi suposición anterior—. Dice que, por alguna razón, ha visto las clases más serias que aquí. No sé si eso es bueno o malo.
—Oxford es una prestigiosa universidad, no se toman a broma los conocimientos que se deben adquirir allí —expliqué—. Están formando a los mejores.
—Y que lo digas —suspiró—. Parece tener la cabeza metida en las clases incluso cuando ya ha terminado el día. Incluso nuestras llamadas han cambiado debido al estrés al que la someten allí. Apenas hablamos una hora. Ayer fue la excepción.
—Dylan, tiene que estudiar tanto como cualquiera de nosotros. No estarás descuidando tus estudios, ¿no?
El moreno evitó mi penetrante mirada.
—Puede que un poco... Aún queda mucho para los exámenes.
—El semestre terminará en pocas semanas, Dylan —dije frunciendo el ceño—. Te estás distrayendo.
—Es que la echo de menos.
Una mirada de cachorrito triste me hizo relajar un poco mi expresión. Tal vez estaba siendo demasiado dura con él, ya que yo no comprendía en mi propia carne lo que significaba estar lejos de tu pareja.
—Yo también —admití, suspirando—. Hace tanto que no hablamos de pasarelas de moda que siento que todo lo que llevo puesto es de la década pasada.
Dylan rio con sinceridad, aunque procuró bajar el tono para que la profesora no le escuchara.
—Te entiendo —dijo—, yo siento lo mismo, pero con Lucas. Últimamente solo puede hablar de ti, ya no se pasa los entrenamientos hablando de otros boxeadores, analizándolos, ahora... Solo tu nombre sale de su boca. No sé qué narices le has hecho.
Sus palabras me hicieron sentir bien. En mi corazón, una oleada de cariño se bombeó por mis venas y quise gritar de alegría y felicidad. No podía creerme todo lo que me estaba pasando, era algo irreal, y aunque Lucas fuera tan... Lucas, estaba feliz a su lado, aunque sentía la típica inseguridad, esa que se siente cuando un grupo de hombres armados se acerca a la casa en la que convives con un temido boxeador.
No imaginé cuánto cambiaría mi vida cuando le conocí, pero estaba segura de que si hace un mes me hubieran dicho que estaría viviendo con un hombre, que mi mejor amiga se habría ido a estudiar a otro continente y que Lucas se habría convertido en alguien tan especial para mí, lo primero: me hubiera preguntado quién es Lucas, y segundo, me hubiera reído durante tres días seguidos.
—Me halaga saber eso —murmuré, con las mejillas sonrojadas, mientras hacia un garabato en la libreta—. Dylan, dime la verdad. ¿Cómo de grande es el peligro al que se enfrenta?
El joven tardó en responder.
—¿Del uno al diez?
Lo miré y él chasqueó la lengua.
—Veinte.
Nuestra conversación finalizó ahí, pues la profesora había oído el constante rumor de nuestra conversación y decidió acercarse para hacernos callar. Dylan y yo no pudimos hablar más, pero fue suficiente para mí saber que todo lo que habíamos construido en tan poco tiempo estaba a punto de ser destruido. Una sensación de malestar se instaló en mi pecho durante toda la mañana, hasta que terminaron las clases.
A la salida, Dylan esperó a mi lado a que Lucas viniese a recogerme, y el pelinegro apareció casi diez minutos después del toque de salida, en el deportivo. Esta vez, apagó el motor del vehículo y bajó para saludarme con un pequeño beso en los labios y un apretón de manos muy varonil a Dylan.
—¿Algo raro?
—Nada, colega, la mañana ha estado muy tranquila —respondió el castaño, sonriendo—. Puedes llevarte a tu princesa al castillo sin tener que matar ningún monstruo por el camino.
Una sonrisa apareció en el rostro de Lucas, antes de dar una palmadita en el hombro de su amigo y girarse hacia mí, indicándome con la mirada que subiera al coche, y así hice. Me despedí de Dylan agitando levemente la mano y, en menos de un segundo, salimos disparados hacia la carretera. Miré a Lucas por el rabillo del ojo y noté que aplicaba demasiada fuerza en el volante.
—¿Qué ocurre?
Lucas me miró un instante y volvió a dirigir la vista al frente.
—Esta mañana he ido a hablar con mi padre.
Tragué saliva; eso no podía ser nada bueno. No pregunté nada más porque no fue necesario. Lucas comenzó a hablar sin pedírselo yo:
—Necesitaba que nos retrasara los pagos —murmuró frotándose la barbilla—. No tengo tiempo para ir a otras peleas, tengo que entrenar mucho para ganar a Frank.
—¿Le has explicado el problemita con tu jefe? —pregunté.
Lucas asintió.
—¿Y qué ha dicho?
—Nada, en realidad —suspiró—, ¿qué va a decir? ¿Que ojalá me maten? Los dos sabemos que él no es nadie en mi vida.
—Lo sé...
—Lo peor es que se ha negado. —Lucas apretó el volante con más ganas mientras giraba en una curva—. No sé de dónde voy a sacar el dinero para pagar la hipoteca.
—Yo te ayudaré, tengo dinero guardado para...
—No, Pepitas.
—¿Por qué no? —cuestioné, algo ofendida—. No tienes que hacerlo todo tú solo, Lucas.
—Sé que ese dinero es para la universidad, no lo vas a malgastar en el café.
—Pues lo haré, quieras tú o no —resoplé, mirando fijamente el paisaje que pasaba fugaz por la ventanilla.
—Pepitas, de verdad que te lo agradezco, pero no es necesario —finalizó.
No quise decir nada más, ya que era sabido por todos hasta qué punto era capaz de llegar su tozudez. Llegamos a su casa al tiempo que mi estómago rugía feroz, ansiando comida que digerir. María no estaba, seguramente estaría en el café, pero nos había dejado arroz, huevos fritos y salchichas muy cerca del calor residual de la vitrocerámica. Lucas repartió la comida en dos platos mientras yo preparaba la mesa, y comí gustosa hasta la última miga. Después, Lucas y yo fregamos los cacharros y subimos a la habitación.
Me tumbé en la cama y suspiré mirando al techo. Había sido un día agotador y me apetecía descansar, pero Lucas tenía otros planes. El chico se posicionó sobre mí con una sonrisa traviesa en el rostro. Elevé una ceja y le miré divertida.
—¿Qué te pasa, leoncito? ¿Te has quedado con hambre? —pregunté.
Lucas se mordió el labio y me derretí como un bombón al sol. Su mano derecha acarició mi mejilla con suavidad y continuó delineando mi mandíbula y mi cuello. No dejaba de mirar mi boca y mi corazón había empezado a latir de forma que creí que se saldría de mi pecho y se lanzaría a él desesperado.
—Ya no tengo mucha hambre —ronroneó—, pero no he tomado postre, y ese eres tú.
Cerré los ojos cuando sus labios se posaron sobre los míos, tan lento que me dolía. Quería más, necesitaba sentirle más cerca, y él pareció leer mi mente, pues intensificó el beso rápidamente. Su lengua jugaba con la mía a un ritmo casi melódico, y sus manos seguían acariciando los contornos de mi rostro, mientras que las mías levantaban su camiseta y tocaban cada músculo del chico, memorizándolo.
Lucas se perdió en mi cuello y un mar de suspiros llenó la habitación. Levantó mi blusa y observó con deseo mis pechos, cubiertos por un sujetador azul, que muy pronto dejó de estar ahí. Gemí cuando empezó a dejar besos y pequeñas mordidas en mi piel y cuando apretó mis pezones con sus callosos dedos. Arqueé la espalda cuando su boca atrapó uno de ellos y mi entrepierna me repetía una y mil veces que estaba lista para algo más.
Sin embargo, mi teléfono empezó a sonar, y por mucho que quisimos ignorarlo y continuar en lo que era importante, el penetrante sonido del aparato cesó nuestra actividad. Lucas se tumbó a mi lado y resopló mientras yo cogía el móvil y sin mirar la pantalla, respondí con fastidio:
—¿Sí?
—Iria, cariño.
Rápidamente me senté en la cama con una sonrisa.
—¡Papá! —exclamé, y sentí la mirada de Lucas en mi nuca—. ¡Cuánto tiempo sin hablar! He estado muy ocupada con la universidad estos últimos días...
La línea se quedó en silencio unos minutos y una arruga se ubicó en mi frente: algo no iba bien.
—Cielo, tienes que venir a Texas —suspiró, cansado—. Sé que estás en pleno semestre, pero... Tu madre...
En ese momento, mi cerebro desconectó. Aunque mi padre hablaba, mis oídos no eran capaz de recibir ningún sonido. Mi madre... No, ella no. Me lo había dado todo y no podía imaginar un mundo sin ella, sin la mujer que me sacó del orfanato y me crío como suya. Ella no.
—Papá, mañana mismo estoy allí, cogeré el primer avión que salga —dije sin pensar lo que estaba diciendo—. Te quiero.
Colgué y sentí las lágrimas inundar mis ojos. Mi madre no podía... Dios, no, y menos si yo no estaba allí para cuidarla.
—¿Pepitas?
La voz de Lucas me devolvió al mundo real. Dejé de pensar en lo que podría pasar, y empecé a entender lo que estaba pasando realmente. Tenía que ir a Texas, a mi casa, y cuidar de mi madre, pero Lucas debía quedarse y entrenar, pues su pelea era en dos semanas y no estaba preparado.
—¿Estás bien, Pepitas?
Me giré a verle y en su mirada percibí preocupación. Automáticamente se sentó junto a mí y tomó mis manos.
—¿Qué ocurre? Estás más blanca que el papel. —Entrelazó nuestros dedos y llevó mi mano izquierda a sus labios para dejar un casto beso en el dorso—. Cuéntame.
—Es mi madre, Lucas —suspiré, mirándole con tanto temor que creí mostrarle una película de terror—. Está muy enferma y mi padre me ha pedido que vaya por si...
No pude acabar la frase porque un nudo se instaló en mi garganta. No me dejaba hablar y me dificultaba respirar. Lucas abrió mucho los ojos, y su mar azul me envolvió en un vaivén reconfortante, como si me mecieran las olas en calma de un amplio océano. Respiré profundamente antes de continuar:
—Debo ir.
—Lo sé —murmuró—, y yo iré contigo.
—¿Qué? —le miré ceñuda—. Lucas, la pelea...
—Tú eres más importante, Pepitas. No te dejaré sola en un momento tan importante para ti. —Lucas me abrazó y dejó un beso en mi mejilla—. Estoy contigo, Iria, y haremos ese viaje juntos.
—Se me hace raro que me llames Iria —reí.
Lucas me miró con cara de póker.
—De todo lo que te he dicho, ¿te quedas con que te he llamado Iria? —bufó—. Eres muy poco romántica.
—Oh, disculpa, se me olvidaba que eres todo un seductor —reí con más ganas y Lucas empezó a poner unos pucheros tan adorables que temí que mi corazón explotara de amor—. Te lo agradezco, pero no tienes que venir si no quieres... Tienes que entrenar.
—Eso da igual —musitó, cogiendo un mechón de mi pelo y enrollándolo en su dedo—. Ya veremos cómo hacerlo.
—¿Y tú madre, Lucas?
El mencionado chasqueó la lengua.
—Si quisiera venir...
Asentí. A mis padres no les importaría que María viniese, y seguramente se haría muy amiga de mi madre.No dejaba de pensar en ella y a la vez en Lucas; sentía que iba a fallar a alguno de los dos en ese viaje y, por desgracia, no estaba desencaminada.
Bueno, y hasta aquí el capi :) No olvidéis votar y comentar :D
Abrazo de oso, Vero~~
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