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Capítulo 16

Iria (+18)

Las semanas pasaron completamente fugaces. Mis idas y venidas a la universidad y mis constantes entradas y salidas a la habitación de la residencia se convirtieron en una costumbre, hasta que casi había terminado de vaciarla. Iba a clases, cargaba de cosas la mochila y volvía a casa de Lucas, quien estaba muy atento a todos los movimientos que hacía. Dylan, aunque pensaba que no lo notaba, sabía que me vigilaba cuando Lucas no estaba, y para ser sincera, me andaba con ojos en todas partes por si algo sucedía.

Sin embargo, no ocurrió nada. No hubo más visitas inesperadas, no hubo más avisos, no hubo nada. Todo fue normal esas semanas, salvo la parte en la que llegaba Lucas a casa y subía directamente a verme. Nos pasábamos gran parte de la noche conversando, besándonos, sintiéndonos bien el uno con el otro.

Iba todas las tardes a ayudar a María en el café, luego la ayudaba en casa, y trataba de hacerle todo un poco más cómodo por su edad. Un día en el café, terminó hablándome de la hermosa historia de amor que había vivido con Víctor, el padre de Lucas, y lo feliz que había sido, hasta el momento de profunda y continua tristeza en el momento en que lo perdió. Sin embargo, no me lo contó con tristeza, sino más bien con una sonrisa y la certeza de que esa historia viviría para siempre en su corazón y en su memoria, y más teniendo el fruto de ese amor viviendo bajo el mismo techo que ella.

Por otro lado, hablaba con Clare casi todos los días. Nos preguntábamos qué tal nos iba, acabé contándole lo ocurrido con Lucas y escuché divertida sus grititos de emoción, y supe que ella, aunque se sentía más sola que nunca por no estar con Dylan y conmigo, veía Oxford increíble, con mucha curiosidad y una exquisita belleza que, lamentaba admitir, la cautivó desde el primer instante. Me alegraba saber que se había adaptado bien en la universidad, que todo iba como debía ir, aunque sabía que eso era precisamente lo que habían querido sus padres al mandarla allí, y estaba dándoles la satisfacción de tener razón.

—¿Pepitas?

La voz de Lucas me sacó de mi ensoñación. Llevaba removiendo el café un buen rato, y probablemente me había hablado de algo a lo que no estaba prestando atención.

—Perdón —sacudí la cabeza—. ¿Qué decías?

—Que los unicornios existen —dijo rodando los ojos—. ¿En qué pensabas?

—En todo lo que ha cambiado mi vida en tan poco tiempo —reconocí.

—¿A mejor o a peor?

—Bueno, considerando que nunca había besado a nadie y esta última semana hemos hecho hasta concursos de ver quién besa mejor... —reí—. Por no mencionar que te has intentado meter conmigo en la ducha tres veces, yo diría que a mejor.

Lucas sonrió con sinceridad, pero una sombra oscura tapó sus ojos.

—Deberías aprender a defenderte.

—Con lo bien que iba la mañana —suspiré.

—Lo digo en serio, Pepitas.

—Estas semanas han sido muy tranquilas, han pasado casi tres meses —bufé.

—Lo que no quiere decir que las demás lo sigan siendo —dijo, y yo resoplé, bebiendo un sorbo de café—. Sé que crees que puedes cuidarte sola, no niego que lo hagas, pero te vendría bien tener alguna ayuda.

—¿Te refieres a un spray de pimienta o...?

—Me refiero a golpear en defensa propia —murmuró serio, pero yo ya estaba negándome—. No has probado nunca...

—No me gusta hacer daño a la gente, pretendo ser enfermera, ¿sabes?

—Hay gente que no dudaría en hacerte daño a ti —comentó—. Pensé que te habrías dado cuenta de eso tras nuestro primer encuentro.

Lo pensé un segundo. Tenía razón, no me gustaba hacer daño a la gente, pero las demás personas no eran como yo, y en cualquier momento podían aprovechar mi debilidad para herirme.

—¿A dónde quieres llegar?

—Quiero enseñarte a pelear —sonrió triunfal—, al menos unos golpes básicos de defensa personal.

—No estoy segura... ¿Tú has visto el cuerpo de pajarito que tengo?

—Sí que lo he visto —murmuró, mordiéndose el labio levemente—, pero si tú confías en ti misma, podrás poner mucha más fuerza en tus ataques aparte de la que te proporciona el cuerpo.

Lo pensé unos minutos detenidamente. No quería admitir que, tal vez, algo de razón sí tenía. A lo mejor esos meses eran solo la calma antes de la tempestad, y aquella gente solo se había estado preparando para hacer caer una bomba devastadora sobre nosotros. El peligro era inminente, y no tenía que estar relacionado con los problemas de Lucas para que saliera de su escondite en algún momento.

—Está bien —accedí, sonriendo.

—Muy bien, pues termina de desayunar y cámbiate.

Dicho aquello, Lucas retiró el taburete de la barra y comenzó a caminar hacia el sótano, perdiéndose tras la puerta. Con la boca abierta, y pensando que no se refería a empezar hoy, terminé mi café y subí a mi habitación a ponerme unos leggins grises, un top deportivo negro y una chaqueta de chándal blanca. Me até bien los cordones de las deportivas, me hice una coleta y bajé al sótano, lista para recibir mi primera sesión de defensa personal.

Lucas me esperaba sin camiseta, con unos pantalones cortos azules, mientras se aseguraba las vendas alrededor de las manos. Me miró de arriba a abajo, y vi en el azul marino de sus ojos el deseo de arrancarme la ropa y terminar así la clase. Sonreí de lado y esperé a que se pusiera las vendas en las manos.

—Ponte esto —dijo, tendiéndome un paquetito de vendas iguales a las suyas—, y aprieta bien fuerte para proteger tus manos.

—Creía que me ibas a enseñar a defenderme, no a boxear —reí.

—Vas a golpearme de verdad —dijo, serio—, así que lo mejor es que aprietes y te prepares.

Atónita, negué frenéticamente.

—¿Golpearte? ¿Yo a ti? Sería como luchar contra un oso usando una cuchara —bufé—. ¡Pensaba que sería contra el saco!

—No, Pepitas —sonrió de forma macabra—, tus adversarios van a estar en movimiento, poniendo en práctica toda clase de técnicas para que tú ni les roces, y puedan ganarte. Voy a enseñarte cómo se pelea de verdad.

Terminé de ajustar las vendas en mis manos, con una extraña sensación en el pecho, y pensando que de ahí no podía salir nada bueno. Lucas revisó que me había atado y apretado correctamente las vendas y, acto seguido, me enseñó la postura adecuada para una pelea.

—Tu pie dominante siempre atrás —dijo—, y el izquierdo delante, con el talón recto. Bien, así. El puño de tu mano dominante debe estar también por detrás del izquierdo, para que así, cuando vayas a golpear, tu brazo y tu cadera tengan más recorrido y, proporcionalmente, más fuerza. Intenta estar todo el rato en movimiento, preparada para cuando te puedan atacar y lograr esquivarlo. Un objetivo inmóvil es más fácil de golpear.

Siguiendo sus pasos, y tras varios intentos en los que siempre ponía alguna pega, logré conseguir una postura con la que el joven sonrió complacido.

—Bien. Ahora, voy a acercarme a ti. Voy a ir rápido, y tienes que predecir por dónde te llegará el golpe.

El cuerpo definido de Lucas se acercó a mí, con pasos lentos. Él levantaba los puños de la misma forma que me había enseñado a mí, y en lugar de mirarlos, miraba sus ojos, tratando de adivinar sus intenciones. Fue un acto reflejo el que me salvó del golpe de derecha que intentó propinarme.

—Bien, un poco torpe, pero lo has esquivado —sonrió de lado—. Vamos otra vez.

Estuvimos aproximadamente media hora en la que mi única defensa fue esquivar sus golpes, que se volvían más sucesivos y contundentes a cada rato que pasaba. Comenzaron siendo series que lograba adivinar, pero los aleatorios fueron los más complicados. Cuando Lucas se detuvo, había golpeado mi hombro con suavidad un par de veces.

—No está mal, Pepitas —admitió, sonriendo satisfecho—. Vamos a golpear. Siempre que cierres el puño, el pulgar mantenlo por debajo de tus dedos, perpendicular, no dentro, porque puedes rompértelo. Tienes que intentar darme, por lo tanto, ahora te tienes que ir acercando tú, de la misma forma que he hecho yo.

Asentí, recordando sus pasos rápidos y ágiles sobre la lona, sabiendo a ciencia cierta que no debía mantener los pies quietos en ningún momento. Comencé como él, acercándome lentamente. Intenté golpearle por la derecha, pero se lo olió en seguida, y golpeó suavemente mi brazo, queriendo decirme que así iba mal. Lucas sonreía más con cada intento fallido de rozar tan siquiera un vello de su cuerpo, y mis brazos comenzaban a pedirme un descanso. Fue en el último golpe que intenté darle cuando él lo esquivó abalanzándose sobre mí. No lo vi venir, y en menos de dos segundos mi abdomen residía sobre su hombro.

—¡Oye, bájame!

—¿No te recuerda esto a algo, Pepitas? —rio al ver mi intento fallido de patalear.

—Pues claro que me acuerdo de que pensé que eras un simio en ese momento. ¡Bájame!

—Estate quieta.

Una palmada fuerte en mi trasero me hizo sonrojar, y pataleé con más fuerza.

—¡Te vas a enterar, maldito!

—No le tengo miedo a un minion —se burló, comenzando a subir las escaleras del sótano conmigo en su hombro.

Volvió a palmear mi trasero, dos veces seguidas, y estaba segura de que estaba roja de vergüenza y no porque se me bajara toda la sangre a la cabeza.

—¡Lucas! —chillé, al ver que también subía las escaleras del primer piso.

—Tienes un buen culo —murmuró, y ya podía ver la sonrisa burlona que había aparecido en su rostro—. Creo que me lo quedaré.

—¡Soñar es gratis! ¡Bájame!

—Tus deseos son órdenes.

De pronto, me vi desplomada sobre la cama de Lucas, y el muy bien formado cuerpo de este ocupó un puesto especial en la puerta, impidiéndome la salida. Aunque me acerqué a él con intención de golpearle, sus manos atraparon mis muñecas y me tiró de nuevo a la cama, esta vez, atrapando mis piernas con las suyas e impidiéndome ponerme de pie.

—Aparta —resoplé.

—¿Estás segura? —Una sonrisa pícara asomó en su rostro.

—Segurísima.

Lucas hizo el amago de pensar en liberarme, pero luego sonrió triunfal.

—¿Y si no quiero?

—Te dejaré estéril con la patada que te voy a meter en las bolas —sonreí falsamente, enseñando todos mis dientes.

—Eso si puedes librarte de mí...

De pronto, su cara se ocultó en mi cuello, dejando pequeños y castos besos hasta mi hombro. Jadeé cuando con su mano derecha apartó el tirante del top, pero no pude sacar el brazo porque lo sujetaba firmemente con el codo. Sus labios se deslizaron por debajo de mi mentón, continuaron hasta el final del escote, y siguieron su camino hasta detrás de mi oreja. Sin saber cómo ni cuándo, había dejado de forcejear y me maravillaba con el tacto de sus labios sobre mi piel de gallina. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando sentí que apartaba el otro tirante y dejaba besos cada vez más húmedos, bajando por la zona que correspondía a mis pechos.

Gemí cuando, sin darme cuenta, una de sus manos se deslizó por mi cintura suavemente y trató de colarse por debajo del top, mas se quedó ahí. Lucas me miró pidiendo permiso, con los ojos destilando deseo, como si fuera un cachorro, y yo se lo concedí arqueando ligeramente la espalda para facilitarle el paso. Su mano acarició con cariño mi piel, y respetó el sujetador, pasando la mano por encima de él. Suspiré de placer al sentir el calor de su palma contra mi pecho, mientras él seguía llenando de besos mi cuello, mi mandíbula y mis hombros.

No sé en qué momento el top y el sujetador desaparecieron de mi cuerpo, y me sentí un pajarito desplumado bajo la atenta mirada de Lucas, mientras apartaba esas molestas prendas de mi cuerpo.

Volvió a sumergirse en mi cuello, encajando perfectamente sus manos con mis pechos, sentí cómo los apretaba suavemente y con sus dedos los acariciaba. Después de un rato, me miró a los ojos mientras apretaba mis pezones, sumiéndome en un coma de sensaciones placenteras que se deslizaban por mis nervios hasta mi intimidad. Gemí de placer ante su cuidadoso tacto, y luego sus labios se posaron sobre los míos, comenzando un baile que no podía permitir que finalizase nunca.

Su pecho desnudo se pegó al mío y me cogió por la cintura, elevándome levemente. Se separó de mí, sonrió con dulzura, y me miró en todo momento mientras descendía por mi cuello hasta llegar a mis pechos, dejando besos húmedos y pequeñas mordidas. Se detuvo en mi seno izquierdo; lo besó, lo apretó, mordió mi pezón, luego lo succionó y finalmente lo besó. Mi entrepierna vibraba de placer, agonizaba por querer más de él, y más en el momento en el que hizo exactamente lo mismo con mi pecho derecho.

En un mar de suspiros de placer, atiné a enredar su cabello negro entre mis dedos, mientras poco a poco se deslizaba por mi abdomen, y continuaba por mi vientre plano, bajando suavemente los leggins, que poco después también desaparecieron. Mi intimidad estaba cubierta única y exclusivamente por unas braguitas negras, y bajo mi atenta mirada, Lucas se levantó y me observó: parecía memorizar cada pequeño detalle de mi cuerpo, cada curva, cada vello, cada lunar, cada movimiento incómodo que hacía al no tenerle sobre mí.

—Eres jodidamente preciosa —murmuró con voz ronca, y no pude evitar fijarme en él.

Sus labios permanecían entreabiertos, su cabello negro estaba despeinado, como siempre, su pecho desnudo ascendía y descendía con rapidez, su abdomen bien definido estaba acompañado por una perfecta V que se perdía en los confines de sus pantalones cortos, y por muy oscuros que fueran, no ocultaban su erección. Era muy caliente y sexy, era guapísimo y todo un dios griego, y yo estaba casi desnuda bajo su profunda mirada de deseo.

De pronto, Lucas se quitó los pantalones, quedando única y exclusivamente vestido con un bóxer negro. Luego, se arrodilló a los pies de la cama, y con mucha delicadeza y cuidado, comenzó a besar mis pies que en algún momento de la acción habían sido descalzados. Subió con besos lentos, castos y calientes por mis piernas, recorrió mis muslos, interior y exteriormente, y finalmente la ingle. Contuve el aliento al ver que me miraba, de nuevo, pidiéndome permiso, y en respuesta arqueé la espalda, dándole una mejor visión de mi intimidad solamente cubierta por la braga.

—Pepitas, no vuelvas a hacer eso...

—¿O qué? —ronroneé.

Lucas no respondió con palabras, sino que literalmente arrancó las braguitas de mi intimidad, y quedé completamente desnuda y expuesta a él. Jadeó al verme y no pude evitar observar con deseo cómo remojaba sus labios, antes de adentrarse por completo entre mis piernas. Gemí fuertemente cuando sentí su lengua jugar con mi clítoris, apreté las sábanas de la cama entre mis manos ante cada caricia que propinaba a mi entrepierna, miles de descargas eléctricas placenteras y sutiles.

—Estás empapada, Pepitas... —gimió—. Dios mío, estás deliciosa.

Y continuó enredando con su lengua cada rinconcito de mi entrepierna, bajo los fuertes gemidos que era incapaz de aguantar. De pronto, sentí con intensidad una descarga que azotó mi intimidad con fuerza. Arqueé mi espalda con un gemido, mientras sentía el orgasmo llenarme por completo, y temblando, sin sentir el aire llenar mis pulmones, dije lo único que podía decir en ese momento:

—Lucas...

Un gruñido de placer sonó cerca de mi oído, y sentí sus labios dejar un beso tras mi oreja y encaminarse rápidamente a mis labios. Me besó durante un largo rato, acariciando con cariño mi cuerpo, hasta que me recompuse de la debilidad placentera que había sentido. Lo miré a los ojos con ternura; nunca nadie me había hecho sentir así, querida, satisfecha y llena, por lo que decidí devolverle el favor.

En un descuido, logré empujarle y quedar sobre él. Lucas me miró sorprendido, pero con una sonrisa ladeada en el rostro. Me sonrojé mientras acariciaba lentamente cada rincón de su pecho. Definí con mis dedos su abdomen, toqué con mis palmas sus pectorales, delineé el contorno de sus brazos con extrema suavidad. El joven mantenía sus ojos cerrados, disfrutando al máximo de mi tacto, y entonces decidí lanzarme a su cuello. Besé el contorno de su mandíbula, ascendí por sus pómulos, su barbilla, su nariz, sus ojos cerrados, su frente, y finalmente sus labios. Acaricié con mis manos sus mejillas mientras estiraba mi cuerpo al sentir el roce de sus manos por mi trasero. Al retirarme de él, abrió los ojos, y vi un océano profundo completamente en paz, carente de frialdad. Sonreí ligeramente, y me deslicé por su cuerpo, dejando pequeños besitos de los que él se reía, hasta que llegué al borde de su bóxer. Lo miré pícara.

—No tienes que hacerlo si no quieres —murmuró, con la voz extremadamente ronca.

—Oh, es que quiero.

Poco a poco, fui bajando la goma de su bóxer, deslizándola suavemente por sus piernas. Contemplé aturdida su miembro, completamente duro.

—Seguro que es la más pequeña que has visto —rio.

—Corrección, es la primera que veo y es... —Me detuve un segundo—. Wow.

Cogí su miembro entre mis manos con delicadeza. Comencé a hacer movimientos lentos y continuos sobre él, observando de vez en cuando a Lucas para asegurarme de que lo estaba haciendo bien, y vi que tenía la cabeza apoyada en la almohada, los ojos cerrados y los labios entreabiertos, soltando suspiros. No se esperó que introdujera su miembro en mi boca y succionara. Jadeó de placer, soltó mi coleta y agarró mi cabello suelto con ambas manos, mientras movía la lengua, recorriendo su miembro al adentrarse poco a poco en mi boca. Con movimientos suaves y cada vez más rápidos, añadí la mano para proporcionarle más placer.

—Me vas a matar, Pepitas —gimió.

Y no sé si realmente lo maté, pero acabó en mi boca con un gruñido tosco y placentero. Me observó con los ojos entrecerrados mientras tragaba su esencia, y luego pegó su palma a mi mejilla para atraer mi boca a la suya. Nos besamos durante un largo rato, en el que pasé de estar sobre él a tenerle encima. Se estiró hacia la mesita de noche, de donde sacó un preservativo. Con destreza, rompió con los dientes el plástico y se puso el anillo de látex con rapidez, con práctica y soltura. Movió su miembro sobre mi sexo, mojándose en mí, y no pudimos evitar gemir. Después, posicionó sus antebrazos a ambos lados de mi cabeza, mientras mantenía su peso, dejando su miembro preparado para adentrarse en mí. Me miró a los ojos; la lujuria, el deseo y el amor invadían los suyos, y fue por tercera vez cuando me dijo:

—¿Estás segura?

A modo de respuesta, le besé. Le besé mientras su miembro de adentraba en mi interior con mucho cuidado, le besé cuando sentí que mi virginidad se perdía en ese momento, le besé cuando sentí el dolor de la primera penetración en mi cuerpo, y él no solo me correspondió con el beso, sino también con caricias y pequeños movimientos con su pelvis para que pudiera acostumbrarme a él.

Cuando dejé de sentir los constantes y dolorosos pinchazos en mi vientre, se lo hice saber con un pequeño movimiento de cadera. Poco a poco, Lucas comenzó a moverse sobre mí, en un vaivén extraño pero que, poco a poco, se iba volviendo placentero. Sus labios no se querían separar de los míos, y se colocó sobre mí de forma que tuve que abrir las piernas para que pudiera adentrarse mejor en mí. Sus manos se entrelazaron con las mías, su pecho se movía sobre el mío y pude sentir los latidos acelerados de su corazón.

Poco a poco, fue aumentando la intensidad de sus embestidas, sintiendo que tocaba un punto dentro de mí que enviaba descargas por todo mi organismo. Lucas ahogaba sus gruñidos de placer en mi garganta, mezclándose con mis gemidos guturales. Posicionó nuestras manos unidas sobre mi cabeza, me besó con más intensidad, pero no aumentó el ritmo, y algo dentro de mí pedía más. Levanté un poco la cadera para hacer más profundas las estocadas, pero Lucas se detuvo de pronto y me miró.

—No hagas eso —murmuró, juntando su frente con la mía, volviendo a embestir.

Hice el mismo movimiento que antes, ignorando su petición, y el joven gruñó en respuesta. Volví a hacerlo varias veces más, rápidas y seguidas, hasta que sentí que Lucas salía de mí, dejando mi interior vacío. Gemí en protesta y le miré con un puchero, aunque él se había puesto completamente serio.

—Te he dicho que no lo hagas —suspiró, volviendo a introducirse en mí lentamente.

Suspiré, complacida de volverle a tener dentro de mí.

—Pero quiero más.

—Pepitas —su tono serio y autoritario me hizo mirarle extrañada, aunque el calor que emanaba su miembro hacía que todos mis sentidos se disparataran—, no estoy tratando de tener sexo duro contigo.

Una mueca se instaló en mi rostro.

—¿Y qué es lo que haces?

Una sonrisa, la más bella, tierna y sincera que jamás había visto en el rostro de Lucas, se dibujó en sus labios.

—Estoy haciéndote el amor.

Con unas cuantas embestidas más, nuestras frentes unidas y las manos entrelazadas, Lucas y yo alcanzamos el clímax casi al mismo tiempo, y en ese momento supe lo que era hacer el amor con la persona a la que más querías. Con una sonrisa imborrable y perfecta, Lucas bajó la persiana de su habitación y se metió bajo las sábanas de su cama. Acto seguido, arropó mi cuerpo desnudo, me atrajo a él, rodeándome con sus fuertes brazos, y me abrazó. No sé en qué momento caí rendida en los brazos de Morfeo, pero sentí un beso en la mejilla y oí unas palabras en la lejanía, justo antes de quedarme dormida:

—Te quiero, Pepitas.

Os quejaréis 7w7 espero que os haya gustado :) No olvidéis votar y comentar :D

P.D.: siento la tardanza, estaba terminado los exámenes :)

Abrazo de oso, Vero~~

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