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Capítulo 15

Iria

Como por arte de magia, sentí que el cuerpo de Lucas detenía sus abruptos movimientos. Apreté más su cintura, negándome a separarme de él, hasta que, por sorpresa, sus brazos también me rodearon. Me tomó cuidadosamente en brazos, me apoyó en su regazo y simplemente me abrazó un largo rato. La sirena de una ambulancia se oía a lo lejos, y miré de reojo a María, que sostenía un teléfono en su mano mientras nos miraba con lágrimas en los ojos.

Cuando los servicios de emergencia llegaron a la puerta, Lucas se levantó, apartándome sutilmente de su lado. Caminó unos pasos por el pasillo con la espalda tensa y abrió una puerta, que cerró fuertemente tras su paso. Fría por la ausencia de su cuerpo, acaricié mis brazos, pensando en lo que había pasado mientras los enfermeros atendían al hombre del suelo. Me senté en el borde las escaleras, observando la escena, pero sin estar realmente allí.

Tal vez no debí abrazarle; tal vez debí haber huido cuando tuve la oportunidad, cuando vi lo que Lucas estaba haciendo, cuando me di cuenta de que algo anómalo se había apoderado de él. Ese no era el joven que yo conocía. Esa mañana volví a ver a aquel animal que vi por primera vez en un ring, pero, por extraño que pareciera, solo sentía que debía cuidar de él. Lucas era diferente, algo dentro de mí me lo decía, y no sentía miedo cuando estaba cerca de él, solo... Un cariño inexplicable. De donde cualquiera hubiera salido pitando, yo había permanecido ahí, a su lado.

Estaba claro que algo me pasaba con Lucas. Estaba completamente enamorada de él, de una bestia, un demonio, estaba enganchada a su Infierno y ya lo había dicho aquel hombre: no dejarían de atormentarle. ¿Quién podía causar tanto dolor? Ahora entendía la situación de Lucas. Había estado completamente solo, aterrado durante años, sobreviviendo a Dios sabe cuántas situaciones como esa. Había estado con su madre, sí, pero le había faltado el cariño de un padre que le pusiera recto cuando se torciera, le habían faltado amistades reales, puesto que Dylan estuvo tan perdido como él en su tiempo y, sobre todo, le había faltado amor.

Cuando los servicios de emergencia nos preguntaron qué había ocurrido y se marcharon, María se puso a limpiar aquel desastre y, en silencio, traté de ayudarla. Mientras quitaba las gotas de sangre de la pared, ella recogía el suelo y limpiaba los muebles. Al cabo de un rato, la acompañé a la cocina, y observé cómo preparaba un guiso como si nada hubiera pasado. Ojalá hubiera sido como ella, puesto que la inocencia que emitía y el cariño que le ponía a todo impedía que la maldad se apoderase de ella.

Me sirvió un plato y comí en silencio en la barra de la cocina, junto a ella, dándole vueltas a lo ocurrido hacía una hora escasa.

—¿Debería avisar a Lucas?

—Es mejor que esté solo un buen rato —respondió—, tiene muchas cosas que pensar.

Tras la comida, subí las escaleras y recogí los libros, dispuesta a ir a clase sin dejar que los acontecimientos me lo impidieran, pero al llegar al pomo de la puerta, me detuve en seco. Si habían encontrado la casa de Lucas y también mi habitación en la universidad, ¿quién me aseguraba que no hubiera nadie ahí fuera, esperándome? ¿Qué me podían hacer por estar con Lucas, o más bien, sin él? Sin embargo, tragué saliva y abrí la puerta. Era fuerte, no para pegar un puñetazo a alguien pero sí para escaparme y correr a donde fuera. Si querían dañarme, primero tendrían que atraparme.

Iba a bajar los escalones del porche cuando una mano suave se enredó en mi muñeca. Me giré hacia María, que negaba con una mueca de preocupación.

—No salgas sola, bonita.

—María, tengo clases en la universidad —murmuré—. Tranquila, iré en bus.

—Niña, no es seguro ir sola por ahí, mira lo que ha pasado en cuanto Lucas salió de casa —musitó, con voz calmada.

—Escucha, María —me giré completamente hacia la mujer y sonreí con sinceridad—, sé cuidar de mi misma, no necesito que Lucas me persiga por toda la ciudad como si fuera mi perrito faldero. Además, tú misma has dicho que es mejor dejar solo a Lucas por un rato.

La mujer me miró con una mueca de tristeza.

—Ten cuidado, Iria.

Asentí, y dejé un casto beso en su mejilla antes de salir del recinto vallado. Caminé con cien ojos en todos lados hasta la parada del autobús, donde había varias personas esperando tranquilamente, y cuando estuve rodeada de gente me sentí mucho más tranquila. Cuando subí al vehículo y me instalé en mi asiento, mandé un mensaje a Dylan para que me esperara en la puerta de la universidad en unos minutos. Llegué a la uni cuando quedaban apenas cinco minutos para el comienzo de las clases, y vi al moreno parado en plena puerta mientras devoraba sus uñas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó en cuanto me acerqué a él.

—¿Cómo que qué ha pasado?

—Es que fui a tu habitación a buscarte porque habíamos quedado para comer y no estabas...

—Hace unas horas que me fui con Lucas, disculpa por no haberte avisado de que me iba —respondí, frunciendo el ceño—. ¿Qué pasa?

—Estaba preocupado —suspiró—. ¿Por qué no te ha traído Lucas?

—Estaba ocupado —murmuré—. ¿A qué viene el interrogatorio? ¿Por qué estás tan nervioso?

Una gota de sudor recorrió la frente de Dylan.

—Tengo problemas.

—No me digas que tú también —bufé.

—No, no... Bueno, sí...

—Madre mía, mi vida se está volviendo una completa locura... ¿Sabes qué? No me cuentes nada, mejor después de clases para que pueda concentrarme.

El joven asintió y me acompañó en silencio hasta mi primera clase, y literalmente no se fue hasta que entró el profesor. Toda la tarde transcurrió normal; por suerte para mí, fueron clases bastante intensas y difíciles y tuve que poner la máxima concentración en ellas, por lo que no dejé a mi cabeza dar vueltas a otros asuntos. Al finalizar las clases, el sol se había ocultado casi por completo entre los gigantes rascacielos de Nueva York. El aire se volvió frío y maldije no haberme llevado una chaqueta que abrigara más aquella tarde.

Dylan me esperaba junto a la cafetería, donde le comuniqué que tenía que coger un par de cosas de mi habitación. El moreno me siguió en silencio hasta que llegué, esperó abajo mientras yo cogía algo más de ropa, los libros restantes de la universidad, un neceser con todo lo que pudiera necesitar para estar en casa de Lucas, y poco más aparte de una chaqueta más abrigada. Al llegar abajo, me paralicé al ver por los cristales de la puerta a Julen, manteniendo una conversación con Dylan. Discutían sobre algo, algo que parecía producto del nerviosismo en el moreno, y solo pude escuchar el final de su conversación antes de que el rubio se marchara:

—Te dije que había sido él —masculló Julen—, y ahora te están metiendo a ti. Estaba seguro de que no podía haber sido nadie más, pero como eres su amigo... Te estoy advirtiendo, Dylan, aléjate cuanto antes de ese... Demonio.

—Tú estás en esto, ¿no? ¡Tú eres el causante! ¡Tú también eras su amigo, imbécil!

—Yo estoy intentando protegerte y tú me acusas sin pruebas y me insultas —bufó—. Haz lo que quieras, ya veré por la televisión si acabas en una cuneta junto a ese indeseable y la niñata de su novia.

—Espera, ¿qué? —El tono incrédulo de Dylan hizo sonreír a Julen de una forma extraña.

—Lo saben. Saben quién es, dónde vive, lo saben todo. Hay que admitir que hacen un trabajo de investigación exhaustivo y excelente...

Dicho aquello, el rubio se dio la vuelta y comenzó a caminar rápido, alejándose de Dylan. Fue entonces cuando decidí entrar en escena: abrí las puertas súbitamente, sobresaltando al moreno.

—¡Joder! —exclamó—. Qué susto me has dado, Iria.

—Disculpa —murmuré—. ¿Ese era Julen?

El moreno me miró pálido como una vela.

—Sí...

—Dylan, estás muy raro —comenté—, ¿qué ocurre?

—Nada, Iria, de verdad...

—Mejor si no me mientes —suspiré—. Os he oído.

—Puedo explicártelo —balbuceó—. Mira, Lucas no tiene muchos puntos débiles. Uno de ellos es su madre y la tiene bien protegida, pero tú... Te has convertido en un blanco directo para los enemigos de Lucas... No quiero que salgas herida por nuestra culpa.

—¿Tú qué tienes que ver con todo esto?

—Yo sé lo que hizo —sacudió la cabeza—. Bueno, él no me lo ha dicho directamente, pero sé cuándo mi mejor amigo no me está contando algo, y le he encubierto todo lo que he podido, pero ya es tarde, alguien lo ha descubierto.

—¿Qué han descubierto? ¿De qué estás hablando, Dylan?

El joven iba a hablar, pero no le dio tiempo. Un Lucas furioso le empujó contra la pared, y con los ojos clavaba afiladas cuchillas de hielo sobre la asustada mirada de Dylan.

—¿Qué has dicho?

—Nada, Lucas, tranquilízate...

—El problema no es lo que ha dicho —intervine—, sino lo que no ha contado. ¿Qué es tan importante que no puedo saber?

Lucas desvío la mirada hacia mí.

—Tú —apuntó, soltando a Dylan y acercándose rápidamente a mí—, te fuiste sola. ¡Sola!

—¡No tengo cinco años, Lucas! No necesito que estés pendiente de mí las veinticuatro horas del día, y tampoco puedes meterme en la más alta torre y encerrarme en ella.

—Al menos sería un buen dragón —murmuró, sonriendo sarcástico—. Por favor, princesa, vámonos.

—¡No me voy a ninguna parte hasta que me expliquéis qué está pasando!

Me crucé de brazos y planté los pies en el suelo como si fuera a echar raíces. Lucas me miró con una mueca y Dylan sacudía la cabeza.

—Cuéntaselo ya.

—¡No! —rugió Lucas—. No sé cómo cojones te has enterado tú, y ella no debe saberlo. No se lo puedo contar aquí.

—Pues iros —musitó Dylan—. ¡Márchate y protégela, cabrón, porque como le pase algo nos vamos a arrepentir los dos el resto de nuestras miserables vidas!

—Escúchame bien —resopló el pelinegro, encarando a un Dylan que había recuperado su color y parecía más fuerte que nunca—, cuidaré de ella, daré mi vida por Iria si hace falta.

Dicho aquello, unas mariposas se adentraron sin permiso en mi boca, recorrieron todo mi esófago y se instalaron en mi estómago, causándome cosquillas y una extraña sensación que nunca había experimentado. Lucas cogió mi mano y entrelazó nuestros dedos, poniéndose en camino al coche. Le seguí al mejor ritmo que pude, y cuando prendió el motor del BMW, salió disparado, rumbo hacia su casa.

—No debiste irte sola —murmuró.

—Sé cuidar de mí misma —repliqué.

—Escúchame...

—No, escúchame tú —interrumpí, una manía que me estaba pegando el joven sentado a mi lado—, hasta que no me expliques qué está pasando, seguiré saliendo sola a la calle y haciendo lo que me dé la gana. Estoy harta de secretos, de estar en peligro sin ni siquiera saber a qué me enfrento. Es como pelear con una venda en los ojos.

El joven sonrió fugazmente, pero luego una mueca de seriedad volvió a ocupar su rostro. No dijo nada más hasta que llegamos a su casa, donde las luces estaban prendidas y María observaba por la ventana. Al pasar a la casa, la mujer me abrazó con dulzura.

—Niña, me tenías preocupada.

—Tranquila, María, ¿ves como estoy bien?

—Pero podrías haber estado muy mal —contestó Lucas, cogiendo de nuevo mi mano—. Ven conmigo.

Dejé la mochila en el borde de las escaleras antes de que Lucas me arrastrara por el pasillo hacia la puerta por la que se había perdido horas atrás. Un frío mordaz caló en mis huesos cuando la abrió, y el chirrido de las escaleras me advirtió que el joven estaba bajando, ya que no se veía absolutamente nada. Al cabo de un rato de oír el eco de los pasos de Lucas por el suelo del sótano, varios focos iluminaron la parte de abajo y la escalera. Bajé suavemente y noté el olor a moho y humedad desde el primer paso.

Observé detenidamente el saco de boxeo que colgaba de un gancho atornillado al techo. Era de tela negra, estaba desgastado, y en el fondo del sótano se acumulaban varios más como ese. Varias estanterías contenían libros, fotos y trofeos desteñidos, además de que había guantes de boxeo de diferentes colores y tamaños por doquier. Miré a Lucas; se había quitado la camiseta, tan solo llevaba un pantalón de chándal corto, y estaba sobre una lona azul que parecía tener colchonetas de goma espuma en su interior. Sacó del cajón de una mesilla varias vendas, y las estiró varias veces para aumentar su flexibilidad. Acto seguido, comenzó a colocarlas sobre sus manos desnudas.

—Si vamos a hablar de esto —musitó—, tengo que golpear algo.

Asentí, aunque él no había podido verme. Terminó de colocarse las vendas y pasó a ponerse aquellos guantes rojos tan característicos, mientras se posicionaba sobre la lona para golpear el saco. Comenzó con golpes suaves para calentar; los músculos de su torso, de su espalda, de sus brazos, se tensaban con cada movimiento, y poco a poco, iba aumentando la intensidad.

—Toda esta locura comenzó hace seis años —dijo—. Yo aún era un crío que no sabía lo que hacía, apenas y había empezado a boxear en serio, aunque me pasaba los días encerrado en casa golpeando un saco desde que tenía nueve años. Mi padre era el motivo por el que había empezado a hacerlo, por la ira que me consumía al saber que nos había abandonado a mi madre y a mí. Años y años de humillaciones, siempre sintiéndome una mierda porque no fui suficiente, porque mi madre no significó nada para él, porque se hacía rico a costa nuestra, mientras yo luchaba por llevar algo de dinero a casa repartiendo pizzas y poder cuidar de mi madre.

Me senté en una silla cerca de la lona, mientras escuchaba con atención sus palabras.

—Por esa época conocí a Julen, a Dylan y a un par de viejos amigos más. Todos estábamos bastante jodidos, no solo porque nuestras familias estaban rotas, sino porque empezamos a meternos en muchos líos con tal de divertirnos y sacar pasta, por así decirlo. Al final, sin saber cómo ni cuándo, empezamos a trabajar para un hombre que nos prometió dinero a cambio de boxear para él —suspiró—. Yo acepté encantado. Poco a poco iba ganando más y más peleas, iba ganando dinero, y pude comprar esta casa y traer conmigo a mi madre, pude pagar los gastos, pude adjuntar el dinero de la hipoteca, pude... mantenerme. Pero no me di cuenta de que cuanto más crecía yo, más se hundían mis amigos. Un día, Julen me llamó diciendo que Dylan estaba en el hospital, que le habían dejado muy mal en una pelea, y nunca podría volver a boxear.

Le miré horrorizada, pero sabía que había mucho más, así que seguí callada y escuchando.

—Tras eso, aquel hombre echó a Dylan de la banda. Vivía con su madre, pero estaba fatal psicológicamente, y él tuvo suerte porque pudo reconstruir su vida e ir a la universidad. A Julen le pasó lo mismo poco tiempo después, y al final, el único que quedó fui yo. Ellos tuvieron suerte de tener familias con dinero o negocios, pero yo no, y tampoco tenía intenciones de salir. Hasta hace aproximadamente un año. Desde que se marchó, no pude volver a hablar con Dylan, mi único objetivo era pelear, las mujeres y el dinero —rio—, sin saber cuánta falta les hacía a mis amigos. Desde que salieron de la banda no dejaron de tener problemas con mi jefe, eran amenazas constantes y exigencias de pagos por todo el dinero que le habían hecho perder. Cuando me enteré... Quise arreglarlo. Le pedí que me dejara pagar lo que correspondía a mis amigos, por eso ando tan mal de dinero, porque tengo muchas deudas a mi espalda. Le pedí que confiara en mí, y así estuvo haciendo hasta hace poco. Sin embargo, me enteré de que las persecuciones solo habían parado para Julen y unos pocos más, pero muchos jóvenes, incluido Dylan, seguían en problemas por su culpa, arruinaban sus vidas para conseguir dinero con el que pagarle, y si no lo hacían... Te puedes imaginar lo que les ocurría. —Se detuvo a mirarme, sacudiendo la cabeza—. No sé cómo Dylan sigue aquí... Supongo que es gracias a Julen. Aquel día, cuando necesitaba el dinero para el café de mi madre, le traicioné... Vi la oportunidad de ganar pasta y evitar que más críos cayeran en un Infierno como en el que me encuentro yo... Me chivé a la policía, les conté dónde eran las peleas, el dinero que movían, el tipo de gente que iba, todo. Nadie sospechaba de mí, todo iba bien, hasta que me descubrieron. Desde entonces se ha abierto un agujero negro que está tratando de tragarse todo lo que quiero.

Lucas se detuvo respirando fuerte y secándose el sudor de la frente, y me miró.

—Toda mi vida me he sentido insignificante en este mundo —masculló—. Nada de lo que hacía era suficiente para mí, quería más y quería hacerlo mejor, a costa de quien fuera. Si tenía que pisar cabezas para llegar a lo más alto, lo haría, todo con tal de no volver a ser la cucaracha que creía mi padre que era. Hasta que te conocí a ti.

Lo miré con una expresión de sorpresa, mientras se acercaba a mí, despacio, con una sonrisa.

—No te has dado cuenta, pero desde que te conozco, cada átomo de mí me dice que soy suficiente para ti, que no te fijas en las cosas materiales, sino en lo que hay en el interior —suspiró, poniéndose en cuclillas para coger mis manos entre sus guantes—. Yo... Soy un demonio, he hecho daño a la gente para que no me lo hicieran a mí. Cuando boxeo... me olvido de todo y me descontrolo, siento toda esa ira apoderarse de mí, comerme entero, hace que sienta...

—Que no eres tú —susurré.

Lucas asintió, y aprovechó mi interrupción para quitarse los guantes y las vendas.

—Eres la primera persona que conozco que me miró a los ojos con sinceridad desde el primer momento —murmuró—. Me miraste de una forma diferente a los demás, sin miedo, solo... Curiosidad. Las mujeres con las que he estado intentaban domar una bestia incontrolable, sin éxito, y tú... No sé qué me has hecho, pero tienes poder sobre el demonio de mi interior, es como si... absorbieras parte de la ira que llevo dentro y me relajas, me calmas...

No pude aguantarlo más. Me lancé hacia él y nos fundimos en un abrazo cargado de emociones y sentimientos encontrados. Él me devolvió el gesto con fuerza, y no me importó que estuviera completamente sudado, porque dejé varios besos en su cuello mientras él se levantaba conmigo en sus brazos. Enganché mis piernas a su alrededor antes de besarnos, pero fue un beso suave a la par que intenso, donde yo trataba de decirle que no tenía que estar solo nunca más, que yo me quedaría con él, que le ayudaría a dormir para siempre aquel demonio que tanto le costaba controlar.

—Solo tú eres capaz de sacarme de mi Infierno... —susurró sobre mis labios, separándose milímetros de mí—. Por favor, quédate conmigo.

No me dio tiempo a decirle que nunca me iría de su lado, porque selló mi boca con sus labios, e impidió a mi lengua hacer otra cosa que no fuera jugar con la suya. Sus pulgares acariciaban en círculos mis muslos, su corazón latía al mismo compás que el mío, su beso me mostraba cuánto amor tenía para dar, incluso aunque no hubiera recibido ninguno.

Fue María la que nosobligó a separarnos, avisándonos de que la cena estaba lista. Lucas me dejó enel suelo con una sonrisa tan tonta como la mía, y con un último beso me mandó acenar mientras él se duchaba. Por fin, después de mucho tiempo, tras un sinfínde dudas e inseguridades, podía afirmar con total seguridad que mi corazón latía enamorado.

Y hasta aquí :) No olvidéis votar y comentar :D

Abrazo de oso, Vero~~

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