Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14

Iria

Lucas salió de la ducha con el pelo despeinado y envuelto en gotitas de agua que resbalaban por su rostro, una toalla en sus manos y vestido con un pantalón de chándal negro y una sudadera gris. Iba descalzo por el suelo de parqué, y sus ojos azules brillaban de una forma que nunca antes había visto en él. Me miró, y con una sonrisa triunfal me descubrió observándole.

Sostenía entre mis manos el libro de Fisiología, pero en el instante en que Lucas abrió la puerta del baño, este dejó de interesarme, y toda mi atención fue única y exclusivamente para él.

—¿Quién me mira ahora como si fuera un pedazo de tarta?

Un rubor se aplicó en mis mejillas, recordando aquella noche en la que me cargó como un saco de patatas a modo de saludo formal. Volví la vista al libro, para no darle la satisfacción de verme sonrojar tan fácilmente, pero en cuanto la superficie de la cama se hundió en el borde, volví a despegar la vista de las palabras del párrafo. Se estaba atando los cordones de las zapatillas cuando dejé Fisiología a un lado y me acerqué a gatas a él.

Observé como anudaba los cordones, el lazo perfecto que creaba, y el doble seguro que hacía para que no se desatara. Metió el resto del cordón por dentro de la zapatilla e hizo exactamente lo mismo con la siguiente. No sabía por qué estaba mirando con tanto interés cómo se ataba los cordones, no era nada que yo no supiera hacer ya, pero había algo, una sensación extraña, que se repetía constantemente. Elevé la mirada y me encontré a Lucas arqueando una ceja.

—¿A que mola cómo me ato los cordones? —preguntó, sarcástico.

—Haces que hasta la acción más simple se vuelva estúpida —sonreí—. ¿Nunca te han dicho que estás más guapo calladito?

De pronto, Lucas se levantó rápidamente, empujando con suavidad su hombro con el mío. En ese descuido, el joven aprovechó para empujarme y dejarme caer con la espalda pegada al colchón, para acabar poniéndose encima de mí. Sus piernas se habían enredado en las mías, sus manos se entrelazaron en mis dedos, y sus ojos estaban apuntando directamente a los míos.

—¿Nunca te han dicho que estás llenas de pecas, Pepitas?

Sonreí.

—Una vez —respondí.

—¿Sabes por qué te puse ese sobrenombre?

Con una sonrisa esperé la respuesta, pero no llegó. Un pequeño beso en mis labios fue todo lo que recibí, y yo me removí, reclamando una respuesta.

—Dímelo —pedí.

El joven pareció pensarlo.

—¿Qué me darás a cambio?

Arqueé una ceja, ingenua.

—¿Qué quieres tú?

La temperatura de la habitación había ascendido veinte grados en el último segundo, y los ojos de Lucas derramaban deseo por todos lados. Sus dientes se adhirieron al piercing de su labio, y posteriormente los remojó con la lengua. Justo cuando quedaban centímetros para juntar nuestras bocas, unos golpes en la puerta nos fastidiaron la misión.

Lucas se levantó con una sonrisa ladeada y triunfal.

—Salvada por la campana.

Acto seguido, se metió al baño y cerró la puerta, mientras que yo iba a abrir. Al otro lado encontré a Dylan, que me sonrió como si fuera un niño que acababa de romper toda la vajilla de su casa y le echaba la culpa al gato. Me crucé de brazos en la puerta, negándole el paso.

—Hola —murmuré—, hermanito. ¿Qué tal te va?

—Está bien, lo siento, tienes razón —suspiró—, hice mal en irme sin ti. Vengo a suplicar tu perdón.

Y con una reverencia fingida, sonrió mostrando todos sus dientes.

—Pero si estás aquí, significa que te ha traído Lucas.

—¿Por qué crees que me ha traído él y no he venido yo por mis propios métodos? —cuestioné, ceñuda.

—No dudo que seas una mujer totalmente independiente y que sepas cuidar de ti misma —confirmó—, pero huelo su colonia desde aquí.

Puse cara de póker, pero rápidamente fue sustituida por la ingenuidad.

—No preguntes cómo sabe a qué huele mi colonia.

De pronto, unas manos rodearon mi cadera, y sentí la barbilla de Lucas apoyarse en mi cabeza. Traté de apartarme de él por haberme fastidiado el secretismo de su visita, pero me apegó a su pecho y su olor me golpeó como si fuera su nuevo saco de boxeo. Una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de Dylan, que pasó a mi habitación y cerró la puerta tras de sí.

—Sabía que acabaríais juntos —comentó, y no se me pasó por alto el brillo melancólico de sus ojos.

Dylan no llevaba más que unas horas sin Clare y ya la echaba de menos. Lo entendía porque era exactamente lo que me estaba pasando a mí, pero sabía que vernos a Lucas y a mí juntos multiplicaría por tres su tristeza, aunque por fuera pareciera contento y feliz por nosotros. En realidad, darnos el lote en plena calle no significaba que estuviésemos juntos, pero... ¿Por qué mi corazón lo sentía así?

—La verdad es que no me molesta en absoluto estar así —comentó Lucas, acentuando su agarre en mi cadera y enviando escalofríos por todo mi cuerpo.

—A mí me molesta que te estás comiendo con los ojos a mi hermanita y delante de mí.

—Nadie te ha invitado —respondió sarcástico Lucas.

—Lo sé, tengo un sexto sentido que me dice cuando Iria necesita mi ayuda para sacar la basura de su habitación. —Dylan sonrió falsamente y miró chistoso a su amigo.

—¿Nunca has oído que la basura de unos es un tesoro para otros? —rio Lucas.

—¿Habéis terminado de mostrar el pelo que tenéis en el pecho, hombres? —pregunté.

Lucas se apartó de mí y se acercó a Dylan; ambos me miraron con ojitos de cordero degollado, y no pude evitar rodar los ojos y reír.

—Bueno, pareja de tórtolos —dijo el moreno—, tengo clase esta tarde y tengo que empezar a estudiar algo. ¿Nos vemos para comer?

Asentí, mientras él se despedía de nosotros y volvía a salir de la habitación, advirtiéndonos de mantener relaciones sexuales con preservativo. Rodando los ojos, miré a Lucas, que me observaba serio, pero sin frialdad en su mirada. Parecía estudiar una compleja máquina que nunca había visto, y se le veía algo incómodo.

—Yo tampoco sé que hacer —admití por lo bajo.

—¿Nunca has tenido nada con nadie?

Negué lentamente con la cabeza antes de mirarle.

—¿Y tú?

—Nada serio —dijo delineando suavemente su mandíbula—. Es la primera vez que siento... algo tan real por alguien.

—Tú eras el típico que enamora a todas, pero no puede ser domado por ninguna, ¿no? —reí.

—Siempre he sido así —el joven se encogió de hombros—, pero hay una chica que no sale de mi cabeza, y por mucho que lo he intentado, algo dentro de mí me pide que no lo haga.

Sonreí, sintiendo un rubor ascender por mis mejillas.

—Esa chica debe ser especial para ti.

—Antes no, pero últimamente... mucho —sonrió—. Ojalá esa chica sintiera lo mismo por mí.

—Seguro que esa chica se siente igual que tú —murmuré—. Nunca ha estado con nadie, ni de forma seria ni de forma casual, y aunque tiene algo de miedo por no saber qué hacer... Ese chico hace que pierda totalmente la cordura.

No me dio tiempo a decir nada más; Lucas se abalanzó sobre mí, pegó sus labios a los míos y me arrinconó contra la pared. Su lengua ni siquiera pidió permiso para entrar, se adentró para jugar con la mía con brusquedad, con deseo y lujuria. Mis manos se escondieron en su pelo, acercándole más a mí, y sus manos recorrieron mis caderas, pasaron por los bordes exteriores de mis muslos y luego me levantó. Anclé mis piernas a su espalda en un acto reflejo, mientras sentía la excitación correr por mis venas.

Lucas se separó de mí un instante. Me miró a los ojos respirando con dificultad, y vi en sus iris azules una maravillosa tormenta de deseo y pasión. Pegó su frente a la mía un momento y, suspirando, me volvió a mirar.

—Si seguimos así, no me voy a poder controlar —murmuró con voz ronca.

—Pues no te controles.

Esta vez fui yo la que atacó sus labios, en un beso apasionado y algo desorganizado, puesto que nunca había besado a nadie con tanta intensidad. Lucas se movió conmigo en sus brazos, se sentó suavemente sobre la cama y me dejó sobre su regazo. Sentí su excitación contra mi entrepierna, cosa que nos hizo gemir a los dos. Pasé las manos por su rostro, acariciándolo suavemente, y me separé de su boca para ser yo la que le observara a él momentáneamente.

Tenía los labios húmedos y entreabiertos, parecía buscar más contacto con los míos, un ligero rubor subía por su rostro y sus ojos... Era maravilloso el brillo que contenían, la calma y el calor que desprendían, parecía estar totalmente en paz, aunque su respiración fuera rápida y su corazón latiera desbocado al mismo ritmo que el mío.

—¿Estás segura de esto?

Asentí, enseñándole una sonrisita tímida.

—Nunca he estado tan segura de nada en mi vida —susurré.

El joven recorrió con la vista mi rostro, desde mi cuello, pasando por mis labios, nariz y pecas, hasta mis ojos, donde se detuvo varios minutos.

—No creo que estés lista —murmuró.

—Creo que eso debo decidirlo yo, ¿no? —reí.

—Sí, pero...

—Lucas, está bien, quiero hacerlo. —Acaricié su mejilla suavemente y sentí cómo indagaba más en mi tacto, como si no quisiese que se acabara nunca.

—Yo...

Iba a hablar cuando unos golpes fuertes en la puerta nos interrumpieron. Me levanté sobresaltada del regazo de Lucas, y avancé para abrir, pero el mencionado me detuvo, sujetando mi muñeca. Todo el deseo de antes estaba sustituido en su mirada por la frialdad tan característica de sus ojos.

—Mira.

Observé cómo por debajo de la puerta se adentraba un sobre completamente blanco, y oía unos pasos alejarse corriendo por el pasillo. Iba a agacharme para recogerlo cuando Lucas me adelantó. Abrió el sobre y leyó el contenido a toda prisa. Sus ojos echaron chispas y arrugó el papel entre sus manos, haciéndolo una bola que tiró a alguna parte de la habitación. Apretó tanto los puños que se volvieron blancos, y la ira parecía estar apoderándose de él. Se acercó ferozmente a la ventana, como si fuera a saltar por ella, pero simplemente observó a través de las cortinas el exterior.

Aproveché entonces para acercarme cautelosamente al trozo de papel, lo estiré y al leer su contenido, mi sangre se heló:

«¿QUIERES PROTEGERLA? VEN A VERNOS, CHIVATO, YA SABES DÓNDE ESTAMOS».

Leí y releí el mensaje tantas veces que daba vueltas por mi cabeza como si fuera una peonza.

—Lucas...

—No estás segura aquí —musitó acercándose y quitándome el papel de las manos—. Tienes que irte, ahora mismo.

—¿Qué? ¿A dónde pretendes que vaya?

—Conmigo —murmuró, y me miró muy seriamente—. Escúchame, tiene que ser ahora. Coge tus cosas, lo imprescindible.

—Tengo clases esta tarde...

—Te traeré yo. Vamos.

Confundida, metí en la mochila algo se ropa de recambio, las lentillas y los libros de las clases de esa tarde. Lucas entró al baño por su bolsa y salió en un tiempo récord, cogiendo mi mano y cerrando la puerta de mi habitación. Caminaba a un ritmo rápido e imposible de seguir para alguien que llevaba años sin hacer deporte. Llegamos al coche y me senté súbitamente en el asiento, intentando recuperar el aliento. El joven no perdió tiempo; prendió el motor y salió disparado del aparcamiento.

Durante el trayecto, mientras rezaba a todos los dioses que existían, observé a Lucas: estaba tenso, con los nervios a flor de piel, los ojos fríos fijos en la carretera, mientras mordisqueaba frenéticamente el arete de su labio. Una profunda arruga surcaba su frente, y una vena se notaba cerca de su oreja.

—Lucas, ¿qué ocurre?

El joven no respondió. Estuvo un largo rato dividiendo la mirada entre la carretera y mi rostro, y posteriormente bufó.

—Nada bueno.

—Ya sé que no es bueno —murmuré—. ¿De quién es la nota?

—No lo sé —resopló—, pero lo averiguaré.

—¿De qué me tienes que proteger?

—Basta de preguntas —bufó.

—Solo...

—Iria, basta he dicho. —Una mirada severa me hizo cerrar el pico.

Un pinchazo recorrió mi pecho al oír mi nombre salir de sus labios, puesto que para Lucas siempre había sido Pepitas, y aunque era un sobrenombre estúpido, en sus labios quedaba como si fuera una maravillosa canción. Quise entender su falta de respuestas como una forma de protegerme, pero, por otra, lo vi como lo que en realidad era: me estaba ocultando algo serio e importante. ¿De qué se había chivado? ¿A quién tenía que proteger?

Lucas redujo la velocidad considerablemente al girar a la derecha en una de las últimas calles de la ciudad. Parecía el típico barrio de gente con dinero y en cuyas casas no vivía nadie. Lucas aparcó frente a un chalet de ladrillos blancos, rodeado por un extenso muro con rejas en lo alto. Me bajé del coche y observé atónita cómo sacaba un manojo de llaves de su bolsa de deporte y abría la puerta.

Pasé tras él, y ascendimos las escaleras que daban a un pequeño y acogedor porche, nada que ver con el interior de la casa: las paredes eran completamente blancas, el suelo de baldosas grises y todos los muebles eran modernos y exóticos. El salón estaba unido a la cocina por una barra americana, y no se me pasó por alto que el cristal de la ventana que daba a la calle estaba roto.

—Hoy vienen a cambiar el cristal —comentó al ver lo que observaba.

—¿Cómo se rompió?

—Un pájaro —se encogió de hombros—. Ven.

Dudando de que un pajarito pudiese atravesar el cristal y romperlo de una forma tan brusca, acompañé a Lucas en la subida de las escaleras. Un pasillo central separaba cuatro puertas cerradas, que el joven fue abriendo una a una.

—Esta es la habitación de mi madre —explicó, centrándose en la primera puerta abierta—, y esta la mía. Puedes dormir en frente. Y esta de aquí es el baño. Abajo hay otro siguiendo el pasillo hacia el jardín interior, y también está la puerta al sótano. ¿Quieres un mapa?

El joven sarcástico y burlón que conocía quería hacer acto de presencia para relajar la tensión del Lucas nervioso y preocupado que no quería irse. Me acerqué a él cuidadosamente, y debido a su altura, elevé la mirada hasta dar con sus ojos, que desprendían frialdad, como siempre.

—¿A qué viene todo esto, Lucas? Ahora hasta tengo que dormir en tu casa y...

—Te lo explicaré cuando esté todo resuelto —masculló, apartando la mirada—. Tengo que irme.

—¿Qué? No irás, ¿no?

El joven me miró de soslayo, ya que había comenzado a caminar hacia las escaleras y se disponía a bajarlas.

—Voy a por mi madre, Pepitas.

Aliviada de recuperar mi sobrenombre, asentí no muy convencida y el pelinegro continuó su camino. En pocos minutos, oí el portazo y posteriormente el rugido del motor de su coche alejándose. Suspiré; ¿así eran todas las relaciones? No llevábamos más que unas horas juntos, y ya había estado a punto de acostarme con él e iba a dormir en su casa. Me sentí en una película de Fast & Furious, pero supuse que esto sería así un tiempo.

Lucas no era una persona abierta, y mucho menos confiada. Había pasado toda su vida protegiéndose de todo tipo de peligros, trabajando con las peores personas del mundo para llegar hasta aquí, y entendía que no necesitaba una relación seria para hacer lo que hacía siempre. Le costaría confiar en mí, contarme las cosas y refugiar en mí sus secretos, pero tenía la esperanza de que algún día lo haría, cuando estuviese preparado.

Lógicamente, yo tampoco iba a abrirme como un libro con él; yo tampoco había tenido ningún tipo de relación con nadie, ni siquiera había tenido tiempo de fijarme en chicos puesto que estaba demasiado ocupada con mis estudios. Al igual que yo no sabía casi nada de él, Lucas no sabía de mí. Nos tomaría un tiempo conocernos mejor... Y algo dentro de mí indicó que ni mil años serían suficientes.

Me adentré en mi nueva habitación, que estaba desértica de cualquier tipo de decoración excesiva. Había un armario empotrado de roble, una cama de matrimonio con una colcha blanca, dos mesitas de noche y un escritorio con estanterías vacías y cajones cerrados. Dejé la mochila sobre la mesa y miré por la ventana: el paisaje del patio mostraba una piscina cubierta por una lona, varios árboles, una pequeña huerta y, cómo no, un saco de boxeo.

La imagen de Lucas entrenando vino a mi mente, y estuve un buen rato pensando en su musculosa espalda, tensa y cubierta por una perlada capa de sudor. Recordaba perfectamente su expresión, totalmente carente de emociones, y sus ojos azules como el mar, fríos y fijos en su objetivo.

Ese hombre me estaba haciendo algo... Me estaba haciendo sentir millones de cosas que nunca había experimentado, y la curiosidad, la necesidad de conocerle, saber todo de él... me estaba consumiendo.

—Si supieras lo que provocas en mí...

***

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que ordené mis pocas pertenencias en el armario y me había puesto a estudiar. Quedaban un par de horas para que comenzaran las clases y aún no había comido nada. Mi estómago rugió en señal de protesta, y cerré los libros antes de salir de la habitación y bajar a la cocina. Era amplia, mucho más que la de María en el café, y tenía todo limpio y muy bien colocado. Curioseé por los cajones, encontrando todo tipo de utensilios de cocina, inspeccioné la nevera y los armarios en busca de algo que comer, y me conformé con una manzana.

Un sonido extraño en el exterior me llamó la atención. Alguien había pisado una rama, y no lo hubiese oído de no ser por el cristal roto de la ventana del salón. Me acerqué cuidadosamente y traté de descubrir quién andaba por ahí, pensando que eran Lucas y María.

Pero no podía estar más equivocada: observé los atentos ojos verdes oscuros tras el pasamontañas, que miraba a su alrededor en busca de alguien que le pudiera descubrir. Se acercaba sutilmente a la puerta de entrada de la casa, y el pánico me invadió. Oí al hombre ascender los escalones hasta detenerse en la puerta. Caminé despacio, tratando de no hacer ruido, hasta ella, y conseguí echar el pestillo sin hacer ruido. Por otro lado, una sombra a mi espalda congeló mi sangre, y rápidamente me giré.

Ahogué un grito al ver a Lucas, mirando fijamente la puerta. Se puso un dedo en los labios, pidiendo silencio, y me pidió con la mirada que fuese con María, que miraba a su hijo con los ojos llenos de preocupación. Abracé a la mujer con cuidado, mientras Lucas avanzaba despacio. Miró por el visillo de la puerta, quitó el pestillo con cuidado, y se situó a un lado, esperando que el ladrón entrara a la casa.

Vi la puerta abrirse cuando una sensación de horror se instaló en mi espalda, hasta que me di cuenta de las intenciones de Lucas. El atracador puso un pie en el interior de la casa, creando una sombra visible. María gimió de miedo, y tuve que ponerle una mano en la boca para callarla. Justo cuando el ladrón entró por completo y nos vio, Lucas empujó fuertemente la puerta contra el cuerpo del hombre, que gritó.

Pillado por la puerta, Lucas golpeó dos veces al hombre, que se cubrió como pudo. Lo había arrinconado contra la pared y varios golpes más llegaron a impactar contra el ladrón.

—¿¡Para quién trabajas, hijo de puta!?

Lucas atinó a quitar el pasamontañas al hombre; tendría unos treinta años, el pelo moreno y los ojos de un verde oscuro e intenso. Su nariz emanaba un suave hilo de sangre, mientras le miraba con una sonrisa irónica.

—Lo sabes perfectamente —rio—. Tú, tu madre y tu preciosa chica estaréis muertos si no vas.

—Por mí puedes decirle a tu puto jefe que no pienso caer en una trampa tan estúpida.

—Pues entonces todo esto seguirá, tendrás que andarte con mil ojos porque no sabes en qué momento puede desaparecer alguna de las dos. —El hombre escupió sangre al suelo tras otro puñetazo—. Golpea lo que quieras, no soy el único que vendrá.

—No, pero al menos tú no volverás porque te vas a quedar en una jodida silla de ruedas. —Lucas volvió a golpear al hombre con intensidad.

No sé cuántos golpes dio Lucas al hombre antes de que este quedara sin conocimiento. María lloraba desconsolada abrazada a mí, yo miraba horrorizada la escena. La sangre cubría el suelo, manchaba las paredes, ensuciaba las manos del joven pelinegro. Estaba en shock: ese no era Lucas. Algo se había apoderado de él, algo no le dejaba ver con claridad lo que estaba haciendo. El mismísimo Demonio estaba ahí, golpeando sin piedad a ese hombre.

Reaccioné cuando oí el sonido de un hueso rompiéndose. Me solté de María y me acerqué a Lucas, con cuidado de no salir lastimada yo. Con delicadeza, me arrodillé a su lado e hice lo único que se me ocurrió: le abracé. Rodeé con mis brazos su cintura, sintiendo la tensión de sus músculos, sus brazos moviéndose continuamente, su respiración agitada y el extrañamente tranquilo latido de su corazón. Apoyé la cabeza en su hombro, cerré los ojos y susurré en su oído:

—Detente, Lucas.

Capi 14 :) No olvidéis votar y comentar :D

Abrazo de oso, Vero~~

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro