Capítulo 11
Lucas
¿Qué estaba haciendo? Debía parar inmediatamente o no me podría controlar. Me separé del beso, de sus labios, con un nudo en el pecho que apenas me dejaba respirar. Murmuré algo que mi mente no logró procesar, pues las palabras salieron airosas de mi boca. Era la primera vez que no quería herir a una mujer, era la primera vez que alguien (aparte de mi madre) me importaba de verdad. Salté por la ventana de su habitación, a unos dos metros de altura del suelo, y corrí de nuevo hacia el coche. Encendí el motor y aceleré a fondo, todavía sintiendo el tacto de sus labios en los míos.
Suspiré; era sencillamente deliciosa, era bonita, preciosa, perfecta, había caído como un idiota, sin necesidad de penetrar barreras, porque ella no tenía, sin tener que utilizar dinero, porque ella no lo requería, trabajaba para conseguir sus objetivos, igual que yo. Me sentía libre y a gusto cuando ni siquiera sabía de su existencia y ahora estaba atrapado en una telaraña, a punto de ser devorado por lo que nunca pensé que podría surgir en mí.
Bufé exasperado; «¿qué me estaba haciendo Iria? ¿Por qué estaba poniendo patas arriba toda la cabeza que tenía amueblada después de tantos años? ¿Por qué ha cumplido esa estúpida maldición?». Porque así fue, Lara dio en el clavo: si me enamoraba de ella la metería en mi mundo, y no podía permitirlo. Joder, había conseguido importarme, importarme de verdad, se estaba haciendo camino por la densa arboleda de mi corazón, y estaba cerca de conquistar todo el bosque que, durante mucho tiempo, estuvo prohibido pisar.
Me puse serio y apreté el volante, hasta que mis dedos adquirieron un leve color blancuzco; no, eso jamás. No le daría a nadie la satisfacción de hacerme débil, dócil como un potrillo, y mucho menos dejaría que alguien entrase en un Infierno por mi propio capricho. Me alejaría de Iria, todo lo que pudiera, y trataría de olvidarla, como hacía con todas las mujeres a las que me acercaba y acababan siempre igual: rotas. Y no sabía por qué, eso provocaba cierta satisfacción en mí, pero con Iria me estaba resultando tan complicado... Algo en ella me encantaba, me atraía como ninguna otra mujer antes, y me negaba a creer que era amor.
Llegué a mi casa casi a las tres y media de la mañana. Seguramente mi madre estaría durmiendo, así que entré sin hacer ruido y ascendí las escaleras despacio, dirigiéndome a mi habitación.
—¿Lucas?
Mierda. Me giré con cara de fastidio al ver a mi madre con sus graciosos rulitos en la cabeza, pero con una sonrisa llena de preocupación.
—Mamá, vuelve a la cama.
—¿De dónde vienes, hijo?
Ella pareció ignorarme; se acercó a mí y me abrazó, como hacía siempre que me veía, y no podía negar que mi madre era la única que podía sacar mi lado tierno a relucir. Le devolví el abrazo con dulzura, pero me separé rápido.
—Sabes que porque te dejé vivir aquí no tienes que controlarme, ¿no? —dije con una sonrisa socarrona.
—Soy tu madre, y con ese título tengo derecho a preocuparme por ti, mi niño —respondió.
—Estaba con Iria —finalicé, y antes de intentar adentrarme en mi habitación y cerrar la puerta, se puso en medio y no me dejó pasar—. Mamá, tengo sueño.
—¿No es encantadora? —sonrió—. Además, es muy bonita. ¿Sois novios?
Enganché el piercing de mi labio entre mis dientes, cosa que hacía muy a menudo y sin ninguna razón aparente.
—No, mamá, solo fui a hablar con ella del café.
Un tapiz sombrío cayó sobre su rostro, probablemente al recordar que mi padre estaba detrás de todas sus desdichas con el establecimiento, y que quería arrebatárselo como si le quitara la piruleta a un niño.
—Deberías salir con ella, tal vez te ayudaría a solucionar todos tus problemas —sonrió tiernamente antes de darse la vuelta, camino a su habitación—. Que descanses, mi niño.
—Hasta mañana, mamá.
Dicho aquello, cerré la puerta y me apoyé en ella, suspirando.
Ay, mamá, si supieras que nadie puede ayudarme con mis problemas...
***
El sonido de los pájaros cantando me despertó y yo bufé. Odiaba los pájaros cantarines con toda mi alma. Miré la hora en el reloj; eran las once y veinte, y decidí dormir un poco más, ya que era domingo y no tenía entrenamiento. Sin embargo, sonó un mensaje. Lo ignoré, pero siguieron llegando, uno tras otro, en cadena.
Exasperado, cogí el maldito teléfono, y vi once mensajes de Dylan, que me decía que por favor le llamase, que era urgente. Marqué su número mientras me restregaba la cara, somnoliento, y recordé a Iria, sus labios entreabiertos, su mirada de lujuria...
—¿Hola? ¿Lucas? ¿Estás ahí?
Sacudí la cabeza, sacándola de mis pensamientos.
—Sí, hola —respondí.
—¿Qué hacías? Llevo hablándote un minuto entero.
—Mi madre —mentí—. ¿Qué pasa? ¿Para qué tanta urgencia en que te llame?
—Tío —sollozó—, estoy hecho mierda. ¿Puedes venir a verme a la uni?
Lo pensé un rato. Si iba a la universidad, algo dentro de mi sabía que buscaría a Iria con desesperación, y tenía que mantenerme bien alejado de ella. Además, no podía permitirme enfrentarla después de lo que había sucedido en su habitación.
—¿Puede ser en otro sitio? —cuestioné, saboreando el anillo de metal de mi labio.
—¿En Central Park?
—Sí —afirmé—, estaré allí en una hora.
—Hasta entonces, hermano.
Colgué el teléfono y suspiré. No sabía que tuviera que limpiarle los mocos a Dylan ahora que estaba con Clare. Él nunca había estado así por una mujer. Al principio de nuestra amistad, él era como yo: un hombre sin ataduras, sin necesidad de una mujer en su vida, sin nada que perder, y yo sé que todo fue a causa de los problemas de su familia y los suyos propios, pero nunca buscó algo estable. Clare no era lo que Dylan estaba buscando.
Me levanté de la cama y fui directo al baño a darme una ducha fría. Mi madre hacía rato que se había levantado, y la oía tararear alegremente en la cocina. Sonreí ligeramente antes de meterme al baño, y suspiré cuando el agua recorrió mi cuerpo. Pensé en Pepitas todo el rato; su sonrisa, sus ojos avellana, su cabello rubio, sus gafas de Harry Potter y, por supuesto, sus pecas. Esas pepitas de chocolate sobre su piel blanca, la combinación perfecta que tanto me gustaba de ella, y luego sus labios. Suaves, mullidos, rosados, adictivos. Me moría de ganas de volver a besarla...
Giré la llave del agua, cortando el paso a las reconfortantes gotitas, y volví a enviar esos pensamientos a lo más profundo de mi cabeza. No podía, punto final. Me vestí con unos vaqueros negros, mis botas y una sudadera azul marino. Bajé a la cocina y cogí un bollito relleno que mi madre acababa de sacar del horno. La mujer me miró como si fuera un alienígena, pero sonrió.
—Buenos días, mi niño.
—Hola, mamá. —Dejé un casto beso en su cabecita blanca—. Me voy.
—¿Te acabas de levantar y ya te vas?
—Voy a ver a Dylan. —Me encogí de hombros—. Esto está riquísimo, mamá. Adiós.
—Dame un abrazo, por favor.
Y así hice. Abracé el pequeño cuerpo de mi madre antes de salir de mi casa, no sin antes coger las llaves del coche. Arranqué e hice rugir a fondo el motor; aceleré, rumbo a Central Park, y aparqué a unas calles del parque más grande de Nueva York. Avancé hasta un puesto de café y pedí un cortado, y fui a un banco a sentarme, enviando mi ubicación a Dylan. Cuando estaba terminando el café, este apareció.
Estaba completamente desanimado; tenía unas enormes bolsas de un leve tono lila bajo sus ojos, el pelo desordenado y las manos escondidas en los bolsillos de sus pantalones. Andaba cabizbajo hacia mí, y cuando me vio forzó una sonrisa.
—Sí que estás hecho una mierda —reí.
—Te lo he dicho, hermano —suspiró, sentándose a mi lado—. Clare y yo...
—Ya se qué pasó —murmuré—, solo dime cómo ha acabado.
—Se va a Inglaterra dentro de un par de semanas. —Una lágrima descendió por su mejilla, pero se la limpió rápidamente—. Y yo estoy completamente enamorado de ella.
E aquí una razón más para no creer en el amor: siempre, pero siempre, sucedía algo con lo que acababas jodido. A veces te podía salir bien, pero era una posibilidad entre un millón. Claro que no iba a juzgar a mi amigo por eso, pues es un error que todos los seres humanos tienen derecho a cometer y, para ser sincero, demasiados lo repiten.
—¿Quién ha dicho que se tiene que ir a Inglaterra?
—Su padre.
—Qué típico.
—Tío, te he llamado para que me animases un poco, no para que me deprimas más.
Reí.
—Está bien, lo siento, tienes razón —dije—. ¿Habéis pensado cómo solucionarlo?
—Yo quiero irme a Italia de nuevo —soltó—, ya sabes, para cambiar de aires, volver a mi ciudad natal, estudiar allí. Al menos, estaría más cerca de ella.
—Espera, ¿a Italia? ¿Vas a seguir con ella?
—Por supuesto —respondió—. Mira, tío, nadie me ha hecho sentir como ella jamás. Es especial para mí, tiene algo... No sé qué es, pero realmente quiero estar con ella, superando todos los obstáculos que haya por el camino.
No dije nada, pero algo en mi interior hizo click. Para mí, Iria también tenía algo diferente que me atraía, pero no sabía qué era. Dylan había descrito cómo se sentía con Clare y coincidía de manera exacta a cómo me sentía yo. No, yo no podía estar enamorado de Iria, no era posible... Lo evitaría.
—Creo que deberías pensarlo bien —dije—. Irse a Italia para estar cerca de una mujer... Es una locura, ¿no?
—A veces tenemos que hacer una locura para estar con quien queremos —suspiró—. No te creas que se me ha pasado por alto lo que pasó el otro día, en la pelea. Te llevaste tú a Iria de la fábrica.
Me encogí de hombros.
—La vi como si fuera un pececillo nadando contracorriente —sonreí de lado—. Sinceramente, pensé que necesitaba ayuda.
—No sé cómo pudo la policía descubrir que estábamos allí —susurró—, tantos años teniendo cuidado... Debieron de seguir a alguien a quien investigaban.
—Es lo más probable —afirmé, sabiendo muy bien que quien había dado el chivatazo a la policía fui yo.
Sin embargo, por muy amigo mío que fuera Dylan, no podía decirle lo que hice. Le puse en peligro a él, a Clare y a Iria, pero no sabía que estarían allí cuando la policía entrara a la fábrica. De haberlo sabido, jamás habría avisado a nadie, y habría encontrado otras formas de conseguir el dinero de mi madre.
—De todas formas —continuó—, siempre nos quedará Candyland.
Reí al recordar los viejos tiempos en los que las peleas clandestinas se realizaban en el parque de atracciones abandonado de Nueva York, Candyland. Debió de ser un sitio divertido en su día, pero entrar ahí daba miedo, rodeado de puestos abandonados, caretas de payasos, atracciones de metal que chirriaban y daban la sensación de que se desprenderían en cualquier momento...
—Sí —afirmé—. Hablando de peleas... Quiero pedirte un favor.
Dylan me miró.
—No vuelvas a llevar a Iria a una de mis peleas.
Mi amigo me miró extrañado.
—¿Y eso por qué?
—No la quiero ver.
Dylan abrió mucho los ojos.
—¿Qué te ha hecho Iria para que hables de ella como si fuera un insecto repugnante?
Suspiré.
—No es por lo que me haya hecho, es que... No quiero que me vea pelear. Sabes que pierdo el control...
—No, no te referías solo a las peleas —musitó serio—, lo dices por algo más. ¿Qué has hecho?
—Nada, tío...
—No me lo trago, Lucas, dime qué le has hecho a Iria.
—Te estoy diciendo que no la he hecho nada —mascullé, frunciendo el ceño.
—Lucas, ¿en qué la has metido?
—Dylan... Para ya.
—¡Pues dímelo! —exclamó.
—¡Me gusta, joder! ¡Cállate de una puta vez!
Me levanté del banco, respirando fuertemente. Miré a Dylan, quien me miraba asombrado y a la vez confuso.
—¿Qué te la quieres llevar a la cama, quieres decir? —preguntó enarcando una ceja.
—No, pedazo de idiota, que me gusta, que me encanta esa mujer. —Me llevé las manos al pelo y tiré de él, sin poder creerme lo que estaba diciendo. ¡Era un completo idiota!—. La puta maldición se está cumpliendo, yo... Me estoy enamorando de Iria, me está volviendo completamente loco.
Volví a mirar a Dylan, quien tenía una sonrisa pícara en el rostro y una mirada penetrante. Todo rastro de tristeza y pesadumbre desapareció en menos de dos segundos. Al parecer, las desgracias ajenas eran la cura para todo mal.
—Nunca pensé que caerías rendido ante una mujer, Demonio.
—Yo tampoco —gruñí—, y menos de ella. Lo primero que pensé al verla aquel día en la pelea, mientras subía al ring, fue: «¿Y esta friki que hace aquí?». Nunca imaginé que me haría sentir... así.
—Tío, yo creo que a ella también le gustas —sonrió.
—No, no debe ser así —recordé—. La maldición, tío, sé que al principio me reí, pero está pasando...
—Lara no es bruja ni va echando maldiciones a todo el que se le cruza. —Dylan rodó los ojos.
—Puede, pero no me pienso arriesgar. Tengo que alejarme de ella, olvidarla, intentar que nada de lo que está pasando dentro de mí salga a la luz.
—Estás siendo muy egoísta...
—Al revés —murmuré frío—, lo estoy haciendo por ella. Estoy tratando de salvarla de mi Infierno, no quiero que caiga en mi mundo oscuro.
—Visto así... ¿Y si consiguieras librarte de todos los problemas? —preguntó—. Podrías estar con ella.
—Nunca me libraré de toda la mierda que tengo a mis espaldas, Dylan, lo sabes perfectamente... —suspiré, volviendo a sentarme en el banco—. No quiero hacerle daño, ni a ella ni a mí mismo.
—Te entiendo, tío...
Eso lo sabía. Sabía que Dylan me entendía, pero jamás comprendería la batalla que estaba teniendo lugar en mi interior. Me sentía extraño, nunca me había sentido así, y todo esto estaba pasando por culpa de Pepitas. Una ola de frialdad asoló mi cuerpo: ella y yo no podíamos estar juntos en la misma oración.
***
Volví a casa hacia la hora de comer. Mi madre había preparado un rico guiso, pero yo estaba pensando en otras cosas. Ella ya había comido y estaba viendo la televisión tranquilamente en el salón. Cuando terminé, lavé los platos y bajé al sótano, donde solía pasar los ratos en los que necesitaba pensar, aclarar mi mente y golpear el saco de boxeo.
Me quité la camiseta, me enfundé en unos pantalones cortos de deporte, protegí mis manos con las vendas y encima coloqué mis gastados guantes rojos. Comencé a golpear el saco en series, mientras pensaba en todo lo que debía hacer esa semana, pero, como siempre pasaba últimamente, Iria se coló en mi mente, y sabía que por mucho que me negara, no podía dejar de verla.
Me pregunté en qué momento empezó a gustarme tanto esa chica. ¿Fue cuando la vi, toda indefensa, con aquel tipo pervertido tocando su delicada piel? ¿Cuando defendió a mi madre de los matones de mi padre? ¿Cuando escuchó todo lo que la conté de mi vida y no me juzgó en ningún momento? Era valiente, aunque por fuera pareciera una bonita muñeca de porcelana, era fuerte y muy inteligente, por no decir que era bella. Mucho, además.
Quería olvidarla y lo único que hacía era pensar en ella. Solo conseguía gustarme más y más. Aquel fogoso beso en su habitación... Nunca había besado con tanta necesidad a una mujer, nunca había tenido tantas ganas de no tener solo sexo, de la manera simple y animal que conocía, sino de hacerle el amor, tenerla solo para mí. ¿De verdad me arriesgaría a que ella saliera herida por mi culpa? ¿De verdad me estaba planteando dejarla entrar en mi mundo?
Dejé de golpear el saco cuando esté cayó al suelo; lo había sacado del gancho debido a la contundencia y la fuerza de los golpes. Bufé, volviendo a colgarlo. No tenía respuestas para nada, no tenía soluciones para ningún problema. Miré la hora en el móvil; había pasado casi una hora y media desde que empecé, así que decidí dejarlo ahí. Me metí en el baño para darme una ducha y cambiarme de ropa, y justo cuando me disponía a bajar de nuevo las escaleras hacia el sótano para ordenar un poco, oí el sonido de un cristal rompiéndose, un coche acelerando a fondo y el grito de mi madre.
—¡Mamá! —grité, corriendo hacia el salón.
Miré por todos lados, esperando que saliera alguien a golpearme, pero nada pasó. Mi madre tenía una mano en el pecho, y asustada, recogía un ladrillo del suelo, que estaba cubierto de cristales.
—Lucas, alguien ha tirado un ladrillo a la ventana —indicó.
—Lo sé, mamá, tranquila. —La abracé, quitando el bloque de sus manos—. Recoge esto, por favor, y ten cuidado, no te vayas a cortar.
Mi madre asintió como una niña pequeña, y fue a la cocina a por el cepillo. Yo examiné el ladrillo con el ceño fruncido; tenía una goma que mantenía un trozo de papel atado a él. Saqué la nota y lo que leí por poco me hace perder el control ahí mismo, en mi casa:
«SABEMOS LO QUE HAS HECHO...
MÁS TE VALE IR CON CUIDADO».
Bueno, y hasta aquí el capítulo de Lucas :) No olvidéis votar y comentar :D
Abrazo de oso, Vero~~
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