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Capítulo 10

Iria

El trayecto hacia lo desconocido duró, por lo menos, media hora más. Estaba mandando un mensaje a Clare diciéndole que llegaría tarde cuando Lucas aparcó el coche y se bajó. Confundida, yo también bajé del vehículo, y lo que vi me dejó completamente maravillada: era como tener el cielo en la tierra.

Todas las luces de Nueva York brillaban como un árbol de Navidad y, desde la colina en la que estábamos, era como poder tocar las estrellas que iluminaban la ciudad con su luz. El ruido de los coches era, tal vez, lo peor que tenía esa vista, pero a mí me pareció maravillosa. Lucas se subió al capó anaranjado del coche, y miré sus ojos: brillaban como una luz más de la ciudad, y se notaba que ahora estaba mucho más tranquilo, sereno.

Intenté no sentirme dolida por cómo me había hablado y simplemente olvidarlo, pero no fui capaz de mirarle sin fruncir el ceño.

—Siento haberte hablado así —murmuró, sin mirarme.

—Tu enfado no es excusa para pagarlo con quien no te ha hecho nada —dije, sacudiendo la cabeza—. Está bien, da igual, no creo que me hayas traído aquí para pedirme perdón por hablarme mal.

Esperé su respuesta un largo rato, pero nunca llegó. Al final, resignada, me subí también al capó del coche y me tumbé a su lado, observando la ciudad de Nueva York brillar.

—No soporto a mi padre —dijo al cabo de unos minutos.

—No me digas...

—Nos arruinó la vida a mi madre y a mí —murmuró sombrío—. Hace casi veinticinco años que abandonó a mi madre, no ha ido a verla nunca ni quiso saber nada de ella hasta que yo cumplí los quince. Dijo que quería recuperar el tiempo perdido conmigo, pero no era cierto.

Una risa amarga salió de lo más profundo de su garganta.

—Lo único que quiso fue engañar a mi madre, una vez más.

—¿Qué pasó? —pregunté enfurecida con el hecho de que alguien le hiciera daño a María.

—Mi madre tiene déficit de atención, pero mucho más pronunciado que antes —soltó—, por la edad. No sé si te has dado cuenta de lo inocente que es, es como una niña pequeña a la que la encanta dar abrazos.

Lucas sonrió con ternura recordando a su madre, y yo no pude evitar hacer lo mismo al verlo a él.

—Tu madre es una persona maravillosa, Lucas —dije—, carente de maldad y malas intenciones. Ojalá todos fueran como ella.

Eso le hizo agudizar su sonrisa, pero pronto desapareció.

—Lástima que yo haya heredado todo de mi padre —musitó con molestia—. Todo lo malo. Nunca he tomado una sola buena decisión en mi vida, soy como él, hasta hace poco...

Me miró de refilón, y obviamente me di totalmente por aludida, al recordar aquella noche en la que nos conocimos y en la que evitó que me violaran. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordarlo, pero sonreí, y traté de ocultar el gesto mirando la imagen de la ciudad y no a él.

—El caso es que manipuló a mi madre y la convenció de firmar una hipoteca para poder mantener el café, que por entonces se estaba cayendo a cachos, y para poder mantenerme. Ella le creyó, confío en él, y aun así...

—Pero... ¿Por qué?

—Mi padre es el director de un banco, Pepitas —suspiró—; el banco que lleva la hipoteca de mi madre. Manda a sus matones todos los meses a echarla de allí, es su forma de demostrar cuánto la odia, pero siempre consigo dinero a tiempo.

—Por suerte —murmuré—. ¿Solo estás metido en la hipoteca de tu madre?

El joven se pensó detenidamente la respuesta, decidiendo si sacar a la luz todos sus trapos sucios conmigo o no decir nada.

—Lo peor es la hipoteca —finalizó.

No parecía dispuesto a dar ningún detalle más, así que cambié el tema de nuevo hacia su madre. Sin embargo, confirmé que tenía más problemas de los que yo no estaba enterada, y tampoco sabía si quería estarlo.

—No entiendo cómo tu padre puede odiar tanto a María...

—Yo tampoco —bufó—. Creo que pasó algo hace muchos años, cuando mi madre estaba mejor... Pero ella nunca quiere hablar de ese tema. De mi padre, sin embargo, no se cansa de decir cosas buenas sobre él. En realidad, nunca ha dejado de quererle.

—Eso es muy triste, Lucas, siento tanto lo que tenéis que pasar por culpa de tu padre...

El joven suspiró.

—No sé por qué te cuento todo esto a ti —murmuró—, si son cosas que nunca le he contado a nadie. Supongo que... necesitaba hablar con alguien hoy.

—¿Ser tu psicóloga es otro deseo mágico? —sonreí pícara y él me miró con mala cara.

—Esto no cuenta, Pepitas.

—Lo sé, lo sé —dije alzando las manos en señal de rendición—, solo era una broma.

—Eres una cómica pésima.

—Habló.

Los dos nos reímos, un poco el uno del otro, para relajar la tensión que se palpaba en el ambiente. Una vez más, la extraña sensación de que me observaban brotó en mí, y se me ocurrió mirar a Lucas. Esta vez, le pillé con las manos en la masa, a lo que sonreí triunfal.

—¿Por qué no dejas de mirarme?

Lucas se encogió de hombros ligeramente.

—Sinceramente, no lo sé —suspiró—. No te preocupes, miro a muchas mujeres.

Algo en mi pecho picó, y me sentí una más en el montón, pero la verdad es que no juzgaba a Lucas. Con ese cuerpo, esa sonrisa, esos ojos... Podía llevarse a la mujer que quisiera con solo chasquear los dedos. Claro que, lo mejor es que mantuviera la boca cerrada para conseguirlo o de seguro la cagaría.

—¿Puedo preguntarte algo?

El joven asintió, volviendo su vista a la ciudad.

—¿De qué maldición hablaba tu padre? —cuestioné, recordando las palabras de Víctor en el restaurante.

Lucas sonrío de manera extraña.

—Cuentos de brujas, caballeros y princesas —rio—, una tontería.

Asentí, pero algo dentro de mí me decía que no era ninguna historia para dormir mejor. No creía en la magia ni en ningún cuento chino parecido, pero vi a Lucas tan afectado cuando su padre lo mencionó... que me hizo pensar que, como siempre, algo ocultaba.

—Debería volver a la universidad —murmuré.

—Eres una aguafiestas —bufó Lucas, divertido—, pero creo que tienes razón.

Dicho aquello, bajó del capó del coche y se montó. Yo hice exactamente lo mismo, y mientras me abrochaba el cinturón de seguridad y Lucas encendía el motor, comprobé mi teléfono. Tenía dos mensajes de Clare, uno que decía que tenía un problema enorme y otro que decía: «me van a expulsar de la universidad».

***

Le pedí a Lucas que fuera a toda prisa a la universidad, aun poniendo mi vida en peligro en ese coche fabricado en el mismísimo abismo de la muerte. Clavé las uñas en la carrocería del vehículo como si me hubiera tirado de un avión y no tuviera un paracaídas. El joven no preguntó por qué, creí que mi cara lo decía todo: había quedado completamente en shock, había perdido todo el color de un segundo a otro, y mis labios tiritaban.

—¿Qué ocurre? —preguntó al fin.

—Clare... —susurré—. Me ha dicho... Que la van a expulsar de la universidad.

Lucas me miró como si fuese un bicho raro y en peligro de extinción.

—¿Por qué?

—Dylan y ella comenzaron a salir hace... ¿Un día? Creo que podrían haberles pillado.

Lucas pegó un frenazo que me echó hacia delante con brusquedad, clavando el cinturón en mi pecho. Esquivó un coche de puro milagro y pitó tanto rato que pensé que me explotarían los tímpanos.

—¡Gilipollas! —exclamó, con una arruga profunda en su frente—. ¿Dices que Dylan sale con tu amiga? Este tío ya pasa de contarme las cosas.

—Ni siquiera le ha dado tiempo, llevan unas pocas horas juntos.

—Aun así, existen los mensajes, podría haberme dicho algo —bufó—. ¿Van a echar a tu amiga por salir con él? Es absurdo.

—Es la política de la universidad —expliqué—, los alumnos pueden tener relaciones, pero no en las residencias. Incumplir esta regla te expulsa automáticamente de la universidad. Cuando te apuntas te hacen firmar un acuerdo para asegurarse de que entiendes las reglas...

—Pues menuda puta mierda.

Me encogí de hombros, pero sabía que tenía razón: también me parecía una política sin sentido.

—Lo sé, pero es la razón por la que chicas y chicos estamos separados en residencias y no tenemos una mixta.

—Pero si expulsan a tu amiga... —pensó en voz alta—. ¿A Dylan también?

Asentí, temiendo lo peor. Si expulsaban a mis únicos amigos del campus, ¿en qué me quedaba yo? Pasaría sola día sí y día también, sin nadie que llamase a mi puerta para despertarme o para criticar mi ropa, sin nadie a quien llamar para ver pelis y comer pizza, sin nadie a quien contarle todo, sin nadie que se preocupara tanto por mí. No podía permitir que expulsaran a Clare, simplemente no veía mi vida en la universidad sin ella. Tampoco podía imaginarme qué dirían sus padres ante tal situación, y cuáles serían las repercusiones.

—No entiendo cómo pudieron tardar tan poco en empezar a salir —murmuró Lucas, sacándome de mis pensamientos.

—Así es el amor —suspiré, mirando por la ventanilla—. A veces es cuestión de tiempo, pero otras tan solo es química. Puedes llegar a experimentar con una persona mil sensaciones que no habías conocido nunca en tan solo unos pocos días. Yo me alegro mucho de que Clare esté con Dylan, los veo... Enamorados.

Mi acompañante no dijo nada más. El camino transcurrió sin ningún miniataque cardíaco como el de antes, y tampoco una sola palabra más. Al llegar a la universidad, fui a bajarme del coche cuando Lucas cogió mi mano al vuelo y me instó a mirarle:

—Gracias por lo de hoy —murmuró, con su típica mirada fría y la voz ronca—, por escucharme. Y perdón por lo de la cena.

—No te preocupes, Lucas, sinceramente... —sonreí—. Lo he pasado genial.

En ese momento hice algo que no me esperaba que fuera a hacer nunca y menos con Lucas: dejé un beso en su mejilla y luego salí rápidamente del vehículo. Comencé a correr hacia la residencia de las chicas con una sonrisa tonta plantada en el rostro y mil mariposas en el estómago. Tal vez eso había sido la acción más atrevida que jamás hice con un chico, y sentía la adrenalina recorrer mis venas. Pero la pregunta era, ¿por qué lo hice? No lo sabía, pero en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera Lucas, y mi cerebro no dio crédito a los saltos que pegaba mi corazón desbocado: me gustaba Lucas O'Dell.

Llegué a esa conclusión al mismo tiempo que a las puertas de la residencia, y tuve que apartar a Lucas de mi mente para centrarme en Clare, no sin antes sonreír una última vez como una idiota. Ya hablaría conmigo misma de ese asunto. Subí las escaleras hasta nuestro piso y, al llegar, vi a Dylan en la puerta de Clare: tenía una mueca de tristeza imposible de ocultar, a pesar de que lo intentó cuando me vio.

—Dylan —murmuré, recuperando el aliento—, he venido tan rápido como he podido. ¿Qué ha ocurrido?

—Clare me invitó a venir esta noche con ella —dijo cabizbajo—. Ninguno de los dos sabíamos que estaba la rectora por aquí.

Chasqueé la lengua.

—Esa mujer es horrible.

—Y tanto —Dylan suspiró—. Estaba llamando a la puerta de Clare cuando me vio. Me preguntó qué hacía aquí, intenté excusarme diciendo que venía a pedir unos apuntes, pero Clare abrió la puerta envuelta en una toalla que desapareció al verme y creo... Que no coló.

Me aguanté la risa solo porque el tema era bastante serio, pero de imaginar la cara de la rectora al ver a Dylan recorrer el cuerpo de Clare en paños menores, se me escapaban risitas ahogadas.

—Suena gracioso, pero llamó inmediatamente al director. Ahora, sus padres están hablando con ella y mi madre vendrá mañana por la mañana.

—Dylan, haremos todo lo posible para que...

No me dio tiempo a terminar la frase cuando la puerta de la habitación de mi amiga se abrió. El padre de Clare, Robert, salió furioso de esta, y al verme a mí, relajó un poco la tensión que acumulaba en sus robustos hombros.

—Iria, bonita —dijo—, cuánto tiempo.

—Lo mismo digo, Señor Montero. —Intenté ser lo más amable y educada posible para que su enfado se evaporara un poco.

—Ojalá mi hija fuera la mitad de responsable que tú —bufó, dirigiendo la vista a Dylan y frunciendo el ceño—. Tú eres el muchacho, ¿no? Dylan.

Mi amigo se puso serio, gesto raro en él, que solo le había conocido con su amplia sonrisa y su alegría, y asintió.

—Lamento mucho lo que ha pasado, señor —murmuró Dylan—, pero por favor, no regañe a su hija. Ha sido culpa mía.

—Es muy noble por tu parte que quieras cargar con ese peso, chico, pero Clare ya ha hecho esto muchas veces, y tengo muy claro que tiene que hacerse cargo de sus responsabilidades. Buenas noches.

Robert Montero comenzó a descender las escaleras con una expresión pensativa y ofuscada. Al cabo de unos minutos, salió la madre de Clare, Yanise. Sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas y, al verme, trató de forzar una sonrisa.

—Hola, Iria, cariño —dijo con voz ahogada—. Ahora mismo no está bien, creo que lo mejor es que entres con ella...

Dicho aquello, la mujer se marchó siguiendo los pasos de su marido, y yo fui a entrar a la habitación cuando Dylan me detuvo.

—Por favor, dile que estoy aquí... No la dejes pensar que la he dejado sola en esto...

Asentí, tratando de sonreír y reconfortar a mi amigo, pero creo que fue un gesto inútil. Sus ojos chocolate me mostraban la profunda y sangrienta batalla que estaba teniendo lugar en su interior, sobre si lo mejor era dejar a Clare y asegurar un buen futuro para la chica que quería, o aferrarse a ella y luchar por su amor, y lo entendía, aunque nunca hubiese experimentado algo así con nadie.

La habitación de Clare estaba levemente iluminada por la lámpara de la mesita de noche. En la cama, cobijada bajo varias mantas, estaba mi amiga, sumergida en un mar de lágrimas.

—I-Iria —balbuceó.

—Shh, tranquila —susurré, acercándome a ella y sentándome a su lado en la cama—, tranquila. Dylan me ha contado lo que ha pasado.

—Tía, soy idiota —lloró—, pensé que podría tener una relación con alguien, pero veo que es imposible para mí. Me he enamorado de Dylan sin poder estar cien por cien a su lado. ¡Y encima ni siquiera llevamos un día entero juntos! ¿Cómo he podido comenzar con esto tan rápido? ¡Me odio!

—No eres idiota por querer a alguien, Clare —sonreí—. Has sido valiente y has dejado tu corazón en manos de alguien que lo quiere cuidar, y ese alguien está ahí fuera ahora mismo, pensando en ti y en que no sufras ningún daño.

—¿Dylan está aquí?

Rápidamente, mi amiga descubrió su cuerpo, tapado solamente por una bata de seda negra, se sentó en la cama y me miró esperanzada.

—Sí, está fuera, pero antes de que hables con él, debes hablar conmigo. ¿Qué ha pasado con tu padre?

Clare suspiró y volvió a tumbarse, como si fuera una paciente y yo su psicóloga, y esa carrera cada vez se apegaba más y más a mí. Lucas cruzó mi mente fugazmente como un cometa, pero sacudí la cabeza y aguanté una sonrisa.

—Lo de siempre, Iria —suspiró pesadamente—. Me ha dado otra vez la charla de las responsabilidades y bla, bla, bla. Lo peor ha sido su decisión.

Una lágrima solitaria recorrió su mejilla húmeda.

—¿Cuál es?

—Me cambian de universidad —sonrió triste—. Siempre has dicho que podía aspirar a una universidad mejor, y creo que mi padre te escuchó en su cabeza diciendo eso. Me voy a Oxford dentro de dos semanas, lo que tarde mi padre en enchufarme. Está decidido.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar a mi amiga decir aquello. Ya no era que cambiaba de universidad, no, cambiaba incluso de continente. Inglaterra parecía tan lejana a Nueva York que pensé que estar lejos de ella sería lo peor que me iba a pasar jamás.

—Eso está... tan lejos de mí.

—Lo sé.

El llanto desconsolado de mi amiga asoló la habitación, y yo no dudé en abrazarla. Unas silenciosas lágrimas salieron de mis ojos: tantas cosas vividas juntas, tantos recuerdos grabados a fuego en mi memoria, estaban destinados a ser lo único que quedara de nuestra amistad.

—Por favor, prométeme que pasarás estas últimas semanas conmigo, por favor —rogaba Clare, abrazada a mí—. No quiero perder a mi mejor amiga.

—Clare... —Acaricié su cabello moreno como hacía mi madre conmigo cuando me sentía mal—. Mírame.

La mencionada alzó su mirada, y sus ojos verdes, ahora rojos, hinchados y llenos de lágrimas, miraron directamente a los míos.

—Tú jamás me perderás. —Por unos instantes mi voz se quebró—. Siempre vas a ser mi mejor amiga, y yo haré todo lo posible para que tengas unas espectaculares últimas semanas en Nueva York. Todos los días te llamaré para no perder el contacto, seguiré estando para ti en todo momento.

Clare volvió a sollozar y se abrazó a mí de nuevo.

—Te quiero mucho, guarra.

—Y yo a ti más, puta —sonreí triste.

Dejé que Clare llorara en mi hombro todo lo que pudo y más. Al cabo de más o menos una hora, se quedó dormida; la tumbé, la arropé, besé su frente y apagué la luz, y salí de la habitación con el corazón encogido. En el pasillo estaba Dylan, sentado en el suelo y dormido. Zarandeé un poco su hombro para despertarle, y con voz somnolienta me dijo:

—Cinco minutos más.

Sonreí.

—Ve con Clare, te necesita a su lado.

El joven parecía un zombi: se levantó como pudo, entró tambaleándose a la habitación de mi amiga, y cerró la puerta cuidadosamente. Yo suspiré, dolida. Mi mejor amiga se iba a otro país a estudiar, y aunque solo quedaba un año y medio para terminar nuestras carreras, sentí que sería el más largo de mi vida. Saqué las llaves de mi habitación y me adentré en ella, pegando un chillido al encontrar a Lucas sentado en la cama, con una sonrisa ladina en el rostro.

—¿¡Cómo mierda has entrado aquí!?

—La ventana estaba abierta. —El joven se encogió de hombros como si fuera la respuesta más lógica a mi pregunta—. Vine a ver a Dylan, pero no estaba en su habitación.

—No, está... —Sobé mi rostro, sintiendo cómo el sueño, la cama y el pijama me llamaban a gritos—. Con Clare.

—Entiendo.

Nos quedamos unos minutos en silencio, mirándonos.

—Si venías a ver a Dylan, sigo sin entender qué haces aquí, en mi habitación.

—Quería comentarte una cosa.

—¿Y tiene que ser ahora? Son casi las tres de la madrugada —bufé—, quiero dormir. Dímelo mañana, ¿vale?

—Tiene que ser ahora. —Lucas se levantó de mi cama como un resorte y avanzó rápidamente hacia mí.

En un acto reflejo, yo retrocedí, chocando de sopetón contra la puerta de la habitación, hasta que tuve sus ojos oscuros apuntando directamente a los míos, y sintiendo sus labios soltar su aliento caliente sobre los míos. Instantáneamente, mi boca de entreabrió de la impresión y mi piel se erizó. Su mano recorrió mi cadera para acercarme más a su cuerpo si es que era posible, y mis manos se posaron en su firme pecho.

—Nunca me ha pasado algo así —susurró.

—¿Y qué es lo que te está pasando, Lucas?

—Estoy enfadado con cierta mujer por hacerme esto —murmuró, y fruncí el ceño—. Sí, lo que oyes, me enfado porque eres preciosa y no sucumbes a mis encantos, me cabrea que estés haciendo algo dentro de mí que no entiendo, y me enfado contigo porque te has despedido de mí con un estúpido beso en la mejilla.

—¿Y cómo querías que me despidiera? —dije frunciendo el ceño.

Lucas respondió, pero no de la forma que esperaba. Sus labios carnosos se posaron en los míos con sutileza y yo me quedé completamente estática. ¿Era muy estúpido llevar estudiando tantos años y no tener ni idea de cómo besar? No sabía cómo reaccionar, así que hice lo que últimamente no paraba de hacer cuando estaba cerca de Lucas: dejarme llevar.

Cerré los ojos y correspondí su beso, que inmediatamente se hizo más intenso. Podía notar cada surco de sus labios sobre los míos, notaba el metal frío de su piercing, sentía la necesidad de aquel beso, y sentí su corazón latir con la misma intensidad que el mío. No sé en qué momento di permiso a su lengua para jugar con la mía, pero comenzaron un baile placentero y muy agradable que no quería que terminara nunca.

Sus manos recorrieron mi cadera en suaves caricias, pasando por mi trasero y llegando a mis muslos. Hizo presión y me cogió, quedando mis piernas enredadas en su cintura, mientras nuestras bocas seguían unidas. Podía respirar la necesidad de aquel beso, las ganas, podía sentir cada átomo de mi cuerpo suspirar por Lucas. Me dejó sobre la cama con suavidad y, estando encima de mí, continuó besándome, hasta que de un momento a otro se detuvo y me miró.

Podía notar su excitación presionar contra mi vientre, y sus ojos llenos de deseo mirar los míos, cargados de lujuria. Sin embargo, Lucas sacudió la cabeza y se separó de mí. Se levantó, se acercó a la ventana, y con una última mirada, murmuró:

—Lo siento.

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Abrazo de oso, Vero~~

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