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Capítulo 5


Faith

Se fue como si no hubiera pasado nada, la frustración me hizo enojar y maldecirlo en voz baja al dejarme en esta situación, al solo alterarme las hormonas.

Entré a la habitación quitándome la ropa para entrar a la cama, debía dormir al menos unas horas para tener algo de energía. Aunque no sabía ni cómo iba a mirarlo al día siguiente, tal vez debía actuar con indiferencia y hacer que lo que sucedió hace un momento nunca ocurrió.

«Si, eso es lo mejor»

Di mil vueltas en la cama hasta quedar dormida, reviviendo en mis sueños el momento que nunca olvidaría. Y es que ¡joder! Sus labios había sido lo mejor que probé en mi vida, la manera tan seductora de moverlos que sólo provocaban no soltarlos nunca.

La molestia en mi cabeza me hizo levantarme de malhumor, me fijé en mi móvil decepcionándome de no encontrar ni un mensaje. Lo lancé a la cama y me di un vistazo en el espejo, había ocultado mis ojeras con maquillaje y me mentalicé en ocultar mis problemas y mostrar una actitud decente.

Tomé mi bolso y salí encontrándome con los guardaespaldas del señor McConnell en la entrada, el susodicho estaba sentado mientras daba órdenes mediante el movil a Dios sabrá quien.

Uno de los guardas se acercó a mi para comunicarme que tenía veinte minutos para desayunar y para encontrarme con mi jefe en el vestíbulo. No seguí perdiendo más tiempo y bajé al comedor, necesitaba un café y una aspirina.

Volví a revisar mi móvil justo en el momento que una videollamada de mi madre entraba. Decidí recibirles agradeciendo que estaba vestida decentemente, un traje verde menta.

—Hola, cariño —saludó sonriendo agitando su mano.

—Hola, ¿a qué se debe tu llamada tan temprano? —pregunté dándole un sorbo a mi café

—Sólo deseaba saludarte antes de tu trabajo, cómo solía hacerlo cuando vivías en casa.

Sonreí sin saber qué contestar.

—¿Dónde estás? —achicó sus ojos analizando el lugar que se podía apreciar desde la pantalla —¿Estás de vacaciones o fuiste a ver a tu novio?

—Estoy en un viaje de negocios —me limité a contestar

—Oh, no sabía que tuvieras tan buen trabajo para costearte el hospedaje en un buen hotel.

Rodé los ojos ante su insinuación, para todos tenía un mal trabajo que a duras penas y me daba para mantenerme.

—Lo paga la empresa —recordé que aún no sabía que estaba trabajando con el senador del estado.

—Ah, con razón.

Mi padre se asomó saludándome con una sonrisa en su rostro, haciéndome las típicas preguntas cómo estaba o si necesitaba algo.

—No has tocado la cuenta donde se depositan tus acciones de la empresa, ¿tan bien te pagan en ese trabajo?

—Si, la paga es bastante buena.

Y lo era, el jefe podría ser exigente cuanto quisiera pero el sueldo estaba bien para aguantarle todo. Aunque de mi parte aún no había queja alguna, a excepción de lo ocurrido anoche.

—¿Vendrás al compromiso de tu hermano?

—No lo sé, papá —hice una mueca, no me apetecía, ni creía que mi hermano quisiera que estuviera ahí, tenía mucho de no hablar con él.

Me fijé en la hora, sólo me quedaban cinco minutos para estar en el vestíbulo. Tomé un panecillo apresurando a comerlo y dedicarme solo a escuchar a mis padres.

—Estamos organizando un viaje familiar, no queremos excusas Faith.

—Estoy trabajando, por si se les olvida, no puedo faltar ni mucho menos pedir algunos días —les solté tratando de no sonar tan borde pero al final terminé fracasando.

—Como sea, será un fin de semana. Acabamos de decir que no queremos excusas y es lo primero qué haces.

—Solo estoy recordándoles ese pequeño detalle y además no sé para qué quieren que vaya a un lugar que está más que claro no seré bien recibida.

—No digas eso, cariño.

—Tengo que colgar, mi jefe me está esperando —me despedí mientras caminaba al vestíbulo donde él ya estaba esperando, al verme no hizo ningún gesto y ni siquiera me observó como solía hacerlo, en su lugar la apartó y con un ademán me indicó que lo siguiera. Abordó una de las camionetas, uno de los guardaespaldas me abrió la otra puerta para que entrara a su lado.

—Buenos días, señor —saludé sin verlo.

No respondió sino que en su lugar sólo me dio órdenes e instrucciones. Al llegar al Capitolio bajé rápidamente para seguirle el paso caminaba tan rápido que se dificultaba la tarea.

—Al fin llegas, McConnell. ¿Has escuchado de la ley que quieren modificar? —se acercó un hombre en cuanto cruzamos la entrada de la edificación.

—Si, una estupidez que no estoy dispuesto a apoya.

—La mayoría pensamos lo mismo, pero hay mucho que están de acuerdo con eso. Steven puede llegar a ser demasiado convincente.

—¿Has hablado con Clark? —le preguntó mi jefe

—Si, ella tampoco está de acuerdo.

—Bien, si dices que somos mayoría no será problema. ¿Algún otro problema con el que no esté enterado?

—Tu lo sabes todo, deberías ser yo el que pregunte eso —se rió pero mi jefe era impenetrable y no tuvo ningún atisbo de gesto, permaneció serio sin detener su paso apresurado.

Me envió a mi a su oficina donde me encargó varios de sus asuntos menos relevantes, cómo comunicarme con algunas personas, redactar algunas propuestas o revisar si alguna tenía una falla. No era tan difícil y lo mejor de todo es que estaría lejos de su compañía, a penas y tuvo tiempo de salir a almorzar.

Estuve algo relajada al no tener tanto trabajo, lo que hacía era estar programando algunas citas y posponiendo otras.

A eso de las tres salimos del Capitolio para volver al hotel, durante el camino discutía fuertemente por el teléfono con al parecer su esposa, por lo poco que había escuchado había salido de viaje y había sido captada por algunos paparazzis de fiesta con sus amigos, revolucionando la internet con una supuesta infidelidad.

«Como si él fuera un santo» pensé recordando el candente beso que me había dado y en la forma en que me miraba.

—Sino quieres firmar ese maldito divorcio al menos esfuérzate por ocultar tus aventuras y evítame dolores de cabeza —su voz era como un detonante, estaba furioso se le notaba en la vena que sobresaltaba en su frente.

Mi lado chismoso quería saber lo que contestaban al otro lado de la línea pero desgraciadamente no se escuchaba nada. Simulé observar hacia la ventana cuando cortó la llamada, de reojo miré cómo apretaba el móvil en sus manos, un poco más de fuerza y estaba segura que lo rompería.

Era un incómodo momento y agradecí que el coche se detuviera frente al hotel, fui la primera en saltar hacia afuera y adentrarme al edificio, aunque podía sentir sus pasos atrás. Llamé al ascensor y moví mi pie en medio de un tic nervioso al sentirlo a mi lado. Las ganas de preguntar que había pasado noche me carcomían, pero me abstenía al simplificarlo con que no había sido nada importante.

Subimos hasta la suite y recordé que aún traía la tarjeta de acceso, me apresuré a sacarla de mi bolso y abrir la puerta. No dijo nada y sólo pasó directamente a su habitación, por mi parte pedí que subieran algo para comer, tomándome el atrevimiento de pedirle algo a él sin saber sus planes. Fui a mi habitación para quitarme el blazer y quedar en la blusa de tirantes, volví a la sala donde me acomodé en un sofá mientras veía una de las revista de novia que Rebecca había empacado para mi. Hice mis apuntes teniendo presentes cuáles eran sus gustos y los de George.

—¿Te vas a casar? —preguntaron a mi espalda con evidente sorpresa, no hizo falta voltearme pues él se acomodó en el sofá frente a mi.

—No —contesté de inmediato —pero mi amiga lo hará, empacó muchas revistas para que cuando tuviera tiempo le ayudara con ello.

—Ya veo —murmuró sin apartar la vista de mi, se había cambiado de ropa por algo informal, una camisa de polo blanca y un pantalón de mezclilla.

—Por la noche hay un evento de beneficencia al que estoy invitado al que necesito que me acompañes.

—Está bien, ¿algún código de vestimenta?

—No

—Bien, ¿a qué hora debo estar lista?

—A las ocho —contestó levantándose y yendo al bar, decidí ignorarlo y seguir en mi tarea. Minutos después llegaron con el servicio el cual acomodé en la pequeña mesa de comedor bajo la atenta mirada de él.

—Me tomé el atrevimiento de ordenar algo para usted, si gusta puede acompañarme o...

—Está bien —no me dejó terminar y se acomodó en la silla frente a mi. En silencio comió lo que había en su plato.

Me mordí la legua para no soltar un comentario acerca de lo ocurrido, tal vez supuso que al estar algo ebria no recordaría nada y quizá hubiera sido lo mejor, pero joder cómo iba a olvidar algo de gran magnitud, algo que hizo mi mundo vibrar y agrietar mi relación, porque era claro que desde anoche se marcó un antes y un después.

—¿Algo que me quiera decir? —inquirió alzando una ceja

—Nada, señor —respondí de inmediato

—No parece, lleva ratos queriendo hacerlo pero al parecer no se decide.

Me estaba dando la oportunidad, era claro que quería saber que tenía por decir acerca de lo que sucedió. Me acomodé en la silla y alejé un poco el plato.

—Mi cabeza no para de darle vueltas a lo que sucedió anoche —solté armándome de valor y dispuesta a pedir una explicación de su abrupta reacción.

—¿Y qué sucedió anoche, señorita Petterson? —preguntó con el mayor descaro que una persona puede tener, lo miré indignada al hacerse el idiota y actuar como si nada.

—Usted lo sabe muy bien.

—Así que lo recuerda, llegó tan ebria que asumí que no lo recordaba.

Ladee mi cabeza indecisa si creerle o no, no están tan ebria como lo dijo y aunque lo hubiera estado jamás olvido nada de lo que hago estando en ese estado.

—Lo recuerdo muy bien.

—Entonces no hay nada que pensar, el momento se dio y ambos nos quitamos las ganas de probar la boca del otro —contestó con simpleza encogiéndose de hombros.

Sonreí de medio lado

—¿Se quitó las ganas, señor McConnell?

—Si, ¿y usted lo hizo? —su voz se fue tornando más ronca de lo normal.

Me levanté de la mesa dejando la servilleta a un lado, voltee a verlo rememorando en cómo mis manos se pasearon por su fornido torso, en lo bien que se sintió tener pegado su cuerpo con el mío.

—Aún no. A mi no me basta con un simple beso, señor McConnell —respondí antes de desaparecer de ahí sin dejarle tiempo para que me respondiera.

Por medio de una pagina busqué un vestido para esta noche, encontré algo que me haría no pasar desapercibida, al menos no para su vista. Ahora más que nunca tenía claro mi objetivo, dejaba la moralidad de lado y sólo me concentraría en mi, al final de cuentas para las demás personas hace mucho había dejado de ser una "respetable" mujer al meterme con el esposo de mi hermana.

Mientras me maquillaba decidí llamar a mi amiga y comentarle de lo que me había gustado de lo que vi en la revista, intercambiamos opiniones y quedábamos que en cuanto volviéramos le ayudaría a elegir los postres junto a su prometido.

Terminé de hacerme el recogido, envolví mi cuerpo en una bata de satén para salir a recibir el vestido que acaba de llegar, agradecí que él no estuviera a la vista, no quería que pensara que estaba siendo más descarada y que me urgía seducirlo. O bueno, eso ya lo había hecho.

Sonreí en lo que deslizaba el vestido por mi cuerpo, la prenda era color negro lleno de lentejuelas, era manga larga y cubría toda la piel de la parte de arriba, me llegaba hasta los tobillos y de la pierna derecha había una gran abertura que la dejaba a la vista. Me calcé unos tacones del mismo color viéndome más alta de lo que era.

Oí su voz afuera por lo que supuse que ya estaría listo, salí caminando a paso segura hasta la sala, estaba de espaldas a mi dándole instrucciones a sus escoltas, al oír el repiqueteo de mis tacones se giró a verme enmudeciendo y mirándome sin ninguna discreción, poniéndome a temblar.

—Ya estoy lista, señor —dije sin detener mi andar hasta quedar a unos pasos suyos.

—Está usted muy hermosa, señorita Petterson.

Sonreí reparando en él, decir que se veía guapo quedaba corto para describir cómo lucía, ese hombre con cualquier prenda se veía caliente y sexi, vestía un traje completamente negro, la camisa traía los primeros botones sueltos dándole un toque menos formal.

—Gracias, señor.

Me ofreció su brazo

—¿Nos vamos?

Sonreí entrelazándome con él.

—Claro.

Salimos del hotel y subimos a la camioneta, volteaba a verlo por momentos y cada que lo hacía me maravillaba más de su atractivo, es que ese hombre era casi perfecto, tenía una bonita nariz, su mandíbula cuadrada cubierta de una barba perfectamente cuidada, sus cejas gruesas y las pestañas crespas le agregaban más puntos a su belleza, y ni que decir de sus labios, eran delgados pero apetecibles.

—¿Se deleitó con la vista? —preguntó de repente.

Sonreí con descaro y asentí.

—Demasiado

Me miró detenidamente, alternando de mis ojos a mis labios, los cuales relamí incitándolo a que volviera a probarlos, deseosa de sentir volver a sentir la gloria. Se acercó lentamente sin apartar sus ojos de mi, bordeó mis labios con sus dedos siguiendo el movimiento de ellos.

—Eres una tentación andante, Faith —murmuró contra mi boca, sentí su aliento chocar contra el mío y que sus labios pronunciaran mi nombre solo me hizo enloquecer más.

—¿Tiene miedo a caer en ella? —pregunté rozando nuestros labios

—Pero si ya caí en ella —dijo para después tomar mis labios con la misma intensidad que anoche, con sus manos apresó mi mentón atrayéndome más a él y pasando la que tenía libre alrededor de mi cintura, correspondí con el mismo ritmo, apresándome de ellos como si fuera mi postre favorito y sería la última vez que lo probaría, jadeando al sentir mi cuerpo vibrar y sentir esa necesidad de tenerlo. No soportaría que volviera a dejarme con las ganas, no esta vez.

El auto se detuvo y nos obligamos a separarnos, ambos jadeantes y con el deseo latente, no se necesitaban palabras para saber lo que quería el otro. Cerré mis ojos por unos segundos, entre abrí mis labios en una clara invitación, sentí su lengua invadir mi cavidad bucal y su mano deslizarse por mi pierna desnuda.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Qué es lo que deseas, Faith? —susurró alejando su boca para descender a mi cuello y depositar un húmedo beso en él.

—Librarme de este deseo de tenerte, quiero que apacigües estas ganas que te tengo desde el momento en que te conocí —jadeé al sentir sus dedos rozar mi intimidad.

—¿De verdad lo anhelas tanto?

—Si —tomé su rostro alejándolo de mi cuello para volverme a prender de sus labios, para dejarle claro lo que quería y lo segura que estaba.

—Esta noche, hermosa Faith, saciaremos estas ganas que nos tenemos. Porque no hay noche en la que haya alucinado con tu cuerpo, en tocarlo y poseerlo como una bestia, porque eso es lo que has despertado en mi, una brutalidad por adentrarme en ti, hacerte retorcer en mis sábanas y que jamás olvides mi nombre.

Solté un gemido ante los movimientos circulares que estaba haciendo por sobre la tela en mi intimidad, quería regresarme al hotel y que cumpliera cada una sus palabras, quería arañar su espalda, envolverlo con mis piernas y sentirlo dentro de mi, era una completa tortura tener que verlo y abstenerme a imaginar que lo hacía.

—Regresémonos —propuse

—No, tenemos que entrar, estaremos un rato y entonces regresaremos —volvió a besar mis labios y sacó su mano de debajo de mi vestido —sólo imagina en todas las posiciones que quieres que te ponga esta noche.

Mordí mi labio inferior apartándome para retocar mi maquillaje y salir, no me tomó más que unos minutos para estar nuevamente lista como si no hubiese pasado nada.

Ambos bajamos, nuevamente me ofreció su antebrazo para entrar al hotel donde se llevaba a cabo la fiesta. Al entrar los flashes se dispararon hacia nosotros, las preguntas sobre quién era su acompañante no se hicieron esperar, pero el señor McConnell las ignoró y pasó de largo. Hasta donde tenía entendido, según las palabras de la antigua asistente, él era alguien bastante estricto con su vida personal, jamás daba explicaciones sobre ella y por eso eran sus largas discusiones con su esposa cuando daba a conocer algunos detalles de ellos.

—Senador, es un gusto tenerlo aquí —saludó con efusividad a mi jefe, el hombre volteó a verme y sus ojos brillaron al reconocerme, era un amigo de papá —Señorita Petterson, que bella está, hace mucho que no la veía.

Sonreí tomando estirando mi mano para estrecharla con él.

—Señor Hill, qué gusto verlo de nuevo.

Mi jefe me miró con las cejas arqueadas, conocía a muchos de aquí puesto que pertenecí a esta élite.

—Es un conocido amigo de mi padre —expliqué

Asintió y miró al hombre de nuevo cuando le hizo una pregunta respecto a política, cuando se fue tornando aburrido me disculpe para ir por algo de beber, al caminar entre la gente me encontré con gente conocida que no veía desde hace muchos años, dejé de asistir a estos eventos desde que me marché de casa hace unos años, o más bien después del escándalo que hizo mi hermana.

Algunos no disimulaban en querer saber de mi situación con mi familia, evitaba a toda costa responder a ello, nadie tenía porque saber esas cosas y menos a ellas que no querían más que entretenerse y opinar de cosas que no les importaba.

Tomé una copa de champán bebiéndola de golpe mientras veía desde lejos a mi jefe hablar con un grupo de hombres, se veía tan guapo desde lejos, me quedé hipnotizada con sus movimientos de manos y en el de su boca cada que hablaba, mis ganas de tenerlo solo iban ascendiendo, el fuego que se incendió no se apagaría hasta ser consumido.

—Vaya, pero mira a quien tenemos por aquí —dijo alguien a mi lado, no me hizo falta girarme para saber quien era, Marcia, la amiga de mi hermana.

—Que desagradable es volver a verte —respondí mirándola con desdén, era una víbora que no hizo más que hablar peste de mi en todas las revistas de la ciudad.

—Te vi llegar con el Senador, al parecer las viejas costumbres no se dejan —comentó destilando veneno, no le di importancia y sólo sonreí.

—¿Eso es envidia, Marcia? —reí levemente —No te culparía, cualquiera moriría porque alguien como el Senador te dedicara atención. Es un hombre muy atractivo, incita al deseo y despierta las más prohibidas tentaciones.

—Eres tan descarada —siseó —él es un hombre casado.

—¿Ah, si? Pues no veo a su esposa por aquí —sonreí ante su cara de mustia

—A una mujer como tú jamás la tomarán en serio, un claro ejemplo es Jake, míralo aún sigue con tu hermana y están felices esperando un hijo.

Mostré indiferencia, no importaba lo que los demás opinaran de mi, siempre me tacharon de meterme con hombres casados e insinuarme  a ellos cuando nunca hice eso hasta que conocí al señor McConnell.

—Guárdate tus comentarios, ambas sabemos lo que realmente ocurrió con Jake. Hazme un favor y piérdete de mi vista.

Me aparté y caminé de regreso con mi jefe, encontrándome con su mirada y la complicidad en ella, ambos estábamos añorando ese momento que posponíamos. Estaba tan deseosa por probarlo, por tenerlo entre mis piernas hasta saciarme de él, quería gemir su nombre y prenderme de su boca mientras recibía sus bestiales embestidas, porque él daba la impresión de ser brutal en la cama y lo reiteró cuando estábamos en el auto, no podía estar más ansiosa por comprobarlo.

—Señorita Petterson, la estaba esperando, es momento de marcharnos.

Saludé a sus acompañantes y me planté a su lado.

—¿No nos presentará a su hermosa acompañante, señor McConnell? —preguntó uno de los hombres reparando en mi e incomodándome un poco.

—Soy Faith Petterson, su asistente —me apresuré a responder, estaba segura que el señor McConnell no lo haría y sólo evitaría responder, pero yo no quería malos entendidos ni quería volver a ser portada de revista tachándome de zorra por meterme con un hombre casado.

—Su apellido me suena al igual que su rostro, ¿es acoso usted familia del señor Thomas Petterson?

—Es mi padre —respondí sorprendiéndolos, incluido mi jefe que mostró un atisbo de sorpresa en sus ojos.

—Oh, si es que está más que claro en el parecido a él. Sus ojos son idénticos —comentó una señora que acompañaba a su esposo.

No alargué más la charla y con cordialidad nos despedimos de los presentes para marcharnos, al subirnos a la camioneta prácticamente nos lanzamos encima, ansiosos por el contacto, mis labios nuevamente estaban pegados a los suyos y esta vez no me importó el atuendo, con su ayuda me subí en sus piernas abriéndome para él, enredé mis manos en su cabello mientras nuestras lenguas danzaban en un solo compás, me moví sobre él rozando con su dureza, la cual me humedeció más de lo que estaba.

—Estoy tan ansioso por poseerte, no tienes ideas de las ganas que tengo de devorar cada parte de tu cuerpo —musitó contra mis labios, jadeante, preso del deseo.

Estaba completamente perdida, no había nada que me hiciera retroceder y cambiara de idea. Había sucumbido a la tentación.

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