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18. Cueste lo que cueste.

Una vez que Tony estuvo solo en su auto con Rhodey, se soltó en llanto, sorprendiendo a su amigo, quien no entendía lo que ocurría.

—Tony, ¿qué tienes? —Colocó su mano de forma reconfortante sobre su hombro—. ¿Quieres unas papas? —preguntó, tomando un paquete de las cajas que se encontraban en los asientos traseros del coche.

Tony hipaba sin control; lágrimas caían por sus mejillas, y no había forma en que pudiera decir algo coherente en ese estado. Rhodey no tardó en atraerlo hacia él con un fuerte abrazo. El castaño correspondió gustoso y lloró aún más.

Así estuvieron por varios minutos hasta que el más bajo por fin logró controlarse. Justo recordó que tenía que llegar al trabajo en menos de media hora, pero no se sentía con las ganas de enfrentar al mundo por ese día, por lo que no tardó en llamar a su segunda al mando en la cocina para pedirle que tomara su lugar por el día de hoy. La mujer había notado cómo su jefe le hablaba entre lágrimas, pero por respeto a su privacidad, no buscó saber del tema, y Tony lo agradecía.

—¿Al fin me dirás qué pasa? —preguntó el moreno, cuya camisa verde pistache ahora tenía una gran mancha de humedad que cubría su hombro derecho, y otra larga que bajaba a lo largo de esta. La vista hizo reír un poco al muchacho de ojos hinchados.

—Necesito emborracharme —confesó con la cabeza gacha.

Eso pareció cambiar el humor de Rhodey, que se bajó rápido del vehículo.

—Debes dejarme manejar.

Y la verdad, no tenía objeción alguna, por lo que sin protestar, se cambió al asiento del copiloto y dejó que el moreno lo llevara a quien sabe qué lugar.

Lo sensato hubiera sido que Rhodey se opusiera a que su amigo tomara en esas condiciones, en especial porque si lo hacía, sabría que no le contaría lo que realmente estaba pasando, pero conocía al castaño y sabía que tal vez sólo tomaría un par de cervezas a lo mucho. No desaprovechó la oportunidad y lo llevó a un bar oscuro en una zona alejada de la ciudad, donde era el único lugar donde podrían conseguir tragos tan temprano en un martes. Las paredes eran negras y sobre una puerta de madera podrida había un letrero que decía "Infinity Stones" en letras neón.

Tony no dudó en entrar al lugar, donde se veía que no limpiaban hace mucho tiempo; eso era la primera señal que Rhodes debió tomar para saber que algo estaba realmente mal. Debería haberlo llevado a su casa con su reserva de alcohol en vez de un lugar público.

Se sentaron en unos bancos altos frente a la barra. Tony evitó recargarse en esta debido a las múltiples manchas de distintos colores que no podían ser nada bueno.

—Buenos días, Rhodes  —saludó una chica de atrás del mostrador. Tenía el cabello anaranjado recogido en un chongo desaliñado, y una linda sonrisa, que estaba enmarcada con sus labios pintados de marrón oscuro—, ¿qué te trae por aquí el día de hoy?

—¡Hola, Wanda! Mi amigo necesita un trago. Por favor, dale un appletini ligero—guiñó su ojo a su amigo y este rodó los ojos.

—¡De ninguna manera! —se giró Tony para ver de frente a la bartender—. Dame algo que me haga olvidar mi nombre. Entre más tóxico, mejor.

La chica sonrió satisfecha. Se dio la vuelta para tomar una botella con un líquido amarillo oscuro de la repisa más alta (que ni siquiera tenía una etiqueta). Tomó un vaso que llenó a la mitad y se lo extendió al castaño, permitiendo que se vieran mejor los tatuajes que llenaban sus brazos.

—Aquí tienes, lindura.

—Gracias —respondió Tony, ignorando el vaso que le estaba ofreciendo y tomando la botella en su lugar.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —se alteró Rhodey, y rápidamente le arrebató la botella de la mano.

—¡Deja que disfrute! —lo regañó Wanda.

—Me emborracho porque creo que Thor me está engañando con tu recepcionista —volvió a tomar la botella y se la empinó, bebiendo una cuarta parte de su contenido restante.

Rhodey lo miraba sorprendido, no porque no se esperaba que el hombre estuviera engañando a su amigo —la verdad es que eso lo esperaba desde hace tiempo, y por eso le sugería separarse cada que veía la oportunidad— , sino le sorprendía que fuera con la dulce Jane: esa mujer que una vez al mes horneaba un pastel para toda la oficina, y más aún que Tony se hubiera dado cuenta en vez de fingir no saber nada, como siempre creyó que haría.

—¿Por qué crees eso? —preguntó antes de ordenar un vaso de whisky seco a la muchacha, que no despegaba la mirada de la escena ni para limpiar los vasos.

Tony volvió a tomar de la botella sin hacer ni un solo gesto más que la expresión triste que tenía desde que bajó del automóvil (con la excepción de que ahora estaba sonrojado hasta las orejas, y no era por completo por el alcohol).

—Desde hace una semana que Thor regresa a casa con manchas de pintura, diciendo que es porque están pintando la oficina —Tony de nuevo estaba hipando, con lágrimas formándose en sus ojos—, y justo hoy me entero de que Jane lleva una semana pintando su casa.

—¡Pff, eso no significa nada! —rió Wanda ante las palabras que acababa de escuchar, que eran a su parecer realmente ridículas—. Puede no ser lo que piensas.

—¡Por favor! —exclamó, derramando un poco del contenido de la botella, cuyo efecto empezaba a notarse en sus expresiones—. Apuesto a que tampoco hace tantas horas extras todas las noches como dice.

El moreno se quedó perplejo. Aunque Thor era quien más trabajaba en la oficina, en cuanto su turno terminaba dejaba el lugar, siendo solo ocasionalmente que se quedaba más tiempo del necesario.

—Lo hace al menos una vez a la semana... —confesó nervioso.

—¿Y por qué llega tarde todas las noches entonces? —Las lágrimas ya no se contenían en sus ojos, se dejaban caer sin control—. Es más que obvio, pero yo no lo quería ver.

—Entonces pídele el divorcio —mencionó Rhodey, siendo lo más obvio en esos casos.

Esas palabras parecieron hacer clic en la mente de Tony, a quien esa idea le seguía aterrando de sobremanera: él no quería terminar con su matrimonio, a pesar de todas las cosas que estaban pasando por su mente hace solo unos segundos.

—Pero tienes razón, puede no ser lo que yo creo...

—Mierda —el moreno maldijo en voz baja —, ella no sabe nada. Aunque no te esté engañando, no deja de ser el peor esposo de la historia.

Tony se estaba aferrando a la botella de alcohol como si su vida dependiera de ello, tomando tragos ocasionales que lo ponían más sentimental. Por mientras, Wanda miraba de mala manera al hombre que acababa de ofenderla.

—Estoy harto de que todos digan eso una y otra vez —la chica se reía en silencio viendo la escena—. Nuestra relación tiene altos y bajos igual que todos, pero nos amamos.

Definitivamente Rhodey debió llevarlo a su casa, donde habría podido controlar mejor la situación, y probablemente también debió haber dicho algo diferente, pero con el castaño no hay forma alguna de saber qué es lo correcto o empeorará todo.

—¿Y por qué no lo sigues de noche? —preguntó Wanda—. Así averiguas la verdad.

El rostro de Tony se iluminó por completo. 

—Eso suena bien por mí.

—No lo puedo creer... —Rhodey se talló la cara con ambas manos—. Tony, no puedes seguir así.

—Tú también tienes razón... —contestó, dejando la botella casi vacía sobre la barra—. Lo voy a seguir para saber qué hace ese mentiroso. Pero, por mientras, tendrá que haber pequeños cambios.

Rhodey sonrió satisfecho por las palabras de su amigo.

—¡Eso es todo! ¡Demuestra de qué está hecho Tony Stark!

—Eso haré, pero primero, quiero más de esto —dijo el castaño alzando la botella (que no se habían dado cuenta los otros que estaba vacía)—. Y un chiste de Steve.

—¿Quién? —preguntó Rhodey, pero fue ignorado por su compañero, que ya se había bajado del banco con un salto, casi cayendo al piso por la falta de coordinación.

Tony fue al baño del lugar y sacó su celular para marcarle al rubio. Esperó hasta que el teléfono lo mandó a buzón de voz y colgó. Inmediatamente volvió a llamar dos veces, siendo mandado a buzón todas esas veces. Decidió dejar un mensaje de voz.

—Holaaa, cara de rana —saludó, alargando mucho la "a" y riendo por el apodo que se le acaba de ocurrir—. Tienes cara de rana... Estoy teniendo un mal día, y creo que un chiste tuyo podría hacerlo mejor, así que por favor, dime uno cuando estés libre —se calló por un momento, pensando en lo que estaba a punto de decir—. Y por favor, cuídate rubio, odiaría que dejaras de aparecerte en mi vida.

Escuchó el pitido del teléfono que indicaba que se había acabado el tiempo del buzón de voz, y con una sonrisa satisfecha, regresó a la barra, donde Rhodey y Wanda se encontraban riendo. Tony tenía ganas de llorar otro rato para terminar de sacar todo, por lo que cuando llegó de nuevo a su lugar, tomó otra botella sin etiqueta y comenzó a llorar.

—Oh, vaya, va a ser un día difícil —respondió el joven que sería responsable de cuidar a su borracho amigo.

—Yo creo que será interesante —respondió Wanda, tomando el contenido del vaso que había servido originalmente a Tony.

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