Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

U n o

En aquel ataúd de caoba barnizada se encontraba su cuerpo...: inerte, rígido y frío. Su piel naturalmente blanca con el paso del tiempo adquiría un color transparente y sus venas cada vez más visibles, se tornaban de un color morado muerto por la falta de vitalidad en ellas.

Muerto, como ella; sus labios rojos estaban pálidos, secos y quebradizos. Sus finas manos se encontraban unidas sobre su abdomen inmóvil, sus ojos... sus ojos color metal se ocultaban en la piel de sus párpados. Sus cabellos azabaches perfectamente lacios reposaban en sus hombros terminando en su pecho, los cuales habían perdido su brillo natural.

Su pequeño y delgado cuerpo descansaba irracionalmente en la caja de manera con pequeños detalles dorados. A su lado, su hermano la observaba... detallando y de alguna manera guardando el recuerdo de su preciada hermana.

No lloraba, no hablaba, no gritaba; sólo la observaba desde su lugar, del cual nunca se separó en ningún momento. Su rostro no mostraba ningún tipo de emoción...: ni dolor, ni enojo o tal vez tristeza.

El seguro se encargó de pagar el funeral, no era uno lujoso ni extravagante, al contrario, era sencillo y simple. No se encontraba repleto de amigos, familiares y conocidos, no.

Había tan solo un par de personas, como máximo diez. La mayoría solo se encontraban allí solo por lástima, o por culpa... eso le causaba repulsión al mayor de los Romanetti, por varios momentos se encontró tentado en sacarlos a patadas como se lo merecían, como los cerdos inútiles e hipócritas que aún se seguían asomando al ataúd de su hermana, y se acercaban dándole un casto y falso pésame. Pero el padre Matteo se lo impedía; de tan solo pensarlo, aquel hombre —como si leyera sus pensamientos— lo detenía antes de dar el primer paso.

Aquella escena era tan irreal, tan falsa, que parecía una mentira. Momentos, imágenes y recuerdos lo torturaban cruelmente, el dolor en su pecho era agobiante, tanto que le impedía respirar. Ver el cuerpo de la mujer de la cual estuvo enamorado por tantos años, lo hacía sentirse inútil... inútil, por el simple hecho de que no pudo hacer nada para evitarlo, porque ni su amor pudo más que su dolor, porque Zuné tenía la esperanza que con todo el amor que le ofrecía, ella pudiese ser feliz.

Porque le dio todo de él, y simplemente se lo llevó, sin avisar. Lágrimas furiosas bajaban en picada por su rostro, sus manos estaban echas puños y sus nudillos se encontraban blancos por la presión y la falta de sengre. Se encontraba en una esquina, llorando en silencio.

No quería estar cerca de ella, no. Si se acercaba vería sus facciones inmóviles y tiesas, no quería digerir el hecho de que en realidad se encontraba sin vida, quería pensar —o creer— que solo estaba profundamente dormida y que despertaría en cualquier momento para sonreírle como siempre. No podía creer como su hermano no había derramado ni una sola lágrima por ella, su mirada fría siempre permaneció clavada en ella, pero sin ningún dibujo de tristeza.

Tal vez estaba en algún tipo de trance —en el cual se encontraba enfrascado—, no le había prestado atención al amplio salón en el que se encontraba. Era grande, las paredes eran adornadas por un tapiz gris algo vintage, el mármol del mismo color brillaba de manera pulcra y limpia, los grandes ventanales eran apenas visibles a través de las cortinas blancas. Divisó delante suyo a gente que conocía perfectamente.

En aquella habitación habían aproximadamente cincuenta sillas blancas, innecesarias; ya que solo eran utilizadas la cuarta parte de ellas. Al lado del mayor de los Romanetti —pero a una distancia prudente— se encontraba el padre Matteo —el tutor de los hermanos— miraba el ataúd con pesar y tristeza, soltando algunas lágrimas. En la primera fila de sillas estaba sentada Molly —quien sollozaba—, estudiaba en el mismo grado que ella —de tan solo intentar pronunciar su nombre, su pecho se apretaba de tal manera que le causaba náuseas—, al igual que él. Los cuatro —Molly, los dos hermanos y él—. Podría decirse que eran un pequeño grupo selecto de amigos. Aunque el mayor de los Romanetti, llevara un año más que ellos.

Los dos hermanos eran muy callados con frecuencia. Pero cuando ella estaba solamente con él, era tan diferente... tan cálida y tierna, hasta graciosa —y ella no era ninguna de las dos, no al menos cuando estaba cerca su hermano—, Zuné solo podía hacerse una pregunta..: ¿Porqué lo hizo? Ella le prometió que no lo haría.

Era tan frustrante, era la agonía que nunca había experimentado en su mísera vida. Y es que sin ella, su vida era aún más miserable, ella estaba grabada en él tan profundamente, que soltarla no era una opción.

Culpa, frustración y tristeza.

La culpa de no poder haber hecho nada, absolutamente nada para evitarlo, pudo hacer más, pero confió tanto en ella quiso creer en su promesa. En su pacto juntos, que no de preocupó, ¿debería estar molesto con ella? No, simplemente eso no sería posible por más que lo quisiera, en ese momento solo quería tenerla junto a él, sentir su aroma a manzanas, ver su carita dulce sonrosada y su pequeño cuerpo temblar de risa.

Se sentía tan frustrante, ¿tan poco le importaba a ella? Que ni siquiera se detuvo a pensar en la inmensa tristeza que sentiría, cuando no la tuviera. ¿Así se sentía? Tenerla un día tan completamente y al siguiente ni siquiera tenerla, se sentía tan horrible, como un hueco profundo en su estómago; vacío y doloroso.

Sentir tristeza era poca palabra para lo que Zuné en verdad sentía. Sentía dolor, náuseas y pesadez en el cuerpo, recordar lo era aún más.

Era irreal pensarlo así, que solo era un sueño, y cualquier momento iba a despertar y todo iba a ser tal cuál como lo había dejado. Eso es todo, lo que quería creer, el sentimiento en que es tan difícil que no puedes digerirlo.

¿Ella volvería?

Lo deseaba con todas sus ganas, con cada parte de su ser, hasta creer que podía volverse una realidad.

La misa en la recepción había terminado y era hora del momento más difícil, despedirse... y para siempre.

Debía decirle adiós a su pequeña hermanita, ¿qué lo preparaba para eso? Para despedirse para siempre del ser que más amaba en todo el mundo, de su única familia.

Nada en el mundo se comparaba a él dolor de un pérdida, de alguien a quien amas tanto, a quien necesitas tanto; hasta para respirar, para coexistir en un mundo en el cual sientes que no eres partícipe. Solo eres un cuerpo más que se me mueve y respira oxígeno.

¿Dónde estaría ella en ese momento?

¿Estaría bien? ¿Lo estaría observando en donde se encontraba? ¿Porqué no le daba ninguna señal?

La necesitaba, cada minuto le era más difícil respirar. Sentía que en cualquier momento iba a colapsar, a caer.

No sentía peso, era como si el ataúd estuviese vacío, era tan ligero. Del otro lado sosteniendo también la caja de madera, estaba Damián Romanetti, se veía candado y demacrado; también sudoroso, daba la impresión de que en cualquier momento iba a desmayarse, y por un momento Zuné se preocupó por él. No sabía quién más estaba detrás de él.

Solo sabía que cada paso era como caminar descalzo sobre cuchillos, eso le recordó mucho más a ella, la recordó sentada en el césped leyendo el libro La Sirenita en una versión más sombría y reflexiva, siempre pensó que no tenía suficiente dinero para comprarse otro libro más para leer porque siempre la veía con el mismo, por eso le regaló uno. Nunca lo vio leyéndolo, pero supo que lo hizo, aunque siempre la veía con ese viejo libro, leyéndolo con un interés impecable.

Luego lo supo, le encantaba tanto aquella triste historia, que no deseaba leer otra.

Se detuvieron frente a un hueco con varios metros de profundidad, se veía oscuro, y se preguntó por un momento si ella sentiría frío allí; por primera vez en el día sonrió mínimamente y se sintió un poco estúpido por siquiera hacerse esa pregunta a sí mismo. El cielo estaba nublado, parecía que el cualquier momento la tormenta se desataría.

El padre Matteo finalmente terminó su discurso, y dio orden de bajar el ataúd.

Y ahí, en ese preciso momento Zuné sintió todo su ser desfallecer, su cuerpo comenzó a temblar sin poder controlarlo, soltando alaridos de dolor.

—No, no... ¡No! No puedes irte, no puedes dejarme —en un intento desesperado intentó acercarse al ataúd, pero Damián, el hermano mayor de su amada lo detuvo—, me prometiste que nunca te irías —continuó, con lágrimas en los ojos y la voz quebrada, gritó con furia y dolor— ¡Me mentiste!

Y a pesar de sus ruegos constantes y súplicas, nadie le hizo caso. Solo pudo dejarse caer de rodillas y llorar, mientras escuchaba el sonido de la tierra golpeando la caja de madera, y el olor a humedad por todos lados.

Pronto comenzó a llover, y todos los que allí se encontraban de inmediato se retiraron huyendo de la fuerte lluvia. Él aún así siguió llorando en su tumba, ni siquiera notó que el mayor de los Romanetti se había quedado, a su lado en silencio.

¿Así se sentía perder lo que más amaba en el mundo? Tan vacío... tan muerto.

Podía ver como el amigo de su hermana se arrastraba por el fango donde ahora yacía el cuerpo de su amada. ¿Podía alguien sentirse tan miserable como se sentía él en ese momento? No, nadie comprendería su dolor, era su hermana, nadie podía sentir tanto dolor como él, ni siquiera Zuné.

El chico lloraba como un niño pequeño y no daba indicios de querer marcharse, y él tampoco. ¿Cómo iba a dejar a su hermanita sola? No, jamás. No podía dejarla, sino se sentiría sola y con frío, con la lluvia tendría mucho frío.

¿Tendría frío? ¿Se sentiría sola allí abajo? Tenía que hacer algo.

Y por fin reaccionó... al fin su cuerpo sintió las fuerzas para hacer lo que tanto le pedía su corazón y no su cerebro; se acercó a la tumba de su hermana y se dejó caer a un lado de Zuné y comenzó a cavar, no le importó que el ataúd estuviera nueve metros más abajo, solo quería sacarla de allí.

Sus uñas sangraban pero poco le importó eso, no se detuvo hasta que sintió que alguien lo empujó. Era Zuné, él enojado también lo empujó y soltó su agarre.

—¡Suéltame, no me toques!

—Se fue... nos dejó.

Tenía razón, ¿qué estaba haciendo? Se estaba volviendo loco. No tenerla a su lado lo enloquecía, lágrimas se dispersaban por sus mejillas confundiéndose con las gruesas gotas de lluvia.

Caminó unos cuantos pasos hacia atrás hasta chocar contra un árbol, y se dejó caer sin más fuerzas. Ocultó su rostro entre sus brazos apoyados en sus rodillas y comenzó a sollozar. ¿Cómo podría vivir sin ella? Tratar de existir sin ella era como tratar de respirar debajo del agua.

Sentí que en cualquier momento se ahogaría. ¿Así de miserable sería el resto de su vida?

Se encontraba una vez más mirando el techo, Molly le aconsejó distraerse más para no pensar tanto y llenarse la mente de ella, no podía pronunciar su nombre ni siquiera en pensamientos. Sus padres estaban preocupados, ya habían pasado tres semana desde el entierro y él seguía igual de ido.

Se preguntaba vagamente cómo estaría Damián, no lo había visto desde aquel día lluvioso, Molly iba cada día a visitarlo y darle ánimos de salir a tomar al menos aire fresco. Pero aún así se sentía igual, también le dijo que el mayor de los Romanetti quería su presencia en la casa que compartía con el padre Matteo y antes, su hermana.

No prestó mucha atención hasta que Molly mencionó una carta. Estaba curioso, y a la vez temeroso; no tenía ni idea de que ella había dejado una carta, y si Damián quería su presencia probablemente tenía que ver con él.

Y de un momento a otro se encontraba tocando el timbre de una casa veraniega situada cerca del bosque y el arroyo. Pensó que el padre Matteo sería el que abriría pero se equivocó, era Molly; eso le causó mucha curiosidad no escuchó en ningún momento que ella también asistiría, la muchacha lo recibió con una sonrisa y le permitió el paso.

Se adentró a la sala, y encontró a un Damián más recuperado. Ya no lucía demacrado como la última vez, se veía como siempre; pulcro, serio y con ese porte firme.

—Hola Zuné, ¿cómo estás? —no sabía que era lo más raro, si el hecho de que Damián le estaba preguntando como estaba sabiendo la situación o qué llevara años conociéndolo y jamás le había preguntado tal cosa, ¿sólo había sido un saludo cordial?

—Dentro de lo malo, estoy como debería estar —ni siquiera quizo alargar más ese diálogo sin sentido, porque tampoco le importaba mucho como se sentía, dentro de él ya lo sabía y no era necesario indagar, lo vio en sus ojos grises; no quería remover ese punto sólo preguntó al azar. Los tres tomaron, Molly a su lado y el hermano al frente—.

—Iré al punto. Hace algunos días encontré cartas, en la habitación de Dune, todas con destinatarios diferentes, por eso los llamé —¿acaso ella lo había planeado? Pensó que todo aquello había sido en un arranque de desesperación—. Entre los nombres de los destinatarios estaban los suyos.

Zuné sintió su corazón latir fuertemente, como no había latido desde hacía mucho, saber que ella había escrito una carta dirigida a él, lo hacía sentirse alegre y más vivo.

Damián tomó los dos sobres que se encontraban en su chaleco y se los tendió a cada uno.

—Quería entregárselas antes de irme del pueblo —¿se iría? Jamás pensó que él llegaría a tomar la decisión de marcharse del pueblo—.

—¿Te vas? ¿A dónde? —Molly se veía más afectada de lo normal con aquella noticia y no era raro, desde el primer momento en que vio a Damián Romanetti inmediatamente se enamoró de él, tal como él mismo de Dune—.

—No tan lejos de aquí —así era él, nunca daba explicación a nadie de sus decisiones a menos que se tratara de su hermana—, comenzaré la universidad dentro de dos meses, pero quiero mudarme antes para acostumbrarme mejor al ambiente.

Molly no habló más, solo era capaz de mirar únicamente sus manos. Ya no tenía más nada que hacer en aquel lugar.

—Gracias Damián, no sabes lo mucho que esto significa para mí —él solo asintió en respuesta, supuso que Molly tampoco querría quedarse más tiempo allí así que la llevó consigo dejándola en su casa—.

Era como una especie de batalla mental, sentía ganas de abrir aquel sobre y leer la carta, pero quería hacerlo en un lugar más privado y aunque quería acelerar el paso hasta intentar correr para llegar lo más rápido posible a su casa, sentía que sus frenanban e iban más lentos aún. Porque en realidad tenía miedo de leer lo que decía.

Ya en su habitación sin ningún avistamiento de interrupción, se preparó mentalmente un momento. Lo pensó, y meditó durante todo el transcurso a casa... no podía esperar más.

Sin apuro abrió el sobre, y sacó un papel doblado varias veces. Sentía esa pequeña duda en si desdoblar o no ese pequeño papel.

Tenía que hacerlo.

Y lo primero que llamó su atención, y que no hubiera esperado ver. Sabría que cuando pensara en ella aquellas palabras vendrían a su mente.

Pd: No vemos, amor mío. Tu amada... te espera en el infierno.

Att: Con amor, Dune.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro