CAPÍTULO 7
— Por última vez, Bella, no.
— Pero, ¿cómo que no?
Bufo. Esta chica me desespera mucho a veces. Me ha llamado para que vaya a cubrirla en la tienda donde trabaja mientras ella se va a casa porque dice que se encuentra mal.
— Si no te encuentras bien, llama a tu jefe, se lo dices y cierras la tienda, o que busque a otra persona o algo — digo rápidamente.
Ella me intenta convencer diciendo que solo van a ser un par de horas, que nadie se va a dar cuenta. Y al final acabo aceptando. Es una maldita tienda de ropa al fin y al cabo, no será difícil de llevar, ¿no?
Es sábado por la tarde. Hago lo que puedo para mejorar mi aspecto y no parecer una puta zombi. Voy para el centro comercial y me encuentro con Bella en la puerta mordiéndose las uñas, esperándome.
— Joder, ¡menos mal! — me ladra.
— He venido lo más rápido que he podido, ¿vale?
— Perdón, tía — se disculpa — Es que estoy súper cansada y me he mareado antes.
Me entrega las llaves de la tienda. Realmente tiene mala cara.
— Tú tranquila — me dice — Aquí no entra casi nadie.
La tienda en la que trabaja siempre ha sido de las menos populares del centro comercial.
— Me voy a mi casa a dormir la mona — se tapa la boca mientras bosteza.
Le digo que la puedo acompañar, pero no accede. Dice que quiere que haya alguien en la tienda y que no esté sola porque como su jefe se entere de que ha dejado la tienda vacía la mata. Ella odia profundamente a ese hombre, pero no le queda más remedio que trabajar aquí si quiere conseguir algo de dinero.
Me coloco en un taburete que hay detrás del mostrador y reviso mi móvil. Tengo varios mensajes de Marco. Desde que nos besamos hemos hablado un par de veces. Ha dejado a su novia y quiere arreglarlo conmigo. Pensé que hablar con él me ayudaría a olvidar al maldito hombre que tengo atascado en mi cabeza, pero no está haciendo nada.
— ¡Hola! — saluda una chica entrando.
Mierda, mierda, mierda.
Reconozco esa voz. Conozco a esa chica. Levanto la vista y la veo vestida con una falda de cuero, un top blanco y unas botas de tacón. ¿Por qué tiene que ser tan guapa y encima estilosa?
— Miranda — hablo yo sorprendida.
Un hombre viene detrás de ella y coloca su brazo sobre sus hombros. ¿Qué coño hacen ellos aquí?
— Damiano — le llama — ¿Te acuerdas de Amalia, verdad?
Mis ojos y los de él se encuentran unos segundos y me veo obligada a apartar la vista. Cada vez que le miro recuerdo cosas. Cosas que no debería de tener en la cabeza.
— Sí, me suena — responde él y le da un beso en la boca.
¿Cómo que le sueno? ¡Será cabrón!
¿Y a qué cojones han venido? ¿A restregarme la buena pareja que hacen? ¿A eso han venido?
Joder, se me está yendo la olla.
— No sabía que trabajabas aquí — me dice Miranda acercándose al mostrador.
— Es que no trabajo aquí, solo le estoy haciendo un favor a una amiga que está enferma — le doy las explicaciones necesarias.
Ella asiente y coge de la mano a Damiano, quien le sonríe con dulzura.
Ella se pone a mirar ropa con ansias. Se nota que le encanta la moda. Damiano me mira un par de veces, intenta disimularlo, pero falla. Yo hago como si estuviera muy ocupada haciendo algo importante con el móvil, pero mi teléfono está apagado y yo estoy fingiendo estar escribiendo algo muy rápido en el teclado.
Ella me hace varias preguntas sobre la ropa, yo contesto como puedo, no sé nada de lo que me pregunta a decir verdad.
Un par de mujeres llegan después de ellos y prácticamente me abordan para que les ayude con sus elecciones de ropa. Hacen que se me olvide por un instante quien está en la tienda y con quien.
Tengo que aprender a saber llevar ese tipo de situaciones, al fin y al cabo y aunque lo odie ella es la hija del marido de mi madre, y eso es una mierda.
— ¿Crees que me quedaría bien? — me pregunta una de las mujeres enseñándome una blusa.
— Eh, sí, sí, claro — ¿qué espera que le diga?
Una de las cosas para las que me sirve este día es para darme cuenta de que soy una pésima recepcionista. Incluso he hecho esperar a una mujer diez minutos porque no me aclaraba para devolverle el cambio.
— Damiano, mira — escucho a Miranda decir.
Me he vuelto a quedar sola con ellos en la tienda.
Le está enseñando un vestido —bueno, es un trozo de tela negra que no deja espacio a la imaginación, vaya— y él está asintiendo, como dando su aprobación.
Ella se abalanza sobre él para darle un besazo en la boca. Y yo desde el puto mostrador estoy mirando como una panfila. ¿Por qué me va tan mal en la vida?
¿Y por qué mierda estoy tan celosa?
Si ahora mismo me abrieran, sería uno por ciento agua, noventa y nueve por ciento celos.
— Vas a estar genial, Mir — la voz de él me llega a los oídos como si fuera un golpe.
Lo veo a él acercarse a ella y susurrarle algo al oído. Ella se sonroja y se tapa la cara. A saber que coño le ha dicho.
De un momento a otro, el teléfono de Miranda suena y se disculpa con Damiano para salir un momento fuera a responder la llamada.
Si había algo peor que estar aquí con Damiano y con Miranda, eso es estar sola con Damiano.
Abandono mi posición y me voy al almacén, o lo intento porque no sé ni donde está.
— ¿Dónde está el almacén? — susurro para mí misma.
Pero lo hago demasiado alto.
— Está ahí al final — me habla Damiano y hace un gesto hacia esa puerta.
— ¿Y tú cómo lo sabes?
— Pues, no sé — se rasca la barbilla y hace como si estuviera pensando — ¿Quizá porque hay un cartel en la puerta que pone en letras mayúsculas "almacén"?
Vale, sí, soy retrasada. Y él me está poniendo nerviosa.
Abro la puerta del almacén y me meto dentro. Intento enchufar la luz, pero parece que no funciona. Pues nada, a oscuras.
Está todo lleno de montones de ropa, y es muy pequeño, de hecho me estoy agobiando ahí dentro. Al estar de espaldas a la puerta no puedo ver a la persona que está detrás de mí, pero sé que hay alguien.
— Damiano, por favor, déjame en paz — digo cabreada — Deja de seguirme y de volverme loca, porque no tengo tiempo para eso. No tengo tiempo para tus jueguecitos. Y estoy harta de ti, así que suelta ya lo que me quieras decir y ríete de mí. Haz eso y déjame ya tranquila.
Mierda, me he quedado a gusto. ¡Muy a gusto!
Al darme la vuelta lo veo ahí plantado con una ceja arqueada y una camiseta en la mano.
— Yo solo había entrado aquí para...— alza la camiseta — Saber si hay más tallas de esta camiseta. Ahí fuera no hay de la mía.
— Oh — no sé ni para que abro la bocaza.
El mundo no gira en torno a ti, Amalia.
Entra en el almacén y empieza a buscar en los montones ese modelo de camiseta. ¿Debería ayudarlo?
Nah, que se joda y la busque él solo.
¿Desde cuándo pienso yo estas cosas?
— Damiano — él gira su cabeza hacia mí — Creo que están ahí — le indico uno de los montones.
Y sí, efectivamente están ahí. Busca la de su talla y rompe el plástico en el que va perfectamente envuelta. Se quita la que lleva puesta y me la lanza. Me cae en la cara. Está camiseta desprende su olor.
Miro con cuidado su torso y joder, está mejor incluso de lo que lo recordaba.
Basta, Amalia, basta.
Dejo la camiseta que me ha lanzado entre las demás y lo miro mientras se prueba la otra.
— Amalia.
— ¿Uhm?
— Yo nunca me reiría de ti — me suelta, se refiere a mi argumento de hace unos minutos.
Me río. No sé como puede tener las narices de venir aquí y decirme que nunca se reiría de mí, cuando es lo único que hace cuando lo tengo alrededor.
— Ya, claro — respondo con sorna.
Eso le ha molestado.
— Es verdad — refuerza sus palabras, en vano.
Yo ya no me creo nada. Le creí una vez, y él me la jugó.
— ¿Podrías irte, por favor? — le pido.
Ni se mueve.
— Está bien, no te molestes — me doy la vuelta — Ya me voy yo.
— Espera, espera.
Se me adelanta y cierra la puerta. Ahora sí que estamos a oscuras totalmente. No puedo ver nada, pero escucho su respiración. Está agitado, igual que yo.
— ¿Tan hijo de puta he sido contigo?
Me hace gracia incluso que lo esté preguntando.
— Ya sabes la respuesta — digo fríamente.
Se crea un pequeño silencio. No sé a que punto pretende llegar. Me está desesperando.
Siento sus dedos sobre mi brazo. Sé que lo lógico sería apartarme pero no lo hago.
— Pienso mucho en ti, Amalia — me confiesa en un débil murmuro — Desde que te vi en el concierto, algo ha cambiado.
— Damiano, no hagas esto — le suplico — Y además, no somos los mismos de hace un año.
— Yo creo que sí.
¡No! Nada es igual.
— Mira, Damiano, sé que estamos en una situación complicada, y que estás con Miranda. Así que lo único que podríamos hacer es fingir que nos llevamos bien o que nos hemos hecho amigos o algo así.
— Tú y yo nunca podríamos ser amigos.
Joder, esto es más complicado de lo que pensaba. Y deberíamos de salir antes de que la otra se de cuenta de que no estamos fuera, ninguno de los dos.
Sus manos cogen las mías. Odio que estemos tan cerca y a la vez tan lejos.
— ¿Te puedo preguntar algo?
— Vale.
Da un suspiro.
— Si yo no estuviera con Miranda...¿tú y yo tendríamos una oportunidad?
Tengo que responder. ¿Pero qué le digo? ¿Que sí? ¿Eso quedaría raro, no?
— ¡Damiano!
A tomar por culo el momento.
Suelta mis manos bruscamente y sale, dejándome ahí con la boca abierta y con muchas ganas de decir algo que ahora me voy a tener que guardar para mí misma.
Los escucho decir algo fuera. Salgo para no atrasar más el momento y les dedico a ambos una sonrisa algo falsa. Ella me paga la ropa que ha cogido.
— Ha sido muy bonito verte, Amalia — me dice Miranda con una sonrisa perfecta.
Una pena que yo no pueda decir lo mismo.
Damiano evita que nuestras miradas se encuentren y la rodea por la cintura. Salen luciendo como dos modelos súper felices. Eso me hace pensar que todo lo que me ha dicho él ha sido mentira. Otra de sus tácticas para volverme loca y hacer lo que quiera conmigo y con mis sentimientos. Y yo como estúpida siempre caigo en sus trampas.
Todo parecía tan real, como si lo dijera de verdad. Pero, ¿por qué coño pensaría en mí teniendo la pedazo de novia que tiene? No tiene ningún sentido.
Y encima él se ha llevado una camiseta de gratis, pero yo me he quedado con la que traía puesta.
~~~~~~~
— ¿Has visto lo simpática que es?
Asiento. No sé cuantas veces Miranda me ha preguntado eso sobre Amalia desde que hemos llegado a nuestro piso. Y Amalia no estaba siendo simpática de verdad, era todo forzado. Se le notaba a leguas.
— Yo creo que es buena chica, ¿tú qué crees? — me pregunta.
Me siento muy incómodo cuando hablamos de Amalia, joder.
— Sí, sí, yo también lo creo.
Y lo sé.
Me acuesto en la cama y la veo mientras se desviste y se prueba todo lo que se ha comprado. Es una mierda que no pueda dejar de decir cosas de Amalia. No me la voy a sacar de la cabeza si no deja de nombrarla, hostias.
Miranda sale del baño con el vestido negro que hemos comprado en la tienda donde estaba Amalia.
Mierda, Amalia, joder, vete. Aquí no pintas nada.
El vestido no le llega a Miranda apenas por la mitad del muslo. Al no llevar sostén puedo ver sus pezones erizados. Ese vestido tiene un escote de infarto. Y sus piernas, joder, esas piernas infinitas.
— Ven aquí — le digo yo palmeando mis muslos.
Ella libera su cabello de la coleta en la que estaba cogido y deja su pelo azabache caer en ondas hasta sus hombros, cubriéndolos.
Se lanza a la cama y enseguida la tengo encima de mí. Agarro su cabello y la hago besarme. Besarme de verdad, hasta que se me olviden todas las mierdas que me rodean, que me torturan.
Ella choca sus caderas contra las mías, buscando que mi polla responda. Y ya digo yo que lo hace.
La ayudo a sacarse ese vestido y la vuelvo a montar encima de mí.
— ¿Tan necesitado estás? — me pregunta riendo mientras beso su cuello.
No lo sabe ella bien.
Me saco la camiseta por la cabeza y voy a por su sostén.
— Mierda...— jadea ella mientras amaso sus tetas en mis manos.
Acaricia mi erección aún cubierta por la tela del pantalón y siento como se me pone aún más dura.
Pone sus manos en mi cuello y me besa, mucho más salvaje, mucho más demandante. Mis manos llegan hasta su culo y pego su cuerpo más al mío. La noto sonreír contra mis labios.
Nos deshacemos de toda nuestra ropa, ya no hay barreras entre nuestros cuerpos. Agarra mi polla y comienza a masturbarme, despacio, segura de sus movimientos.
— Damiano — susurra mi nombre contra mi oído.
Se recoloca en la cama. Acaricio su cabello mientras ella abre su boca y empieza a lamer mi polla. Echo mi cabeza hacia atrás y entreabro los labios. Cierro los ojos. Esto se siente bien, pero sería mucho mejor si ella fuera...
¡No! ¡Joder!
Mi cabeza piensa en otra persona. Mis pensamientos me traicionan.
— Amalia...— gimo, mordiéndome el labio.
Santa mierda.
La acabo de cagar. Sí, lo acabo de hacer. Y ahora mismo daría cualquier cosa por que Miranda no me hubiera escuchado, pero claro, parece que la suerte y yo no somos muy buenos amigos.
Ella aparta sus labios de mí, y me mira, entrecerrando los ojos. Esto no tiene muy buena pinta a decir verdad.
— Damiano, ¿qué acabas de decir?
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