CAPÍTULO 40
<<¿Vendrás a la boda, verdad?>>
Aún recuerdo la voz de Damiano preguntándome esa tontería. ¡Obvio que no voy a ir a esa atrocidad! Ni aunque me pagaran. No podría ver a Damiano entregándose a otra.
Muerdo la almohada y lloro en silencio. Mañana es la nos. Se les ocurrió adelantarla para no esperar más. Y encima Alessandra no deja de publicar fotos en su Instagram. Está con sus amigas en un resort, celebrando su despedida de soltera. Incluso llevan esas horteras diademas con pollas rosas. Qué espanto me dan.
Alessandra invitó a mis amigas, pero ninguna ha ido. Creo que Victoria sospecha que ocurrió algo en la tienda de vestidos entre mí y Alessandra y por eso rechazó la invitación. A mí también me invitó. Tuvo la cara de hacerlo, después de todo lo que me dijo.
Sollozo aún más fuerte.
— Damiano, mi amor, no me dejes...
He intentado olvidar a Damiano durante tanto tiempo. Y he fallado estrepitosamente. Creí que estando con Matteo, dejaría de pensar en Damiano, pero no es así. Es más, cada vez que estoy con Matteo mentalmente le comparo con Damiano.
Bella me sugirió que fuera a la boda y que la interrumpiera. Sí, como en las películas mediocres de romance en las que alguien interrumpe la boda justo cuando el cura dice la mítica frase: <<Hable ahora o calle para siempre>>. Eso como escena de Hollywood está muy bien, pero en la vida real no sale bien.
También miro las historias de Thomas en Instagram. Él está en el bar de Damiano porque es la despedida de éste. Me entran más ganas de llorar cuando veo a Damiano en la esquina, sin codearse con los demás. Parece triste y apagado.
Voy directa a mandarle un mensaje a Bella. Necesito una amiga.
AMALIA: No dejo de pensar en Damiano. ¿Qué hago?
Me llega una respuesta a los pocos minutos, pero no de quién yo esperaba.
DAMIANO: Yo también estoy pensando en ti.
No entiendo el mensaje, hasta que me tengo que tapar la boca porque me doy cuenta de que me he equivocado y que en vez de mandarle el mensaje a Bella se lo he mandado a él.
Si es que soy estúpida.
DAMIANO: ¿Puedes venir? Necesito estar contigo.
Me manda la dirección del bar. Me seco un poco las lágrimas con el dorso de mi mano. ¿Quiere estar conmigo? Bueno, ni siquiera ha usado el término "querer", ha usado "necesitar", que es aún más fuerte.
AMALIA: Mejor no, tú estás ahí con tus amigos feliz de que mañana te casas.
Escribiendo...
DAMIANO: Me haría feliz que vinieras ahora.
Y a mí me haría feliz ir.
Pero, ¿es buena idea?
No tengo respuesta a esa pregunta, pero lo que sí sé es que ya me estoy poniendo las botas para salir de casa. Si me lo pienso mucho no salgo. Quizá esta sea la última vez que vaya a ver a Damiano. Mañana se habrá casado y estará con la arpía de Alessandra.
Unos minutos más tarde, estoy entrando en el Inferno, el bar de Damiano. Veo a Thomas y a Ethan en un lado con otros amigos y a Damiano en una mesa del fondo solo. Casi ni le veo. Está sentado en un sofá de terciopelo en forma de "u".
— Has venido — dice Damiano al verme acercarme.
Creo que se le ha iluminado la cara. O quizá solo son los focos del local.
— ¿Por qué me has escrito? Deberías estar divirtiéndote con tus amigos.
— Pero si me has escrito tú primera — expone.
— ¿Has bebido mucho?
Su voz suena un poco rara. Y los cuatro vasos vacíos que tiene en la mesa lo delatan.
— Solo un poco.
Da unas palmadas a su lado, indicando que quiere que me siente. Justo cuando lo hago cambian la música y ponen una canción de reggaeton. Miro espantada a Damiano.
— ¿Cómo permites que pongan esta música?
— Este sitio ya no es mío.
— ¿Qué?
— Lo vendí — me dice — Cuando empecé a salir con Alessandra lo hice. No me parecía bien tener algo que solo compré por otra persona.
Se refiere a mí. Me pone un poco triste que este sitio ya no sea suyo. Aquí fue donde nos conocimos. Creo que nos unía.
— ¿Quieres tomar algo? — me pregunta.
Niego con la cabeza.
Nos quedamos en silencio un rato. No se me hace incómodo, no, sino incomodísimo. Estoy esperando a que él dé el paso de hablar, pero en lugar de eso se dedica a pedir más bebidas para él.
— ¿Cómo te sientes?
Soy incapaz de seguir en silencio, así que rompo el hielo.
— ¿Sobre qué?
— Te casas mañana — le recuerdo — ¿No estás nervioso?
Él se encoge de hombros.
— Lo estoy, pero no por eso.
Me entra la irritable curiosidad.
— ¿Por qué, entonces?
Él se termina su copa antes de responder.
— Por nada.
Lo miro sin decir nada. Tiene unas ojeras bastante pronunciadas. Es casi como si no hubiera dormido durante días. Me preocupo por él, aunque no lo demuestro.
— ¿Has pensado en casarte alguna vez?
Me pilla por sorpresa.
— Sí, claro — admito.
— ¿Cómo te gustaría que fuera?
Se echa hacia atrás.
— No lo sé, una boda bonita, como la que quiere todo el mundo y...
— Sí, pero te he preguntado sobre ti, ¿cómo te gustaría que fuera a ti, Amalia?
Me quedo pensando un momento. Él está esperando con las cejas arqueadas.
— Me gustaría una boda sencilla. Incluso me daría igual si hay invitados o no. Querría que fuese en una iglesia pequeña, algo íntimo. Pero me encantaría llevar un vestido bonito y llamativo aún así.
Damiano me mira con una pequeña sonrisa ladeada que se difumina enseguida.
— A mí también me gustaría una boda así...— comenta él.
— No voy a ir mañana a tu boda.
Se lo dejo claro. Bueno, en verdad solo lo he dicho para reconducir el tema de conversación.
— Quizá yo tampoco.
— ¿Eh?
— Nada.
¿Acaba de insinuar que no va a ir a su propia boda? ¿Eso me pone feliz? ¿O me da igual? Qué lío tengo.
Damiano apoya los codos en la mesa y su mirada baja desde mis ojos hasta mis labios.
— Me apetece besarte — me confiesa como si eso fuera un pecado.
Ms ojos caen a sus labios instantáneamente y trago grueso. Mi corazón late como loco. No sé si realmente estaba preparada para que me dijera algo así. ¿Y ahora qué?
Damiano se inclina hacia mí. Yo no me aparto, me quedo helada, a la espera.
Y, entonces, ocurre.
Nuestros labios se encuentran. Mis ojos están cerrados, quiero sentir. Solo sentir. Pensaba que sería un beso extraño y frío, pero mis labios reconocen enseguida los suyos y se dejan hacer. Damiano me coge de la nuca y me aprieta más contra él. Empiezo a sentir calor en todas partes.
Acto seguido, él empieza a besarme el cuello. Huele a alcohol, pero no me importa. Tiene una mano muy traviesa en mi muslo que sube y baja.
— Vamos al baño.
No lo pregunta, lo anuncia. Sabe que estoy entregada y que no me voy a negar. Él me coge de la mano y yo me dejo llevar. Nos hacemos hueco entre la gente hasta llegar al pasillo de los asesos. Aquí la música se escucha amortiguada. Damiano nos mete en el aseo de mujeres y echa el pestillo. No hay nadie dentro, por suerte.
Él me mete a uno de los cubículos y nos encierra. Estampa nuestros labios de nuevo, pero esta vez no es gentil, es rudo y ardiente. Se notan todas sus ganas reprimidas. Gimo contra su boca y él me quita la camiseta por la cabeza. Me lame la clavícula y luego empieza a besarme el pecho, hasta que mi sostén le molesta y con sus dedos ágiles lo desabrocha y cae al suelo. Damiano se llena las manos con mis pechos, amasándolos.
— No puedo creer que estemos haciendo esto en un baño público — digo.
Se me escapan un par de gemidos por los movimientos de sus manos.
— Ya, a mí también me parece un poco adolescente, pero es que no podía esperar para tocarte, Amalia.
Se lleva uno de mis pechos a la boca y mordisquea mi pezón. Yo cruzo las piernas para intentar aliviar el dolor que siento entre ellas por la excitación.
Damiano se quita la camiseta y me envuelve con sus brazos. Aspiro su aroma natural, lo había anhelado tanto. Mis pezones se ponen duros y se aprietan contra sus pectorales. Siento la mano de Damiano en mi trasero y me da una nalgada.
Todo se ve casi irreal. Entonces, de pronto, Damiano me suelta y se lleva las manos a las sienes. Pone una mueca de dolor. Sus ojos se cierran y su mandíbula se aprieta.
— ¿Qué te pasa?
No le da tiempo a responder, se da la vuelta y abre la taza del váter para arrodillarse a vomitar. Tiro de la cadena un par de veces, hasta que él se aparta y parece que ya no le queda nada que arrojar en el estómago.
— Lo siento — se disculpa y rehúye mi mirada, avergonzado — No me encuentro bien.
Eso es por haber bebido tanto, pienso. Damiano se queda sentado en el suelo y me ve arrodillarme delante de él.
— No creo que se me levante, Amalia — me informa.
— Ni falta que hace. Ahora lo importante es que estés bien.
Damiano me coge y me da un abrazo. Hunde la nariz en mi pelo y con sus manos toca mi espalda.
Empieza a temblar y me doy cuenta de que está llorando. Solloza entre mis brazos. Está muy vulnerable ahora mismo.
— Tendría que haberte elegido a ti, tendría que haberte elegido a ti...
Dice esto un par de veces y yo solo lo escucho. Su voz se acaba quebrando hasta convertirse solo en llanto.
Oímos unos golpes y una voz femenina grita: <<¡Abran la puerta, me estoy meando!>>. Damiano se enjuaga los ojos y respira hondo. Nos volvemos a colocar la ropa y salimos del baño cogidos de la mano. Las mujeres de fuera nos miran con enfado.
Damiano agacha la mirada y me arrastra hasta fuera.
— Deberías ir a casa — le recomiendo.
Si no se encuentra bien, tiene que ir a descansar. Me está preocupando mucho. Mira su coche estacionado y se encoge de hombros. Y aquí me viene una idea.
— Dame las llaves del coche.
Él entrecierra los ojos, desconfiado.
— ¿Vas a robarme el coche en mi cara?
Su insinuación me ofende, pero dado su estado la paso por alto.
— No, te voy a llevar a casa. No quiero que conduzcas yendo como vas. Me quedaré más tranquila si te llevo.
— Oh, ¿estás preocupada por mí? — bromea.
Sorprendentemente accede a darme las llaves. Nos montamos en el coche y ya empieza a entrarme un poco de miedo. En fin, no tengo el carné desde hace mucho tiempo y lo de ponerme a conducir aún me da un poco de respeto.
— Damiano, ponte el cinturón.
— Sí, mamá.
Lo miro de reojo. Está sonriendo.
Las manos me sudan en el volante e intento ir lo más tranquila posible. Los primeros minutos todo va bien, pero luego me subo a un bordillo al doblar una esquina. Damiano mira a todos lados, como si acabara de suceder un terremoto.
— Amalia, no me siento muy seguro si conduces tú.
Le chisto.
— Es que no había visto bien el bordillo.
— Pues era enorme.
Voy despacio. No entiendo muy bien el coche. Pero al menos no hay mucho tráfico. Cuando veo su edificio, estaciono enfrente. Bueno, más bien lo intento. Hay pocos sitios libres y los pocos que hay son pequeños. Me toca hacer lo que más me gusta, maniobrar (nótese el sarcasmo).
— Amalia, ponte a la altura del coche de delante y después ve marcha atrás — me dice Damiano.
Le hago caso y en un minuto ya he aparcado.
— ¿Dónde te dieron el carné? ¿En una tómbola? — me pregunta él.
Lo peor de todo es que no hay ni un ápice de burla o broma en él, lo está preguntando enserio.
— A ver, no me manejo muy bien conduciendo. Pero al menos hemos llegado sanos y salvos.
Él me toca la mejilla con sus dedos, con cariño.
— No quiero que te vayas sola a casa.
— No te preocupes por mí, llegaré bien.
Él se acerca y yo hago lo mismo. Mi frente se apoya en la suya y nuestras narices se rozan. No sé muy bien qué acaba de pasar esta noche, pero sin duda no lo voy a olvidar. Y lo peor de todo es que él mañana a estas horas ya estará casado y probablemente pensará que lo que ha pasado esta noche ha sido un error.
De repente se separa y siento una opresión en mi pecho. Nos bajamos del coche y yo empiezo a caminar, pero él me dice algo.
— No duermas profundamente hoy.
No me da tiempo a preguntarle, él se mete en el edificio y yo me quedo pensando. Seguramente serán los síntomas del alcohol y nada más.
Una vez en mi piso, hablo por WhatsApp con Matteo. Él me cuenta que está en casa de unos amigos. Yo no estoy del todo conectada a la conversación, mi cabeza está pensando en Damiano.
No duermas profundamente hoy.
¿Qué me habrá querido decir Damiano con eso?
Sacudo la cabeza. Ya es muy tarde y tengo que irme a dormir.
Dos horas más tarde mi móvil vibra y veo que tengo un mensaje de Damiano. Pone que me asome a la ventana.
Cuando lo hago, él está abajo, en medio de la oscuridad de la noche y ha venido en su coche. Me vuelve a mandar otro mensaje y me dice que coja algo de ropa y que baje. Me cambio el pijama antes de hacerlo.
Ni siquiera le he preguntado por qué me está pidiendo todo esto, pero supongo que ahora me lo dirá.
— ¿Qué haces aquí? Son las cuatro de la mañana.
No responde, solo me da un beso. Se le ve más despejado que hace unas horas.
— Sube al coche — me pide.
Yo vacilo.
— ¿Para qué? ¿Adónde quieres ir?
— Lejos de aquí.
No sé si eso ha sonado bien o mal.
¿Acaso está huyendo porque no se quiere casar?
Me rodea la cintura con el brazo y me acerca para besarme otra vez. Y otra vez. Y otra.
Y cuando vengo a darme cuenta estoy dejando mis cosas en el maletero del coche y estoy convencida de irme con él a donde sea. Damiano va al volante y pisa el acelerador. No sé cuál es su plan, pero estando con él estaré bien donde sea.
— ¿Enserio no me vas a decir a dónde vamos?
Él niega con la cabeza.
— Ya lo verás.
Damiano para frente a un semáforo en rojo.
— ¿Te puedo preguntar algo?
— Claro.
Ladea la cabeza y me mira fijamente, sin vacilar.
— ¿A ti te gustaría ser mi mujer?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro