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CAPÍTULO 39

La gente suele decir que las prisas son malas, pero parece que Damiano y Alessandra no conocen ese dicho.

Desde el cumpleaños de Ethan me siento más hundida que nunca. La noticia del compromiso prematuro de Damiano me sobrecogió. Tampoco la conoce desde hace mucho, ¿cómo se le ha ocurrido ponerle un anillo en el dedo? No me entra en la cabeza. Y encima estoy invitada a la boda.

Yo creo que Alessandra me ha invitado solo por verme la cara de estúpida. Pero las lleva claras, no creo que me presente.

Aunque hasta entonces voy a tener que hacer el papel de mi vida porque Victoria probablemente será la madrina de la boda y me ha pedido que vaya esta tarde a acompañarla porque va a ir con Alessandra a mirar vestidos de novia. Qué tortura. Y encima tengo que ir yo porque el resto de nuestros amigos no están disponibles esta tarde.

A mí la vida me odia.

Mientras termino de desayunar escucho unas pisadas detrás de mí y luego siento las manos de Matteo en mi cintura.

— Hola, guapa — me saluda él con voz somnolienta.

Se nota que se acaba de despertar.

— ¿Tienes examen hoy? — le pregunto.

Él me da un beso en la cabeza y me alborota un poco el pelo antes de contestar.

— Sí, en un rato — mira su reloj de pulsera — Aún me queda tiempo, pero es mejor que me vaya enseguida para llegar temprano — coge unas tostadas de la mesa y las unta con mantequilla — ¿Al final vas a quedar esta tarde con Victoria?

Asiento.

— Genial, y oye no dejo de pensar en el compromiso de tu ex con esa tía — lo miro con una ceja arqueada — En fin, ¿quién se casaría con alguien que ya tiene una hija?

— Mi ex lo va a hacer.

Tamborileo mis dedos sobre la mesa.

— El anillo de ella era bonito, pero el que te pienso comprar a ti de compromiso será mucho más bonito, ya verás.

Casi me atraganto con el zumo.

— ¿Que nos vamos a casar?

— ¿No te haría ilusión?

Noto la decepción en sus ojos.

— No es eso, es que no sé... aún somos jóvenes y...

— No te estoy diciendo de casarnos mañana, Amalia — me deja claro — Pero sí en un futuro quizás no muy lejano. E incluso tener hijos — mi cara debe ser un cuadro porque me mira y deja de hablar — Escucha, no quiero abrumarte ni nada de eso.

Tarde, ya lo ha hecho.

Se pone de cuclillas junto a mi silla y me coge la mano. Su sonrisa es tan sincera que me conmueve.

— Oye, sé que hace poco que nos conocemos, pero yo me imagino una vida contigo, Amalia — se muerde el labio inferior — No sabes cuánto tiempo llevo buscando a alguien como tú.

Yo intento decir algo pero no me sale. Yo no me he imaginado una vida con él ni nada por el estilo. O al menos aún. Simplemente llevamos un tiempo saliendo y estamos bien así. No soy como Damiano, no me voy a casar con alguien a quien apenas acabo de conocer.

Eh, ¿qué hace Damiano colándose en mis pensamientos?

— Amalia, ¿estás bien?

— ¿Por qué lo dices?

— Es que te has puesto muy pálida de repente.

— Estoy bien — me levanto — Y tú tienes que irte al examen, ¿no?

Él asiente. Le acabo de pisotear hasta el alma cambiando de tema. Y sé que al final evitar el tema de sus sentimientos y planes de futuro tendrá sus consecuencias.

Cuando él se va, lo hace medio deprimido. Ya me ha dejado a mí mal para todo el día. Y me voy a estar aquí rayando hasta que vaya con Victoria porque mi jefe está de viaje y ha cerrado el estudio fotográfico. Así que hoy no trabajo.

~~~

Sobre las seis de la tarde, salgo (en pleno sol, que me va a dar un golpe de calor) y me encuentro con Victoria cerca de una famosa (y cara, muy cara) tienda de vestidos de novia. Alessandra llega unos minutos después con el carrito y cara de estrés.

— Lo siento, chicas, pero me he tenido que traer a la niña porque la canguro me ha fallado — nos dice con agobio.

La bebé va llorando y ella le mete unos meneos al carricoche que me parece un milagro que su hija siga teniendo la cabeza pegada al cuerpo.

Entramos en la tienda y puedo notar un fuerte olor a perfume de Carolina Herrera. El sitio no es exageradamente grande pero aquí hay vestidos como para pasarse todo un año probándose. Una dependienta de unos cuarenta años, con gafas y pelo canoso nos da la bienvenida.

— Tienes una figura perfecta — la empleada se dirige a mí y me mira de arribabajo a través de sus gafas de pasta — Tengo un vestido que sería ideal para ti.

Yo me sonrojo de la vergüenza.

Alessandra se aclara la garganta, ganándose la atención de todas.

— La novia soy yo — declara con disgusto.

— Oh, disculpe.

— Cuídala — Alessandra me da el carrito con su hija.

Ella entra con la dependienta a ver vestidos y enseguida desaparecen en el probador. Victoria por su parte ve una botella de champán y unas copas en el mostrador y no se lo piensa dos veces para abrir la botella. El tapón sale disparado y da un golpe en el techo.

— ¡Victoria!

— Tranquila, nena.

Se llena una copa y empieza a beber. La hija de Alessandra se remueve en el carrito y cuando le echo un vistazo está sentada y mirándonos.

— ¿Quieres?

Victoria me tiende una copa de champán burbujeante y yo niego con la cabeza.

— ¿Por qué no? — eleva una ceja, confusa — ¿Acaso estás preñada?

Deja salir una carcajada.

— Sí — afirmo — Y encima de Damiano.

Victoria se atraganta con el champán y escupe un poco que le cae directamente en la cara a Sofía, la niña de Alessandra.

— ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Por qué?

— Victoria, respira — le toco el hombro — Era una broma, nada más.

— Una sin gracia.

— Señoritas — la dependienta nos habla.

Vic y yo nos sobresaltamos.

— Oh, ya veo que han empezado el champán — se ríe un poco — Pasen por aquí, la novia está casi lista para que la vean.

Empujo el carrito y vamos hacia una lujosa sala en la que la dependienta nos pide que nos sentemos en un sofá de terciopelo rojo. La niña se toca la cara y se mete los dedos a la boca.

— No, Sofía, estate quieta — le digo yo.

La niña solo me mira y sigue a lo suyo.

La saco del carrito y ella patalea un poco. Victoria la mira y empieza a hablarme.

— Es un poco rara la niña — susurra — A lo mejor se parece al padre, aunque a saber, porque Damiano me dijo que Alessandra le contó que el padre no quiso hacerse cargo de la cría y la dejó tirada.

— Mami...— la niña lloriquea.

Una puerta se abre y Alessandra aparece con un vestido blanco con una cola larga y un escote pronunciado. Se ha puesto unos guantes de rejilla blancos y un tocado con lo que parecen diamantes.

— ¿Qué os parece?

Alessandra se luce sobre una pasarela improvisada de la tienda. Gira sobre sí misma y la tela del vestido se mueve con ella. La sonrisa no le cabe en la cara.

— ¿Cuánto cuesta? — le pregunta ella a la mujer de la tienda.

— Mil quinientos.

Yo abro los ojos como platos. Dios mío, eso es lo que gano yo en medio año.

— No voy a prestar atención a los precios, mi prometido pagará lo que yo elija.

La dependienta va a por más vestidos para que Alessandra se pruebe y tenga varias opciones entre las que elegir.

— Amalia, ¿me acompañas? — Alessandra me pregunta con voz dulce.

Yo la miro con desconfianza pero acabo cediendo para no levantar sospechas. Ella me guía hasta el probador y una vez dentro corre la cortina.

— ¿Necesitas ayuda para quitarte el vestido o...?

— No, si lo que quería es hablar contigo a solas — me confiesa.

Se lleva las manos a la espalda y se las apaña para bajar la cremallera del traje.

— Escucha, si todo va bien, Damiano y yo nos casaremos en unas semanas — me recuerda — Y quiero saber que tú no vas a entrometerte.

— ¿Perdona?

— No, no te perdono — me escupe — Sé que sigues detrás de mi prometido y sé lo que pretendes.

Se quita el vestido delante de mi cara. ¿Por qué diablos tiene figura de modelo? Intento mantener mi atención su cara. Su semblante se ha vuelto más serio y duro.

— ¿Te quedas callada? ¿No vas a hablar? — se ríe de manera ruidosa — Tú solo mantente fuera de la vida de mi futuro marido. Estamos intentando formar una familia y por si no te has enterado todavía, tú sobras.

— No es mi intención arruinar tu estúpida boda — mascullo yo.

Creo que prefería cuando mantenía su modo arpía a raya.

— Más te vale — me responde.

Da un paso hacia mí y yo retrocedo, hasta que choco con un poste. Ella sonríe al ver que me tiene acorralada. Se acerca mucho a mí y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja con cuidado.

— En otras circunstancias seríamos amigas, estoy segura — murmura, pero creo que en el fondo solo se está burlando.

Luego me coge del mentón y me obliga a mirar su cuerpo.

— Mírame bien — me dice como a modo de orden — Soy el tipo de mujer que Damiano merece. Tú solo eres una mediocre de tetas pequeñas y culo... inexistente. Por no hablar de que tu pelo parece que nunca ha conocido un peine.

— ¿Así funcionas tú? ¿Menospreciando a los demás para sentirte tú bien?

Ella agranda los ojos. No se esperaba esto. Estoy segura de que pensaba que me iba a acobardar con dos palabras que salieran de su sucia boca.

— Y estas tetas son las mismas que Damiano tocaba mientras que tú te operabas las tuyas — rebato.

Ella suelta mi mentón.

— Mis tetas son naturales — dice ofendida.

La dependienta nos llama y Alessandra le pide unos minutos más.

— Espero que sepas cuál es tu lugar y no intentes nada con mi prometido — achica los ojos, luciendo un poco tenebrosa — No te gustarían las consecuencias, créeme.

Y de repente me sonríe y se acerca para darme un beso en los labios. ¡En los labios! Ella se carcajea al ver que me he quedado de piedra.

— Estoy segura de que vas a saber ser una chica buena y respetuosa.

Se aparta para que yo pueda salir. Y joder sí salgo, me falta la vida para correr lejos de ella. Me paso el dorso de mi mano por mi boca, limpiándola de sus asquerosos labios.

— Ya era hora, ¿qué estaba pasando ahí dentro?

No le cuento a Victoria sobre lo sucedido, no la quiero preocupar ni que monte un escándalo justo aquí. La niña está llorando sobre su regazo.

— Voy a salir un momento a tomar el aire — le aviso.

— Pues llévate a la cría esta, que me está volviendo loca — me echa a la niña prácticamente encima.

Me la llevo en silencio en el carrito. Una vez en la calle dejo salir tanto aire de mis pulmones que pienso que voy a morir. Estaba muy tensa ahí dentro.

Matteo me llama unos minutos después y yo me tengo que mover un poco de sitio porque no lo escucho bien.

— He sacado un sobresaliente en el examen — me cuenta repleto de alegría.

— Guau, felicidades. Eso habrá que celebrarlo, ¿no?

— Te invito esta noche a cenar donde tú quieras.

— No, te invito yo.

Estamos un rato discutiendo sobre quién va a invitar a quién, pero al final Matteo acaba cediendo. Cuando yo me empeño en algo pongo todo mi esfuerzo para conseguirlo. Me doy la vuelta porque me acuerdo de Sofía y casi me muero.

¡El carrito no está en ninguna parte!

Le cuelgo a Matteo y voy a buscar como loca por toda la calle. Esto es lo que me faltaba. He perdido a la hija de la prometida de mi ex. Le pregunto a varias personas por la niña, pero nadie ha visto nada por lo que parece.

Me voy a estirar de los pelos.

Solo se me ocurre una cosa, así que llamo a Damiano. Dos personas pueden buscar mejor que una. Y a Victoria no la quiero meter en este embrollo. Ni quiero que se entere Alessandra. Damiano no tarda casi nada en venir y yo le digo de carrerilla lo que acaba de pasar con Sofía.

— ¿Por qué tienes el pelo húmedo?

— Me estaba duchando cuando me has llamado.

— ¿Y has salido de la ducha corriendo solo por mí?

Amalia, ¿qué te crees que estás haciendo? ¡Claro que no ha venido por ti!

— Me has asustado con lo de Sofía. Hay que encontrarla.

Un jarro de agua fría sobre mi cabeza. Pero tiene razón, hay que encontrar a la niña. Yo le escribo un mensaje a Victoria para que mantenga entretenida a Alessandra.

Damiano mira por unas calles y yo por otras. Ninguno obtiene resultados. Así que terminamos buscando juntos.

— Disculpe — se acerca a una señora — ¿Ha visto un carrito rosa con una niña vestida de rosa? Ya sé que suena súper sexista, pero, ¿sabe algo?

La mujer pone cara de extrañeza.

— Por favor, lo que sea — yo presiono.

— Creo haber visto a alguien con un carrito rosa hace un rato — apunta con su dedo hacia un parque al final de la calle — A lo mejor está por allí.

— Muchas gracias — Damiano echa seguidamente a correr.

Yo le seguiría el ritmo, pero es que me ha dado un flato impresionante y creo que si corro un poco más, esta noche acabo en cuidados intensivos.

Cuando lo alcanzo él está hablando en el parque con una mujer que enseguida desaparece con rapidez. Damiano me dice que ella pensaba que la niña estaba sola y que por eso se la había llevado. Tenía intenciones de llamar a la policía porque creía que la habían abandonado.

Me asomo al carrito y veo que la niña está bien. Se me escapa un suspiro de alivio. Nunca lo había pasado tan mal en mi vida.

— Perdón, Damiano, es que me descuidé un momento y cuando me vine a dar cuenta la niña ya no estaba y...

— No importa — toma a la niña en brazos — Lo único que importa es que la hemos encontrado.

Besa la mejilla de la cría y le sostiene la mano. Me siento como estúpida.

— De verdad que lo siento, yo no...

— Amalia, ya está — me penetra con sus intensos ojos castaños — No es tu hija al fin y al cabo. Entiendo que te hayas descuidado.

— Tampoco es tu hija — le recuerdo.

— Pero me voy a casar con su madre.

— Oh, claro — ironizo — Bonito anillo el que le compraste.

— En verdad se lo compró ella.

Me quedo helada. Y la tía lo iba luciendo como si se lo hubiera comprado él.

Me quedo mirándolo. ¿Por qué en el fondo me ha alegrado que me haya dicho eso?

— ¿Tú te quieres casar de verdad?

Hago la pregunta sin pensar. Al fin y al cabo, siento que Damiano está un poco forzado en esto.

— Sí — asiente.

Me meto las manos en los bolsillos y me miro los pies. ¿Debería marcharme o intentar entablar conversación?

— Papi — la niña le dice.

— No es tu padre — mi voz sale muy aguda.

Damiano abraza más fuerte a la niña.

— ¿Desde cuándo te gustan los niños?

— Desde siempre.

— ¿Y por qué nunca me lo habías dicho?

— Si hubiéramos seguido juntos, te lo habría dicho.

Eso me dolió. Pasamos mucho tiempo juntos y nunca lo mencionó.

— Bueno, yo mejor me voy.

Me doy la vuelta y empiezo a caminar. Creo que me iré derecha a casa. Me comeré un rapapolvos de Victoria por dejarla tirada pero creo que puedo vivir perfectamente con eso.

— ¡Espera!

La voz de Damiano me detiene. Giro la cabeza y lo veo venir corriendo.

— ¿Qué pasa?

— Quiero preguntarte algo.

Hago un gesto para que lo haga.

Él vacila un poco.

— ¿Vendrás a la boda, verdad?

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