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CAPÍTULO 30

La última noche tuve pesadillas.

Hacía años que no las tenía. Había pasado cuatro días con Fabio, soportando que me besara, que me tocara como si yo le perteneciera y aguantando todos y cada uno de sus insultos. Hacía dos días que estuvo a punto de sobrepasarse conmigo. Pero entonces Miranda vino hecha una furia, diciendo que Damiano la estaba chantajeando con un audio que tenía en el que ella confesaba que me tenían retenida. Fabio perdió la cabeza, empezó a tirar muebles y a romper todo lo que tenía a su alcance. Ambos especularon durante un buen rato y cayeron en la cuenta de que Damiano podría haber seguido a Miranda y entraron en pánico.

Los escuché recogiendo cosas a toda prisa. Yo estaba atada a la cama, incapaz de poder moverme y sin apenas voz para gritar. Pero una lágrima de puro alivio resbaló por mi mejilla al pensar que estaban acorralados y tenían que parar esta tortura. Un Fabio nervioso y con cara de pocos amigos entró al cuarto y se agachó a mi lado.

— Te voy a matar, Amalia — me susurró al oído — Puedo que no hoy, quizá tampoco mañana, pero te encontraré, pequeña. Acabaré contigo.

Mi corazón pareció dejar de latir. Había sido una promesa salida de la boca de alguien que estaba claro que no tenía conciencia ni remordimientos. ¿Estaría dispuesto a llegar a ese punto? ¿Tan grande era su odio hacia Damiano como para querer terminar con mi vida?

Después me golpeó. Estuve inconsciente durante horas, pero cuando desperté realmente pensaba que habían pasado años. Mi cabeza daba vueltas y mis oídos estaban entaponados cuando abrí los ojos y me encontré con un rostro asustado y confundido.

Damiano me había encontrado. Lo había hecho. Se apresuró a desatarme y me envolvió con sus brazos. Yo apenas había comido en cuatro días, así que pienso que me debería de ver horrible. Él no me presionó para hablar. Estaba claro que los otros dos se habían largado antes de que Damiano llegara.

— Has... venido...por mí — tartamudée.

Él me frotó las palmas de las manos por la espalda.

— Claro que he venido por ti — me contestó como si fuera una obviedad.

Estaba muy débil. Él no se apartaba de mí. Yo me sentía segura después de todos esos días de absoluto calvario. El cantante me ayudó a vestirme con unas prendas que había encontrado por el piso. Odiaba que fueran de Miranda. Pero no podía seguir con mi ropa rasgada y sucia.

Fuimos directos a la policía para denunciar a Fabio y a Miranda. Damiano tenía el audio en el que ella lo confesaba todo y yo tenía el cuerpo lleno de arañazos y algunos moratones. Nos dijeron que harían todo lo que estuviera en su mano. Los policías llamaron a mis padres porque soy menor de edad. Hablé con ambos e intenté inventarme que había sido algo muy breve y apenas grave. No quería contarles la realidad.

Damiano no soltaba mi mano en ningún momento. Insistió en que fuéramos al hospital, pero yo estaba tan cansada que solo quería irme a casa. Fue difícil convencerlo, pero cedió. En parte porque creo que se dio cuenta de que no era muy buena idea llevarme la contraria.

Cuando llegamos a su piso, me sentí una extraña. Parecía que pisaba ese suelo por primera vez. Yo fui directa al cuarto y cerré la puerta, indicándole a Damiano que quería espacio. Rompí a llorar sobre la cama. Acababa de pasar por algo tan impactante y asqueroso. Damiano no vino a verme en toda la noche. Yo apenas pude dormir durante la noche, pero al final mis párpados se cerraron.

Y ahora nos encontrábamos dos días después. Había tenido pesadillas. No pude dormir del tirón. Damiano había venido a traerme comida y me había preguntado si estaba bien. Yo solo le mentí.

— ¡Damiano! — le llamé. Le necesitaba.

Él entró al instante, como si hubiera estado todo el tiempo detrás de la puerta, esperando a que lo reclamara. Se acercó con pasos indecisos. Yo me incorporé con molestia y lo agarré por la muñeca. Lo tomé por sorpresa. Lo abracé y hundí mi cara en su pecho. No sabía que había extrañado tanto su aroma hasta ese momento.

— No estoy bien, Damiano — le confesé con miedo.

— Lo sé.

Se tumbó junto a mí. Me apretó contra él y me hizo sentir reconfortada. Le conté como me siento después de todo. Necesitaba que alguien me escuchase.

Pero entonces me di cuenta de un detalle que se me había pasado por alto y me separé de él.

— Nada de esto habría pasado si tú me hubieras contado lo que pasaba con Fabio — le reproché.

A esas alturas, yo ya estaba llorando. Él se llevó las manos a la cabeza y suspiró.

— Lo sé.

— ¡¿Lo sabes?! — exploté — ¡Tú no sabes nada! ¡Yo he sido a la que han tenido secuestrada por tu puta culpa!

Salté de la cama. Me marée durante un momento, estaba muy débil. Damiano se levantó y me hizo un gesto para que me calmara.

— Perdón, sé que toda esta mierda ha sido culpa mía — no tenía ni idea de qué decir después de esto.

— Ni siquiera te has dado prisa en encontrarme, me has dejado cuatro días con ese tarado...— sollocé.

— He hecho todo lo que he podido para encontrarte, joder — abrió los brazos — No sabía dónde coño te tenían y he tenido que arreglarmelas para descubrirlo. No he dormido en todos estos putos días.

Nos quedamos mirándonos.

— No sabía que iba a hacer si no te encontraba — negó con la cabeza y su voz se quebró en esa última palabra.

Ambos nos abrazamos. Yo me lancé y le di un beso en la boca. Luego bajé a su cuello y él me separó en un impulso. Creo que no estaba terminando de entenderme. Y a decir verdad, yo tampoco me entendía.

— ¿Qué haces?

— Fóllame — soné muy directa y autoritaria — Por favor.

Él se negó rotundamente.

— Ni de coña, tienes que descansar — me señaló la cama.

— Quiero dejar de sentir las manos de Fabio encima de mí — alegué con angustia — Por favor, hazme olvidar.

Él seguía pensando que no era muy buena idea, pero accedió. Me dejó llevar el control y se adecuó a mi ritmo. Yo me quité la ropa interior y esperé hasta que los pantalones de él acabaron en sus tobillos. Llevé mi mano hasta mi entrepierna y me fui preparando. Damiano tardó en colocarse encima de mí y alinear nuestros sexos. Luego unió nuestros labios. Estuve a punto de apartarlo en un impulso porque de repente recordé a Fabio besándome y tocándome.

Pero ahora ya no estaba con Fabio.

— Venga, Damiano — le metí prisa.

Le quería dentro como fuera.

Él fue el que se acordó de la protección, a mí se me había olvidado por completo. Intentó ir despacio al principio, con miedo. Estaba tan preocupado por mí.

— Quiero sentirte más, Damiano — le rogué al oído.

Lo necesitaba por completo. Le clavé las uñas en la nalgas, intentando meterlo más dentro de mí.

— Así, así — jadée cuando él empezó a tomar confianza y seguridad en sus embestidas.

Estar en los brazos de Damiano realmente hacía que dejara de pensar en todo lo malo que me había pasado. Dejé un par de besos en la mandíbula de Damiano. Él estaba muy nervioso, se lo notaba.

Su pene salía y entraba de mí con rapidez. Yo era la que gemía, él solo estaba concentrado y tenía la respiración descontrolada. Este momento tuvo una parte bonita, pero también una amarga. Nuestros sentimientos estaban abocados en lo que había pasado, no en lo que estábamos haciendo. Pero aparte de todo ese dolor y esa tristeza, me sentía más cerca que nunca de Damiano.

— Amalia...— murmuró él con su frente pegada a la mía.

Sus caderas se chocaban con las mías y sentía un calor instalándose en mi vientre. Enrollé mis brazos a su espalda y dejé que un orgasmo abrumador me azotara todo el cuerpo. Damiano siguió penetrándome hasta que llegó a su cima.

Me sentí muy vacía cuando salió de mí y se tumbó en un lado de la cama. Me quedé mirando a Damiano. Esos labios entreabiertos, esa fina y recta nariz, esa mandíbula marcada, esos grandes y oscuros ojos, ese cabello desordenado...adoraba todo eso de Damiano.

— Qui-Quiero un tiempo — me sentí un poco estúpida diciendo eso.

Me subí los pantalones, aún notaba mi entrepierna dolida. Él me miraba con las cejas arqueadas.

— ¿Qué quieres qué?

Él se quitó el preservativo y se recolocó su ropa.

— Un tiempo... que no estemos juntos — en mi cabeza esa idea sonaba mejor.

A él se le escapó una risa. No me creía, pensaba que le estaba tomando el pelo. Pero se puso pálido al ver que yo no me reía.

— Me cago en la hostia — fue lo que dijo al notar que yo iba enserio.

Pensé que después de todo necesitaba un tiempo separada de Damiano. Al fin y al cabo yo no estaba muy bien y no quería que él lo viera.

— ¿Me estás dejando?

— No, no, no. Solo quiero que nos tomemos un tiempo. Necesito pensar y...

— Vamos a ver — se pasó las manos por el pelo, inquieto — Hace un momento me estabas pidiendo que te la metiera hasta el fondo y ahora me estás dejando. ¿Crees que eso tiene algún tipo de sentido?

Mierda, hasta estaba siendo condescendiente. Tragué saliva y busqué alguna excusa para darle un motivo a mi comportamiento, pero como me resultó tan difícil, cambié de tema.

— Solo quiero un par de semanas — le dije — Te recuerdo que me han tenido secuestrada el que era tu amigo y la psicópata de tu exnovia.

— Ya te he dicho que lo siento. Pero ese no es motivo para dejarme — me cogió las manos — Yo te voy a cuidar, angelito. Sé que estás asustada, pero todo va a ir bien.

— Necesito estar sola.

Me soltó las manos con recelo.

— La primera persona que me deja en mi vida tenía que ser una maldita cría de diecisiete...— rodó los ojos y se levantó de la cama.

— Solo unas semanas — le insistí — Hasta que esté mejor. Sabes que te quiero.

— ¡UNA PUTA MIERDA ES LO QUE ME QUIERES!

Se dio la vuelta y me asustó. Nunca he llevado bien eso de que me griten.

— ¡Tú eres el que no me quiere! — rebatí — No me entiendes.

Él ni siquiera se molestaba en mirarme. Me ignoró por completo.

— ¡Es que eres inentendible! — me gritó sin estribos — Te vas a arrepentir de esta decisión.

— No te estoy dejando.

— Oh, es verdad — rió con ironía — Me estás abandonando para luego volver a saber cuándo para follar y volver a largarte después.

— Eso no es así, lo estás sacando todo de contexto.

— ¡Es que lo que dices no tiene sentido!

Apreté mis puños. Simplemente estaba agobiada y mal y no quería transmitirselo a él. Me daba en parte vergüenza que precisamente fuera él el que me tuviera que ver tan vulnerable.

— ¿Para qué mierda querías ser mi novia si no quieres estar conmigo ahora? — me agarró de las manos y casi suplicó lo siguiente — Me necesitas. Lo sabes. No seas tan terca.

— Yo no sé lo que necesito.

— Pues a mí — respondió.

Rompí a llorar.

— Creo que nos hacemos daño estando juntos.

— Más nos lo hacemos estando separados, hostias — me soltó las manos de golpe — ¡¿Es que acaso no lo entiendes?!

— ¡No me grites! — necesitaba mantener las distancias ahora, así que me levanté y me mantuve a un par de pasos de él — Te recuerdo que tu examigo y la tarada de su novia, que resulta ser tu ex, me han tenido secuestrada.

— Pagarán por ello — aseguró.

Me sequé las lágrimas y salí de la habitación, con él siguiéndome. Cada vez veía más claro que estar juntos nos afectaba. Yo apenas tenía ya relación con mi madre, y él había perdido al que era uno de sus mejores amigos.

— Amalia...

— Quiero estar sola, Damiano.

Él no daba crédito a lo que estaba pasando y realmente yo tampoco. Me encerré en el baño y me senté en el váter. Me tapé los oídos para no escuchar a Damiano. Por mi mente aún estaban pasando los momentos que había compartido con Fabio y me estaban asqueando.

— Lo estás echando todo a la mierda, Amalia — el golpeó la puerta — ¡Esto es lo que ellos querían, joder! — sobreentendí que hablaba de Fabio y Miranda — Venga, mi amor, abre la puerta.

Mi amor.

Quería estar cerca de él. Pero a la vez necesitaba espacio. Él golpeaba la manija de la puerta, hasta tal punto que pensé que llegaría a romperla.

— No puedo creer que nos estés haciendo esto — murmuró él con la voz desgarrada.

¿Me estaba precipitando? Quizá.

Pero sentía que necesitábamos estar un tiempo separados. Acababa de pasar los peores días de mi vida y no podía seguir con Damiano, como si nada hubiera pasado. En mi cabeza no dejaba de visualizar a Fabio. No dejaba de sentir sus malditos labios probando los míos.

Estaba realmente jodida.

— ¡No quiero volver a verte nunca más, maldita niñata de mierda! — escuché un golpe seco contra la pared — ¡Que te den, joder!

Sollozé con más fuerza. Mi mandíbula temblaba. Poco después, oí la puerta del piso cerrarse. Damiano se había ido. Me había dejado. Sentí una presión en el pecho.

Pero se suponía que eso era lo que quería, ¿no?

Tenía pensamientos confusos. Ahora Damiano estaba enfadado conmigo, pero podía entenderlo. Si yo hubiera sido él, seguramente habría estado igual.

Me quedé un largo tiempo llorando sola en el baño. La sola idea de salir me daba ansiedad. Pero tenía que afrontarlo. Yo había tomado una decisión.

¿Buena? ¿Mala? Aún no lo sabía.

Pero pronto lo descubriría.

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5 meses después

La campana de la cafetería suena cuando abro la puerta. Algunos me echan miradas curiosas. Yo solo miro a las mesas para buscar a mi amiga. Elizabeth está en una de las mesas del fondo y me hace un gesto con la mano para que la divise mejor.

Ella me da una sonrisa espléndida y me abraza. Parece que hace un siglo que no nos vemos y apenas hace dos semanas.

— ¿Qué tal ese viaje con tu padre y su novia a Irlanda?

Río. Esa ha sido una pregunta interesante para romper el hielo.

— No ha estado mal — me limito a decir.

Fue bastante aburrido. Mi padre quería tenerme controlada y no me dejaba salir sola a ningún lado y yo estaba harta de verlo a él haciendo manitas con su novia.

— ¿Estás bien? — estiende su mano por la mesa y toca la mía.

El camarero nos interrumpe para tomar nuestro pedido.

— Sí, sí — le digo después.

Los últimos meses han sido un desastre. No hay señales de Fabio y Miranda. Echo de menos a Damiano. He terminado el instituto y no sé qué quiero hacer ahora. He estado viviendo en casa de Bella y siento que ya estoy abusando de la confianza de su familia. Echo de menos a Damiano. No me hablo con mi madre. Lloro todas las noches. Echo de menos a Damiano. Añoro tener a alguien que me cuide. He pasado una semana horrible de vacaciones con mi padre y su amorcito. Echo de menos a Damiano.

Mierda, ¿he dicho ya que echo de menos a Damiano?

— ¿Tú qué tal con Victoria?

— Oh, bien, bien — asiente, pero no la termino de ver convencida.

Victoria y ella siguen saliendo. Hasta la primera lo hizo público en sus redes sociales, adjuntando una foto de ambas.

— Oye...¿cómo está...ya sabes?

— Espera, ¿Damiano es Voldemort o algo así? — se ríe de forma animada — ¿No puedes decir su nombre?

— ¿Cómo está?

— Primero dilo, venga — joder, qué insistente — Damiano, Damiano, Damiano, Damiano...— repite hasta quedarse sin aire.

— Damiano — cedo yo, diciendo el nombre del hombre al que anhelo.

Después Elizabeth solo asiente y se pone un poco más seria.

— Después de lo de Måneskin, no sé nada de él. Victoria está que se sube por las paredes.

— ¿Qué ha pasado con Måneskin?

No entiendo nada de lo que está diciendo.

— Espera, ¿no lo sabes? — palidece.

El camarero nos deja dos cafés sobre la mesa. Yo enseguida vuelvo a insistir en la conversación, ha tenido que pasar algo grave para que Elizabeth no pueda ni contarlo sin tartamudear.

— Amalia...Damiano dejó Måneskin.

Me entra un ataque de risa.

Me está vacilando, está claro. ¿Damiano dejando Måneskin? ¡Eso es una tontería!

— Mandó a Thomas, Victoria y Ethan a la mierda y desde hace un par de semanas no sabemos nada de él. Han tenido que cancelar muchos conciertos y entrevistas de promoción.

Mierda, que va enserio.

Dejo de reírme y empiezo con la fase de preocupación. Me froto las manos y escucho atentamente todo lo que dice Elizabeth. Según comenta, los Damiano tuvo una discusión con el resto del grupo y después se marchó sin más. No responde llamadas y no consiguen localizarlo.

— ¿Tú sabes algo?

Elizabeth se disculpa conmigo por la pregunta. Sabe que él y yo ya no estamos juntos desde después de lo ocurrido con Miranda y Fabio.

Yo niego con la cabeza.

— No sé nada de él.

— ¿Y tú no puedes contactar o algo con él? — tiene un tono insistente — Es muy importante. Quizá podrías convencerlo para que se piense mejor las cosas.

Yo le prometo que intentaré hacer algo.

Después de despedirnos, yo me marcho en dirección al piso de Damiano. No sé muy bien cómo presentarme allí. Hace mucho que no lo veo.

Seguramente él no querrá verme.

Pero en el piso nadie responde al timbre. Puede que no esté aquí. Vuelvo a la calle y lo llamo un par de veces. Me salta el buzón de voz.

— ¡Maldición! — exclamo, dándome por vencida.

Entonces, algo viene a mi mente como un rayo. Damiano una vez me dijo que su hermano vivía cerca de su piso. De hecho, nombró una calle en concreto.

Me encamino hacia ese lugar, pero se me olvida lo más importante: pensar qué voy a decir.

Bueno, supongo que improvisaré.

No eres buena improvisando, Amalia.

Ahí está mi conciencia recordándomelo.

Llego hasta una casa con una fachada de piedra y un todoterreno estacionado y toco al timbre. Esto es como una pequeña urbanización.

Un chico alto y con un parecido realmente inquietante a Damiano me abre la puerta y me mira de arriba abajo.

— Ho-Hola — venga, Amalia, puedes — ¿Está Damiano? Soy Amalia.

El hermano —cuyo nombre no recuerdo— tarda un poco en responder.

— Así que tú eres esa chica — habla más para sí mismo — Te imaginaba más alta.

Frunzo el ceño. ¿En serio tenía que decir eso?

Él da un paso atrás y me hace un gesto para que entre.

— ¿Sabías quién era?

— Una vez le pregunté a Damiano si estaba con alguien foll- — lo miro de reojo — Ósea, saliendo. Y mencionó tu nombre.

Él se presenta como Jacopo.

— Quiero ver a Damiano.

— Uf, no te lo recomiendo — me dice — Está de mala hostia. Más de lo normal, claro.

No sé por qué se me escapa una risa.

Él me señala una habitación y da unos golpecitos a la puerta, pero al no obtener la puerta la abra abruptamente y yo voy detrás.

— Damianito...— lo llama su hermano.

— Cómeme la polla.

Siento un escalofrío al escuchar la voz grave y ronca de Damiano.

— Han venido a verte — es lo que dice su hermano antes de desearme suerte y marcharse de la habitación.

Damiano está tirado bocabajo en la cama, con la sábana cubriéndolo. Abro y cierro la boca varias veces, intentando encontrar las palabras adecuadas para esta situación.

Entonces, él se da la vuelta y puedo ver sus ojos rojos. Hay varios cigarros tirados por el suelo.

— Vaya, pero si eres tú, Amelia.

Auch.

Me ha dolido que se haya equivocado con mi nombre. Él deja caer la sábana y puedo ver su ancho torso con tatuajes nuevos. Da unos golpecitos al colchón y me mira con los ojos entornados.

— ¿No vienes?

¿En serio me está pidiendo que me meta a la cama?

— No.

— Antes te gustaba follar conmigo.

Vale, ha fumado de más.

Se levanta de la cama y me deja verlo en su completa desnudez. Yo hago como que me tapo los ojos, pero por no parecer descarada.

— ¿Te puedes poner algo?

— ¿Para qué? Si ya lo has visto todo.

Aún así, insisto.

Hasta que él se pone unos pantalones y me habla:

— Te veo bien — digo, pero solo para romper el hielo.

— Eso es porque ya no estoy contigo.

Voy a tener que escoger bien las palabras o me voy a comer todos sus golpes bajos.

— Tienes que volver con Måneskin.

— Vete.

No hemos empezado con buen pie.

Yo solo tengo ganas de acercarme, besarlo y...

— Quiero que te largues — me espeta — ¿Podrás llegar tú solita a la puerta o te hago un mapa?

— ¡No me hables así!

No llego a ninguna parte con esta conversación. Eso es un hecho. Damiano está muy enfadado conmigo.

— ¿Sabes? Venir aquí ha sido un error — contoneo mis caderas — Me voy ya, mi novio debe de estar preocupado.

Él se ríe.

— ¿Tu novio? — me pregunta con una sonrisa torcida — ¿Quién coño tiene el estómago suficiente como para follarte a ti?

Le doy una santa bofetada en la cara. Las huellas de mis dedos se quedan marcadas en su piel.

Él me agarra de los brazos y me empuja a la cama. Después se coloca entre mis piernas y me pone las manos por encima de la cabeza.

— Eres una maldita niñata, joder — me dice alto y claro — ¡¿Cómo has podido tener las putas narices de presentarte aquí después de lo que me hiciste?!

Me quedo helada. Los músculos de su cara se tensan.

— He dejado mi puta banda por tu culpa. ¡Solo quieres volverme loco!

Yo no digo nada. Sin embargo, alzo mi cabeza y, sin predemeditar, estampo mi boca contra la suya. Tengo miedo de su reacción. Mucho. De hecho, él se queda de piedra. Pero inesperadamente me responde al beso.

Suelta mis manos y hunde más nuestras bocas. Su lengua juguetea con la mía y eso me enciende. Él lleva su mano a mi muslo. Dejo de respirar, sé perfectamente a dónde se dirige. La cuela por debajo de mi falda y acaricia mi entrepierna con sus hábiles dedos.

— ¿Esto te excita, verdad? — me pregunta, separando nuestros labios — Dímelo, quiero oírte.

— Sí, me excita.

Él ladea la tela de mis bragas y sus dedos se rozan directamente mis pliegues.

— Oh — jadeo.

Hace mucho que no sentía mi entrepierna tan dolorida. Damiano levanta mi camiseta y se sorprende al ver que no llevo sostén. Se lleva uno de mis pechos a la boca y mordisquea mi pezón.

Yo enrosco mis piernas alrededor de su cintura y lo atraigo. Puedo notar lo duro que está.

— Pensaba que había que tener mucho estómago para follarme — murmuro en su oído.

Antes básicamente ha dado a entender que doy asco y que por eso nadie quiere acostarse conmigo, pero como está enfadado no se lo voy a tomar enserio.

Él no necesita más de unos segundos para bajar mis bragas y bajar la cremallera de sus pantalones. Su polla salta. Él se masturba delante de mis ojos. Su pene se endurece y se alarga. Entonces pasa su punta por mi humedad, frotándola y me mira a los ojos cuando me penetra con fuerza después de tantos meses. Doy un grito jodidamente fuerte. Mi interior tarda en dilatarse para poder acogerlo. Llevo cinco meses sin una miseria caricia, esto ahora es demasiado.

Trato de reprimir algunos gemidos, su hermano está fuera, pero Damiano me lo pone muy difícil.

— Dime que solo me quieres a mí — me ordena mientras empuja unos centímetros más dentro de mi estrecho sexo.

— Solo te — jadeo — Quiero a ti.

— Dime que no existe nadie más para ti.

— Nadie más, Damiano. Solo tú.

Cierro los ojos con fuerza cuando lo siento empujándolo todo dentro de mí.

— No sabes cuánto te odio, Amalia — me agarra del pelo — Te odio, joder, te odio.

Me embiste de manera brusca.

¿Realmente me acaba de decir que me odia?

No hay ningún tipo de distancia entre nuestros cuerpos. Somos uno. Las embestidas de Damiano son dolorosas y placenteras a partes iguales.

— Pero yo soy tu angelito.

— Tú ya no eres nada mío — masculla.

Empuja hasta lo más hondo su pene, haciéndome rodar los ojos, y luego sale de mí y vuelve recolocar su miembro como puede dentro de sus pantalones. Yo me quedo como una estúpida mirándolo.

— Tú eres mía y yo soy tuyo — murmuro una frase que él mismo me dijo una vez — Tú lo dijiste.

— ¿Y tú fuiste tan ingenua como para creértelo?

Ya siento un nudo en mi garganta.

— No te confundas — él habla sin mirarme — Yo nunca he sido tuyo.

— Pero acabamos de...— me pongo roja — ¿No ha significado nada para ti?

Me levanto con las piernas hechas pura gelatina y me pongo las bragas.

— Solo ha sido un polvo mediocre — contesta — Dentro de dos horas, ni lo recordaré.

Él me señala la puerta. Está deseando que me vaya.

— Y-yo pensaba que...

— Pues no pienses — su mirada es fría y vacía — Ambos sabemos que ni siquiera vales para eso.

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