CAPÍTULO 3
Mis sábanas huelen a vainilla y a jazmín. Una mezcla de esencias poco frecuente en mi cama. Y solo puede pertenecer a una persona. Me giro para tenerla de frente y veo que sigue durmiendo a pierna suelta. Mejor. No sé si ahora mismo podría reunir todo el valor para echarla ya de aquí. Aparto la mano que tiene sobre mi abdomen y me levanto rápidamente, sin hacer apenas ruido. Me conviene que cuando se despierte yo ya esté lúcida y fresca como una jodida rosa. Recojo mi ropa tirada en el suelo y me visto lo más rápido que puedo. Me tengo que quedar quieta sin hacer ningún movimiento varias veces porque la chica se remueve repetidamente en mi cama, de un lado a otro.
Paso mis manos a lo largo de mi cabello varias veces, como si así fuera a subsanar lo desordenado que está. Bostezo y tapo mi boca corriendo para no emitir ningún sonido. Camila parece estar a punto de despertarse.
Salgo sigilosamente de mi habitación arrepintiéndome de haberla llamado anoche. Debería dejar a esta chica ya en paz. No quiero nada con ella. Y ella no quiero entenderlo. Se niega a hacerlo. Se cierra en banda cuando intento explicárselo. No quiero que se haga ilusiones y se enamore o yo que sé, porque entonces será mucho más difícil deshacerme de ella así como así. Y yo sé que un corazón roto es lo peor que le puede pasar a nadie. Lo sé por experiencia.
Alguien te ilusiona, te da falsas esperanzas, tú te enamoras como una puta estúpida y después te deshechan como si fueras un puñetero pañuelo de papel. Y eso duele. A mí me ha pasado ya varias veces. Y no estoy dispuesta a volver a pasar por ese trance. No otra vez.
Ahora ya no busco nada serio. Eso solo trae problemas y quebraderos de cabeza con los que no estoy dispuesta a lidiar. Nunca más.
Mi plan de ser sigilosa y no armar escándalo se va a tomar por culo cuando alguien se toma la puta libertad de entrar a mi casa con unas llaves que yo misma le dije que solo utilizara para una emergencia, y les está dando el uso que a él le sale de los huevos.
— Claro, Damiano, puedes pasar — ironizo para que note mi descontento — Sabes que esto se llama hallanamiento, ¿verdad?
Él me mira con el ceño fruncido y se encoge de hombros.
— Pues denunciáme — una sonrisa burlona se dibuja en su rostro — Ya me gustaría veros a Thomas, a Ethan y a ti intentando buscar a otro vocalista.
Río sin ninguna gana. Le tengo mucho cariño a Damiano, pero hay veces que siento que necesita un par de hostias para que se baje de esa nube de egocentrismo en la que está subido.
— Nosotros teníamos una vocalista antes de que llegaras tú, ¿sabes? — le recuerdo, ganándome una mala mirada — Así que no nos costaría mucho reemplazarte.
Él se carcajea con todas sus fuerzas. Este gilipollas va a hacer que Camila se levante.
— Caso error, teníais a una inútil como vocalista — apunta él orgulloso.
Le saco mi dedo medio. Este tipo de discusiones ya son algo característico de nuestra amistad. Y no le voy a dar la razón, pero joder, la anterior vocalista era nefasta, no hubiéramos llegado ni a la vuelta de la esquina con ella.
— ¿Hola?
Damiano y yo nos giramos para ver a una Camilla medio despeinada, con algo de rímel corrido y seco en su mejilla derecha y luchando por acabar con las arrugas de su suéter. Me mira con algo de tristeza en sus ojos y le da una mirada extrañada a Damiano. Pero ellos ya se conocen, y bastante bien.
— Camila, ¿podrías irte? — le pido con voz ñoña, a ver si así le toco la fibra sensible y se larga — Luego te llamaré — refuerzo, para que ella se vaya esperanzada.
Damiano me mira con cara de pocos amigos mientras intento librarme de Camila. Ella llega a ser bastante pesada y a veces es difícil de convencer.
Pero se acaba yendo con la cabeza gacha y avergonzada porque Damiano nos haya visto justo ahora.
— ¿Sabes que hay más coños en Italia, cierto? — me pregunta Damiano al escuchar la puerta de la entrada cerrarse de un portazo.
Sé que no le hace ninguna gracia toparse con Camila. Nosotros tres compartimos una historia bastante atípica hace un tiempo. Era una fan nuestra, la conocimos en uno de nuestros primeros conciertos y bueno a mí me gustó bastante. Nos enrollamos aquella noche, después del concierto. Fue un buen polvo, aunque no despertó mucho en mí. Seguíamos viéndonos después de aquello, solo sexo, yo siempre se lo dejé claro. Y luego me enteré de que aquella misma noche, después de acostarse conmigo, también se había acostado con Damiano. Y se lo conté a él. Si aquello hubiera sido una película romántica, él y yo hubiéramos acabado a hostias. Pero no. Ambos lo sabíamos y no nos importó. Nos la seguíamos follando. Pero, eh, cada uno en su momento. Y luego ella tuvo las narices de decirme lo que había hecho y que le gustabámos los dos. Incluso me llegó a pedir que intentáramos hacer un trío. Y a mí no me van esas cosas —bueno, sí me van, pero si es con dos tías, a mí un tío en medio me sobra—. Al final Damiano se cansó de ella y empezó a salir con Miranda, su novia actual.
Yo en cambio, intenté alejarme, pero no sé, la chica es amable y algo ingenua. Así que a veces la llamo para follar y ya está. No me gusta que ella piense que yo pueda querer algo más con ella. Yo nunca he sentido nada de afinidad con Camila en el sentido amoroso, así que cumplir su deseo de salir juntas está bastante jodido.
— ¿A eso has venido a mi casa? ¿A hablar de coños? — me burlo y le doy una palmada en el brazo.
— No. Pero te convendría alejarte de esa pava. Yo no me fio de ella. Y menos después de lo que nos hizo — me recuerda serio.
Asiento para evitar esos temas y me voy a la cocina a desayunar algo. Pero él me sigue, sacando el tema del que sí ha venido a hablar.
— ¿Qué te ha dicho Constantini? — me pregunta interesado en mi respuesta.
— Quiere más dinero — le respondo recordando al tipo que acaba de mencionar.
— ¿Más dinero? — da un golpe en la encimera con su puño — Eso es lo que te dijo la semana pasada.
Este tío es lo que no hay. Me mete en sus líos en vez de solucionarlos él mismo. Y el tal Constantini es un tipo de unos cincuenta más o menos, bastante ambicioso. Dudo que nos lo vaya a poner fácil en la venta.
— Quiero que ese lugar sea mío — miro a Damiano con una ceja arqueada.
— ¿Qué hay de especial en ese sitio? — no entiendo por qué tanta insistencia por su parte — Hay otros mucho mejores, y a mejor precio.
— Yo quiero ese — su voz suena tan convencida que da hasta miedo — ¿Sabes qué? Ofrécele más dinero a ese hijo de puta — se masajea las sienes. Últimamente parece más estresado de lo normal — ¿Podrías hacerlo ya?
Me sirvo un vaso de zumo de naranja bien lleno y me lo bebo de un solo trago, bajo su mirada. Pone los ojos en blanco y se desespera. Pero yo primero voy a desayunar, y después a ocuparme de lo que se trae entre manos con Constantini.
— Vale — respondo lamiendo el borde de mis labios mojados por el refrescante zumo.
— Perfecto — asiente.
Me doy cuenta de algo en él. Lleva colgado del cuello un collar con una cruz colgando de la cadena. Él antes siempre lo llevaba. Le encantaba. Pero hace mucho que no lo veía con ese accesorio.
— ¿Y eso? — le pregunto yo curioseando — Pensaba que lo habías perdido o algo así.
— No — suena cortante — Simplemente dejé de ponérmelo.
No me convence del todo. Y sé que lleva días un poco raro, y muy volcado en el tema de Constantini y ese lugar.
En cuanto vengo a darme cuenta ya se ha esfumado. Él como siempre yéndose sin despedirse. Es algo tan común en Damiano que ya ni lo hecho al ver.
Pillo las llaves de mi Volkswagen y salgo de mi casa a paso apresurado. Solo quiero cerrar cuanto antes el tema de Constantini. El otro día cuando lo conocí me transmitió muy poca confianza. Es el típico tío ególatra que va por ahí con aires de superioridad cuando en realidad debería ir agachando un poco la cabeza. Está arruinado. Por eso quiere más dinero.
Arranco el coche y empiezo a conducir. Noto el coche un poco frío, y no me extraña, lleva varios días parado. Me animo a poner algo de música. Así quizá me relajo y llego alegre a mi destino. Eso me vendría de lujo, la verdad.
Mi móvil vibra en el salpicadero. Lo dejo ahí. Sea lo que sea no puede ser tan importante. O eso pensaba yo. Parece que hay alguien que se ha propuesto acrivillarme a mensajes.
— Joder — pronuncio cogiendo el móvil y revisando los mensajes que me está mandando Damiano.
Básicamente me ha mandado un guión de todo lo que le tengo que decir a Constantini. ¿Por qué coño cree que yo la voy a cagar si hablo por mí misma? Es acojonante.
Suelto el móvil y devuelvo mis ojos a la carretera. Se me hiela la sangre en las venas y aprieto mi pie en el pedal del freno, haciendo el coche parar en seco. Mi cuerpo se mueve un poco hacia delante y después mi cabeza choca contra el reposacabezas.
Me cago en la puta.
Salgo disparada para ver una chica tumbada en el suelo. Me maldigo interiormente por mi falta de responsabilidad. ¡Podría haberla matado! Miro el capó y creo que en realidad no ha llegado a chocarse con él. Creo que simplemente se ha caído por el susto de ver el coche tan cerca. Me agacho a su lado y observo como apoya las palmas de sus manos en la carretera, levantándose poco a poco.
— ¿Estás bien? — le pregunto yo.
Ella ni se inmuta. Ni se molesta en mirarme. Su cabello pelirrojo se lleva toda mi atención. Casi parece fuego ardiendo. Sus ojos es esmeralda están desesperados mirando a todos lados, buscando algo.
— Mi brazalete — su voz es un débil susurro.
No es italiana. Se le nota el acento. Estrecha sus ojos para poder examinar todo el espacio a su alrededor. Veo unas marcas en su muñeca derecha, parecen pequeños cortes hechos con un cuchillo o una cuchilla tal vez. ¿Qué demonios?
— ¿Qué te pasa en la muñeca? — me arriesgo a preguntarle.
Me mira exhausta y arqueando una ceja sin comprender. Creo que no entiende la palabra "muñeca" en italiano, así que se la señalo. Ella niega con la cabeza y se levanta. Voy detrás de ella. Se para junto al coche y recoge del suelo el supuesto brazalete que se le había caído. Cuando se lo vuelve a poner me doy cuenta de que ese brazalete dorado le tapa toda la muñeca.
— ¿Te sientes bien? — le pregunto yo de nuevo, parezco un disco rallado con la misma preguntita.
De nuevo no me dice nada. Se coloca bien la mochila que carga en la espalda y empieza a caminar hacia la acera. Pero antes de torcer la calle, se gira, apretando los tirantes de su mochila y me habla, cosa que no ha hecho cuando yo le he hablado a ella. Aunque antes de eso sus ojos no se despegan de mí, sobre todo se centran en mi rostro.
— Perdona, ¿nos conocemos de algo? — su voz es bonita, muy suave y calmada — ¿Puede que nos hayamos visto alguna vez?
Sus preguntas me desconciertan. No la he visto nunca antes. Si eso hubiera pasado me acordaría de ella, de su rostro, de sus profundos ojos y de su llamativo cabello.
— No — es lo primero que digo al fin — Además, no eres italiana. Entonces creo que eso acorta las posibilidades de habernos visto.
Ella se queda pasmada al ver que la he descubierto y tartamudea algo que no entiendo.
— El acento te delata mucho — río, con la esperanza de que la situación no sea tan incómoda — ¿Te puedo dar un consejo con eso? — ella asiente insegura, pero lo hace — Si coges aire antes de hablar y enfocas la voz, se vuelve más grave, y el acento se reduce.
Ella parece pensarlo y se gira, dándome la espalda y alejándose a paso rápido. Esto ha sido extraño. Esa chica era tan intrigante.
Me monto en el coche y me quedo ahí, con la mirada perdida y mis manos sobre el volante. La música sigue sonando, pero ahora mismo no me puedo quitar de la mente a esa chica pelirroja.
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He salido tarde. El primer día de clase y ya voy a empezar llegando tarde. Esto es un desastre. Mi madre tenía razón, no debería haberme quedado tanto tiempo buscando por la casa mi collar. Sé que lo deje encima de la mesa del salón. Pero antes me he dado cuenta de que no estaba. Y yo quiero ese collar.
Al final ha sido mi madre la que me ha tenido que echar de la casa para que me fuera, y justo cuando he salido por la puerta me he topado con una caja en el suelo. Lleva mi nombre escrito y la he cogido, así que ahora voy medio corriendo y abriendo la caja esta extraña. Quito la tapadera y la tiro en una papelera mientras sigo caminando.
Me acaba de dar un flato que me muero, pero no puedo pararme. Meto la mano en la caja y entonces sí que me tengo que frenar al sentir el frío propio de la plata contra mis dedos.
— ¿Qué coño? — murmuro sacando mi collar, el cual creía que había perdido.
Pero aquí está. Y hay una nota en la caja. La leo rápidamente y echo la caja en una papelera cercana.
"Angelito, ¿enserio creías que iba a verte y no te iba a recordar?"
D.
Sonrío como una tonta en mitad de la calle, sabiendo que esa D es por Damiano. Y yo sabía que esa farsa de que no se acordaba de mí era solo eso, una farsa. Un teatrillo suyo para volverme loca. Pero, ¿por qué no me lo dice a la cara?
Me pongo mi colgante y me siento bien de nuevo. Me sentía desnuda sin él, lo llevo todos los días desde hace más de un año, y no sentir la plata rozando contra mi delicada piel ya se sentía muy raro.
— Damiano...— susurro bajito para mí misma.
Llego al instituto corriendo y entro buscando ya mi clase. El ruido de los profesores en su salita al fondo del pasillo y el de los alumnos hablando de las cosas que han estado haciendo este verano me recuerda lo mucho que odio este sitio. Veo un cabello rojizo al fondo del pasillo y voy corriendo hacia ella.
— ¡Elizabeth! — la llamo vociferando por todo el pasillo.
Ella se da la vuelta y me da una sonrisa. No conocé a nadie y creo que tener una cara conocida le vendría bastante bien.
— Me alegro de verte, Amalia — me dice y la veo con intenciones de querer darme un abrazo, pero no quiere hacerlo por no incomodarme.
Así que me lanzo yo. Nos apartamos enseguida y nos sonreímos. Miro su atuendo, y creo que en estilo nos parecemos bastante. Lleva un brazalete en su muñeca y le hago un pequeño cumplido sobre éste.
— Amalia, tía, no te encontraba por ningún sitio — ahí viene la dueña de todo el estilo que a mí me falta.
Bella viene luciendo una falda de cuero con una camiseta venida negra y unos botines a juego. Revisa nuestros horarios y nos damos cuenta de que vamos a la misma clase, como siempre. Y me percato de que Elizabeth también. Bella le da una mirada rara, tratándola casi como a una intrusa.
— Ella es Elizabeth — procedo a presentarlas — Elizabeth, ella es Bella, mi mejor amiga.
Ésta última me da una mirada de desconcierto. No le había dicho nada de Elizabeth. Pero, ¿qué más da? Si tenemos suerte incluso podríamos ser amigas.
Siento como un hombro fuerte se choca contra el mío, casi haciendo que caiga de bruces al piso. Elizabeth apoya su mano en mi brazo y evita que caiga.
— Lo siento, Amalia — cierro los ojos cuando escucho esa voz.
He estado rezando todo el verano porque se lo hubiera tragado la tierra. Pero se ve que mis rezos no funcionan.
— ¡Piérdete, Marco! — le grita Bella llamando la atención de todos los que están en este pasillo.
Marco, mi ex, me mira con una mirada arrepentida y vuelve a pedirme perdón. No parece el mismo que hace dos meses. Se ha cortado el pelo y lleva un arito en la nariz. Lo veo alejarse y besar a su novia, mientras a mí aún me mira con pena.
No me gustan esas miradas. Y ahora voy a tener que estar todo el curso evitándolo.
La mañana se me hace muy pesada. Como todos los años, los profesores se presentan y nosotros también tenemos que hacerlo delante de todos. Me siento junto a Bella, y Elizabeth está detrás de nosotras.
— El de matemáticas es un hijo de puta — me susurra Bella en cuanto ese profesor, entrado en años, con gafas, y una calva brillante sale del aula — Ese fijo que nos hace estar haciendo problemitas de esos perturbadores de trigonometría y circunferencias — bufa ella — Ya estoy viendo mi suspenso al final del trimestre sin siquiera haberlo empezado.
Me río.
Ella siempre ha tenido el mismo problema con las matemáticas.
Cuando por fin llego a mi casa tengo que hacer una puta redacción de ciento cincuenta palabras para la de literatura. Me paso toda la tarde con una tarrina de helado y quebrándome la cabeza para hacer la redacción dando mi opinión sobre un texto que nos ha dado sobre el calentamiento global en el mundo. ¿A quién le importa eso?
Y encima Miranda está en casa. Puedo escucharla hablando y riendo con mi madre.
Cuando vengo a darme cuenta ya es de noche y abro la ventana para que pase algo de aire. Pero hace calor.
Hay un coche aparcado delante de la casa. Creo que es un Range Rover negro. Hay alguien dentro, y reconozco perfectamente quién es. Sé que no debería hacer esto, pero a veces soy un poco adicta al peligro. Con la escusa de que quiero tomar el aire, distraigo a mi madre y a Miranda. Salgo con el móvil en la mano y después lo pongo sobre el capó del coche.
Y como si hubiera un muelle en el asiento el conductor prácticamente salta y sale del automóvil.
— Aparta tus manazas de mi coche — me ladra Damiano — Lo acabo de lavar y ya me lo estás ensuciando.
Ruedo los ojos. Pensé que estaría calmado, pero ya veo que no.
— Gracias por arreglarme el collar — le digo yo.
Él se apoya en la puerta del coche y se cruza de brazos. El tío intimida. Va todo de negro. De los pies a la cabeza. Y lleva el pelo perfectamente peinado hacia atrás. Parece un mafioso de los libros.
— No te flipes — comienza — Y ese collar es mío, aunque lo lleves tú.
— No es verdad — refuto yo.
— Tú me lo robaste — se aparta del coche y viene hacia mí, apuntándome con su dedo — Yo nunca te lo di. Y tú vas por ahí luciéndolo como si fuera un regalo.
Doy un paso hacia atrás. Tiene algo de razón, pero no se la pienso dar.
— No me hables así — estoy al borde de explotar.
— ¿Y por qué no?
— ¡Porque tú me dejaste tirada aquel día! — le grito, sacando algo de mi rabia escondida — No tienes ningún derecho a hablarme con ese desprecio, capullo.
Él se pasa las manos por el pelo nervioso y se da la vuelta.
— ¿Y qué mierda esperabas, Amalia? — abre su chaqueta y parece coger, o sacar algo, no lo tengo claro — ¿Que me enamorara de ti y fuéramos felices? — da una fuerte carcajada, pero también suena amarga — Esas cosas no pasan en la vida real, Amalia. No seas tan ingenua.
Ladeo la cara. Ha sido un error pensar que lo del collar era un detalle bonito de su parte. Y que me haya llamado ingenua y se ría de mí en mi cara solo me hace querer explotar.
— Yo a ti te gusto — suelto enfadada — Y no me vengas con que no te gusto, porque no me voy a creer ni una palabra que salga por tu boca.
Se ríe. En mi cara.
— ¿A mí? — se señala sin dar crédito — Mírate un poquito mejor, Amalia. Eres una niñata insufrible que va detrás de mí como las moscas van detrás de la mierda. ¿Por qué no te vas por ahí a darle por culo a otro y te olvidas de mí?
Aprieto mi puño. No sé que más decir. Él se saca mi móvil de su chaqueta y sonríe mirando mi fondo de pantalla. ¿Por qué coño he dejado mi móvil en el capó? Y encima mi fondo de bloqueo es una foto de él sin camiseta.
— Dime tu contraseña.
— ¿Qué? — no me creo que me esté pidiendo eso.
Voy a hablar para decirle que no, pero levanta la mano y se pone a escribir algo en el teclado.
— Patética hasta para poner contraseñas...— se burla desbloqueando mi móvil con un solo intento.
¿Por qué narices pondría su nombre como contraseña?
Ah claro, porque soy gilipollas.
— Mira, Amalia, tengo novia y tú eres muy pesada — me acerco a por mi móvil y él me lo entrega sin poner impedimentos — Aléjate de mí y olvida lo que pasó esa noche — me pide — Y borra todas las fotos que tienes en tu galería. Es decir, bórrala entera.
Meto mi móvil en el bolsillo trasero del pantalón de mi chándal y me encojo de hombros.
— No voy a hacer nada de lo que tú me pidas — voy a por todas ahora mismo — Y no voy a olvidar esa noche. No puedo. Y no quiero.
Podríamos haber seguido discutiendo. Pero la pava de su novia sale y nos pilla hablando.
— ¿Va todo bien? — ella intercambia su mirada entre él y yo.
Él la coge del brazo, acercando sus cuerpos.
— Nada, es que Amalia es muy fan mía — responde él.
La rodea con sus fuertes brazos y la besa. No puedo ver la cara de ella, pero sí la de él. Tiene los ojos abiertos y sus ojos no se apartan de los míos.
Sé que él dirá lo contrario, pero a mí no me engaña. A él le encantaría que yo fuera la chica que está besando ahora mismo.
~~~~~~
Roma, 12 de septiembre de 2020
Él no paraba de pavonearse porque había hecho una actuación espectacular y me había callado la boca. Salí detrás de él aguantando todos sus comentarios, en los cuales se elogiaba a él mismo. Creo que su autoestima roza las putas nubes.
Me hizo una seña para que lo siguiera hasta su moto y fue y me dijo que me montara.
— ¿Yo?
— ¿No te apetece dar una vuelta, angelito? — me preguntó tendiéndome el casco.
Solo llevaba uno, y me lo estaba ofreciendo a mí. Él se montó en la moto y la arrancó, esperando que yo me subiera. Personalmente, nunca me han gustado mucho las motos. Me parecen unos trastos ruidosos y peligrosos a más no poder. Pero me hacia ilusión montarme, y lo hice. Me estaba dejando llevar. Quizá demasiado.
Vi que en el depósito había una brillante pegatina con dos letras en mayúsculas: MÅ. Le iba a preguntar qué significaban esas dos letras para él, pero se me adelantó hablando y me dijo que me agarrara a su cintura.
Coloqué con vergüenza mis brazos alrededor de su cintura e intenté no apretarle mucho.
— Agárrate bien — cogió mis brazos y los enroscó alrededor de su cintura, haciendo que me apretara muy fuerte contra él.
Mis tetas se chocaron contra su dura espalda y solté un pequeño gemido. Me removí nerviosa y empezé a notar un pálpito entre mis piernas. Él ladeó su cara y pude ver lo hermoso que era su perfil a la luz de la noche. Soltó sus manos del manillar de la moto y las llevó a mi espalda, estrujándome más contra él. Ahogué un grito y él sonrió, sabiendo el efecto que estaba causando sobre mí. Intenté moverme, pero me tenía bien enganchada. Así que mis tetas se restregaban con más intensidad contra su espalda y me mordí el labio. Me estaba provocando, y yo incluso me había mojado. E ir excitada encima de una moto, no es nada cómodo, ya lo digo.
— Angelito...— susurró, sin dejar de sonreír — Como te corras encima de mi moto te mato.
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