CAPÍTULO 29
Huele a café.
Es un olor muy fuerte. Así que supongo que será café amargo. El olor se cuela en mis fosas nasales e incluso me parece bueno así. Creo que estoy harta de que lo único que tenga que oler sea a Fabio.
No sé dónde estoy exactamente. Es una habitación pequeña, sin demasiados trastos. El maldito Fabio se las apañó de lujo para dejarme inconsciente y atarme con bridas las manos y los pies a la cama. Hace un par de minutos he oído la voz odiosa de Miranda, pero he sido ignorada. Así que supongo que ella está de acuerdo con este plan de él. Incluso puedo llegar a pensar que ella lo está manipulando a él para que me haga esto.
No me extraña que estén juntos. Están igual de locos ambos.
— Angelito...— ahí está la estúpida voz de Fabio.
Abre la puerta de una pequeña patada porque viene cargado con una bandeja.
— ¡Cabrón! ¡Hijo de puta!
— Buenos días a ti también, pequeña — dice con sátira.
Se sienta en la cama y me deja ver el desayuno que ha preparado.
— Damiano...— lloriqueo.
Él me da una mirada asesina.
— Enana, eres muy pesada — me riñe.
No llevo ni una hora despierta y ya prefiero la muerte antes de estar aquí. ¿Por qué Damiano no viene a por mí?
— Mira, te he hecho algo para comer — señala la bandeja — Estás muy flaca.¿Quieres café?
— Métetelo por el culo.
Él se ríe.
— Cuida tu vocabulario, no vaya a ser que te meta yo algo por el culo a ti — me amenaza — Entonces no rechistarías tanto, lo disfrutarías.
Me da una arcada. Él coge la taza y me la acerca a los labios. Yo niego con la cabeza.
— Bebe — me ordena.
Tenemos un momento de tensión. Al final, termino bebiendo un sorbo. Y como ya esperaba, está horrible. Luego me mete a la fuerza un trozo de tostada en la boca. Cuando está confiado y cree que estoy obedeciendo, se la escupo en la boca.
— ¡Puta niñata de mierda! — él maldice.
El desayuno termina tan rápido como acaba. Después, él se acuesta a mi lado. Me duelen las muñecas y los tobillos. Ha apretado muy fuerte las bridas. Fabio pone su cabeza sobre mi pecho y se acurruca a mi lado.
— Me gustas, Amalia.
Pongo los ojos en blanco. ¿Cómo podía Damiano ser amigo de esta escoria?
— Mucho — agrega, rodeando mi cintura con su brazo.
Miro al techo y cierro los ojos. Quizá esto sea una pesadilla y cuando los vuelva a abrir me doy cuenta de que todo esto no ha pasado en realidad. Cómo me gustaría eso.
Entonces noto unos labios ásperos y duros presionando los míos. Muevo la cabeza, me quiero zafar de Fabio. Pero él me agarra del cuello y me paraliza. Me besa de una forma calmada, delicada. Si no fuera porque me ha secuestrado, casi diría que siente algo de cariño por mí.
¿Qué tonterías estoy pensando?
— Te deseo, Amalia — él dice, guiando sus labios por mi tenso cuello.
Yo cojo aire y me trago mi cara de asco. Él quiere ir más allá. Mi cuerpo empieza con la fase esperada: el temblor. Era de esperar que tarde o temprano el malnacido quisiera algo más que unos simples besos.
— Vas a ser una buena chica — me mira a los ojos. Sus pupilas se han agrandado — Y vas a seguir mis órdenes, ¿sí?
Cuela con un rápido y ágil movimiento su mano debajo de mi camiseta. Tiemblo aún más al sentir sus largos y fríos dedos explorando mi abdomen.
— No quiero tener que hacerte daño, ¿sabes? — arquea las cejas.
Le doy una dura mirada, con los ojos entrecerrados. Intento parecer valiente, pero por dentro me invade el miedo y la incertidumbre.
Él se pone encima de mí. Levanta mi camiseta y deja al descubierto mi sostén. Asiente con la cabeza, como dando su visto bueno a mis pechos.
— Voy a soltarte — murmura.
Casi suspiro de alivio. Este es mi momento. Espero tener las fuerzas suficientes para enfrentarme a él y poder escapar. Y ahora es cuando él chafa mis prematuros planes: saca una navaja de su bolsillo y me la acerca para que la vea.
— No intentes ninguna tontería, ¿vale? — me esfuerzo por controlar mi respiración. Él continúa — Sería una verdadera lástima tener que dejar una cicatriz en tu bonita piel — pasa un dedo por mi cuello.
Mientras me desata, no aguanto las ganas de llorar. Así que sollozo en silencio. Él ignora mis lamentos. Luego me hace ponerme de pie, cosa que se convierte en un verdadero reto porque después de haber tenido los tobillos atados permanecer en esta posición es tarea dura. Él me sostiene por las caderas hasta que cree que estoy estable. Se sienta en el borde de la cama y se relame los labios. Está disfrutando esto, ni siquiera lo disimula.
Doy un vistazo a la puerta. Juraría que he escuchado cómo la cerraba cuando ha entrado cargado con el desayuno. Trago saliva, puedo sentir un nudo en la garganta.
— Quítate la ropa — no es una petición, es una orden.
Se queda expectante.
— Quiero verte desnuda otra vez — añade con calma.
El ritmo de mi corazón se dispara.
— ¿Qué? — es lo único que sé decir.
Él se encoge de hombros.
— No quería hacerlo, pero hace unas horas cuando estabas inconsciente, no pude evitarlo — explica — Tenía curiosidad y te desnudé. He de admitir que tu cuerpo superó mis expectativas — sonríe con sorpresa — Y tu coño también.
— ¡Mientes! — le acuso.
Si de verdad me hubiera hecho algo lo notaría, ¿no?
Estoy segura de que esto es solo un juego para hacerme enloquecer.
— Vaya, me has pillado — ríe y da unas palmadas, felicitándome.
Luego me dice que ya está bien de tanta charla y que empiece a quitarme la ropa.
— ¡No tengo todo el día, Amalia! — se atreve a gritarme — Seamos sinceros — se tranquiliza y se levanta de la cama — Las niñatas de hoy en día como tú se creen que lo saben todo. Son unas estúpidas. Pero lo mejor de todo es que tienen las hormonas revolucionadas y solo piensan en tener una polla entre las piernas, ¿me equivoco? — no le respondo. Entonces se acerca a mí y me sujeta la barbilla — Vamos, no seas testaruda. He visto como me miras — sus labios rozan mi oído. Habla en silencio, como si me estuviera diciendo algo que solo nosotros debemos saber — Te gusto, Amalia. Aunque lo niegues, sabes que es cierto. Me deseas.
Niego con la cabeza. ¿Cómo puede estar tan loco como para andar diciendo estas tonterías?
De pronto me coge las muñecas y me empuja a la pared. Vuelvo a sentir miedo. No voy a aguantar más tiempo aquí si Damiano no viene ya a por mí.
— Escúchame, estoy harto de ser paciente contigo — me escupe — Te crees especial, y sabes ¿qué? — hace una pausa dramática — ¡No lo eres, Amalia! — forcejeo. No puedo aguantar esto — Shhh, no te pongas nerviosa.
Se asegura de tener nuestros rostros a la misma altura. Sus ojos caen a mis labios. Las lágrimas aún siguen en mis ojos.
— Has sabido ser la putita de Damiano muy bien — sus ojos marrones me transmiten rabia — Y ahora vas a ser la mía también.
******
Flashback
— ¿Me acabas de follar encima de una barra? — le pregunté a Damiano.
Yo aún tenía la falda subida a la altura de la cintura y las bragas en los tobillos. Damiano había perdido totalmente la cordura —sí, puede que quizá yo hubiera ayudado en eso— y había echado a toda la gente del bar en el que nos conocimos, que casualmente es suyo, solo porque no podía esperar y me necesitaba ahora.
— Sí, eso es lo que he hecho — me respondió con una sonrisa prepotente.
Yo apoyé la mano sobre la barra y pude notar que había líquido sobre ella. Pero normal, Damiano había echado a todo el mundo de un momento a otro, así que todo estaba hecho un desastre.
Él se puso los pantalones, acabando con su desnudez.
— ¡Eh! — llamé su atención — ¡Pero no te tapes!
— Tengo que hacerlo — habló, ofendido — De lo contrario te voy a tener que empezar a cobrar.
Reí.
— Hablas como si te prostituyeras — bromeé yo.
— Créeme, si lo hiciera no podrías pagar mis servicios. Sería muy caro.
Rodé los ojos. Tenía que ser un egocéntrico hasta hablando de situaciones hipotéticas.
Alcanzó su chaqueta, tirada de mala manera en una de las mesas frente a la barra y sacó de ella un cigarrillo y un mechero. Los músculos de su torso parecían tensos. Yo me moví y me senté.
— Yo también quiero.
— ¿El qué?
— Fumar — aclaré.
Él me miró escéptico.
— No — contestó.
Me subí la ropa interior y me alisé la falda antes de bajar. Caminé hacia él e intenté arrebatarle el cigarrillo.
— Que no te voy a dejar fumar — dijo — Es malo para la salud o algo así.
Fruncí el ceño.
— ¿Y me lo dices tú?
— Claro — respondió como si no fuera él el que se fuma cuatro cigarrillos cada hora.
No sé por qué se hacía el estricto. Yo ya había intentado fumar unos meses atrás con Bella. No era lo mío, pero tampoco me disgustó tanto como pensaba.
— Venga, no intentes poner cara de enfadada porque no te sale.
Entrecerré un poco más los ojos. Estaba forzando una mueca.
— Vuelve a subirte ahí — señaló rápido la barra — No he terminado contigo.
— ¿Pero tú quién coño te crees? — me miró alucinado — Aquí mando yo. No te confundas.
— ¿Amalia? — preguntó, sin creer que fuera yo la que estuviera diciendo esas cosas.
— Ahora te vas a subir tú y vas a hacer lo que yo te diga — lo apunté con mi dedo.
Para mi sorpresa, no protestó.
Solo hizo lo que le mandé. Y entonces me puse nerviosa porque yo no pensaba que me fuera a obedecer así de fácil.
— Amalia...— tarareó Damiano — ¿Vienes o me tienes miedo?
Fui a por él y con cuidado me subí encima de su cuerpo. Me puse a horcajadas encima del bulto de sus pantalones y me dejé caer.
— La hostia — gruñó Damiano.
Yo moví mis caderas, notando como su erección crecía. Hasta que me tomo de la cintura.
— Bueno, ya está bien de provocar — determinó — ¿Vas a follarme o no?
Impaciente.
Miré hacia la puerta. No sabía si estaba cerrada o no. Acababa de caer en ese detalle.
— Tranquila, nadie nos va a ver — comentó al ver mis dudas.
Lo poco que sabía era que el sitio lo llevaban su hermano y Fabio. Y no quería que ninguno de ellos en concreto apareciera por sorpresa y nos pillara.
— La gente de hoy en día está loca, ¿y si viene alguien y nos graba?
— Un vídeo porno...— las curvas de sus labios se elevaron. ¿Enserio le gustaba esa idea?
— Damiano.
— Imagina el nombre del vídeo — se mordió el labio — Adolescente cachonda monta la polla de cantante sexy y famoso.
— ¡Damiano! — le grité para que dejara de pensar en esas cosas.
Mis mejillas se encendieron.
— Quiero conocer a tu familia — dije, después de una breve pausa.
— ¿Para qué?
— Porque soy tu novia y quiero conocerlos.
Él me puso la mano en la cintura y me levantó un poco. Desabrochó sus pantalones y liberó su erección.
— Quiero conocerlos — insistí.
Pero él estaba muy enfrascado atrapándome para levantar mi falda y deshacerse de mis bragas.
— Damiano, te estoy hablando.
— Sí, sí — asintió — Pero es que hablar no es lo que toca.
Palmeó mi culo y me movió para que nuestros sexos quedaran alineados. Sentí la punta de su pene rozándose contra mis pliegues y la mojé con mi humedad.
— Dame un preservativo — me pidió, indicándome que estaban en el bolsillo de su pantalón.
Saqué uno y lo rompí al intentar ponérselo.
Bien, Amalia, no te estreses.
Cogí otro e hice como si no hubiera pasado el incidente. Y como la mala suerte y yo somos algo así como "besties" se me volvió a romper el preservativo.
— ¿Te estás riendo de mí? — me preguntó Damiano.
— Póntelo tú — le pedí con vergüenza.
— De verdad, le quitas el erotismo a todo — refunfuñó.
Se lo colocó el mismo, rápido, sin fallos. Yo me agaché y me estiré sobre él para llegar a sus labios y besarlo. Él aprovechó para agarrar su miembro y colocarlo contra mi entrada. Mientras tanto, con la otra mano, hundida en mi pelo, empujó sus caderas y me embistió.
— Damiano...— le susurré.
— Shhh — me puso un dedo en los labios.
Empujó su pene, deslizándolo sin problema por mi entrada.
Me enderezé. Había dicho que mandaba yo y tenía que demostrárselo.
— Te voy a follar yo a ti — le coloqué la palma de la mano en el pecho.
Me metió la mano por debajo de la camiseta y acarició mis pechos. Sus ojos se habían oscurecido.
Boté encima de su polla. Se escuchaba el sonido que hacían mis nalgas al chocar con sus muslos.
— Más rápido, fóllame más rápido — rogó.
De repente me di cuenta de que mis gemidos hacían eco. Intenté hacer todo lo que pude con la velocidad. Pero yo no tenía prisa, yo quería sentirlo dentro de mí. Notaba las yemas de sus dedos clavadas en mi culo.
— Ven aquí — me agarró del brazo y me guió hasta su boca.
Dejé de moverme. Él palpitaba dentro de mí. Aquello hacía arder mi interior. Su lengua pasó por mi labio inferior, animándome a abrir los labios y dejarla entrar en mi boca.
Para mi sorpresa el beso fue delicado, casi dulce. Entonces cogió mis caderas y él mismo me movió. Siendo sincera, me sentía un poco pequeña encima de él. La verdad es que Damiano puede ser muy intimidante. Y su actitud aún más.
— Ay — jadeé sintiendo como acababa de llegar a un punto muy sensible de mí.
— Ábrete más — me pidió, tocando mis muslos.
Yo intenté separar más mis piernas. Eché la cabeza hacia atrás cuando lo sentí todo dentro de mí. Escuché a Damiano jadear y decir algo entre dientes.
Nuestros cuerpos unidos se movían al mismo ritmo, sincronizados. Sentía una dolorosa a la vez que placentera presión en mi vientre. Coloqué la mano encima de su pecho y él puso la suya encima de la mía. Aquel simple gesto me pareció muy íntimo.
Damiano acercó sus fríos y largos dedos a mi hinchado y mojado clítoris y lo acaricio con suavidad. Gemí con mi respiración descontrolada.
— Te quiero — jadeé.
Damiano no respondió. Solo tragó saliva y siguió moviéndome. El hecho de que no respondiera me partió un poco el momento.
Mi centro se cernió sobre el miembro de Damiano mientras alcanzaba mi cima entre lloriqueos y gemidos. Él se vino poco después con dos duras y rápidas embestidas más.
Luego me desplomé sobre su cuerpo. Me abracé a él para notar la calidez de su piel. Estaba ardiendo. Pero evitaba mi mirada.
— Estoy muy enamorada de ti, Damiano — no sé si era buen momento para hablar de eso.
— Ya lo sé — me respondió.
Damiano era muy seco y desanimado para hablar de sentimientos.
— Quiero conocer a tu familia — le espeté. Mi corazón latía muy rápido — Quiero que seamos una pareja normal.
Él se río y por fin me dejó ver sus ojos castaños.
— ¿Normal? — cuestionó con sátira — Si quieres a alguien normal búscalo en otra parte.
Me rodeó la espalda con los brazos. Mi entrepierna aún palpitaba después del éxtasis.
— ¿Tú no eres normal?
— Yo soy especial.
Al principio lo miré con una mueca, pero luego sonreí.
Él me acarició el pelo y juntó nuestros labios.
Después me bajé, tambaleándome y él llamó mi atención. Se sentó y apoyó sus manos en la madera. Unos rizos de su cabello caían por su frente, casi tapándole los ojos. Tenía una sonrisa ancha en su rostro.
— Nunca pensé que te fuera a preguntar esto, pero...¿desde cuándo tienes tanta influencia sobre mí como para que te deje montarme encima de una barra?
Fin Flashback
*****
La madre de Amalia me mira mal cuando toco a la puerta de su casa. Y siendo sincero, no me esperaba menos de ella. La rodeo antes de que me impida el paso. No tengo tiempo para tonterías.
— ¡Oye! ¡Yo no te he invitado a pasar!
— ¿Has visto a Amalia? — le pregunto.
He intentado ir al piso de Fabio, pero me he enterado de que él ya no vive ahí. Un chico lleva alquilado en ese sitio desde hace dos meses y en el piso de Miranda no había nadie. Aún guardaba una copia de la llave, así que he podido registrar el lugar y estaba vacío.
— No, desde que tú te la llevaste no he podido verla — encima me echa la culpa.
Me mira con reproche.
— Yo no he venido aquí a discutir — le aclaro.
Cruzo el pasillo de la entrada y voy hacia el salón. Pero creo que su madre está sola.
— Seguro que se ha ido para no verte más.
Su madre no está ayudando.
Y entonces en la cocina la encuentro.
— Damiano, ¿qué haces aquí?
Miranda está sentada en la mesa con una mirada fría. Creo que ni siquiera se asombra de verme aquí. Probablemente me esperaba.
— ¿Dónde está?
— ¿Dónde está qué?
Golpeo la mesa con los puños.
— ¡No te hagas la tonta conmigo!
— ¿Qué es este escándalo? — la madre de Amalia entra en la cocina y nos mira sin comprender.
Y encima la otra se levanta y hace el papel de su vida poniéndose a llorar y abrazando a la madre de mi Amalia. Huele a comida recién hecha.
— ¿Quieres algo para los ojos? — le pregunto a Miranda — ¡A ver si así te sale una pura lágrima!
Es una inútil hasta para actuar. Pero lo peor de todo es que la otra se lo cree y está de su parte.
— Me estaba gritando — Miranda le dice — No me ha dejado en paz desde que me dejó. ¡Eres un sinvergüenza!
— Oye, vergüenza tengo. Que sepa donde está es otra cosa.
No sé como mi humor de mierda puede estar presente en un momento como este.
La madre de Amalia me echa de su casa, como era de esperar. Yo salgo al pasillo y espero. Miranda le lloriquea un poco y despotrican sobre mí un rato. Unos minutos después, ya no escucho la voz de la mujer. Cuando me asomo solo está Miranda cenando.
— ¿Tienes a su hija secuestrada y te hace la cena?
Ella me mira con tranquilidad y sigue masticando. Se ha hecho una coleta y ahora puedo ver mejor su cara.
— Están bien maquilladas las ojeras — la felicito con sorna.
Está montando un teatro diciéndole a la madre de Amalia que yo soy el malo de todo y que ella es una víctima.
— ¿Dónde está? — le repito.
— ¿Quieres cenar conmigo?
Me lo pide con voz tierna.
Entonces lo capto. No va a soltar prenda. Aquí solo voy a perder el tiempo. Así que he encendido la grabadora de mi móvil mientras estaba en el pasillo para nada.
— Es fácil, ¿sabes? — me habla con su voz, no con la que estaba fingiendo de niña buena — Manipular a su madre. Es una puta estúpida — se ríe — Igual que su hija.
— ¿Dónde la tienes?
Tengo que mantener la calma. Cualquier paso en falso puede hacer que no consiga nada de información.
— No fue muy difícil poner a Fabio en contra de ti — continúa ella — Le falto tiempo para decir que sí cuando le pedí que fuera a por Amalia.
— La habéis secuestrado, joder.
Me mira con recelo.
— Llámalo como quieras.
Mierda, lo acaba de reconocer.
— ¿Qué le habéis hecho? — aprieto el puño.
— De momento nada. Creo que a Fabio le cuesta follársela. ¿Tú cuánta viagra necesitabas para follártela?
Se está riendo descaradamente en mi puta cara.
— ¿Cómo puedes ser así? — no me entra en la cabeza — Una cosa es intentar hundirme o querer insultar a Amalia cada vez que la ves, pero secuestrarla es algo muy distinto.
— ¡Yo aún te quiero! — deja los cubiertos y se levanta — Esto es tu culpa por haberme dejado. Estábamos bien juntos. No necesitabas a la puta Amalia de mierda.
Y ahora me viene con esto.
— Damiano, vuelve conmigo — me toca el brazo — Si lo haces, soltaré a Amalia.
— Puede que manipular a todos sea fácil, pero conmigo no funciona.
Sus labios forman una fina línea.
— Además, ¿tú no estás con el hijo de puta de Fabio?
Ella ríe con amargura.
— ¿Enserio, Damiano? — me pregunta — Fabio solo es un peón. No lo quiero para nada más que para que haga el trabajo sucio por mí.
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