CAPÍTULO 27
— ¿Te has enfadado por lo que le dije a mi padre?
Damiano pisa el acelerador y el coche aumenta de velocidad en segundos. Hace apenas cinco minutos que hemos vuelto de Venecia y ya estamos de camino a casa. Damiano está comportándose raro desde que Victoria le llamó en casa de mi padre. No sé que le habrá dicho ella pero realmente le ha afectado.
— Solo me he inventado eso para que no se enfadara y te dejara de una vez en paz — hablo con tristeza.
— Cállate, Amalia — me suena a advertencia.
Una vena aparece en su cuello, palpitante. Sus fosas nasales se dilatan y agarra tan fuerte el volante que sus nudillos tornan a un color pálido.
— ¿Te has enfadado conmigo porque he dicho que estaba embarazada? — le pregunto con temor.
Yo solo me he inventado eso para que mi padre dejara en paz a Damiano. Casi se desmaya. Y aún más cuando me ha visto irme con Damiano.
— Esa mierda me da igual — masculla mientras pisa el acelerador.
Me sostengo al asiento casi por inercia.
— ¿Seguro? — pregunto yo — Se te ha descompuesto la cara cuando lo he dicho.
— Normal, tener un hijo contigo no es el mayor sueño de mi vida — ni siquiera me mira.
— Damiano, para el coche — le pido. Me estoy mareando de lo rápido que vamos y encima sus palabras no es que sean platos de buen gusto precisamente — Damiano — vuelvo a hablar. Él me ignora — ¡Para el puto coche!
Ahora sí me obedece. Se detiene en seco. Aparca el coche de cualquier manera y me exige saber qué es lo que me ocurre.
— Tú me ocurres — él ni se inmuta de mi respuesta — Pensaba que si habías ido a Venecia a buscarme era para intentar mejorar las cosas entre nosotros y dejar de comportarte así.
Sus dedos tamborilean encima del volante.
— Ahora mismo no quiero hablar, angeli—
— Ahórrate ese mote — le advierto.
— Amalia, necesito ir a hacer algo, de verdad — me explica, girando la cabeza para mirarme.
— Primero tenemos que hablar — digo yo muy, muy seria — ¿Y qué querías decir con lo de que tener un hijo conmigo no es tu mayor sueño?
Él toma aire y lo suelta con lentitud. Me está poniendo muy nerviosa.
— Quería decir exactamente lo que he dicho.
Frunzo el ceño.
— ¿Y si hubiera estado embarazada de verdad que habrías hecho?
— ¿Enserio tenemos que hablar de estas tonterías?
— Responde — ni me molesto en contestarle.
Él echa la cabeza hacia atrás y se cruza de brazos. Por su expresión deduzco que lo estoy exasperando. Pero más exasperada me tiene él a mí.
— No hubiera hecho nada porque eso es imposible. He tenido mucho cuidado contigo para no dejarte preñada.
¿Qué tipo de respuesta es esa?
Abro la puerta del coche y voy al maletero para coger mi maleta. Tengo un nudo en la garganta. Voy con lentitud porque quiero que él baje del coche e intente frenarme o algo, pero no lo hace. Es más, parece tener prisa por perderme de vista. Entonces, una vez que he cogido mis cosas, él ni se lo piensa y sale disparado con el coche.
Me quedo en mitad de la calle con mi maleta y me tapo la cara con las manos para comenzar a sollozar de la impotencia.
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Dejo mi coche de cualquier manera en la entrada. Hasta arrancado y con las llaves. Así de cegado estoy. Hay varias personas en la puerta. Es temprano y ya están todos ebrios. Entro rápidamente y lo encuentro ahí de pie, riendo con varios chicos.
Atando cabos llego a la conclusión de que anoche hubo una fiesta aquí. La encimera de la cocina está llena de botellas y vasos vacíos. Por no hablar de los vidrios que hay esparcidos por el suelo.
— Hombre, Damiano — Fabio se da la vuelta y abre los brazos — Que ganas tenía de verte.
— Seguro que no más ganas que las que yo tengo de partirte la puta cara — no tenía ni pensadas estas palabras.
Me inquieta la fluidez con la que las he soltado. Los chicos con los que hablaba se miran entre ellos sin entender.
— ¿Por qué dices eso, amigo?
Doy unos pasos hacia delante.
— Ya no necesito a Judas de amigo, gracias — remarco mi sarcasmo.
Él alza sus cejas y sonríe. Hace años que soy amigo de Fabio y nunca pensé que pudiera hacer algo así.
— Tío, de verdad que no sé por qué estás así conmigo — dice tranquilo.
Va con el pelo ligeramente alborotado y unas ojeras oscuras debajo de sus ojos.
— No lo sabes, ¿eh? — río. Me pongo frente a él y lo cojo del cuello de la camiseta para estamparlo contra la pared — ¡Maldito hijo de puta!
Él agranda los ojos. No impone resistencia. Y tampoco le conviene.
— ¡¿Cómo mierda has podido hacer algo así?!
— ¡Parad ya! — grita alguien.
— No te metas en esto — Fabio señala a la persona del grito con cara de pocos amigos.
Luego nos volvemos a mirar. Me duele que nos veamos con desprecio. Él era uno de mis mejores amigos. Y ahora no es nada.
Está con Miranda. Sabe que es mi ex y que me intentó hacer la vida imposible. Victoria me lo contó. No puedo creer que me haya hecho algo así.
— ¿Qué coño te he hecho yo a ti, joder?
— Tú sabías que a mí me gustaba Miranda — me echa en cara.
Nunca me lo dijo directamente, aunque siempre se lo noté. Pero eso no justifica nada.
— Además, a ti te da igual — prosigue — Estás con Amalia.
— Sí, pero se suponía que eras mi amigo — lo empujo — Y vas y te tiras a la loca de mi ex.
— No entiendo por qué te enfadas — me empuja cuando estoy con la guardia baja — Tú puedes estar con cualquiera, ¿qué más te da?
— Solo querías joderme — le digo — Eras uno de mis mejores amigos.
— ¡No me vengas con esa mierda! — ladra con asco — Llevas meses dándome de lado. Solo estás con esa mierda de banda y con la puta Amalia.
— ¡EH! — exclamo — Te voy a matar como vuelvas a hablar así de ella.
Creo que todos a nuestro alrededor se asustan. Nadie quiere interferir ni frenar nuestra pelea. Algo me dice que Fabio los tiene a todos atemorizados.
— Ay, la pequeña Amalia...— rueda los ojos — ¿Sabes? Si hubiera querido joderte me la habría follado a ella — da una carcajada — Quizá lo haga. Seguro que me agradecería que le diera a conocer una polla de verdad — aprieto el puño — ¿Puedo yo también llamarla angelito, Damiano? — mi furia solo incrementa — La llamaré así mientras me corra dentro de ella.
A la mierda.
Me abalanzo sobre él. Yo soy el que asesta el primer golpe, en forma de puñetazo en la cara. En cuanto a condición física, ambos estamos bastante igualados. Luego él responde y me golpea en el vientre. Me levanto sintiendo una corriente de dolor caliente en el abdomen.
— ¡Joder, ya basta! — grita uno de los chicos que hace un momento solo actuaba como un simple espectador, manteniéndose en un segundo plano.
Es inútil intentar detenernos. Fabio me empuja y me estampa contra la encimera. Varios vasos caen, rompiéndose en miles de pedazos. Fabio me parte el labio, puedo sentir el sabor amargo colándose en mi boca. Acabamos de nuevo en el suelo. Llega un momento en el que no siento el dolor. Después de unos minutos, consiguen separarnos, cuando ya estamos completamente agotados. Yo escupo algo de sangre y señalo al cabrón al que yo una vez llamé amigo.
— Ni se te ocurra volver a nombrar o acercarte a Amalia — le advierto muy en serio.
Él hace un amago de sonrisa. Estas situaciones le encantan. Él siempre ha amado el conflicto y la pelea.
Yo me doy la vuelta, al fin y al cabo estoy defendiendo a Amalia cuando yo la acabo de dejar sola y llorando en la calle. Ya he hecho mi advertencia, pero Fabio quiere concluir todo con una amenaza.
— Esconde bien a tu angelito — me dan escalofríos — Porque como lo encuentre le pienso arrancar las alas.
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Rompo una de las perchas cuando saco de mala gana mis prendas del armario. He tardado media hora en llegar a casa. Y lo primero que me he puesto a hacer ha sido preparar mi maleta. Voy a recoger todas las cosas que tengo en el piso de Damiano y me voy a largar.
¿A dónde? No lo sé.
Quizá pueda llamar a Elizabeth o a Victoria. Sí, ellas podrían ayudarme quizá. Aunque en verdad sería mejor pedir solo la ayuda de Elizabeth y quedarme con ella. Victoria es una chica estupenda y seguro que estaría dispuesta a ayudarme. Pero sigue siendo amiga de Damiano. Le contaría dónde estoy y lo que yo quiero es que Damiano no me encuentre.
Sigo empacando mis cosas. Me sorprende ver que tengo más cosas de las que pensaba aquí. Había pensado que me iba a ir tan bien con Damiano que me había empezado a construir una vida aquí con él.
He sido una ingenua.
Pego un salto cuando escucho la puerta abrirse y cierro la maleta. Bueno, lo intento. Creo que he la he sobrecargado. Lo más probable es que rompa la cremallera. Escucho unos pasos lentos por el pasillo.
— Lo siento — oigo la voz débil de Damiano.
Me pongo mucho más nerviosa cuando se acerca y lo siento detrás de mí.
— ¿Qué estás haciendo? — me pregunta.
Ya se ha percatado de las maletas y del desorden que tengo en la habitación.
— Ya no quiero estar contigo — lo digo tan rápido que ni yo me entiendo al hablar.
Me harto de la maleta y me cojo la que ya traía hecha de Venecia. Me doy la vuelta y me encuentro acorralada con el cuerpo del cantante. Me bloquea el paso.
— Si me vas a dejar por lo menos mírame a la cara y dímelo.
Cometo el error de mirarlo. Tiene sangre en el labio y una expresión bastante decaída.
— ¿Qué te ha pasado?
Me preocupo mucho. Él no quiere darle importancia.
— Eso da igual, ¿no me ibas a dejar?
Miro la maleta.
— Sí — asiento.
No, en verdad no quiero. Y menos quiero dejarlo después de saber que se tiene que haber molido a golpes con alguien. Le vuelvo a preguntar qué ha pasado, pero él dice que no tiene importancia. Ya está de nuevo ocultándome cosas.
— ¿Te puedo dar un abrazo antes de que te vayas? — me pide permiso.
Yo extiendo los brazos y lo dejo rodearme. Pero ahora por su culpa no voy a tener valor de irme. Me sujeta con mucha fuerza. Apoya su barbilla en mi hombro y escucho un sollozo. Abro los ojos como platos. ¿Damiano está... llorando?
Y sí, efectivamente está llorando. Sus sollozos son desgarradores y su cuerpo está temblando. Es la primera vez que veo a Damiano así de vulnerable. Él siempre actúa como si nada le afectara. Pero ahora estoy viendo sus sentimientos a flor de piel. Llego a pensar que se podría ahogar con sus propias lágrimas.
— Damiano, me tengo que ir.
— No, no, no...— niega con la cabeza y se pone de rodillas delante de mí — Por favor, no me dejes.
Me rodea la cintura y apoya su frente en mi vientre.
— Lo siento, Amalia, lo siento por todo...— me mira con los ojos vidriosos. Eso me hace querer llorar a mí — Dame una segunda oportunidad.
Se me ha hecho un nudo en la garganta.
— Tú mismo me dijiste una vez que no creías en las segundas oportunidades — esas frases se me quedaron grabadas.
— Pero, ¿por qué te acuerdas de eso? — sorbe por su nariz — Ya no pienso así.
Río con tristeza.
Me cuesta hacer que se levante. Me ha dejado toda la camiseta empapada. Le obligo a darse una ducha. Está cubierto de sudor y de lágrimas.
— Pero acompañame — me coge de la mano — No quiero salir y ver que ya no estás.
Hago una mueca de duda. Al final lo acompaño. Él no quiere que me vaya a escondidas. Se quita la camiseta y me giro para que se desvista del todo. Entra a la ducha y tiene el detalle de cerrar la mampara. Se me escapan algunas lágrimas y me muerdo el labio. Lo mejor para ambos sería que yo me fuera y termináramos aquí nuestra relación. No sé a dónde ha ido ni lo que le habrá contado Victoria, pero parece haberle hecho cambiar.
Toco la manija de la puerta y sollozo. Al final soy incapaz de irme. Me encuentro a mí misma desvistiéndome y entrando en la ducha con Damiano. Él está de espaldas a mí. El agua cae en cascada por su espalda. Me agarro a sus hombros, pero doy un paso atrás cuando veo que estoy demasiado cerca y mis pechos se chocan con su espalda. Me doy la vuelta pensando en que esto ha sido mala idea.
— Espera — me agarra la muñeca.
Tiene los ojos rojos. Me acerca un poco y nos colocamos frente a frente. Acaricia mi mano con cariño y yo me quedo mirándolo.
— Por favor, quédate — suplica — No te voy a tocar, solo quiero tenerte aquí. Conmigo.
Sonrío. Llevo mis dedos hasta su cara y acaricio una de sus mejillas. Luego inconscientemente me acerco un poco más. Él no espera a que yo dé el paso y se lanza a mis labios. Sin darme cuenta termino apoyada en la pared y con Damiano besándome. Noto su erección rozarse con mi muslo. Jadeo y Damiano se detiene súbitamente.
— ¿Qué pasa?
— Nada — besa la punta de mi nariz — Pero prefiero que no sigamos. Si no lo hacemos, no me voy a poder controlar contigo.
— Pues no te controles.
Una sonrisa fugaz cruza sus labios.
— Amalia, hace un momento me estabas dejando y ahora me pides sexo — me coge con cuidado de los brazos y me hace reír.
Nos volvemos a besar. Esta vez va un poco más rápido y me carga para sostenerme contra la pared.
— No voy a dejar que te hagan daño — me dice de repente.
Yo no entiendo a qué se refiere, pero asiento.
Pego mis tetas a su torso y él pone los ojos en blanco.
— ¿Qué te ha pasado? — digo viendo el corte en su labio — Y no me digas que nada porque no me lo trago, Damiano.
Él se demora en contestar.
— Fabio — me dice — Que no era el amigo que yo creía.
— ¿Estás bien?
— Sí — asiente — Yo solo te necesito a ti para estar bien.
Pega su frente a la mía y se calla. Sé que ha tenido que pasar algo gordo con Fabio. Damiano y él eran muy amigos.
— ¿En serio me ibas a dejar? — cierra el grifo del agua.
— No — digo la verdad.
Siendo sincera, ni yo misma me creía que fuera a dejar a Damiano. Iba de farol todo el rato.
— Lo suponía — me dice un poco prepotente.
Frunzo ligeramente el ceño.
— ¿Y por qué creías que no te iba a dejar, eh? — desenrosco las piernas de sus caderas para bajar — Ahora mismo me voy.
— Ni de puta coña — me sujeta por debajo de los muslos y me retiene.
— ¡Damiano, suéltame! — exclamo yo, pataleando — Además, aún sigo enfadada contigo por lo de esta mañana.
— Lo sé, lo siento, Amalia — intenta darme un beso, pero me rehuso — Vale, te haré sexo oral cuando quieras para compensarte.
— No, lo que tienes que hacer es comportarte mejor conmigo y controlar tu carácter de mierda — le recrimino.
No voy a aceptar sus cambios de humor constantes.
— Vale, lo intentaré — me promete.
Espero que se tome en serio esa promesa. Si las cosas no mejoran, entonces me veré obligada a desistir. Y no quiero echar a la basura los meses tan bonitos que ya hemos compartido. Esta relación es muy importante para mí. Nunca he ido tan enserio con algo.
— ¿Entonces por qué estabas tan seguro de que no te iba a dejar?
Me mata la curiosidad. En verdad, cuando me ha visto con la maleta sí se ha asustado. Luego hasta ha llorado y me ha suplicado. Pero creo que eso ha sido porque ya venía muy alterado de ver a Fabio y no estaba pensando con racionalidad.
— Pues porque tú eres mía — me da un beso con todas sus ganas — Y yo soy tuyo.
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