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CAPÍTULO 26

— Victoria...¿me estás escuchando? — me pregunta Elizabeth con un deje de molestia en su voz.

La pelirroja se pone de pie delante de mí, con su melena cayendo por sus pequeños hombros y una expresión de inquietud en su cara.

— Claro — miento.

— ¿Qué estaba diciendo? — me pone entre la espada y la pared con sus preguntas.

Acabo dando mi brazo a torcer y dejo de fingir.

— ¿Yo qué coño sé lo que has dicho?

— Oye, no digas esa palabra tan fea - me riñe ella.

— ¿Cuál? ¿Coño? — asiente — Elizabeth, no seas tan inocente - entorno los ojos — Ambas sabemos que no lo eres.

Me da un golpe en el hombro y me recuesto un poco más en el sofá. La cojo de las caderas para que se le pase el berrinche y la siento en mis piernas. Ella hace como que no le gusta, pero no sé puede resistir mucho tiempo a mí.

— Oye, estate quieta — me dice cuando comienzo a besarle el hombro.

Es bastante pudorosa. Y a veces un poco estirada. Pero me gusta. Creo que hasta Amalia quería que ella estuviera conmigo. Cuando vino a mi casa para recuperar su brazalete, discutimos. Así de la nada. También es verdad que yo contribuí para que su paciencia se agotara. No quería que se fuera tan rápido. Ella enfadada es muy mona. Recuerdo incluso que me dijo repetidas veces que yo le caía mal. Sí, lo hizo.

Pero luego en la cama no le caí tan mal.

— ¿Qué pasa? ¿Ahora no puedo tocarte? — aparto mis manos de ella.

— Claro que puedes — se sonroja y me coge la mano — Pero quiero que lo hagas bien.

Mete mi mano por debajo de su blusa y me fijo en que ni siquiera lleva sostén. Se le marcan los pezones a través de la tela.

— Madre mía, Elizabeth — siento el suave roce de la piel de sus pechos contra mis dedos — Cualquiera diría que hace dos semanas te caía como el culo.

— Y no me caes bien — dice — Si solo estoy contigo porque eres la única chica que conozco que no oculta que le gustan las mujeres.

— Buf, entonces no me sueltes porque de esas quedan pocas — bromeo — Todas las homosexuales fingen que les gustan los hombres porque ni siquiera se atreven a enfrentar sus verdaderos deseos.

— Sí...— jadea, moviendo la cabeza.

En un momento dado, nuestros labios se juntan. Elizabeth era un poco tímida al principio, pero todo eso ha quedado atrás. Creo que la hago sentirse segura y comprendida en muchos aspectos.

— Bueno...— tiene los labios hinchados cuando se echa hacia atrás — ¿Y a ti qué te pasa?

— ¿A mí? - pregunto — Nada.

No me cree. Me comenta algo sobre que me nota un poco distraída. Ya tengo otro adjetivo para calificarla: observadora. Realmente prefiero no tener que compartir lo que sé con ella. Sobre todo porque implica en cierto modo a Amalia, y no quiero que se lo cuente ahora que ella está en Venecia.

Saca mi mano de su camiseta y me escrutiña con la mirada, buscando respuestas.

— A ver, es que hace un par de días vi algo — le explico. Ella me anima a seguir — Se lo tengo que decir a Damiano, pero no quiero hacerlo porque sé que está ahora muy centrado con Amalia.

Ella se aburre de mis rodeas y me pide que vaya al grano. Cuando le cuento lo que presencié en plena calle hace un par de días no da crédito.

— ¡Damiano lo tiene que saber! — se tapa la boca y niega con la cabeza — ¡Se lo tienes que decir!

Sé que lo tengo que hacer, pero no sé si es buena idea si ahora está con Amalia. Se va a poner hecho una furia y se va a sentir traicionado. Y no es para menos.

— No quiero joderle el tiempo tan bueno que tiene que estar pasando con Amalia — doy ese motivo.

— Victoria — dice mi nombre con seriedad — ¿Sabes que lo va a matar en cuanto lo sepa, verdad?

~~~~~

— ¿Es eso cierto? — le pregunto a Ethan por teléfono.

No me puedo creer que Damiano no me haya dicho que se fue sin dar explicaciones porque su padre se había puesto enfermo y tenía que volver enseguida.

— ¿No te lo ha contado? — Ethan se sorprende.

— No — confirmo — A mí Damiano nunca me dice nada. ¿Me podrías decir algo sobre él?

— Es gilipollas — no se corta un pelo.

Se me escapa una risita. No hay forma mejor de describir a Damiano.

— ¿Y por qué lo es? — ahora que me dé razones.

Me tumbo en la cama y hablo flojito. Me ha costado mucho que mi padre me devolviera el móvil. Me hizo rogarle un montón de veces que me voy a portar bien, como si fuera una niña. Creo que a veces le cuesta aceptar que ya no tengo siete años.

— Porque te tiene a ti y...no sabe apreciarte — me dice después de pensarlo con detenimiento — Ni siquiera se molestó en contarte por qué tenía que volver. Simplemente te dejó tirada. Y tú te mereces algo mejor que eso.

— ¿Tú crees?

— No lo creo, lo sé — me hace sonreír — A Damiano le cuesta ver lo que tiene delante. Simplemente se acuerda de ti cuando quiere. Ni siquiera se molesta en darte un sitio en su vida. Nunca se refiere a ti como su novia.

— ¿Si yo fuera tu novia me darías el sitio que me merezco? — pregunto.

— Si tú fueras mi novia te lo daría todo — me hace sonrojarme.

Escuchar a Ethan hablar con tanta fluidez de un tema como este se me hace muy extraño.

— ¿Cómo puedes ser tan dulce y atento? — hablo con curiosidad — ¿Por qué Damiano no puede ser como tú?

Escucho un largo suspiro.

— Porque Damiano es Damiano y yo soy yo — se limita a contestar.

Ya no sé muy bien cómo responder a eso. A veces siento que Ethan me coquetea con mensajes subliminales y dobles sentidos en sus palabras.

— ¿Sabes que quiero a Damiano, no?

Ríe tímidamente.

— ¿Estás segura? — cuestiona — Hace un momento te he dicho que es un gilipollas y no has hecho mucho para defenderlo.

Reímos a la vez.

— No lo puedo defender, Damiano es gilipollas. Pero a mí me gusta así — le susurro sinceramente.

Soy plenamente consciente de que Damiano no es perfecto. Es más, no estaría con él si lo fuera. Ninguna persona puede ser perfecta. Ser humano no está ligado con el concepto de la perfección.

— Eres tan buena, Amalia — me dice casi como un cumplido — Tan comprensiva, tan sincera, sensible, alegre, guapa...Damiano tiene demasiada suerte.

Sonrío con tristeza. Damiano ni siquiera se ha molestado en ponerse en contacto conmigo. Y hace días desde que se fue. Con el único con el que hablo es con Ethan. No quiero molestar a los demás con mis problemas amorosos. Además, Ethan es el que mejor entiende mi relación con Damiano.

— Amalia — Cecilia toca a la puerta y asoma la cabeza — Está el chico ese que canta en la entrada. Dice que quiere verte.

La miro dudosa.

— ¿Damiano?

— Sí, ese — dice un poco incómoda.

Muy propio de Damiano eso de salir corriendo y luego volver como si nada. Le pido a Ethan que espere un momento mientras yo arreglo la situación. Mi corazón se acelera al saber que Damiano está abajo, pero no voy a hacer como he hecho siempre. No voy a volver a recibirle con los brazos abiertos.

— Dile que se vaya — le comunico indiferente a Cecilia, quien asiente y baja a cumplir mi petición.

No escucho casi nada de lo que pasa fuera de la habitación, solo leves susurros. Hablo con Ethan unos minutos, hasta que le acabo diciendo que estoy cansada. Después voy al baño y me miro al espejo. Tengo el rostro muy pálido. Hace un buen contraste con mi cabello azabache. Salgo del baño y casi me da un ataque al corazón cuando veo a Damiano sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero y las manos detrás de la cabeza.

— Hubiera sido muy bonito que hubieras tenido el detalle de bajar tú misma a echarme — reprime una risa — Pero no, tú has optado por el camino fácil — me mira de reojo — Dejar que otros hagan el trabajo sucio por ti.

— Vete — le exijo.

Él se mantiene impasible.

Me muevo hasta la puerta y la señalo.

— Aquí no haces nada — le reprocho yo.

— A ver — se levanta de la cama — Estás enfadada, lo sé. Y lo entiendo.

Me cuenta que su padre se puso enfermo y que tuvo que estar con su familia. No miente porque Ethan ya me ha contado esto antes. Puedo entender que se tuviera que ir, pero no puedo entender que no me lo dijera.

— Lo siento, Amalia — me dice.

Me acerco un paso más, él abre los brazos porque se piensa que lo voy a abrazar o algo así. Solo me pongo más cerca para levantar mi mano y abofetearlo. Le cruzo la cara y le dejo una marca roja en la mejilla. Me ha dolido hasta a mí.

— Podrías habérmelo dicho, en vez de salir corriendo — se merece un escarmiento — No me valoras, yo me merezco más.

— ¿Te has tragado a Ethan o qué? — me pregunta él con la mano en su mejilla dolorida — Él me dijo lo mismo.

Nos enzarzamos en una discusión, comenzada por mí. No me cuenta nada de su vida o de su familia y ahora viene pidiéndome perdón y diciéndome que no me enfade.

— ¡Claro que me enfado! ¡Te vas y vuelves cuando quieres sin decirme nada!

— Amalia, he vuelto a por ti y te estoy contando lo que pasó ahora, joder — su tono se vuelve agresivo.

Abro la puerta, dejando claro que por mi parte no hay nada más que decir. Pero él vuelve a cerrarla de un portazo. No quiero dejar la conversación aquí.

— ¡Que te largues ya! ¡Ni siquiera tendrías que haber vuelto!

Me hago la valiente, como si no me hubiera gustado que hubiera vuelto.

— ¿Sabes qué? Tienes razón — asiente con la cabeza — No tendría que haber vuelto a por ti. No vales tanto la pena, ¿sabes? Podría encontrar a cualquiera mejor que tú en cualquier parte. No tengo por qué aguantarte.

Me apunta con su dedo. Me tiene acorralada contra la pared. Quizá hace unas semanas me habría intimidado, pero ahora ya no. Es más, estoy más centrada mirando la barba de un par de días que se ha dejado y cómo se le marcan las venas de los brazos que prestando atención a lo que está diciendo.

— Amalia — me llama.

— ¿Uhm?

— ¿Me estás escuchando? — arquea una ceja.

Yo ruedo los ojos y me encojo de hombros.

— No — se sorprende — Eres demasiado aburrido. ¿Por qué iba a perder mi tiempo escuchándote? — dejo caer la pregunta — Además, los dos sabemos que todo lo que sale por tu boca son mentiras y promesas que eres incapaz de cumplir.

Me mira resignado.

— Te odio — me suelta así, sin preámbulos.

Me quedo sin respiración.

— ¿Eh? — no me sale ni la voz del cuerpo.

Él se ríe y me acaricia el cabello, un poco distraído y divertido.

— Pero vamos a ver...— enrosca un mechón de mi cabello alrededor de su dedo — Si todo lo que sale por mi boca son mentiras...¿entonces por qué te las crees todas?

Mi cara de estupefacción pasa a una de enfado. Siempre se lo dejo en bandeja para que se ría de mí.

— ¡Te voy a— me interrumpe antes de que pueda terminar de formular la amenaza.

Estampa nuestros labios y me empotra muy fuerte contra la pared. Me agarro a sus hombros. Me ha pillado de imprevisto. Me coge del culo y me levanta. Yo le pillo el labio inferior entre mis dientes y tiro de él, hasta que hago gritar a Damiano.

— ¡Ay! — me quejo cuando él se venga dándome una cachetada en el trasero.

Él me sostiene con un solo brazo y se lleva su mano al labio. Asiente con la cabeza mientras ve que le he hecho sangre en el labio. No sabía que le había mordido tan fuerte.

— Tanta osadía no es buena, Amalia — se limpia los dedos en mi mejilla — Te vas a arrepentir.

— ¿De qué? ¿De haberte conocido? — yo metiendo más cizaña — Ya lo hago.

Él baja la cabeza y sonríe.

— Mientes tan mal, de verdad — se burla de mí.

Yo le golpeo para que me baje, pero tiene un cuerpo duro como una piedra. Me estoy haciendo daño en los nudillos. Me echa a la cama como si nada y se coloca entre mis piernas. Siento su aliento contra mi cuello y se me pone la piel de gallina.

— No pienso dejar que me folles — le aviso yo.

Él arquea las cejas y casi puedo notar sus ganas reprimidas de soltar una carcajada.

— Perdona, ¿te lo he pedido? — me responde.

Me agarra de las muñecas con suavidad y cuidado y me coloca las manos por encima de la cabeza. La situación se está poniendo cada vez más caliente y tensa. Puedo luchar contra él si no lo tengo delante, pero cuando lo tengo enfrente me fallan las fuerzas y flaqueo. Pero pienso resistir...todo lo que pueda, claro.

— Amalia...— tararea mientras besa mi pecho, yendo después a por mi cuello y terminando en mi barbilla.

Luego vuelve a probar mis labios, sin prisa. Se toma su tiempo besándome. Al final me resisto unos veinte segundos, todo un récord. Suelta mis manos cuando sabe que ya no me voy a oponer a que me toque y las dejo caer sobre sus caderas, las cuales empuja hacia delante y me clava su erección en el estómago.

— Damiano, que está Cecilia abajo — le recuerdo.

A él no le importa, sigue a lo suyo. Me acaricia la pierna, después el muslo. Poco a poco se va acercando hacia el lugar donde quiere centrar su atención.

Pero eso nunca llega. Su móvil suena y acaba con nuestro momento. Él no le da importancia al principio, pero luego resopla y coge el teléfono.

— Victoria, me tienes que estar jodiendo — responde al teléfono. Se incorpora y me sigue tocando mientras ella le habla.

De repente aparta su mano de mí y salta de la cama.

— ¿Qué coño quieres decir con eso? — le ruge a Victoria y a mí me da una señal para que me levante.

No entiendo nada. Él se pasa la mano por la sien y cierra los ojos mientras respira hondo. Me pide que recoja mis cosas porque nos tenemos que volver a Roma. Yo tenía pensado volver en dos días, pero él quiere adelantar nuestro regreso.

— Damiano, ¿qué pasa? — le pregunto.

— Coge tus cosas — me ordena sin mirarme.

Entonces las cosas se complican aún más. Mientras meto mis cosas en la maleta y la cierro, se escuchan los gritos de mi padre y de Cecilia abajo.

— Mierda, mierda, mierda — repito yo una y otra vez.

Damiano aún sigue hablando por teléfono.

— ¡No entres, por favor! — Cecilia grita fuera de la habitación.

Pero es demasiado tarde. Mi padre entra en la habitación y me ve con Damiano. Nos miramos unos a otros. Damiano cuelga y yo rezo mentalmente. Esto es muy incómodo.

— ¿Qué significa esto? — pregunta mi padre.

Está confundido, pero no le toma mucho tiempo pensar lo que está pasando.

— ¿Así que es a este a quién estabas encubriendo? — mi padre señala a Damiano con asco y se dirige a mí — ¿Por eso ya no estás con Marco? ¿Es por este?

— Papá, yo...

— Nos tenemos que ir, Amalia — me dice Damiano como si mi padre no estuviera delante.

— ¡A MI AMALIA NO TE LA LLEVAS A NINGUNA PARTE! — me encojo solo de ver a mi padre así de enfadado y disgustado.

Le dice de todo a Damiano. Cecilia está en la puerta viendo el espectáculo. Intento hablar, pero a mi padre le da igual lo que yo tenga que decir. Encara a Damiano, quien se mantiene en silencio. Mi padre sobrepasa el límite y lo empuja.

— ¡Papá, déjale en paz! — me coloco entre ambos.

— ¡Lo voy a matar!

— No, por favor, por favor...— le ruego con un nudo en la garganta.

Llevo mi mano a mi vientre y le pido que lo deje en paz.

— Dame una razón por la que no deba matarlo — mi padre me exige.

Damiano me coge de la mano y le dice a mi padre que se está equivocando con él.

— ¡Tú te estás aprovechando de mi hija!

Mi padre vuelve a acercarse, así que tengo que actuar.

— No, papá, por favor, déjalo en paz — vuelvo a rogar — No voy a permitir que le hagas nada al padre del hijo que estoy esperando.

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