CAPÍTULO 25
— Amalia, no es lo que piensas — habla con calma Damiano.
Se ha vuelto a vestir y me ha prometido por activa y por pasiva que todos los mensajes suyos con Miranda no son nada. Pero yo no sé si me fío del todo.
— Solo hablo con ella porque tengo que mantenerla a raya — me explica.
— ¿A raya? ¿Por qué? — yo no estoy entendiendo nada.
Todo esto es muy exasperante.
— Porque sé que la tiene tomada contigo — me dice como si yo no lo supiera desde hace meses — Quiero tenerla controlada. Y sobre todo lejos de ti.
Me pilla desprevenida y me agarra de los hombros para besarme. En las conversaciones ella le había escrito que aún lo quería y que quería volver con él. Quería perdonarlo. Y Damiano no le había respondido con un no rotundo.
— Tengo que irme — digo mientras meneo la cabeza.
Salgo alborotada y le pido que no me siga. No me doy cuenta hasta que salgo del hotel de que me he puesto la camiseta al revés. Y encima cuando miro la hora algo me hace "clic" en la cabeza y recuerdo que tengo que volver temprano a casa. Mi padre me va a matar si llego más tarde de las doce.
Cuando llego a casa, voy a hurtadillas hasta las escaleras. Creo que mi padre y Cecilia están dormidos. Pero veo por el rabillo del ojo el resplandor de la televisión del comedor y me paro bruscamente al ver como el hombre esbelto y alto al que conozco como mi padre me está mirando fijamente desde el sillón.
— Y-Yo ven-vengo — me trabo yo sola, mirándolo — Pero que no he hecho nada.
Él levanta la mano, indicándome con un gesto tan simple que me calle porque va a hablar.
— Si no hubieras hecho nada, no habrías entrado a hurtadillas a casa — apunta él.
Y más razón no puede llevar. Se levanta del sillón lentamente y viene a revisarme. Seguro que piensa que he bebido o me he drogado. Me mira las manos y los ojos con cautela y me pregunta sobre lo que he estado haciendo.
— Pues pasear por ahí — murmuro. No pienso soltar ninguna información.
— Por ahí...— repite mis palabras. Creo que sabe que estoy mintiendo — ¿Con quién?
Le cuento brevemente que he estado con Darío toda la tarde y que no me había dado cuenta de la hora que era. Al terminar de contar esa mentira me doy la vuelta y empiezo a subir las escaleras. Suspiro del alivio de saber que se la he colado.
— ¿Y el chupetón ese del cuello también te lo ha hecho Darío? — su voz es puro enfado.
He suspirado de alivio antes de tiempo. Me llevo la mano al cuello y efectivamente me escuece. Me doy la vuelta y me encojo de hombros.
— No es un chupetón. Y yo nunca le sería infiel a Marco — le aseguro, fingiendo sentirme ofendida por su insinuación.
Mi padre me mira fijamente.
— Sé que no estás con Marco — acaba diciendo con disgusto.
Yo le frunzo el ceño y trato de negarlo.
— El propio Marco me lo dijo — habla tan alto que me hace estremecer — No sabes lo estúpido que me he sentido cuando lo he llamado y me ha dicho que ya no estabáis juntos — trago saliva — ¡Y desde hace meses! — me grita.
Miro al suelo. Él me suelta una reprimenda bastante gorda. ¿Para qué ha tenido que llamar a Marco? Yo tenía mi farsa bien montada. Pero hay algo que mi padre no está mencionando: a Damiano. ¿Eso significará que Marco no le ha contado nada de eso?
— Vale, perdón, papá — le digo.
— ¿Y ya está? ¿Crees que un perdón arregla las cosas? — me pregunta con burla — Ahora mismo me estás diciendo con que chico andas.
— Con nadie — mentira, mentira.
Siento algo de alivio al saber que ni Marco ni Cecilia se han ido de la lengua con mi padre. Él me sigue insistiendo para que le dé un nombre, pero yo me mantengo firme.
— ¿Es mayor que tú, verdad? — llega a esta conclusión por sí solo — Por eso no me lo quieres decir.
Me doy la vuelta y subo las escaleras con él detrás gritándome. De un momento a otro me coge del brazo y me obliga a encararlo.
— Yo he criado a una chica decente — me echa en cara — Así que lo vas a pasar mal como no sueltes su nombre.
He de decir que mi padre aún con el pijama y la bata puesta sigue imponiendo como siempre. Yo niego con la cabeza. Pero segundos después abro la boca para defenderme.
— ¿Me vas a castigar? — le pregunto — Ya no tengo cinco años.
Tenemos una pelea verbal bastante fea y Cecilia se termina despertando y saliendo con un camisón a ver lo que ocurre. No le hace falta que le digamos el motivo de la discusión porque ya se lo puede imaginar. Le pide repetidas veces a mi padre que me suelte y no tome represalias contra mí.
— ¡Cállate! — mi padre le grita — ¡Es mi hija, no la tuya! Yo decido lo que hago con ella.
Cecilia se lleva las manos a la boca y se va llorando a su habitación. Mi padre maldice por haberla jodido con ella y luego vuelve a mirarme. Me suelta el brazo con suavidad.
— Dame las llaves de casa y tu teléfono — extiende la mano — No vas a volver a salir sola y no vas a hablar con nadie.
— ¿Qué? ¡No puedes hacerme eso!
— Obvio que puedo — dice tan tranquilo.
Al final le tengo que dar las llaves el teléfono. Me voy a la cama refunfuñando. Ya no voy a poder salir de casa. Tendré que estar aquí encerrada como si fuera una rehén. Y encima estoy incomunicada.
¿Qué voy a hacer ahora?
~~~~~~~~
No sé ni cómo acabo sobreviviendo una semana sin teléfono y sin poder salir sola. Las dos únicas salidas que he hecho fueron a la casa de los padres de Cecilia, dónde estuve con cara enfadada solo para fastidiar a mi padre, y ayer fui al supermercado con Cecilia. Hoy es Nochevieja y la voy a pasar con los dos. Mi plan en un principio era estar aquí toda la semana y hoy volver a Roma para pasar la noche con Damiano. Pero visto lo visto mi viaje se va a alargar un poco más.
Echo de menos a Damiano y también hablar con Elizabeth. Aunque seguramente ella esté muy ocupada con Victoria y él esté muy ocupado buscándose otra chica que no sea menor y que no tenga un padre tan estricto.
He escuchado hace un rato a mi padre y a Cecilia hablando sobre ir a la casa de los padres de ella. Así que voy a poner en práctica un plan que consiste en fingir que estoy enferma. Voy al baño y finjo arcadas justo cuando sé que Cecilia está pasando por el pasillo y también finjo un estornudo. Luego me meto a la cama y espero hasta que ellos vienen a buscarme.
— Me encuentro muy mal — pongo cara de dolor — No voy a poder acompañaros.
— Tonterías — sentencia mi padre — Levántate y vístete.
— Que la niña tiene mala cara — eso, Cecilia, apóyame.
Finjo tener un ataque de tos y con ello ya termino de convencer a la mujer, que a su vez convence a mi padre para que me quede aquí. Los dos se han arreglado ya y a mi padre le cuesta decir que me van a dejar aquí sola. Pero su novia lo convence. Ella baja y mi padre saca del bolsillo de su chaqueta mi móvil y me lo enseña.
— Este chisme me lo llevo. Y voy a cerrar todas las puertas — entorna los ojos.
Había contado con lo de las puertas. ¡Pero no con que se llevara mi móvil!
Se largan a los dos minutos y yo me levanto a buscar llaves o algo. Mi padre no ha dejado nada. Me vuelvo loca rebuscando en los cajones de su habitación. En uno de los cajones de la mesita de noche encuentro un teléfono y suelto un "¡aleluya!". Pero luego me topo con el hecho de que el teléfono está roto o algo así porque no se enciende.
— ¡Mierda! — exclamo y le doy una patada a la mesita — ¡Mierda doble! — casi me parto el pie.
Esa mesita de noche está hecha de granito, joder. Lloriqueo por el daño que me he hecho. Cuando dejo de centrarme en mi pie, empiezo a escuchar unos golpes. Voy casi cojeando a mirar por la ventana de la segunda planta y veo que alguien está tirando piedras pequeñas que rebotan en el duro cristal y vuelven a caer. Abro la ventana con precaución y me llevo la mano a la boca de la impresión.
— ¿Qué haces aquí? — le pregunto a Damiano en un grito.
Está en la calle mirando hacia la ventana.
— Esperar a que te conviertas en Rapunzel y me tires tu pelo para que pueda subir ahí arriba — bromea mientras rueda los ojos — ¿Por qué mierda no contestas mis llamadas?
— Mi padre me quitó el móvil — le explico.
Probablemente se esté enterando todo el vecindario de nuestra conversación. Por eso voy a intentar que sea lo más breve posible.
— Ven conmigo — me dice.
— No puedo, mi padre ha cerrado la puerta.
Él asiente y abre los brazos.
— Entonces voy a forzar la puerta — y se queda tan pancho.
Una señora que andaba tranquilamente por la calle, voltea la cabeza después de escuchar a Damiano. Mientras la miro, Damiano camina hacia la entrada y lo pierdo de vista. Para cuando bajo él ya ha abierto la puerta y ha entrado.
— ¿Cómo coño has abierto? — a veces me deja a cuadros con sus acciones.
— Tengo mis métodos — responde.
Voy para intentar besarlo, pero me pone la mano en la boca y me dice que me reserve para después. Me coge y me carga en su hombro, sacándome de la casa.
— ¿Qué haces?
— Secuestrarte — ríe y me da una palmada en el culo.
Después de la broma del secuestro, me baja y vamos andando hasta su hotel. Aunque me había dicho que me reservara, él me besa varias veces durante el camino. De hecho, estaba a punto de tomarme contra una pared en mitad de la calle.
Mi padre lo va a flipar cuando vea que no estoy en casa. Pero ahora mismo no voy a pensar mucho en eso. Damiano me lleva a su habitación y me empuja dentro.
— Me estaba volviendo loco sin ti...— me dice antes de cogerme la cara y besarme.
No exagero cuando digo que quiere devorarme. Lo siento así.
Me pregunta sobre si me enfadé por lo de Miranda. Pero yo es que ni me acordaba de eso. Yo ahora solo pienso en que quiero que me haga suya.
— ¿Qué es eso? — pregunto al ver una caja con un lazo rojo.
— Era algo para ti — me hace levantarme y cogerla.
Abro la caja y me encuentro con un surtido de bombones de chocolate con leche de distintos tipos. Recuerdo que una vez le dije que el chocolate con leche era mi favorito. Veo el nombre de la tienda dónde ha comprado los bombones en la caja. Esa tienda es carísima. Yo tendría que vender un riñón para comprar estos chocolates.
— No lo puedo aceptar, te has gastado mucho dinero — digo, dejando la caja sobre la mesita de noche. Aunque antes me meto un bombón en la boca para probarlos — Y yo no te he comprado nada.
Se suponía que le compraría algún regalo de navidad esta semana, pero no contaba con que mi padre no me dejaría salir.
— Me siento mal por no haberte comprado nada — le digo con vergüenza.
— Pues haz algo por mí — propone y le quita el lazo rojo a la caja de bombones.
Tira su chaqueta y se queda con una camiseta de manga corta azul marino bien apretada a su torso. Se le marcan los pectorales. Acepto su propuesta.
— Quítate la ropa — me ordena.
Ya imaginaba que sería algo así. Me pide que lo haga despacito y me voy riendo mientras me quito el abrigo, seguido de los zapatos, la camiseta y los pantalones. Su mirada divertida me hace ruborizarme.
— Para — dice antes de que me quite la ropa interior.
Se levanta sonriendo y me ata el lazo rojo en la cintura.
— Tú eres mi regalo — me dice muy cerca de mis labios.
Me besa y pasa su mano por encima de mi mojada ropa interior.
— Y uno puede hacer lo que le dé la gana con los regalos — me recuerda.
Volvemos a la cama y me coloca encima de él. Me suelta el sostén y me quita las bragas. Estoy deseando que me toque, pero él se está tomando su tiempo.
— Te la quiero meter por todos lados — murmura mientras agarra mi culo.
Me da una cachetada ruidosa y me susurra al oído.
— Tu culo y yo teníamos algo pendiente.
— ¿Ah, sí? — me pongo juguetona — Pues yo no me acuerdo.
— Tranquila, que yo te lo recuerdo.
Me besa y comienza a acariciarme. Yo le empiezo a quitar ropa y le revuelvo el pelo. Gruñe al sentir mis pezones erguidos contra sus pectorales y me recuesta sobre la cama. Sé que le dije que quería probar el sexo anal, pero cuando veo que vamos tan enserio me da miedo. Él me coloca bocabajo en la cama, con una almohada sobre el vientre para alzar mi cuerpo un poco.
— ¿Estás segura de que quieres seguir? — me pregunta y asiento.
Ladeo la cabeza. En esta postura no voy a poder ver casi nada.
— Te va a doler mucho, angelito — no es el mejor dando ánimos — Pero solo te tienes que relajar — me mordisquea el hombro y baja sus boxers.
Se levanta de la cama un momento y coge algo. Luego siento algo frío y húmedo entre mis nalgas. Me está echando lubricante, preparándome para lo que va a venir. Empiezo a temblar y él me acaricia, diciéndome que va a ser cuidadoso. Lleva sus dedos a mi clítoris y lo frota. Eso me produce un placer inmediato.
— Oh, Damiano...— gimoteo y agarro las sábanas.
Noto algo empujando hacia el interior de mi abertura virgen y me tenso. Inconscientemente contraigo todos mis músculos, pero la presión es demasiado grande como para resistir y empieza a penetrarme.
— Mierda — siento un dolor que escuece.
Damiano para un momento. Me dice que es un juguete sexual pequeño para dilatar y hacer que después el sexo sea más llevadero. Rompo a llorar. La sensación de tener algo empujando dentro de mí es muy molesta. Damiano intenta ir despacio. Aplica una presión constante y el objeto ahonda más, pasando la resistencia del esfínter. Él lo frena para que pueda acostumbrarme a la sensación. Siento un dolor ardiente en mi interior. Damiano es cariñoso conmigo y me va acariciando poco a poco. Me mima para que no piense mucho en el dolor. Luego alza un poco más mis caderas, se coloca un condón y acaricia los labios de mi coño con sus dedos ágiles antes de penetrarme. Gimo por las dos intromisiones en mi cuerpo. Damiano mueve el juguete a la vez que empuja dentro de mí. Su polla se siente mucho más grande con el objeto metido en mi trasero. La doble penetración me hace sentir una infinidad de emociones juntas. Nunca había imaginado que el dolor y el placer pudieran coexistir de esta manera.
— ¿Estás bien? — me pregunta al borde de gemir.
Yo no soy capaz de responder.
— Si no me lo dices voy a parar — me deja claro.
— No pa-pares — me falta el oxígeno y me arde la cara.
Empuja varias veces dentro de mí muy fuerte. Luego abandona mi interior y se cambia el condón. El juguete sale de mí sin dificultad. El roce es apenas molesto ahora.
— Amalia — hay un toque de advertencia en su voz.
Me tengo que relajar mucho para que él pueda penetrarme. Siento su duro pene empujar y me quejo. Pero él persiste y los músculos ceden poco a poco, incapaces de resistir la presión. Atraviesa el anillo del esfínter y siento un quemazón muy grande.
— Tranquila, Amalia, te quiero — dice con delicadeza mientras acaricia mi espalda y sigue penetrándome.
Tiemblo cuando lo tengo totalmente dentro. Doy un grito casi imperceptible y tomo aire. Él se mueve despacio, empujando dentro y fuera. Creo que querría penetrarme más rápido, pero se está controlando para no causarme daños irreparables. Mueve sus dedos por mi entrepierna y luego me mete uno, seguido de otro. Siento un quemazón en mi vientre. Pero poco a poco parece aliviarse. No pensaba que este tipo de sexo doliera tanto. Tengo los nudillos blancos de tanto apretar el puño.
Damiano bombea sus dedos dentro y fuera de mí con mucha rapidez. Me pone una mano en la cadera mientras me penetra el culo y me masturba.
— Oh sí, Damiano, sí — gimo, notando como voy a venir por sus dedos.
Él aparta la almohada y me coloca en cuatro. Voy medio mareada. Damiano juguetea con mi inflamado clítoris. Él gime y eso me hace pensar que se está corriendo. Puedo notar su pene palpitante en mi interior. Mi orgasmo es casi un huracán arrastrando todo a su paso. Me froto contra los dedos de Damiano para prolongar la sensación todo lo que pueda.
Estoy sudada y jadeante cuando acabamos. Damiano espera a que su polla se tranquilice antes de sacarla y dejarme una sensación anhelo. Mi cuerpo echa de menos el calor y la presión del suyo.
Me da la vuelta y mi expresión se contrae de dolor. Él se quita el condón usado delante de mí.
— Me duele — lloriqueo.
— Ya te dije que dolería — me recuerda y me da un beso en la punta de la nariz — Pero ese dolor se te pasará en un rato, te lo prometo.
— Es que era muy grande... — se me escapa eso.
Él me mira con una ceja arqueada y con una de las comisuras de sus labios elevándose.
— ¿El qué era grande? — pregunta con curiosidad.
— Nada, Damiano, nada era grande — me retracto, poniendo lo ojos en blanco.
Él se pone sobre mí y su polla se frota contra el interior de mis muslos. Me hace cosquillas hasta que me hace reír y me abre las piernas. Mira hacia el reloj y sonríe.
— Queda un minuto para las doce — me dice. En un minuto vamos a entrar en el año nuevo — Voy a empezar bien el puto año este.
Se levanta un momento para rebuscar en su chaqueta y sacar otro preservativo. Cierro las piernas y él me mira con mala cara hasta que las vuelvo a abrir.
— ¿Y cómo lo vas a empezar? — lo vuelvo a tener sobre mí y alineando su miembro con mi entrada.
Me da un par de besos rápidos mientras empuja dentro de mi húmeda y apretada entrepierna.
— Dentro de ti — me responde.
~~~~~~
Me levanto dolorida y liada de una forma muy extraña entre las sábanas. Me duele por todos lados solo de moverme. Palmeo el lado de Damiano en la cama y abro los ojos al no tocar su cuerpo. Me incorporo un poco y veo que efectivamente no está. Y por el suelo solo está mi ropa, cuando anoche estaban las prendas de ambos tiradas.
— ¡Ah! — exclamo al levantarme de golpe cojeando.
Me enredo las sábanas y poco después me topo con el hecho de que ya no hay nada de Damiano en la habitación. Me empiezo a asustar. Estoy sola. Y caminar más de tres pasos seguidos me parece todo un reto ahora mismo.
Cada vez que me desvirga me deja tirada después.
Pienso en llamarlo, pero claro, mi padre se llevó mi móvil. Así que tardo un buen rato en coger mis cosas y vestirme. Camino despacito hasta la puerta y la abro.
— ¿Viste cómo llegó anoche el cantante ese? — oigo una voz femenina fuera.
Creo que es la recepcionista. Me quedo escuchando como habla con otra mujer, la cual poco después me entero que es una de las camareras de pisos del hotel.
— ¿El cantante ese de Muneskin? — le pregunta la chica.
— Måneskin — le corrige la recepcionista.
— Que nombre más feo, le deberían de haber puesto un nombre en italiano — dice la otra.
— No te descentres, que te tengo que contar — le habla la recepcionista — Lo vi la semana pasada con una chica y anoche volvió con ella.
— ¿Y qué tiene eso de interesante?
— Ella se veía muy joven — le comenta — La semana pasada ella salió corriendo de aquí y esta mañana ha sido él el que ha salido deprisa.
Presto más atención porque esta parte me interesa.
— Él es muy guapo — tararea la otra.
— Yo intenté coquetearle un par de veces, pero no pillaba mis indirectas — la recepcionista es una víbora.
— Deja ya de coquetear con todos los famosos que se hospedan aquí.
— Pero es que tú no has visto con la niña con la que llegó Damiano. Ella era horrenda — me dan ganas de salir y abofetearla.
— No le des más vueltas, seguramente solo querría tener sexo con ella y ya está.
— ¿Sexo? — se ríe ella — No creo que a un hombre como él se le pudiera empalmar con una niña como ella.
No sabe esa lagarta lo equivocada que va con sus suposiciones. Un momento después dejo de escucharlas hablar y veo a la recepcionista pasando por el pasillo. Me ve de pasada y me da los buenos días. Con una sonrisa bien puesta. ¡Como si no me hubiera estado criticando hace un minuto!
— Feliz año nuevo, señorita — me dice sonriente.
— ¿Qué? — pregunto. Se me había olvidado que ya estábamos en el primer día del año — Ah, sí, eso.
La chica de unos veinticinco años se queda mirándome, esperando a que le diga lo de feliz año nuevo, pero como no lo hago, pasa a otro tema.
— El señor que se hospedaba en esta habitación se ha ido temprano esta mañana.
— ¿Adónde?
No sé si fiarme de ella, pero quizá sepa algo.
— Me dijo que tenía prisa y...— se lleva la mano a la barbilla y piensa — Creo que mencionó que te tenía que decir que se iba a ir a Roma.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro