CAPÍTULO 21
— ¿Te encuentras bien, enana?
Fabio, uno de los amigos de Damiano, toca mi cara con sus largos y helados dedos. Pasa uno por mi labio inferior, que tiembla un poco. Él ríe por esa pequeña reacción.
— Enana...— canturrea Fabio, viendo cómo no me muevo.
Pasa su mano por delante de mi cara y chasquea los dedos. Ese sonido es lo único que me devuelve a la realidad. Doy un paso atrás y niego con la cabeza.
Ahora mismo me daría un par de bofetadas a mí misma por haberme quedado inmóvil y sin habla. Pero es que cuando he sentido sus dedos sobre mi cara he tenido un mal presentimiento con él.
He venido con Damiano al centro comercial para comprar un par de regalos de navidad y mientras él está intentando encontrar un lugar para estacionar el coche yo he entrado para empezar a ojear en alguna tienda. Y entonces me he topado con Fabio mientras miraba en un escaparate. Me ha saludado y luego se ha tomado la confianza de tocarme la cara. He de decir que estoy notando una actitud un poco extraña en él.
— No me llames enana — le digo de mala gana — No me gusta.
Él arquea sus cejas y sonríe complacido por haberme molestado. Miro hacia un lado de su cuello, se le ve una cabeza de serpiente tatuada justo ahí. Y creo que quizá es un tatuaje más grande, que quizá se extienda por su torso o su espalda.
— Cuando Damiano te llama angelito seguro que no te enfadas tanto — hace bastante énfasis en ese mote que Damiano me puso en su momento y al que ya me he acostumbrado.
Mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros y pasa su lengua por sus brillantes y rectos dientes.
— Damiano no eres tú.
— Yo solo quería ser amable contigo — sus ojos grises se oscurecen — Lo siento si te he molestado.
— Lo has hecho — no me ha gustado que se pusiera a tocarme sin mi permiso y con esa confianza que se ha brindado él mismo — Y me llamo Amalia, ese es el único nombre por el que me puedes nombrar.
No me gusta eso de que me anden poniendo motes. Pero claro, Damiano es la excepción.
Fabio mira detrás de mí y sonríe un poco. Se aparta unos pasos y cambia su expresión a una más serena y amigable.
— ¡Damiano!
Me doy la vuelta para ver al mencionado por Fabio andando hacia nosotros. Ambos se saludan y se dan un abrazo de esos que acaba con palmaditas en la espalda.
— ¿Podemos irnos ya? — los interrumpo cuando noto la intención de Fabio de entablar conversación.
Damiano asiente. Me da la mano y nos movemos. Yo vuelvo a mirar hacia atrás, siento los ojos de Fabio puestos sobre mí.
— Adiós, Amalia — levanta y mueve la mano a modo de despedida.
Damiano no le da mayor importancia al hecho de habernos topado con su amigo. A mí Fabio me ha hecho sentir un poco incómoda, pero supongo que tampoco ha sido para tanto, así que no le digo nada a Damiano.
— Estás guapa hoy — me dice Damiano, dándome un apretón en la mano.
— ¿Enserio?
Sé que se me ha iluminado la cara y que me he ilusionado por tres simples palabras. Pero es que viniendo de Damiano no puedo hacer otra cosa. Él apenas muestra a veces sentimientos hacia mí. Y si lo hace siempre es de una manera discreta y fugaz, muy de vez en cuando.
— No, me he equivocado — ríe.
Frunzo el ceño. La palabra "gilipollas" está lista para salir por mi boca, pero él evita que llegue ese momento.
— No estás guapa — rodea mi cintura — Lo eres.
No lo miro porque me pongo colorada y no quiero darle el gusto de saber que tiene ese maldito efecto en mí.
— Amalia...— me besa la mejilla.
Me coge de la mano, me dice que soy guapa, me rodea la cintura, ahora me besa la mejilla...¿soy yo o Damiano se está comportando como un novio?
Porque sí es así me gusta.
Bueno, en realidad no me gusta. Me encanta.
Vamos paseando por el inmenso centro comercial, decorado con algunos adornos navideños y con luces de colores. Varias personas reconocen a Damiano y le piden una foto. Yo me aparto para dejar a los fans disfrutar bien del momento con el cantante. Mi idea de tener una conversación —aunque sea corta— con Damiano se ve truncada con todos los fans que nos encontramos. Cada vez que damos dos pasos alguien lo reconoce. Hace solo dos minutos lo ha reconocido una anciana y le ha dicho que estaba buenísimo.
— Que buen gusto tenía esa vieja — dice él riendo después de alejarnos de la señora.
— ¡Oh no! ¡Es Damiano de Måneskin! — escuchamos una voz chillona exclamar muy alto.
Es otra fan, pero esta es muy borde y maleducada, ya que me empuja y hace como si no existiera. Damiano le llama la atención por ese gesto, pero por mí no hace falta que se preocupe.
— Da igual, yo...— señalo la primera tienda que entra en mi campo de visión — Voy a entrar ahí.
— ¿Estás bien? — me pregunta Damiano, dándole la espalda a la chica que ya tiene el móvil listo para conseguir una foto con él.
— Está perfecta — dice la chica de pelo largo y lacio como si fuera una niña refunfuñando solo porque no le hacen ni caso.
Yo le hago un pequeño gesto a Damiano para que le dé la foto a la fan y me meto en una de las tiendas. Lo sigo viendo desde dentro echarse la foto con la chica e intentar deshacerse de ella lo más pronto posible para venir conmigo. Yo mientras tanto me concentro en lo que había venido a hacer. Le quiero comprar un regalo a mi padre por navidad.
— Amalia — reboto del susto.
Tengo a Damiano a mi lado. Hace un momento estaba ahí fuera y ahora de repente ya lo tengo conmigo.
— Siento lo de la chica, sé que te ha hecho sentir mal.
— No importa — respondo yo.
Le doy un ojo a algunos objetos de la tienda. No sé muy bien que comprarle a mi padre, así que le pido ayuda a Damiano.
— Da igual lo que le compres, le va a gustar igualmente — no me sirve de ayuda.
Hace mucho tiempo que no veo a mi padre y quiero llevarle algo bonito. Al final le acabo comprando una prenda de ropa y como me dijo hace tiempo que estaba saliendo con una mujer le compro una pulsera a ella.
— Angelito, ¿para mí no hay regalo de navidad? — Damiano hace un puchero bien falso.
Salimos de la tienda y lo miro, aún esperando mi respuesta.
— ¿Te has portando bien? — río yo.
— Claro.
Lo miro con las cejas arqueadas. Yo tenía pensado comprarle algo a Damiano, pero es que él ya tiene de todo.
Me pregunta sobre nuestros planes para estas fiestas. Él y yo habíamos hablado sobre hacer un viaje, pero hay algo de lo que aún no le había hablado yo.
— Escucha...— me aclaro la garganta — Mi padre me había dicho que podía quedarme en su casa a pasar las fiestas y yo le he dicho que sí.
Él parece sorprendido.
— ¿Yo no puedo acompañarte?
— Es que no sé cómo se lo tomaría mi padre — le tengo que confesar.
Mi padre aún piensa que estoy saliendo con Marco. Y no sé si se tomaría bien que yo estuviera saliendo con alguien más mayor que yo y que encima es famoso.
— ¿Te estás avergonzando de mí o algo así? — insinúa.
— ¡No! — niego — Pero es que creo que es mejor que yo le hable de ti antes de que te conozca.
Me acerco a él y le doy un beso.
— ¿Te vas a Venecia y me dejas aquí? No me esperaba esto de ti.
Pensaba que lo estaba diciendo en tono bromista, pero por su cara sé que va muy enserio.
— Por favor, no te enfades...— lo vuelvo a besar.
Una mujer con un carrito de bebé y con la boca abierta se detiene delante de nosotros y se queda muda mirando a Damiano.
— ¿Os puedo hacer una foto juntos? — pregunta la joven mujer señalando a Damiano y al niño.
Damiano asiente, aún un poco molesto porque le haya dicho justo ahora que tengo pensado irme sin él a visitar a mi padre. Esta semana es la última que tengo clases y sobre el viernes por la tarde ya tenía pensado ir a Venecia.
La mujer saca a un bebé de cabello castaño y ojos color café, como los de ella, del carrito. Se lo da a Damiano, quién lo coge con cuidado y lo toma en sus brazos. La mujer se da prisa en tomar la foto. El bebé sonríe mirando fijamente a Damiano, pero éste pasa de él.
— ¡Ya está! — nos avisa la madre — Muchas gracias, soy muy fan.
La mujer le dice algo a Damiano sobre que ha ido a varios conciertos en diversos países solo para verlos actuar. Damiano se limita a asentir o a decirle algún "ajá" de vez en cuando, para que no se note mucho que tiene la cabeza en otro sitio.
Damiano le devuelve el bebé a la mujer. Él niño llora por abandonar los brazos del cantante.
— Shh, ya está bien, ni que fuera papá — mira a Damiano de reojo — Aunque ojalá fuera tu padre.
Cojo a Damiano de la mano y le pido que nos vayamos. La mujer ya entiende que está conmigo y se marcha con la cara roja.
Le hablo a Damiano, pero me ignora. Solo me faltaba esto ahora. Me compro un helado en una de las pequeñas heladerías del centro comercial. Vamos en silencio paseando mientras yo me voy comiendo el helado.
— Era bonito el bebé — menciono yo para intentar crear conversación.
— Lo que tú digas — sisea.
Es imposible hablar con él cuando tiene esta actitud. Le restriego un poco el helado de vainilla por la mejilla y se la lamo. Damiano pone los ojos en blanco mientras yo le doy lametazos en la cara.
— Amalia, para — me dice muy serio.
Creía que quizá podría robarle una sonrisa, pero este hombre no tiene emoción ahora mismo.
— Oye, si te has enfadado...
— ¿Yo? ¿Enfadarme? — da tremenda carcajada — ¿Por qué se te acaba de ocurrir decirme ahora tu maravilloso plan de largarte sin decirme nada?
Yo me atraganto un poco con el barquillo del cono de helado. No quiero discutir aquí en medio. Así que le digo que volvamos a casa para hablarlo.
Él dice algo entre dientes, pero me da la razón.
El camino de vuelta a nuestro piso es incómodo.
En una escala del uno al diez de incomodidad creo que está situación se lleva un veinte más o menos. Y ya estoy diciendo poco.
Cuando entramos al piso me sorprende ver un gato dentro. Damiano me dice que son sus gatos, que los tenía en casa de su hermano y que antes de ir a recogerme después de clase los había traído aquí.
Hay uno de pelaje marrón oscuro y otro de pelo grisáceo. Nunca he sido muy amante de los animales, pero creo que estos gatos pueden hacernos buena compañía en casa.
— ¿Cómo se llama? — pregunto, agachándome para acariciar al de pelo marrón.
— Bidet — dice Damiano sin mirarme y tirando su chaqueta de cualquier forma en el sofá.
El gato cierra los ojos y mueve su cabeza para que le diga acariciando el cuello.
— ¿Bidet? ¿Por qué?
— Es una larga historia.
Después de eso la situación vuelve a ponerse incómoda.
— Escucha, Damiano, voy a ir a Venecia te guste más o te guste menos. Así que deja tu absurdo enfado.
— ¡No estoy enfadado porque te vayas! — me vuelvo a poner de pie, dejando a los gatos — Sino porque ni siquiera me lo dices. Y yo quería pasar contigo la puta navidad.
No puedo creer que ahora de repente vayamos a discutir por esto. Se sienta en el sofá y se lleva las manos a la cabeza.
— ¿Y por qué no me hablas y me lo dices? — me siento en el sofá junto a él.
Es muy cerrado en cuanto a sentimientos se refiere.
— ¿Es que no sabes que quiero estar contigo?
— No sé ni lo que sientes por mí, Damiano.
Él bufa, tapándose la cara. Cojo sus manos con cariño y me coloco encima de él, con las piernas abiertas. Ahora vamos a hablar de verdad.
— ¿Tú me quieres? — la pregunta me sale sola — Dímelo, dime que me quieres.
Aparta sus manos y me deja vía libre para sentir sus labios contra los míos. Aprieto las yemas de mis dedos en sus hombros y él agarra fuerte mis caderas.
— ¿Sigues enfadado?
— No — sonríe entre besos — En verdad no lo estaba. No puedo enfadarme contigo.
Hace un movimiento para bajar mis caderas y subir él las suyas. Nuestras entrepiernas, aún cubiertas por tela, se rozan y se crea una energía sensual en el ambiente. Gimo mientras me mueve. Me está volviendo loca.
— Hace mucho que no follamos — jadea contra mis pechos.
— Solo hace dos días — pongo los ojos en blanco.
"Exagerado" podría ser perfectamente su segundo nombre.
— Mucho tiempo — mantiene su postura.
Veo la bolsa con el regalo de mi padre en la entrada y pienso que quizá debería hablar con él para acortar mi estancia en Venecia.
Hunde sus dedos en mi cabello y me lame todo el cuello. Las cosas se están poniendo calientes. Y este no era el plan.
— Damiano...— se me escapa un gemido.
Él intenta distraerme con sus caricias y su juguetona y viciosa lengua, pero aún guardo algo de cordura dentro de mí. Y no voy a ir a la cama con él si no responde mi pregunta.
— Hablamos luego — lo ve así de fácil. Intenta desabrocharme el pantalón pero yo niego con la cabeza.
— Damiano, mírame — agarro su mandíbula.
Cierra sus entreabiertos labios, los cuales forman ahora una fina línea, derrochando seriedad.
— Damiano...¿tú me quieres?
La respuesta a esta pregunta es clave. Parece una pregunta sencilla, pero en realidad no lo es. Damiano solo se queda mirándome. Dentro de mí se está formando un caos, necesito saber ya si siente lo mismo que yo o no.
— Por favor, Damiano...— voy a morir con tanta espera.
Está remoloneando mucho. Y eso me hace preocuparme. Bueno, más que preocupación tengo miedo.
— Amalia, yo...
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