CAPÍTULO 12
Me muerdo las uñas mientras miro por la ventanilla del coche. El chico a mi lado no parece precisamente muy hablador y para ser sincera una parte de mí lo prefiere así también. Lo miro de reojo varias veces. Su concentración está inmersa solo en la carretera.
— ¿Podrías dejar de mirarme, por favor? — me pide Ethan sin ningún tipo de emoción en su voz.
— Perdona — murmuro.
Me siento un poco incómoda al ir aquí con él. Y el tema de que odio el silencio no lo mejora mucho.
— ¿Por qué no ha venido Damiano? — le pregunto yo.
— Estaba ocupado.
Estará con ella, pienso.
Jugueteo nerviosa con mis manos, intentando no darle muchas vueltas a la cabeza.
— ¿Puedo poner música? — pido yo de repente.
— ¿No soportas el silencio, verdad? — sus labios se curvan hacia arriba, intentando formar una sonrisa — Pero está bien, pon música — habla sin mirarme — Si con eso te callas, entonces genial — murmura por lo bajo.
Apenas hemos hablado y ya le caigo mal.
Pulso algunos de los botones del salpicadero y miro lo que aparece en la pequeña pantalla digital. Literalmente odio que los coches ahora sean así de modernos. Ethan me tiene que ayudar, yo solo sé dar palos de ciego.
En la pantalla aparece una carpeta llamada "música de mierda". La abro y arqueo las cejas viendo que todo son canciones de Måneskin.
— ¿Enserio ha creado una carpeta con vuestra música y la ha llamado "música de mierda"? — bromeo tímidamente.
— No te extrañes tanto — me aconseja mientras paramos en un semáforo — Damiano es así.
Yo sonrío, negando.
— ¿Y cómo es exactamente? — ahora no me puedo quedar con la intriga, quiero que me explique a lo que se refiere.
— Impulsivo, cabezota, intenso, impaciente... gilipollas — rueda los ojos con dramatismo.
Eso último me hace reír.
— ¿Y tú? — le pregunto — ¿Cómo eres tú?
Él ladea la cabeza, mirándome serio. Todas sus perfectas facciones están tensas. Por un momento juraría que ha sonreído, pero como este chico es tan serio creo que debe haber sido una alucinación.
— ¿Como crees tú que soy? — me pregunta de vuelta.
El coche de atrás toca el claxon, devolviéndonos a la realidad. Él aparta su castaña mirada de la mía y ve que el semáforo ya parpadea de color verde. Entonces, acelera.
Terminamos el trayecto en silencio. Llegamos a una calle por la que no había pasado nunca y aparca delante de un edificio.
— ¿Va-Vamos a tu casa?
Asiente.
— Es que yo no sé si debería...
— ¿Prefieres que te lleve al instituto? — hace un gesto hacia mi mochila, la cual tengo pegada a mis pies.
Su pregunta me ha sonado casi como una burla.
— No — respondo.
Prefiero cualquier cosa antes que tener que verle la cara a Marco o a cualquiera, básicamente.
Me bajo del coche y lo sigo hasta un enorme edificio que perfectamente con una ojeada me atrevería a decir que tiene más de cinco plantas. Y se ve algo lujoso.
— ¿A tu novia no le importará que esté aquí?
Él abre la puerta del edificio y me deja pasar a mí primero.
— Sí, supongo que si la tuviera le debería una explicación — me contesta mientras entramos en el enorme ascensor — Pero no la tengo.
— ¿Ah, no? — me sale solo.
Me disculpo con él. Muchas veces mi curiosidad me pasa malas pasadas. Pero él sin embargo no parece inmutarse y me dice que no hacía falta que me disculpara.
— Tranquila, Damiano ya me avisó de que te gustaba fisgonear.
— ¡Será mentiroso! — grito, indignada.
Me siento sobrecogida cuando entro a su piso. Realmente somos dos extraños.
El piso es amplio y acogedor. Todo pintado en colores claros y suaves. Es muy sencillo, no hay demasiados muebles y la decoración es escasa.
Ethan se quita la chaqueta y la tira de cualquier forma encima del sofá.
— No sé cuando vendrá Damiano — me informa — Ahí hay una habitación que no uso para nada, puedes descansar un rato si quieres — señala la puerta que hay al final del pasillo y luego la que está justo al lado — Y ese es el baño.
— ¿Podría ducharme?
Él abre los ojos como platos, sorprendido. Pero no me pone ningún impedimento. Ahora solo quiero meterme debajo de un chorro de agua fría y estar sola un rato.
Ethan se va a otra de las habitaciones y yo dejo mi mochila sobre el sofá. Intento llamar a Damiano varias veces, pero no me lo coge ninguna.
— Joder...— digo entre dientes mientras vuelvo a guardar el móvil y camino por el pasillo hasta llegar al baño.
Me encierro dentro y suspiro. Las cosas han cambiado mucho en apenas veinticuatro horas. Anoche casi me acuesto con el líder de la posiblemente banda más conocida en Europa y ahora, ¡pum! Estoy invadiendo el espacio del batería y amigo del líder.
Esto es raro, ¿desde cuándo yo me relaciono con gente tan guapa?
Mierda, con la que tengo encima y yo pensando en eso.
Me quito la ropa y abro el grifo. Me quedo un rato ahí, dejando que el agua recorra cada rincón de mi cuerpo.
Pienso en Marco. La he cagado con él. Si lo hubiera dejado en su momento ahora él no estaría como supongo que estará: confuso y sintiéndose engañado. Y no es para menos. Yo también me sentí así cuando él me fui infiel. Le perdoné aquello pero no lo puedo olvidar. Y realmente volver con él era una excusa para poner celoso al otro. Y me siento como una mierda conmigo misma por eso.
No sé cuanto tiempo pasa desde que me meto a la ducha hasta que salgo. Solo creo que bastante.
— Puta mierda — maldigo, apartando la mampara de la ducha y dándome cuenta de que no sé donde está la toalla.
Rebusco por los cajones del baño pero no encuentro ninguna.
— ¿Ethan? — me aclaro la garganta — ¡Ethan!
— ¡Dime!
A ver ahora como le digo yo esto.
Sus botas resuenan en la tarima. Está justo detrás de la puerta.
— Esto, que...— me hago de rogar por la incomodidad — ¿Me puedes traer una toalla?
— ¿Una toalla?
— Sí, es que aquí no tienes en los armarios y pues...no tengo con que secarme.
Le escucho suspirar, como si lo estuviera exasperando.
¿Soy exasperante?
— Espera un momento — me dice.
Me vuelvo a meter a la ducha y cierro la mampara, dejando solo un filo abierto para que me pueda pasar la toalla.
Vuelve en un instante. Me pregunta antes de entrar y una vez aquí, extiende su brazo por el hueco abierto y me deja una pequeña toalla azul claro. Yo rozo su mano sin querer y lo mojo. Me fijo en que su brazo está jodidamente fuerte y duro.
Me enrollo la toalla alrededor de mi cuerpo y espero a que se vaya. Pero no lo hace hasta que me formula una pregunta.
— ¿Tú cuántos años tienes?
— ¿Yo? — pregunto como una tonta — Dieciocho.
Breve silencio.
— Vale — contesta — Ahora sin mentiras.
Me ha pillado.
— Diecisiete. Pero pronto cumplo dieciocho.
No me responde nada más. Solo sale, dejándome sola de nuevo.
No me demoro en volver a vestirme. Salgo agitada, con el pelo húmedo y chorreando. Llamo a Damiano un montón de veces más. Y ninguna respuesta. Cualquiera diría que me está evitando.
No como nada el resto del día. Tengo un nudo en el estómago que me corta el hambre. Miro por encima algunos mensajes de Marco. Todos son o insultándome o pidiéndome explicaciones. Así me paso todo el día. Revisando mensajes y llamando a Damiano. Caigo dormida del puro agotamiento en la cama de la habitación en la que me ha dejado quedarme Ethan.
~~~~
El sonido de unas baquetas rebotando sobre unos tambores y unos platillos me despierta. Se escucha muy cerca. Lloriqueo, hundiendo mi cara en la almohada. Me estaba pegando la siesta de mi vida antes de que él me despertará tocando la batería.
Me levanto medio zombie, refregando mis ojos y bostezando. Me choco contra una de las paredes y me doy un buen golpe en toda la frente.
Sí, ahora sí que estoy despierta. Y dolorida, también.
Camino, siguiendo el ruido y llego a una de las habitaciones. La puerta está entreabierta. Echo un ojo y veo a un Ethan sin camiseta y sudoroso dándolo todo con su instrumento. Sus cabellos se mueven de un lado a otro con cada golpe de las baquetas. Es hipnotizante la forma en la que toca. Tiene que acabar reventado después de cada actuación. Además, la batería es un instrumento que necesita mucha agilidad. Pero Ethan parece que ya hubiese nacido sabiendo como tocarla.
Se le marcan las venas de los brazos, se nota que los tiene apretados y tensos. Esto es un maldito espectáculo.
Me acerco un poco más y me apoyo en la puerta, pero para cuando vengo a darme cuenta me he caído de bruces y la puerta se ha abierto. Hoy no es mi día.
— Mierda, Amalia — le escucho decir.
Viene a ayudarme y me coge las mano. Me vuelvo a levantar, ahogando un jadeo de dolor y haciéndome la dura.
— ¿Estabas durmiendo? ¿Te he despertado? — inquiere examinando mi rostro.
— No, claro que no — bufo bromeando — ¿Cómo me ibas a despertar tocando la batería? ¡Si apenas hace ruido!
Él arquea una ceja mirándome mientras río nerviosa.
— ¿Sabes algo de Damiano?
Él me da la espalda y suelta las baquetas sobre los tambores del instrumento.
— ¿No te ha llamado? — ¿eso ha sido sorna? — Tranquila, volverá. Y si no lo hace, no te lo tomes muy en serio. Damiano se suele aburrir muy rápido de las chicas.
— ¿Eh? — me he quedado muda — Tú no sabes nada de Damiano.
— ¿Y tú sabes más? — me pregunta, entornando los ojos — Aunque claro, supongo que sí. Al fin y al cabo estás desmoronando tu vida por él.
— Tú tampoco pareces mucho mejor que Damiano — no sé que más añadir.
— A mí no me compares con Damiano — da un paso hacia mí.
— Desde luego que no, él es mucho mejor que tú.
— No te lo puedo negar. Él al menos sí tiene una chica que lo deja todo por él — se refiere a mí — Ojalá yo tuviera eso.
Él da unos pasos más, acercándose a mí todavía más.
Es el timbre lo que me salva del momento con Ethan. Alguien está pulsando el timbre y aporrazeando la puerta con su puño. Mi corazón da un vuelco, por fin será Damiano. Vuelvo corriendo a la otra habitación. Quiero que hablemos a solas.
Damiano entra preguntando por mí. Se les oye susurrar a ambos en la entrada. Me siento en el borde de la cama y cruzo mis piernas. Arreglo un poco mi pelo con las manos. Necesito estar lo más decente posible después de haberme pegado una siesta de siete horas.
— Angelito...— me alegra escuchar su voz.
Entra dentro de la habitación. Luce un poco demacrado y cansado, sobre todo cansado. Viene con unos vaqueros y una camiseta de manga corta. Tiene unas ojeras bastante visibles.
— ¿Estás bien? — le pregunto yo revisando su aspecto.
— He estado mejor, la verdad — ríe sin emoción.
Se sienta conmigo y me besa. Su lengua se abre paso poco a poco en mi boca. Sus manos van a mi cintura y me coge como si fuera una marioneta para colocarme a horcajadas sobre él.
— Oye, creo que deberíamos hablar — le comunico apartando mi boca.
— Ya, pero tú y yo tenemos una cuenta pendiente desde anoche — me informa, lamiendo mi cuello.
— Ya te digo yo que no vas a...— suspiro por la forma en la que básicamente ataca mi cuello con sus labios — Saciar ninguna cuenta pendiente hasta que me digas lo que has estado haciendo todo el día.
Rodeo su cuello con mis brazos y él accede a regañadientes a responderme.
— Miranda no se lo ha tomado nada bien — me cuenta — Ha montado un drama de la hostia. Pero no te preocupes, se le pasará. ¿Y tú qué tal has estado?
— Bien, bien — le quito hierro al asunto.
— ¿Seguro?
— Que sí.
Me ruborizo al notar sus manos en mi espalda, metiéndose por debajo de mi camiseta.
— ¿Y ahora qué? — estoy preocupada por mi situación.
La gente que me conoce ha visto las fotos seguro. Y a casa con mi madre no puedo volver. De hecho, me da miedo hasta salir a la calle.
Se lo explico todo a Damiano. Y asiente mientras escucha todas mis inquietudes.
— No te preocupes tanto, ¿sí? — lo suelta como si fuera tan fácil — Seremos la polémica durante algunas semanas hasta que se cansen de nosotros y vayan a molestar a otros famosos — me da un beso, para tranquilizarme — ¿Podrías quedarte unos días más aquí?
— ¡¿Aquí?! — grito sin querer, luego rectifico — ¿Con Ethan?
Él frunze el ceño y entorna los ojos.
— ¿Es que hay algún problema?
— No, pero—
— Solo ten paciencia — me dice mientras coloca un mechón de cabello detrás de mi oreja — Tengo que arreglar unos asuntos, pero te prometo que pronto todo estará mejor.
— Ya, claro — río sarcásticamente.
Me bajo de su regazo y hago el intento de tumbarme en la cama. Él no se lo toma muy bien y me agarra del brazo para después obligarme a colocarme en el suelo, de rodillas.
Jala mi mentón y levanta mi cabeza.
— Escucha — le ha molestado que me haya puesto sarcástica — No es mi culpa que estés aquí. Tú sola has decidido estar aquí. Tú has sido la que me ha llamado porque eres incapaz de afrontar la situación.
— ¡Eso no es verdad!
Ríe de una forma siniestra, las comisuras de sus labios están elevadas de una manera espeluznante pero a la vez súper sexy.
— Claro que lo es — ¿enserio ahora vamos a discutir? — Eres una cobarde, Amalia. Afronta eso.
Agacho la mirada. Es verdad, no sé comportarme ante la situación. Y todo ahora mismo me supera.
— No te voy a obligar a estar aquí — me señala la puerta — Ahí tienes la puerta. Espero que sepas como utilizarla para salir.
Bueno, ya está bien.
Me pongo de pie y lo fulmino con la mirada.
— No me voy a ir — aseguro — Y tú tampoco quieres que me vaya.
Él sonríe ladinamente, casi burlándose de mí. No tiene el valor de rebatirme porque sabe que lo que digo es cierto. Se levanta de la cama, poniéndose a mi altura. Solo estamos a un paso de distancia.
— Ethan tenía razón. Estoy destrozando todo por ti y a ti te da igual — le echo en cara — No mereces la pena.
— Quizá yo no merezca la pena — añade él — Pero destrozarlo todo por follar conmigo sí la merece.
Una sonrisa fugaz se forma en mi cara. A este tío le tiene que doler la espalda de cargar con tanta chulería y tanta prepotencia.
Acabo con la corta distancia que nos separaba y llevo mis manos al cierre de su pantalón. Casi puedo escuchar como traga saliva y me mira con sorpresa.
— Así que eso sí merece la pena, ¿verdad? — pregunto yo con descaro — Entonces deja de alardear de ello.
Me deshago de su cinturón y sus pantalones caen al suelo.
— Y demuéstralo.
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