
CAPÍTULO 11
Alguien está tocando a la puerta. Y con muchas ganas.
Gruño con desesperación en la cama. Alcanzo el móvil que tengo en la mesilla y bostezo mientras veo que son las dos se la madrugada. ¿Quién coño es?
Al final me hace salir de la cama.
— Ya voy, ya voy — digo mientras lucho por no caerme rendida por el sueño en mitad del pasillo.
Al abrir la puerta me encuentro con Miranda, la novia de Damiano. Se me cuela en casa antes de que pueda abrir la boca siquiera para saludarla. Está agitada y tiene los ojos rojos. Tiene pinta de no haber dormido en días.
— ¿Qué pasa? — pregunto al ver que no se arranca a decir nada — Es tarde, ¿estás bien?
— No — su voz sale algo brusca — ¿Con quién está Damiano?
— ¿Eh?
No está bien, no. Y menos cuando me ha levantado solo para preguntarme con quien está su novio. Como si no tuviera suficiente con aguantarlo cuando estoy despierta, el gilipollas también es la razón por la que me desvelan.
— No sé que quieres decir — le digo y me acerco preocupada hacia ella — ¿Por qué no te vas a dormir y mañana cuando estés más tranquila hablamos?
— ¡No! — grita desesperada — ¡Quiero que me digas su nombre ahora!
Refriego mis ojos. Definitivamente es demasiado tarde para esta conversación sin sentido.
— ¿El nombre de quién?
— El de la guarra que está destrozando mi relación — me responde.
Ahora sí que no entiendo nada. ¿Me está diciendo que Damiano la está engañando?
— Miranda, escucha, es tarde. Y estás cansada. No sabes lo que estás dicien—
— ¡No me llames loca!
Se lleva las manos a la cabeza y comienza a negar. Con ese comportamiento no esperará que piense que está muy cuerda.
— ¡Tú y esa mierda de banda en la que está lo sabéis! — me apunta con su dedo — Sabéis que hay otra chica, cabrones.
— ¡No sé nada! — joder, con lo normal que me había parecido esta chica siempre — Así que deja de gritarme porque de esta forma no vas a conseguir nada.
Ella asiente. Se echa las manos a la cabeza y suspira, mirando al suelo. Está jodidamente fuera de sí. Y yo no la pienso aguantar, bueno ni a ella ni al numerito que se está marcando.
Le abro la puerta y le hago un gesto para que salga.
— Vete — le digo, manteniendo los nervios. Pero ella no hace nada — ¡Que te largues!
Da un pequeño salto por mi grito y murmura algo casi intangible. Levanta su cabeza cuando pasa por mi lado y me dice algo antes de salir ofuscada de mi casa:
— Si me entero de que él me está engañando y tú y vuestros amiguitos lo estáis ocultando...— ¿me está amenazando? — Os voy a joder a todos.
Mierda, como engaña la gente. La última vez que la vi, hace solo unas semanas, era solo una chica alegre y extrovertida, ahora sin embargo está mostrando su lado agresivo.
Sale con paso firme. Entonces solo cierro la puerta y suspiro de alivio.
— Joder — digo — Puta tarada.
~~~~~~
El piso de Damiano me gusta. Es amplio. El color blanco roto de las paredes hace un contraste perfecto con los colores oscuros de los muebles. Me gustaría poder fijarme mejor en los detalles, pero resulta que el dueño me está arrastrando hasta su habitación. Me tumba en su cama y mi piel se pone de gallina al notar el tacto frío de las sábanas. Damiano se tumba encima de mí con cuidado de no hacerme daño y me vuelve a besar. Lo hace salvajemente. Mete una de sus manos debajo de mi camiseta y acaricia mi vientre, hasta llegar a mis pechos. El calor que emana su cuerpo choca con el mío y siento que voy a arder en cualquier momento si no me toca ya.
— Damiano, por favor...— suplico, aunque no sé muy bien por qué exactamente.
Él sonríe y baja sus labios a mi barbilla, en la cual deja un leve rastro de besos. Después chupa mi cuello, al principio con precaución y después siento como me hace un tremendo chupetón que probablemente no se me irá en semanas. Hundo mis manos en su cabello azabache y desordenado y jadeo mientras él continúa con los besos, las lamidas, los chupetones y las caricias.
Mi cuerpo reacciona bien al suyo y me restriego contra él, notando lo duro que está. Hace tanto tiempo que no tengo sexo de verdad que realmente pienso que me va a matar.
— Amalia — mordisquea el lóbulo de mi oreja — ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando esto?
Mueve sus caderas contra las mías, llevándome al límite. Cojo el dobladillo de su camiseta oscura con mis temblorosos dedos y empiezo a subirla mientras rozo su caliente piel. Me ayuda a deshacerse de ella y veo su esculpido torso, cubierto de tatuajes. Trazo el que lleva justo en la mitad de su pecho, en el cual está dibujada una manzana con una serpiente enroscándose a su alrededor.
— Me gusta — murmuro yo débilmente — ¿Por qué te lo hiciste?
Él parece confundido al ver mi fascinación por la obra de tinta oscura. ¿En serio nunca nadie se le ha quedado asombrado al ver sus tatuajes?
— Ya te lo contaré — habla y se levanta, cogiéndome de la mano para que lo imite — Mientras tanto, no seas tan curiosa.
— ¿Es eso una amenaza, Damiano? — intento fingir una voz sensual.
Pero como siempre soy un fracaso. Y Damiano se aguanta una risa por mi intento fallido de parecer sexy.
Se acerca rápidamente y me da un beso en los labios...casi con cariño.
— ¿Te puedo pedir algo? — me pregunta mientras me obliga a levantar los brazos para que pueda empezar a desnudarme.
Yo asiento.
— No vuelvas a hacer eso.
— ¿El qué? — me asusto.
A saber que he hecho ahora.
Mi camiseta acaba en el suelo. Su mirada se va directa a mis pechos y agradezco mentalmente a Dios por hoy haberme puesto un sujetador decente y no de esos de unicornios que tengo desde que tenía catorce años.
— Lo de intentar poner voz sensual y hacerte la dura conmigo antes — coloca con delicadeza un mechón de mi cabello detrás de mi oreja — Deja de fingir ser alguien que no eres, Amalia.
Trago saliva con dificultad. Realmente estaba haciendo esas cosas para causarle una grata impresión de mí.
Se agacha delante de mí y desabrocha mis pantalones con un rápido movimiento. Lleva un dedo a mi zona, aún tapada por la tela empapada de mis bragas. Besa mi intimidad con sus labios. Pero yo quiero que lo haga bien, sin tela de por medio.
Me alejo de él y me tumbo en la cama. Tanta espera me está matando.
— ¿Tan ansiosa, eh? — me dice pícaro y vuelve a la cama.
Juraría que acabo de escuchar la puerta abrirse. Pero eso es imposible, Damiano me dijo que Miranda se había ido un par de días de viaje con unas amigas.
— Damiano, te necesito ya — suplico, pegando mis pechos a su torso y jadeando.
— ¡TÚ ERES UNA PEDAZO DE PUTA!
Reboto en la cama con el corazón a mil. No eran alucinaciones mías, realmente la puerta se había abierto. Una Miranda degradada y totalmente despeinada nos da una mirada que echa fuego desde la puerta de la habitación. Damiano se levanta enseguida de la cama y le da una mirada sorprendida. Él no sabía que iba a volver.
— ¡Y tú eres un pedazo de hijo de puta mentiroso! — le grita ahora a Damiano mientras le apunta con su dedo — ¡Los dos sois unos putos mentirosos! — me mira también a mí.
Casi caigo al suelo de la necesidad que tenía de salir de la cama. Recupero mi ropa del suelo y me tapo un poco con ella. Me coloco detrás de Damiano. Eso de salir de aquí ilesa se me está antojando imposible.
— Por favor, cálmate — le pide Damiano mientras toca mi mano para asegurarse de que estoy detrás de él — Amalia no tiene la culpa de nada. Yo soy el culpable. De todo. Así que no lo pagues con ella.
— ¡Y una mierda! — ella se mueve a un lado para poder mirarme y sonríe de una forma que da escalofríos — No, Miranda, yo no lo conozco de nada. No lo había visto en mi vida — pone una voz aguda para imitar la mía. Esa fue una de las cosas que yo misma le dije cuando me preguntó por Damiano. Por eso ahora lo está recordando.
Una lágrima se escapa de uno de sus ojos y por un mísero segundo parece frágil y desconsolada.
— ¡Me dais asco! ¡Los dos! — nos grita — ¿Por ella? — le pregunta a Damiano directamente — ¡¿Por ella quieres tirar a la basura todo lo que hemos formado juntos?!
— ¡Pues sí! — le grita de vuelta Damiano, para sorpresa de ambas.
— No te entiendo, joder, no te entiendo — ella repite eso como si fuera un mantra durante unos segundos — Mírala bien. Es una enana, fea y patética. Y una zorra, también. ¡¿Qué mierda va a tener esta retrasada que no tengo yo?!
Joder, me las estoy llevando todas y ni siquiera he abierto la boca. Y lo de enana me ha sentado mal...¿tan bajita soy?
— Damiano...— solloza ella.
Él se aleja de mí y va a abrazarla. Al principio me deja boquiabierta y luego me hace una señal para indicarme que salga ya, o de otro modo no lo haré nunca. Salgo de puntillas, rodeándolos mientras Damiano la tiene agarrada en un falso abrazo.
— No me merezco esto — escucho que le dice ella — Yo te quiero, Damiano. Eso es algo que ella nunca hará.
Rompe a llorar, pero no sé por qué parece todo un poco forzado por su parte. Y ella ya se veía esto venir. Me visto rápidamente mientras la escucho a ella llorar en la habitación. Damiano no ha abierto la boca en ningún momento.
Me voy con un nudo en la garganta. Creo que ahora me estoy arrepintiendo por haberme metido en su relación sabiendo que quizá él y yo no tenemos ninguna oportunidad para construir lo que ellos ya tenían afianzado.
~~~~
Después de lo de anoche no puedo ni mirar a mi madre a la cara. Sé que tarde o temprano se enterará de lo que pasa. Es cuestión de tiempo que Miranda se lo cuente todo con pelos y señales. Me despido de ella con la mirada gacha antes de irme a clase. Vuelvo a encender mi móvil de camino al instituto. Lo tengo apagado desde anoche.
Y ojalá lo hubiera dejado así para siempre. Empieza a vibrar como loco en cuanto vuelve a encenderse. Alzo una ceja, viendo como Marco me ha llamado cerca de sesenta veces en menos de una hora. Y me ha enviado millones de mensajes insultándome.
— ¿Qué coño...? — pregunto a la nada viendo como mi cuenta de Instagram está a punto de estallar por tanta gente etiquetándome en una foto.
Me tapo la boca para evitar soltar un grito.
Es una foto mía con Damiano de anoche, en el bar. Fue cuando nos besamos. En realidad hay varias fotos, en diferentes ángulos. Se ve mi rostro perfectamente en alguna. A Damiano no se le llega a ver bien la cara, pero se le reconoce por los tatuajes de sus antebrazos.
Ahora mismo hay millones de personas que están opinando sobre mí, sin siquiera conocerme. Y estoy recibiendo miles de insultos. Mi corazón se encoge leyendo unos cuantos. Hay personas que incluso parecen odiarme de toda la vida, joder.
Marco vuelve a llamarme, pero le cuelgo. No sé si ahora mismo me apetece hablar con él. Me he quedado de piedra en mitad de la calle con el móvil en la mano. No quiero ni pensar en lo que será de mí cuando mi familia se entere de esto.
Llamo a Damiano. Es lo único que se me ocurre hacer, al fin y al cabo estamos los dos metidos en esto. Y me desespero mientras lo hago. Me salta el contestador varias veces hasta que por fin me contesta.
— ¿Sí?
— Damiano — respondo nerviosa — ¿Has visto las fotos?
Silencio.
— Sí — ¿enserio es esto lo único que va a decir?
— ¿Estás solo?
— No.
Claro, por eso está así de raro. Aún estará lidiando con la otra.
— ¿Has visto lo de ese cantante? — miro hacia unas chicas que van caminando mientras conversan.
— Sí — bufa la otra — Con la pedazo de novia que tenía y se lía con esa cría.
Ambas ríen. Sé que están hablando de mí, no me cabe ninguna duda. Pero cuando mencionan el nombre de Damiano ya me lo confirman.
— ¿Amalia? — me pregunta Damiano — ¿Sigues ahí?
— No me siento bien — confieso.
Estoy metida en un puto escándalo.
— No sé que hacer — expreso con angustia.
No puedo ir al instituto porque allí mucha gente habrá visto las fotos y seré el centro de atención. Me caerían insultos y burlas por todos lados. Y a casa no puedo volver, cuando mi madre se entere de esto me va a arrancar la cabeza con lo estricta que es y lo chapada a la antigua que está. Me siento como en un laberinto, totalmente perdida. Y aquí no creo que haya ninguna salida.
— ¿Dónde estás?
Le digo a trompicones el lugar y lo escucho suspirar.
— Quédate ahí — me dice.
— ¿Qué vas a hacer? — pregunto, pero él ya ha colgado.
Vuelvo a guardar mi móvil, incapaz de soportar todas las notificaciones en masa que estoy recibiendo. Espero desesperadamente durante unos minutos que se me hacen eternos. Me lleva las manos a la boca y me muerdo las uñas. Es una señal típica de mí cuando estoy nerviosa o estresada. Y ahora mismo tengo una mezcla extraña de ambas cosas.
Veo acercarse a lo lejos un coche. Y lo reconozco como el de Damiano. Noto mis ojos llorosos. ¿Cómo ha podido mi día torcerse en solo unos minutos?
El coche frena a mi lado y me monto sin pensarlo.
— No debí hacerte caso — le espeto en cuanto me monto — Deberías de ir pensando en abandonar tus tácticas de seducción para follarme porque ya no van a funcionar.
— Tranquila — coloca la palma de su mano sobre mi hombro.
Me sobresalto en el asiento. Esa no es la mano de Damiano. Me giro hacia el lugar del conductor y cierro la boca, arrepentida por no haber mirado con quien me montaba en el coche. Estoy avergonzada. Y como soy propensa a ponerme roja cuando paso vergüenza, es justo eso lo que estoy haciendo.
El hombre delante de mí no es Damiano. Pero le conozco.
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