Capítulo 69 ┋ Por él.
La lluvia aterriza sobre mi cabeza, cayendo por mi rostro, formándose parte de las lágrimas que caen de mis ojos, hasta el resto de mi cuerpo. Mi cerebro no procesa lo que está sucediendo, hasta que veo como un hilo de sangre cae por la comisura de su labio, sus ojos abiertos de par en par, mirándome desorientados, como si ya no estuviera aquí. Entonces sus rodillas impactan contra el suelo. Mis movimientos son más rápidos que los suyos, tirándome al suelo para agarrar su cuerpo que se deja caer sobre mis brazos. Ambos tirados en el suelo, la lluvia ahoga mi quejido de sorpresa y horror.
La sangre le sale por tantas partes del cuerpo, que no termino de entender de donde proviene la herida original. Con mis manos intento cubrir su pecho, su estómago, sus brazos, pero es inútil, él ya no se encuentra en el mismo lugar que yo, y puedo sentir como mi corazón se rompe aún más. Y en ese momento descubro que nunca termino de destruirme completamente. De alguna u otra forma, siempre descubro que puedo romperme un poco más.
Pronuncio su nombre. Su nombre sale de mis labios en un débil jadeo, y mis manos manchadas de su sangre buscan quitar el mechón mojado de pelo que estorba su frente. Mis manos temblantes. Mi pecho que duele. Mi respiración descontrolada. Y mi mente arruinada. Él me salvó. Dio su vida por mí, y yo nada por él.
Él murió por mí.
Horas antes...
Entonces, dejando a Clara en esa habitación, y volviendo de nuevo al departamento, comienzo a recibir mensajes que perfectamente me hacen acordar a Daniel, y decido hacer eso que tenía planeado en mi cabeza, pero que tanto buscaba evitar llevar a cabo. Al llegar, en la puerta, fumando, con la mirada perdida a los autos que van y vienen por las calles, la veo a Camelia en completa soledad.
—Supongo que es aquí donde se encuentra internado. —al hablar de imprevisto, ella se sobresalta un poco y suelta el humo del cigarro que va fumando.
—Magali... No te esperaba... —habla y me mira como si fuera un monstruo. Como si fuera quien se encuentra internado en este centro.
—¿Puede recibir visitas? —pregunto, ignorando su frase. Ella hace una extraña expresión.
—Entre a verlo y me miró como una bestia, me gritó e intentó salir de dónde se encuentra encerrado para atacarme. No quiero que tengas que verlo de esa forma...
—No le tengo miedo y tampoco me importa mucho que digamos verlo de cualquier forma en la que se encuentre.
Ella se rinde y se hace a un lado, accediendo a que pueda ingresar al hospital psiquiátrico. Por razones obvias y económicas, Daniel y Clara se encuentran en dos clínicas diferentes, una muy lejos de la otra. A comparación de dónde se encuentra ella, este lugar es más que adinerado, limpio, arreglado, las paredes no están rotas y los techos no tienen esa humedad con aroma a decadencia. Pienso en que ella se merece estar aquí, y Daniel se merece algo muchísimo peor de dónde Clara está siendo tratada.
Hago el mismo procedimiento que hice con Clara, pero esta vez me dejan esperando en una habitación enorme, con muchas mesas y sillas, en dónde yo no soy la única en busca de ver a cierto paciente. Mujeres con las cabezas agachadas, las miradas cargadas de lamentos, y las manos enrolladas sobre sus regazos se encuentran en la dolorosa espera. En lugar de tener un pesar en el pecho, me siento como si fuera la única bajo este techo que carga con un enorme vacío.
Entonces lo veo ingresar por la puerta bajo la custodia de tres enfermeros masculinos. Daniel arrastra una pesada cadena de hierro que va enganchada desde sus muñecas, hasta sus tobillos. La mirada y la frente en alto, seguramente sintiéndose la persona más poderosa del mundo. El mechón de cabello con rulos, ahora demasiado largo, cae por su frente y su nuca. Los ojos oscuros, inexpresivos, fríos y desgastados puestos sobre mí. Trae una corona —de soberbia— imaginaria que él se creó en su propia mente, creyendo que cada paso que da es la de una persona superior a los demás. Uno de los enfermeros arrastra la silla frente a mí y lo sientan, para luego alejarse al final de la habitación, brindándonos privacidad, pero con los ojos en alerta puestos sobre dónde estamos.
—¡Nos alegra verte! —la media sonrisa que lleva dibujada en sus labios provocan, en mí, ganas de borrársela de un puñetazo, pero me controlo y oculto el odio que le tengo.
—¿Supongo que estoy hablando con...?
Pero no me deja terminar.
—Ahora que volvemos a encontrarnos, déjame que me presento formalmente: Soy Timothée Wood. —ahora sonríe abiertamente y presiento que mi confusión debe iluminarse en mi expresión—. ¡Estamos felices de verte!
Una ronca y tenebrosa risa abandona su garganta, llevándome a esa noche en la que murió Sofía. Lo recuerdo tan claro.
—Ya te presentaste conmigo, imbécil. No estoy aquí para que me repitas tu nombre y la historia de tu vida cada cinco minutos. —él vuelve a reír como si le hubiera hecho una broma—. Quiero saber si eres tú quien me está volviendo a enviar mensajes.
Y vuelve a reír.
—¡Claro! Lo hago con mi celular invisible. —pongo los ojos en blanco.
—¿Estás mandando a alguien? ¿Qué es lo que estás planeando? Dímelo porque ya estoy harta de tus juegos inútiles. —él sonríe, alzando las cadenas al aire para llevarse los dedos a sus labios y hacer un gesto de tenerlos sellados. Si mi mirada pudiera matarlo, en este momento estaría ahogándolo hasta ver como pierde el aire de apoco. Hasta hace tres años atrás, por mi cabeza no se cruzaba ningún tipo de pensamientos como los que estoy teniendo en este momento.
—Como quieras, ¿sabes lo mucho que estoy disfrutando esto? Adoro cada pensamiento que tengo sobre imaginar como con los años te irás pudriendo en este lugar, volviéndote un muerto en vida, alguien a quién nadie recordará y pasará a ser un loco más en un manicomio olvidado. Soy feliz con tan solo pensarlo.
Su reacción es de quedarse inmutable, con la misma mueca en sus labios, mirándome como si todo lo que estoy diciéndole no le importara en lo absoluto, pero sé que en sus pensamientos está asesinándome.
Con desprecio en mi forma de hablarle, le pregunto:
—¿Acaso te arrepientes en lo más mínimo de haber asesinado a todas esas personas?
Él sigue inmutable.
—¿Y si estuvieras libre, teniendo la posibilidad, me asesinarías?
Entonces su sonrisa se ensancha y sus ojos se iluminan, respondiéndome en silencio.
Sí, definitivamente lo haría.
—¿Dónde está Daniel? —pregunto, una vez más.
—Durmiendo. —responde.
Lo miro, sintiéndome asqueada y los recuerdos de haber sido abusada por él me invaden abruptamente. El veneno que recorre mis venas es mortal. Cansada, y sabiendo que esta será la última vez que vendré a visitarlo, y que lo próximo que volveré a saber de su existencia será cuando me informen de que murió de lo que sea que, en un futuro vaya a morir, me pongo de pie, arrastrando la silla en un movimiento, dispuesta a desaparecer de su vida para siempre.
—¿Tienes algo para decirme antes de que me vaya y nunca vuelvas a verme? —cuestiono.
—Guardaré con mucho amor todos los momentos que vivimos juntos y te amo para siempre, como mejor amigo que fui y como el romance que nunca tuvimos. Te voy a amar para siempre. —contesta, y se puso tan serio de un segundo al otro, que no sé qué personalidad me está diciendo esas palabras. Mi expresión debe ser de sorpresa, y mi pecho se hincha en una sensación desagradable. No le digo nada más y me voy de ese lugar. Caminando con toda la prisa por los largos pasillos que me llevan hasta la puerta de salida, mi pecho sube y baja repetidas veces y sus palabras se repiten y martillan en mi cabeza una y otra vez.
Te está manipulando.
Esto es lo que busca que sientas.
Son palabras de su otra personalidad, no del Daniel que conociste. El Daniel que conociste ya no existe.
Ya no existe...
Ya no existe...
Me detengo, y sabiendo que estoy sola, aterrizo mi puño una y otra vez contra la pared que tengo a mi lado, hasta sentir como mi piel se abre y el dulce dolor se instala en la herida que me estoy provocando a mí misma. Un cosquilleo desesperante recorre desde mis pies, por mis piernas, hasta formarse en todo mi cuerpo, pidiéndome a gritos que siga golpeando todo lo que tengo a mi alrededor, pero no lo hago, me controlo. Suelto un quejido de todo lo que estoy sintiendo en lo más profundo de mi alma y salgo de ese lugar, presenciando en carne propia como las pequeñas y débiles gotas de una lluvia que se avecina en la ciudad cae sobre mí.
Camelia me habla, busca mi mirada, pero lo único que puedo escuchar es un pitido lejano y ensordecedor. Volteo mi rostro para mirarla, y decirle por última vez.
—Olvídese de él. Vuelva con su familia. Sea feliz y deje todo esto atrás. —y me voy.
Y no sé si se lo estoy diciendo a ella, o a mí misma.
Al llegar al departamento de Liam, abro la puerta y lo primero que veo es a él sentado en el sillón, con un sobre entre sus manos. Lleva una remera oscura, de mangas arremangadas hasta los codos, y un simple jean azul. El cabello despeinado como si hubiera estado pasándose las manos repetidas veces.
Al cerrar la puerta consigo dar con tu atención, y sus ojos me dicen en silencio que algo está sucediendo.
—¿Estás bien? —pregunto, dejando mis cosas a un lado para sentarme a su lado. Entonces él me extiende el sobre y no dudo en tomarlo, sacar la hoja que esconde y leer lo que dice.
Es sobre Nicolás. Dice las causas de su muerte y entonces entiendo que se lo habrá enviado Inés.
—Estaba en mi correo. Dice... Dice que Nicolás murió por contusiones provocado por golpes en su cabeza. Informa sobre un disparo post mortem. —la nuez de su garganta se mueve en señal de que traga saliva—. Es una fotocopia. No sé quién lo haya enviado, pero quien lo hizo tomo una copia del documento original.
Dejo el sobre sobre la mesita frente a nosotros, y paso mi mano por su espalda, buscando consolarlo.
—Eso es una buena noticia, ¿no? O bueno, dentro de todo. Aunque sé que tú no disparaste ese gatillo, tu amigo no murió por esa acción. Todo fue por culpa de mi padre, tú no tuviste nada que ver, Liam. —me sorprende que mi padre siga arruinando vidas, incluso después de muerto.
—¿Cómo puedes buscar hacerme sentir bien, cuando tú estás peor? —se gira para mirarme.
Me encojo de hombros. —Porque te quiero.
Él me sonríe.
Aunque no siento que te quiero de la forma que quieres que lo haga, te quiero de igual manera y es el amor más sincero que puedo ofrecerte. Le digo en silencio, porque no puedo hacerlo a voz alta. Su boca encuentra la mía y me besa suave, dulce. Lo acepto, siguiéndole el ritmo, aunque algo en mi interior me pide que me aleje. Liam corta el beso cuando su celular vibra. Lo mira, frunce el ceño, y se para de golpe.
—¿Todo bien? —cuestiono.
—Sí, pero ya debo irme. Tengo algo importante para hacer. No tardaré en llegar. —toma su chaqueta del sillón y, tan rápido como llego a notarlo, desaparece por la puerta, dejando entrar una sensación que me dice que algo anda mal.
Si tan solo hubiera podido evitarlo a tiempo, nada de lo que está por venir pasaría. Pero entiendo que no todo está al alcance de mis posibilidades, y que no puedo controlar las situaciones como antes pensaba que podía.
Las horas pasaban. Una hora: No pensé en nada raro. Dos horas: Me senté a mirar la tele, mirando mi celular cada tanto. Tres horas: La lluvia cada vez iba más y más en aumento, inundando las calles de la ciudad, golpeando el vidrio de la ventana. Cuatro horas: Comencé a extrañarme y le marqué, pero no obtuve respuesta. Cinco, seis, siete: Estoy literalmente caminando alrededor del departamento, viendo de reojo como la lluvia sigue su rumbo sin intención de detenerse. Entonces mi celular suena y no es un mensaje. Es una llamada. Y no es de Liam, sino de Alex.
Inexplicablemente, mi corazón se acelera, como si mi cuerpo supiera por cuenta propia de que algo está sucediendo.
—¿Alex? —pregunto, cuando atiendo la llamada.
—Estoy abajo. Toma un abrigo y ven. —y corta.
Sin dudarlo hago lo que me dice y bajo. Afuera, la lluvia me envuelve con una rapidez asombrosa y corro cuando veo su auto, subiéndome al asiento del acompañante. La calefacción encendida, calentando el ambiente, la radio apagada y las ventanas subidas por completo. Alex a mi lado se encuentra tenso. Lo sé. Puedo sentirlo.
—¿Qué está pasando? —es lo primero que me sale articular.
—Es Liam... Estuve siguiendo el camino de quienes sé que son los que destruyeron tu ventana, de los que estoy seguro de que destrozaron tu habitación, y me encontré entre la oscuridad, la escena de como bajaban a Liam de un auto, metiéndolo en el interior de una puerta roja. —entonces recuerdo cuando tuve que salvarlo de mi padre, pero algo me dice que esta noche no será como aquella. Veo como Alex toma un arma de una puerta frente a nosotros, pasándomela para que la agarre.
—Alex... yo... —el arma pesa entre mis manos, como nunca antes, y me provocan malos recuerdos y sensaciones horribles. No creí tener que volver a cargar con una desde que le disparé a Daniel.
—Estoy poniendo en juego mi trabajo por hacer esto, pero entiendo lo mucho que lo quieres a Liam y lo dispuesta que estás a hacer cualquier cosa por él. Esta no es la primera vez que lo harás, confío en ti y tú confías en mí, ¿verdad? —asiento, sintiendo como las gotas de lluvia se escurren por mi pelo.
—¿Por qué no alertamos a la policía? —es mi duda.
—Ya lo he hecho, pero no hay tiempo y si no vamos por él ahora mismo, para cuando llegue la policía ya habrán acabado con su vida. —esas palabras erizan mi piel y él enciende el motor, comenzando a conducir. No sé a dónde nos dirigimos, pero dejo que Alex se encargue de conducirme al que, probablemente, sea el final. Pero, ¿él final de quién? Resguardo el arma dentro de mi campera y me dejo a la espera de llegar.
Estacionamos en un lugar alejado, y desde donde estoy puedo ver aquella famosa puerta roja que Alex mencionó.
—¿Estás lista? —pregunta. Yo asiento. Nos bajamos del auto y caminamos con cautela hasta acercarnos a la puerta y adentrarnos con cuidado. En el interior no vemos absolutamente nada. Siento como alguien me toma del brazo y es Alex. Él me jala hacía un rincón y veo como un hombre alto, que a duras penas consigo distinguir su físico, se aleja en una esquina, escupiendo el suelo por dónde camina.
—Tienes que estar alerta. —balbucea sobre mi oído y yo asiento. Salimos de ese oscuro rincón y caminamos por los pasillos, medio agachados. No hay puertas por ningún lado y no entiendo el laberinto en donde nos metimos—. Allá.
Escucho que Alex sopla nuevamente en mi oído, y veo una puerta del mismo color que la anterior. Nos acercamos, descubriendo que está a medio abrir. Saliendo por ella vemos que es un callejón de una sola salida. Nos escabullimos hasta estar detrás de un contenedor de basura. Desde ese punto vemos como tres hombres lo tienen a Liam rodeado. Uno de ellos es el tipo de antes. Uno de ellos es al que vi a través de mi ventana, quién me tomo la fotografía. Cerrando mis ojos por un instante, los malos recuerdos vienen y se van como un reflejo rápido de luz. Un fuerte trueno brama con violencia a nuestro alrededor.
Escucho hablar a uno de ellos:
—Ich habe dir gesagt dass deine zeit vorbei ist, Liam. —le propinan un golpe, pero no entiendo que es lo que están diciendo.
—Te dije que tu tiempo se acabó, Liam. —Alex me traduce—. Es alemán.
—Du schuldest mir einen riesigen teig und ich bin nicht aus Deutschland gekommen um mit leeren Händen wieder wegzugehen. —otro golpe. Lo hacen escupir sangre.
—Me debes una gran cantidad de dinero y no vine de Alemania para irme con las manos vacías. —me explica Alex.
—¿De qué hablan? —tengo una idea de lo que se trata, lógicamente, pero necesito una confirmación a mis sospechas.
—Estuve en miles de situaciones iguales. Están saltando cuentas... drogas. —creí que Liam había dejado atrás todo ese mundo. Confíe en él, pero parece que nunca terminará de sorprenderme. Alex saca su arma y yo hago lo mismo.
—Cuando yo diga ya, le das en la pierna al de la derecha, yo al de la izquierda, ¿entendido? —pregunta.
—¿Y quién tiene a Liam del cuello? —pregunto, refiriéndome a quién se encuentra justo en el medio.
—Ya verás... —es lo único que me responde. Aún desentendida, asiento y espero su confirmación. Pero entonces veo como comienza a escabullirse, alejándose de mi lado. Alex se posiciona en otro contenedor de basura, haciéndome un gesto con los dedos que entiendo perfectamente.
Uno.
Dos.
Tres.
¡Ya!
Alex es el primero en disparar y luego le sigo yo. Alex le da justo en la pierna, consiguiendo que su objetivo se derrumbe. Yo hago exactamente lo mismo y me sorprendo cuando veo que mi pulso no me traicionó. El del medio, alarmado voltea, entonces veo como Liam arrastra su pierna por el suelo, chocando su tobillo, haciendo que este se caiga también al suelo. Alex rápidamente se tira sobre él, tomándolo por el cuello, pegándolo a la pared mugrienta para esposarlo. En ese momento, tres patrulleros con las sirenas encendidas a todo volumen estacionan con violencia a las afueras del callejón.
No consigo entender como Liam y Alex estaban complotados, pero no me importa saberlo, lo único que me interesa es saber que ambos hombres se encuentran estables, y por lo visto lo están. Girando mi rostro a uno de los patrulleros, veo a una mujer uniformada bajarse y posicionarse al lado de su automóvil, con un arma en su mano.
Vuelvo mi mirada, encontrándome con la de Alex, mientras sus compañeros se llevan a los criminales.
Ambos nos sonreímos, creyendo que todo terminó, creyendo que ya podemos respirar con tranquilidad. Pero no. Estábamos tan equivocados. La muerte nos tenía preparada la peor versión de sí mismo para el final. En ese momento algo sucede. Alex mira detrás de mí, sus ojos se abren con impresión, y todo pasa ante mí tan rápido, que no consigo asimilarlo a tiempo.
—¡MAGGIE! ¡NO! —escucho el grito de Alex, y al girar mi rostro hacía el final del callejón, todo pasa como un trueno que viene y se va. Alex se tira sobre mi cuerpo. Abrazándome. Pegándome a la pared, y lo siento. Un ruido se hace escuchar con mucha intensidad, y es cuando algo atraviesa la piel de quién busca protegerme, quién rápidamente se tensa y luego se relaja. Dos ruidos más, un grito, y Alex cae al suelo, aún sostenido por mis brazos. Ambos caemos al suelo. Me quedo perpleja cuando miro su rostro y no entiendo de qué forma tengo que reaccionar. Su boca entre abierta deja salir una gran cantidad de sangre, mientras que lucha por mantener sus ojos sobre los míos. Convulsiona, sus pupilas se pierden del tiempo y el espacio, dejándome saber que no sobrevivirá.
—A...Alex... —logro articular, poniendo mis temblorosas manos sobre su frío rostro. Él lucha por respirar, ya no logro comprender de por dónde pierde tanta sangre, hasta que se rinde y deja de moverse. Sus ojos quedan medio abiertos y su cuerpo ya no tiembla con dificultad.
Alex murió en mis brazos, con su mirada en mi rostro, con un último suspiro dado al aire que respiro.
***
Y bueno... ¿Ustedes bien?
Me dejan sola 5 minutos y ya estoy matando a alguien ahre.
Faltan dos capítulos, el epílogo y un pequeño capítulo extra. Vayan preparandose.
Ya saben, comenten, voten, lo que sea. Creo que no tengo mucho para decir en esta nota de autora. Son las 3:28 de la madrugada en Argentina y estoy cansada.
Lxs amo.
Atte:
*Espacio para meme, de bajo presupuesto, como para no sufrir tanto*
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