Capítulo 62 ┋ Derrumbarse.
Nunca creí que llegaría a esta situación. Nunca creí, ni me vi, estando ante él. Me lo imaginé, miles de veces, pero nunca pensé que podría llegar a pasar. Tuve tanto miedo. Miles de noches soñé, o incluso despierta, con que él me asesinaría, que nadie me salvaría y él conseguiría su objetivo: Destruirme. Ignoro el latente dolor que crece en mi pecho cuando lo veo a Dan. Mi amigo. Mi hermano. Quién yo pensaba que sería la última persona en el mundo en hacerme daño.
Cuando pienso que se dará media vuelta y se irá corriendo, deja a un costado de la habitación una enorme bolsa blanca, que, al caer al suelo, retumba en seco, junto con una pala. También tira su mochila, y retengo los nerviosos movimientos que mi labio inferior manifiesta.
—Maga. —la pronunciación de ese apodo que hace mucho tiempo no lo escuchaba decir me provoca náuseas y ganas de dispararle justo entre las cejas. Siento tanto odio. Siento tanta violencia, tanto veneno, tantas ganas de gritar y asesinarlo, justo en este preciso momento, a ciegas, con la sangre helada que me silencia los sentimientos de cariño que tenía por él.
—Vine a buscarte porque sabía que estarías aquí, tienes que irte, no sabes cuándo él puede regresar... —mi ceño se frunce con confusión. ¿Por qué actúa? Sé perfectamente que es él. Lo sé sin necesidad de que me lo diga, o demuestre. De alguna forma, enterrada, siempre supe que sería él. No lo reconocía, pero la oscuridad en mi estómago que se agrandaba cada vez que estaba cerca suyo, por alguna extraña razón, me lo gritaba en silencio. ¿Cómo pude ser tan ciega? La goma del cabello que encontré en el suelo de su auto, y a la cuál pasé por alto. Esa sangre seca que había en su cuerpo cuando me manipuló para que escapara con él esa noche hace más de diez años. Había tantas pruebas que gritaban en silencio frente a mis ojos, pero fui tan ciega, tan imbécil. Todo este tiempo, mientras me ocupada en juzgar a Liam, a Uriel, a tantas personas, todo ese tiempo, él estuvo burlándose de mí, mientras, tranquilamente, cometía esos crímenes, siendo el victimario de una inocente víctima que era privada de su libertad, creyendo que nadie vendría a salvarla: Hablo de Clara.
—¿De qué mierda hablas? —hablo por primera vez, desde que él entró por esa puerta.
—¡De él! Buscará hacerte daño y necesito ayudarte antes de que aparezca nuevamente. Tienes que irte, por favor. —las lágrimas golpean en mis ojos, pero no desisto, me mantengo firme y no me muevo de dónde estoy, justo frente a Clara, protegiéndola, protegiéndonos.
—Tienes que entenderlo... No podré... —silencio. Él se queda en silencio, de pronto, mirándome tan cínicamente que me quema como si estuviera ardiendo a piel viva. Una sonrisa torcida se cruza en su semblante y mi carne se pone de gallina.
—Te estaba esperando, preciosa. —estoy casi segura, que ahora, en este momento, mi expresión debe ser un poema de terror.
—Clara. —le hablo a la víctima en la habitación, sin apartar el arma y la vista del victimario. Relamo mis labios—. Ponte justo detrás de mí, tómame de la chaqueta. Hazlo.
Sin voltear a mirarla, siento como unas temblantes manos me toman de la parte baja de la chaqueta, pegándose a mi cuerpo.
—¡Oh, vamos, Clara! ¿Tan fácil te olvidas de nuestro amor? —suelta, junto con una tenebrosa carcajada que asusta hasta al más valiente de la historia.
—Cállate. —ordeno— Muévete. Camina lentamente hasta la pared.
Apunto con el arma a dónde es que lo quiero, y para mi sorpresa, acepta como un fingido sumiso que oculta las garras de la vista de su dueño. Se despega de junto a la puerta y comienza a caminar a dónde le ordene, contra la pared, junto a la gran ventana de puertas abiertas, con la noche como espectador. Comienzo a caminar con calma, rodeando la cama, hasta llegar a la puerta. Recuerdo a Clara, quién no se despega ni un segundo de mí.
—¿Crees poder ir por ayuda? —le murmuro a quien no deja de temblar. Ella asiente con su cabeza, despegándose de mí—. Ve. Nada malo sucederá. Sal por la puerta trasera que se encuentra abierta y llama a quién sea.
La veo asentir con la cabeza y desaparece por la puerta. Cuando lo hace, noto que ahora estamos solos. Como tanto espere que estuviéramos. Él y yo. Nadie más.
Entonces su semblante vuelve a cambiar.
—Ma... Maga... ¡Tienes que irte! ¿Qué haces aún aquí? —cuando intenta acercarse a mí, el ruido que provoco con el arma al cargarse lo detiene al instante.
—Quédate ahí o te vuelo la cabeza. —demando.
—No... No lo entiendes. —su voz, su mirar, todo cambia de un segundo al otro y no entiendo cómo se puede ser tan retorcido. Vuelve a cambiar. Como un click. Como algo, alguien, que no es estable.
—Claro que lo entiendo. —hablo, viendo la frialdad y el veneno más puro en su mirada—. Todo este tiempo, todos estos años, estos meses de tortura; todo fue de ti. Me volviste loca. Me arrancaste la poca cordura que me quedaba. ¿Todo por qué? Espere tanto tiempo para este momento, ahora que estamos acá, solos, uno frente al otro, quiero saberlo; ¿Por qué?
—Por ti. —habla como si tuviera sangre en su boca. Pero más que en su boca, la sangre la lleva en su cuerpo, en su ropa destruida, en la piel pálida y fría de su rostro, en sus ojos negros como la noche. La sola idea de pensar en donde, y qué estuvo haciendo minutos antes me provocan ganas de vomitar.
—Porque te amo. Te amo tanto. Y no te das una idea de lo mucho que me rompió tu rechazo, tu olvido de esa noche. Lo olvidaste, en cambio yo, no hice otra cosa que alimentar día tras día, todos estos años, el recuerdo y el anhelo de volver a besarte. —no desisto, sigo con el arma alzada frente a él.
—No...
Cada rompecabezas que se arma en mi memoria me hace deducir la clase de enfermedad que lleva en su cabeza.
—Sí... ¿Sabes todo lo que absorbe la cabeza de un nene? Puede absorber desde el abuso, la violencia, los gritos, las palabras, los hechos, hasta el más duro rechazo. No podía aceptar que te me fueras, eres mía, siempre lo has sido y solo era cuestión de esperar. Cuestión de ser paciente y armar año tras año toda una película de lo que haría cuando llegara este momento. —sus palabras me dejan perpleja, muda, sin saber que debo decir o hacer.
—Estás enfermo... —digo lo primero que me llena la cabeza ante sus palabras.
—No, claro que no estoy enfermo. —habla con seriedad y como si yo le estuviera haciendo una broma—. Estoy enamorado de ti. Solo eso; tan enamorado que quisiera alejarte de todo, y de todos. Alejarte y que seas solo para mí. Que estemos juntos en un lugar alejado de la sociedad, dónde nadie pueda escucharnos, dónde solo seamos tú, yo y el imbécil de Daniel que no sabe estar solo. Es un idiota, que sí no fuera por mí, estaría ardiendo en un infierno que no sea el nuestro.
Mi razón se tambalea.
—¿Qué estás diciendo? —aprieto mis dientes con tanta fuerza que puedo sentir que en cualquier momento echará sangre.
—De nada. Olvídalo. Al nene no le gusta que se hable de él. Es un tímido e idiota, pero bueno después de todo. Me enoja tanto tener que siempre salvarlo de todo. —creo que estoy alucinando ante lo que estoy presenciando—. Como sea, Daniel te quiere para él, pero no quiere hacerte daño; el problema es que, como gracias a mí llegamos al punto en que no te volverás a alejar de nosotros, empezarás a ser exclusivamente mía. Es un buen trato después de todo lo que me sacrifique.
Sonríe abiertamente.
Entonces recuerdo instantáneamente lo que vi y estudié en psicología: Trastorno de la personalidad múltiple. «El trastorno disociativo de la identidad se caracteriza por la presencia de dos o más personalidades distintas. Cada una puede tener un nombre, una historia y características personales propias.»
—¿Cómo te llamas? —pregunto entonces.
Él suelta una risa seca de postura rígida y formal, que se vuelve sería de a ratos y tensa de a otros. Estoy en presencia del demonio que más lo traumatiza y al que tanto miedo le tiene Dan; Dan a quién conocí, no al que ya no reconozco.
—Déjame presentarme; —tose, se pone firme, derecho, como si fuera una especie de profesional, y dice, sonriente—. Mi nombre es Timothée Wood.
Es extraño. Es otra persona. No sé cómo reaccionar. Lo veo frente a mí, veo como mueve su cabeza como un enfermo mental, como sonríe, como le tiembla el ojo, como mueve sus manos de un lado, al otro, y como su cuerpo no descansa un segundo. Tengo tantos recuerdos con él, con quien era mi hermano, mi mejor amigo, que todos los momentos vividos se proyectan en mi cabeza, como si se tratara de una película. Una laguna mental arrasa en mi memoria, llevándose ese recuerdo consigo, alejándolo de mí, haciendo que escuche mi voz y nuestras risas a la lejanía, como un túnel que cada vez se va haciendo más y más profundo, hasta que desaparece y vuelvo a la realidad, a esta realidad, a este tiempo y espacio en el que nos encontramos.
—Timothée... —pronuncio ese nombre. Esa palabra sale desde mi garganta, quemando como el ácido, y más que ser un recuerdo dulce, es un recuerdo amargo, que me derrumba.
—Tú me creaste. Vivo a raíz de los maltratos de su padre. A raíz de los golpes, de cuando lo obligaba a mantener relaciones con prostitutas, a raíz de que lo desmayaba en torturas inhumanas. Vivo desde esa noche en que él te besó, y me construí a base de los años que pasaron, los años que él pasó y sobrellevó. Es tan asquerosamente cursi e imbécil, que tuve que haber dejado que se suicidara todas esas veces que lo intentó, pero abandonarlo es rendirse, y rendirse es de cobardes, y yo no soy un cobarde. Yo no me rindo. No hasta llegar a ti. Y aquí estamos. Estamos dónde estuvimos años atrás, ¿lo recuerdas?
Asiento, bajando al arma al costado de mi cuerpo, manteniéndolo firme entre mi mano porque tengo un plan, y mi plan es probar su límite.
—Cuéntamelo. Quiero saber todo. No sobrepases ni un detalle. —pido tranquila, disimulando mi ansiedad y mi sed de venganza.
—Tú dirás, preciosa.
Recarga su espalda contra la pared que tiene detrás suyo, en una postura relajada y divertida, que me recuerda al Dan que tanto me hacía reír en la secundaria. ¿Habré, todo este tiempo, estado en presencia de su infierno, y no supe darme cuenta de quién era Dan y quién era su otra perspectiva?
—¿Por qué yo? ¿Por qué te obsesionaste conmigo? ¿Por qué fingiste estar interesado y preocupado en ayudarme, sí eras tú después de todo? —queriendo demostrar despreocupación, camino con pasos cautelosos hasta la mesa de madera, en donde tantas fotos e información de mi vida privada se encuentran refugiados. Miro de reojo todo eso, mirándolo a él cada tanto, sin despegar mi vista de ninguno de sus gestos.
Me mira con incredulidad.
—¿No es muy obvio? El arma que te di, la información que te brindé para que pudieras venir hasta aquí. Todo fue una trampa, una perfecta trampa para decir verdad. El idiota de Daniel quería avisarte, él quería ayudarte, diciéndote lo que estaba sucediendo, que yo estaba por poseer todo de él, adueñarme de cada sentido, movimiento, acto de él, pero como siempre lo fue, es un débil que no llegó a tiempo. Ahora yo estoy al mando. —relame sus labios.
—Déjame contarte más explícitamente sobre mi historia... —se acomoda contra pared, en una postura de hombre experto, hombre que cree ser superior a todo, a todos los que lo rodean. Un hombre que aparenta ser inteligente, autosuficiente, independiente, con un narcisismo reflejado en sus expresiones y en su mirada, en su forma de hablar y de actuar: Estoy frente al físico de Daniel, pero ante la personalidad de una persona totalmente opuesta—. Comencé a hacer acto de presencia en su vida cuando la puta desesperada de su madre se marchó. Una parte de mí ya lo controlaba y le decía que era lo que tenía que hacer y qué no...
Comienza a caminar a pasos lentos y formales por alrededor del ventanal, y yo me pongo tensa, rígida, en alerta, mientras lo escucho con suma atención:
—Cuando ella se fue, ahí salí de mi escondite, solo que Daniel no me recuerda, no recuerda las cosas que yo hago, estando en su cuerpo, controlando su cuerpo. Mutile animales, insectos, los coleccione debajo de mi cama y por encima del ropero, ocultándolo de su padre, pero como me gusta divertirme, a veces los dejaba a la vista y, en el momento en que Daniel reaccionaba y se quedaba perdido en una nube de confusión, su padre entraba al dormitorio y lo veía con todos esos cadáveres en descomposición, por lo que rápidamente intentaba «arreglar» al pequeño psicópata, con duros golpes y marcas que el cuerpo todavía conserva y recuerda. A los trece años fue cuando mantuve relaciones por primera vez, una puta del barrio que no recuerdo su nombre, pero que bien se sintió enterrarla en el bosque.
Mi estómago se revuelve, mientras que él acaricia las húmedas paredes, como si estuviera tocando el más suave algodón, evitando mi mirada durante su relato.
—Bueno, el resto ya lo sabes: Seguía a tu alrededor, fingiendo ser tu hermanito del alma, mientras que en mi mente te imaginaba lo bien que te verías amarrada a un dormitorio y con una cinta entre tus labios. A veces era realmente Daniel el que estaba a tu lado, intentando reprimir todos esos pensamientos morbosos y románticos por ti, pero era yo el que salía a deslumbrar todo ese ardor. Creo que por eso estoy aquí. Él permite que yo siga estando porque de alguna forma soy la persona que lo salva, que lo protege y, por alguna razón, quién lo libero de su padre. Disfrute cada minuto en que la hoja del cuchillo entraba y salía de su carne en repetidas ocasiones. Todos los días, todas las noches, a cada segundo, a cada instante, en mi mente se recrea el momento en que lo asesine hace tantos meses ya.
Recuerdo cuando entré a la sala y vi el cadáver. Ese cadáver de su padre. Pero entonces entiendo que me mintió, que me manipulo, poniéndose en el papel de víctima, lloró frente a mí, lo abrace e intente consolar al peor de los psicópatas en mi vida.
—Me mentiste: Me dijiste que habías hablado hasta hace poco con tu padre, que fuiste a visitarlo y no puedes soportar verlo en ese estado. Eres hijo de puta... —la rabia vuelve a danzar por todo mi cuerpo.
—Sí, lo sé. —suelta una risita como si se tratará de un nene que acaba de cometer alguna broma, algo indebido e inocente—. ¡Oh, vamos, no pongas esa cara! ¿Me vas a negar que no fue gracioso? Fue divertido, reconócelo. Sobre todo, tu cara de lástima que me ponías. Mientras me abrazabas intentaba reprimir la risa porque no quería que te enfadarás. ¿Quién no se reiría si dijera que su padre sigue siendo un abusivo, cuando en realidad estaba en descomposición en una casa abandonada?
En su rostro se refleja la burla, mientras que en la mía el asco y el odio, es el no reconocer a quién tengo en frente. Sus palabras, su actuar, es de no creer, es de no aceptar.
—Cómo sea, los años siguieron pasando: Contigo, y sin ti. Conocí muchas personas, algunas conocieron a Daniel, otras me conocieron a mí. Ya sabes a lo que me refiero. —me guiña el ojo—. Lo que me gustaba era que nadie se preocupa por las prostitutas. A nadie le importa una prostituta degollada en un hotel de mala muerte. Ya sabes lo que dicen: Problemas de drogas, problemas con esto, problemas con aquello. Se metió donde no debía, con personas que no debía. En parte tienen razón, pero me causan gracia y me encanta que me dejen el camino libre. Lo que más me duele es no haber encontrado a mi prostituta favorita. La muy hija de puta supo esconderse bien, como sea, cuando termine contigo iré a buscarla a dónde sea y me cargaré a su nueva y preciosa familia. ¿Sabes que tuvo una hija recién nacida? Quisiera conocerla. Ya lo verás, estarás orgullosa de mí.
Se acerca al colchón mugriento y acaricia las prendas de vestir de sus tantas víctimas. Siento mucha lástima e impotencia por ellas: Toda una vida, una identidad, un nombre, una historia que estaba comenzando o estaba cursando. No quiero seguir escuchando sus palabras, quisiera irme corriendo y desaparecer, pero no puedo hacerlo, tengo que escucharlo, tengo que terminar de conocer a esta persona.
—A veces me entran las ganas de volver a revivir a estas chicas, volver a conocerlas, volver a engañarlas y volver a asesinarlas, pero como no puedo hacerlo, entonces me conformo con encontrar nuevas chicas y hacerlas pasar por lo que ellas pasaron. Es muy reconfortante. Aun no entiendo porque Daniel es homosexual. De igual forma ya me deshice del marica de su novio.
Eso me hiela la sangre.
—¿De qué hablas? —él, al oír esa pregunta, alza la vista con la cabeza inclinada hacia adelanta, y entonces sus pupilas me apuntan a un rincón alejado de la habitación, a unos cuántos pasos de dónde me encuentro paralizada. Ahí veo un montón de madera acumulada sobre el suelo, madera del suelo mismo y tierra a su alrededor. Hay una bolsa de cemento y una pala, otra aparte de la que él trajo consigo. Mi corazón bombea con fuerza en mi pecho y quiero alejar el pensamiento que en mi cabeza se acumula.
—Míralo por ti misma. Clara hizo un muy buen trabajo. —despacio me voy acercando, apuntándolo con el arma para que no se mueva. De todas formas, sé que, si intenta algo, borraré todos los recuerdos que tengo con él y no dudaré en matarlo aquí mismo. Sin agacharme, con el pie, voy haciendo a un lado todas las maderas, hasta dejar el hueco al descubierto y es en dónde veo cabello largo, oscuro, y una cabeza medio enterrada en la tierra. Tapándome la boca con la mano, de la impresión y el olor putrefacto que desprende, me alejo largos pasos y noto como su mirada se burla de mí.
—Continúa. —demando, danzando el arma frente a su cuerpo.
—Los años siguieron su curso. Cometí tantos crímenes en nombre de Daniel, él sólito se metió en peleas clandestinas, en alcohol, nunca le gustó las drogas y no lo juzgo. Necesitaba su cuerpo con todas las fuerzas posibles. ¿No iba a dejar que sea un parásito como tu querido Liam Hamann, o no? —escucharlo decir ese nombre me hierve la sangre, pero no le voy a dar el gusto de saber que está tocando mi punto débil—. Terminamos los estudios, Daniel se dedicó a abogacía, muy buena carrera de la que a mí no me llama la atención en lo absoluto, mientras que yo me dedique a médico forense. Me fascina la investigación de esos cadáveres. Ya sabes, investigas más a fondo. Es mi fetiche favorito.
En ese momento, me permito recordar tantas ocasiones de nuestra adolescencia: Sus incontables ataques de pánico, que yo creía que se debían a los abusos que su padre cometía contra él, su leve perdida de la memoria de un instante al otro. Yo podía estar hablándole de algo, y Daniel, al minuto siguiente, ya no recordaba la conversación. Tapaba todo eso confundiéndolo con estrés. Sus fuertes dolores de cabeza que lo hacían desmayarse en medio de la clase, o dónde sea que estuviéramos. Su forma incontrolable de hablar de mil temas al mismo tiempo, a un nivel que hasta me asustaba. Todo el tiempo tenía nuevas ideas, nuevos planes, nuevas metas y nuevos emprendimientos, y yo sonría creyendo que se trata de la presencia de un chico creativo, cuando en realidad era el fruto de un psicópata. No me quiero imaginar todo eso que su físico experimentaba cuando yo no estaba, cuando yo no lo veía ni lo ayudaba. Ciertas veces era como verlo transformarse. Todavía recuerdo todas esas veces en las que hablábamos de nuestra infancia, yo evitando ciertos detalles, mientras que él se iba en una laguna mental y me decía que no recuerda mucho de su época infantil, mientras que hasta hace dos días me hablaba infinidades de sucesos que vivió. Algunas veces creía que hasta inventaba, pero no se lo recalcaba.
—Cuando fui madurando mentalmente, me di cuenta de lo mucho que me gustaba imaginarme controlando a una persona. Me gusta tener todo controlado, todo planeado en mi cabeza, y la sola idea de manejar a una persona en especial me excitaba. Quería hacerlo contigo, pero no quería que las cosas fueran demasiado rápidas, ni tampoco que te asustes. ¡Imagínate! ¡Ve sí me tomabas como loco! —ríe—. No, no queríamos eso. No queríamos que nos vieras como unos chiflados, psicópatas, o ve a saber que te imaginabas de nosotros. Daniel puede ser un poco infantil, incontrolable y torpe, pero yo soy el más astuto de los dos, es más ingenioso y el que consigue seducir a la próxima muñeca de la colección; no queríamos que nos tomarás como algo que no somos. Lo entiendes, ¿verdad?
No me molesto en contestar, ni en darle un movimiento. Solo lo miro.
—Entonces comencé a vigilar los pasos de Clara. Supe al instante todo sobre ella, ya sabes, las redes sociales y la forma en que las personas se exponen a la sociedad consigue que los lobos como yo sepamos todo sobre nuestras ovejas. Chica de clase media, de padre trabajador y madre de hogar. Todos los días sale a la misma hora de su casa para el colegio, con ese uniforme que puede enloquecer hasta al más cuerdo, y sale a la misma hora para volver a su casa, sola. Todos los días a la misma hora. Me quedaba en una esquina de su casa, dentro de mi auto, y luego me pasaba las horas frente a su colegio, esperando a que saliera. Supe que no tiene amigas, pues nadie la quiere. La excluyen por su color de piel y la burlaban por su forma de llevar el cabello envuelto en rulos. Con la cabeza y la mirada agachada al suelo, todos los días salía y caminaba hasta su casa. Sola. Muy fácil de manipular, muy fácil de manejar. Un día salió de casa, pero no volvió. Y nunca más estuvo sola. Ahora en su cabeza lo único que hay es yo, yo y yo. Me ama, me desea, soy lo único que tiene, pues su madre enloqueció y su padre se suicidó luego de los años de ausencia y de su supuesta muerte. La tenía para mí, pero no era suficiente, quería más, quería saciar mi deseo de controlar más personas débiles y de adueñarme de sus mentes. Sabía que contigo no sería así, pues eres inteligente y fuiste herida. Una persona lastimada no se deja lastimar aún más. Su mente se cierra, aunque no lo quiera y se niega a ser manipulable. Claro, fuiste manipulable, pero hasta lo que permitiste. Inconscientemente, te cerraste a quién sea que intente invadir en tu mente y en tus recuerdos, y eso me imposibilito mi trabajo. Por eso fuiste mi obsesión, mi mayor meta, mi sueño y mi pieza más brillante. Las personas que llevan cicatrices físico, y psicológicamente, son las menos vulnerables. Así eres tú. Así te hizo tu padre. Eres tan parecida a mí, somos almas gemelas, somos el uno para el otro. Por eso recurrí a Lena, pero esa historia ya te la conoces.
—Yo no soy igual que tú. —hablo entre dientes.
—Pero ya no quiero que sigamos hablando. —su contestación y su forma de cambiar el rumbo de la conversación me pone alerta, sobre todo cuando veo que comienza a moverse—. ¿Qué me dices? Me amas, ¿verdad? Te quedarás con nosotros. Lo sé.
A medida que se va acercando, yo me voy alejando. La cama no está pegada a la pared, está en el centro de la habitación y entonces la rodeo, mientras que él se acerca a mí.
—Sí. —respondo, fingiendo, y más que tomarlo por sorpresa, lo hago sonreír. Extrañamente, esa sonrisa no hace que sus ojos brillen, están opacos, apagados, oscuros y sin vida, es como si fuera el diablo mismo—. Me quedaré contigo. Para siempre.
—Lo sabía. ¿Viste que te dije? Yo siempre consigo lo que quiero.
No sé a quién le habla, pero estoy segura de que no a mí.
Entonces su expresión cambia. Lo veo derrumbarse frente a mí.
—No, no, no, no, no, no... —comienza a repetir como un lunático—. ¡Tienes que irte, Maga! ¡Tú no entiendes...!
Y cambia.
—¡Cállate! ¡No me sacrifique por ti y llegue hasta aquí para que busques arruinarlo! —es tanto el terror y la impresión que siento al presenciar la batalla que Daniel se encuentra teniendo contra su otro yo, que mis piernas tiemblan y mi cuerpo tambalea—. ¡Magali, debes irte! ¡CÁLLATE! ¡BASTA! NO, NO, NO, ¡A ELLA NO!
Y cambia. Y vuelve a cambiar. Y es alguien, y al otro instante es otro. Y es inestable. Su personalidad, su él, su actuar, su hablar, su doble acento. Su acento no es el mismo, no es su forma de hablar de toda la vida, es otra persona, es otro hombre, es otro infierno. Y cambia. Y se jala el cabello, y se tira de la remera, y me mira, y me sonríe macabramente, y me mira con lágrimas en los ojos y el brillo aparece y desaparece. Y sus facciones son una, y al momento son otra. Me debilita, me tiene dónde quiere, y pierdo la razón, y es lo que él quiere.
Se pone serio, me mira con una sonrisa burlona, y dice: —¡Te atrape!
Y de un puñetazo en mi mano consigue tirarme el arma de las manos, haciendo que aterrice fuera de las ventanas abiertas, que dan a un balcón. Sus fuertes brazos me atrapan desde la cintura, alzándome en el aire, tan, pero tan fuerte, que mis pulmones se deshacen del aire. Entonces me suelta y aterrizo en el suelo, en un golpe seco que revienta mis huesos.
—¡SUÉLTALA! —gruñe cualquiera de los dos, y comienzo a arrastrarme por el suelo, terminando por debajo de una de las mesas de madera, pero sus manos me atrapan los tobillos, jalándome, robándome un fuerte grito de horror. Pienso en Clara y en la posibilidad de que Dan tenga un nuevo secuaz, y ella haya sido atrapada por esa persona. Espero que no. Espero que este a salvo—. ¡Ahora ella es mía!
Grita sea quien sea, tomándome de los pies, alzándome nuevamente al aire desde mi cintura, pegando mi espalda a la pared. Su cuerpo pegado al mío y su rostro ante mí. Su gran mano se cierra alrededor de mi cuello, apretando cada vez más y más. Su boca encuentra la mía mientras me ahorca.
—Somos el uno para el otro. Siempre. No importa lo que pase, nadie, ni Liam nos separará. —en una última fuerza de voluntad, alzo mi pierna apretada por su cuerpo, y la estrello contra su entre pierna. Aprovechando su debilidad, corro hasta el arma en el balcón y consigo tomarla. Pero cuando pienso dispararle, su cuerpo se abalanza sobre el mío y la bala se pierde en el techo, haciendo un brutal sonido que no me provoca nada, solo deseo que haya aterrizado en su cabeza. Una vez más, su cuerpo está pegado al mío, con mi espalda inclinada contra el balcón. Solo un soplido podrá hacerme caer a gran altura, pero él me sostiene, queriendo llegar al arma que se encuentra apuntada contra su estómago. Forcejeando, su rostro contra el mío, su sonrisa iluminada, sus ojos inyectados de veneno, mientras que los míos de adrenalina y sed de matarlo.
Y entonces digo:
—El infierno tiene reservado un lugar muy cálido para las personas como tú; persona que tanto daño le ha hecho a tantas personas, sobre todo a mí. —en un último aliento y mi voz sostenida por un hilo, finalizo—. Ojalá ardas en ese lugar.
Y disparo. Y su rostro palidece y suelta todo el aire contenido, terminando en mi rostro. Cae al suelo al instante, y junto a él, caigo yo, ensuciando mis manos, mi cuerpo entero de su sangre. No me doy cuenta de que no estoy llorando, ni una lágrima cae de mis ojos y no es la primera vez.
—¡Magali! —al alzar la vista, Alex, con su uniforme, viene corriendo hacia mi dirección. En el umbral de la puerta, la veo a Clara, mirando directamente a la escena y algo extraño percibo en su mirar: Algo que describo como... ¿Tristeza? ¿Ganas de llorar?
Cuando Alex me toma en brazos y me aleja del cuerpo inerte de Dan, miro su cuerpo tendido en el suelo por sobre mi hombro y pienso:
¿Todo terminó?
***
¡Y sí, gente, nuevo capítulo!
¿Qué piensan?
¿Algo para decirme?
Voten, comenten y denme charla porque sino borro la historia... Nah, mentira... O sí.
¿Cómo estuvo su día?
¿Ya empezaron las clases?
¿Cómo va todo?
Muy pronto se viene un nuevo capítulo, muchas revelaciones y, sí todavía no tuvieron un motivo para llorar, yo se los voy a dar ah.
En fin, ¡Gracias por leerme!
Si les gusta la historia, recomiendenme. Hagan que llegue a más lectores. <3
Lxs amo:
Espacio para música:
https://youtu.be/GZNtticFI60
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