Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 53 ┋ Presente.

Miro a todos con atención. Desde una esquina, sentado en uno de los bancos de cemento, los veo reunidos. Puedo adivinar sus pensamientos. No tienen ni un gramo de amor en sus corazones. Tomo la cajetilla de cigarro, lo abro y descubro en su interior que solo me queda un cilindro blanco, listo para ser consumido. Lo agarro sin dudar y lo enciendo cuando lo tengo entre mis labios, rozando delicadamente el arito que aún llevo en mi boca.

Muchos dicen que el pasado puede ser doloroso, pero no hay nada peor que sentir el presente. Vivir el ahora. Dentro de algunos años puedes, quizás, olvidarte de lo que viviste hace mucho tiempo atrás, pero el ahora, el vivir el presente, el estar acá puede llegar a calarte el alma con mucho dolor.

Todos lloran. Algunos ya no lo hacen. Otros están al borde de romperse. Pero los miro y los miro, barriendo con la mirada todo mis alrededores, y no logro localizarla. Maggie decidió no asistir. La entiendo. Más difícil que enfrentar la muerte de un ser querido es tener que ver como lo entierran. Algunos deciden canalizar el sufrimiento de la pérdida estando en soledad. Soy muy capaz de comprender ese sentimiento de mierda. De sentir como te arrancan un pedazo de tu alma. Un pedazo de ti mismo. Así sin más. Así sin anestesia. Sin compasión. La vida es una mierda, pero la muerte ya es de otro nivel. Es incomprensible como una persona, un ser querido, quién sea, pueda desaparecer de tu vida así como así. De un día para el otro, de un segundo al otro, en un instante la dejas de ver, ya no lo vuelves a ver, ya no te sonríe, ya no te habla, ya no escuchas su voz, el sonido de su risa, sus penas y sus alegrías. Y no hay nada más horroroso que tener que aceptarlo, que tener que enfrentaron. Se puede superar, la herida se puede cerrar, pero la cicatriz nunca se borra. Siempre, de alguna u otra forma, la terminas recordando con mucha melancolía.

A lo lejos lo veo a quién dicen que es mi padre. De pie. De traje negro y corbata. Con la mirada en el suelo y el sufrimiento en el cielo. Isaac está canalizando su dolor en silencio, Maggie en soledad, yo fumando un cigarro y la madre de Franco y Magali en los brazos de los que vinieron a presenciar el entierro. Cada persona tiene diferentes formas de ser.

Yo, a diferencia de todos los demás, me mantengo alejado de la multitud, con la cabeza agachada, tragando todas mis ganas de demostrar lo mucho que me duele su partida. Era mi hermano. Y no tuve el tiempo suficiente para actuar como un hermano para él. Isabella también está aquí, caminando entre las tumbas, viéndolo todo, pero pensando en nada. Por su cabeza puede estar proyectando todo lo que vivió con Franco, o quizás este pensando en el juicio de mañana. Quizás para la semana que viene ya este viajando a Alemania, o estará preparándose para seguir sus clases de piano en este país. Deduzco que en lo que más debe estar pensando es en lo mucho que ella quería a Franco. Ojalá se lo haya hecho saber.

Le doy una fuerte calada al cigarro, expulsando el humo, y en ese instante siento la mano de alguien posándose sobre mi hombro. Cuando volteo curioso, la veo a la madre de Magali ante mí. ¿Cómo era su nombre? Ah, ya lo recuerdo:

—¿Cómo estás, Julia? —le pregunto, haciéndome a un lado para que pueda sentarse junto a mí.

—Sabes perfectamente como estoy. —veo sus claros ojos hinchados, y es respuesta suficiente para mí—. Pero me importa saber como estás tú.

Suspiro, tirando el cigarro a un costado en el verde y fresco pasto. —Sobreviviendo.

—Maggie está de la misma forma. —le presto atención cuando pronuncia ese nombre y ella lo nota—. Está mañana fui a buscarla a su habitación. Una puerta trabada con llave fue lo que me recibió, y un débil sollozo fue su respuesta. Entendí que ella no iba a querer venir. Siempre fue así: Refugiase en el primer escondite que encuentre para poder convivir con todos esos sentimientos acumulados que la abruman. La conozco tan bien. ¿Cómo no hacerlo? Es mi hija. Por más que intente demostrar que no siente emoción alguna, noto que guarda más en su corazón de lo que quiere revelar.

Yo no respondo nada.

—Cuando ella nació... —habla, tragando todas sus lágrimas—. Sentí que en mis brazos tenía una bomba de tiempo la cuál nunca sabría cuando explotaría. Sus primeros años eran de sonrisas, siempre fue de sonreír, no había un día en el que ella no estuviera con todas las pilas cargadas. Luego de la partida de su padre, note como cambiaba. Ya sabes, tener una hija es como llevar un cable que te conecte a ella. Y Maggie nunca cortó ese cable por más que quisiera hacerlo. Yo sentía todo su dolor. Es buena queriendo esconder sus pensamientos, pero de mi alcance nunca podrá hacerlo. Tuve tanto miedo de que ella explotará en ese momento, cuando él los abandonó, que no supe como reaccionar. Pero fue lo suficientemente madura para controlar sus impulsos. No por ella, nunca haría algo por si misma, sé que lo hizo por mí, por Franco, por su hermano ante todas las cosas. Ella es una persona muy sensible, de muchas emociones enloquecidas, y desde que tú llegaste a su vida, estar conectada a sus pensamientos me hizo darme cuenta de que muchas cosas se revolucionaron en su vida. Así aunque lo niegue.

—¿A qué quiere llegar? —pregunto, completa y absolutamente confundido.

—A que ella te ama. Odia eso. Odia amar, por eso se aleja. Porque sabe que cuántas más personas deje entrar a su vida, más la lastimaran. Ella cree que todos, no importa quién sea, le harán lo mismo que su padre: Herirla. Abandonarla. No soporta el amor. —niego con la cabeza, riendo sin gracia alguna.

—No, ella no me ama. Me lo ha dejado muy en claro. —intento convencerme de que no es real. No quiero seguir creando una expectativa que no existe.

—Es porque no te has animado a mirar más allá de esa armadura de hierro que ella se armó con los años. Si pudieras hacerlo, si te animaras a mirar a través de ella, lograrías darte cuenta de lo enamorada que está. Así es Maggie. Tiene todo ese amor que no se anima a entregarle a nadie.

No la miro en ningún momento. No quiero creerle. No quiero seguir profundizando todavía más en ella. Sobre todo luego de las mil veces en las que me dijo que no siente nada por mí, que no me ama. Me lo ha dejado muy en claro en todas sus oportunidades, y eso es suficiente para no seguir insistiendo. Pudo haber accedido a que nos acostemos todas aquellas veces, pero me dijo que no me ama, y eso basto para mí. De la única forma en que pueda seguir intentando una vida con ella es sí se anima a decirme todo eso que siente por mí, según el punto de vista de su madre. Pero mientras tanto, yo sigo al margen para Maggie. Eso no significa que no este dispuesto a protegerla con mi vida, con todo lo que tengo, con todo lo que soy. La amo, y estoy seguro de eso. Estoy seguro de mis sentimientos. Todo es por ella.

El momento del entierro comienza. El cura dedica unas cuántas palabras a la memoria de Franco, y yo me mantengo inmutable. No digo nada, no hago nada, solo puedo pensar en Maggie y en el infierno en que se encuentra. Poco a poco el ataúd desciende, y es cuando descubro que Julia rompe a llorar, siendo consolada por Isaac. Isabella se posiciona a mi lado, tomando mi mano con la suya. La acepto. Ella tampoco llora. En su mirada no puedo ver rastro alguno de haber estado llorando en algún momento. Solo se mantiene inmutable, quieta, seria. De pronto, ella tira mi mano para que me incline. Al hacerlo, susurra a mi oído:

—Quiero irme con papá. —dice. Mi confusión es clara a la hora de mirarla a los ojos. No entiendo con exactitud a que se refiere.

—¿Quieres que te lleve a casa? —le pregunto.

—No, me refiero a que quiero irme con papá. Quiero irme a vivir con papá a Alemania. —ella contestó y no me gasto en ocultar mi sorpresa. No le respondo nada. Pienso en hacer que nos alejemos para poder hablar en privado y que me explique, pero por respeto espero a que la ceremonia finalice. Cuando eso sucede, los presentes poco a poco se despiden de Julia, abandonando el entierro que ya llegó a su fin. Tomando a Isabella de la mano, hago que nos apartemos unos prudentes pasos para que podamos hablar. Al llegar al banco en donde anteriormente me encontraba sentado, hago que ella se siente, arrodillándome, frente a ella, para mirarla desde abajo.

—¿A qué te refieres con que quieres irte a vivir a Alemania? —pregunto, mirándola direntamente a los ojos. Por más que los años pasen y ella siga creciendo, siempre será la bebé que vi nacer. Por eso siempre comprendí a la perfección la actitud de Maggie, de siempre ponerse a la defensiva. Yo, en su lugar, si Isabella hubiera estado en el lugar de Franco, me volvería loco.

—Quiero irme a vivir con él a Alemania. Quiero estar allá. Volver con mis amigos, con mis antiguos profesores de piano y con todos a los que conocí cuando empece la primaria. —ella también nació allá. Se acuerda perfectamente de todos los que conoció cuando todavía vivíamos en Alemania. Recuerdo que cuando decidimos venir a vivir acá, no tuvo tiempo ni de demostrar lo triste que se encontraba. Pero, sinceramente, siempre creí que ella preferiría quedarse a la custodia de Anabell. Después de todo, es la mamá. No entiendo su cambio de actitud.

—Pero... —comienzo—. Creí que...

Ella me corta. —No quiero sonar mala, a mamá la quiero mucho, pero ella siempre está trabajando, casi nunca la veo, casi nunca está en casa. Dejarla e irme me duele, lo digo en serio, pero Liam, hablo en serio cuando digo que quiero irme con papá.

Puedo notar con detalle como su mirada se llena de lágrimas, pero no derrama ninguna. ¿Cómo puede ser que los seres humanos, incluso desde pequeños, inocentes, sin comprender la vida del todo, canalicemos el dolor queriendo huir de él? Sé el motivo por el cuál quiere irse a Alemania, y no logro comprender como puede entender tanto siendo tan chiquita.

—Lo entiendo, Isabella. No te sientas mal por mamá, es lo que tú quieres y lo entiendo. —digo, tomando sus manos con las mías—. Pero de todas formas, de eso se encargará la justicia. Lamentablemente nadie se fija en lo que los hijos quieren a la hora del divorcio entre los padres. Solo queda esperar que dictarán los jueces sobre quién se hará cargo de tu cuidado, ¿lo entiendes? Puede que te quedes con mamá, como que te vayas con papá.

Ella asiente con su cabeza. —Sí, lo entiendo.

—Ya debemos irnos. —demando, fijándome la hora en mi reloj. La tomo de la mano, comenzando a caminar con ella hasta mi auto. Con una media sonrisa, y un asentimiento de cabeza, me despido de Julia, subiendo al auto, encendiendo el motor para irnos de ahí. La mente me explotará de tantos pensamientos acumulados.

La despejada tarde de un sol que poco a poco se va escondiendo, dejando su cálido rastro de presencia, nos acompaña durante todo el silencioso viaje en el que ella se mantiene con la mirada a través de la ventana, junto con la agradable brisa. Por más que sea un agradable día, la ocasión, lo sucedido, lo transforma en una verdadera mierda. Cuando llegamos a la mansión, Beatriz nos abre la puerta e Isabella se va a su habitación, subiendo las escaleras sin mucho animo.

—¿Cómo está ella? —Beatriz me pregunta, y entiendo que se refiere a Maggie. Me despojo de mi saco de traje y aflojo el nudo de la corbata.

—No pudo asistir al funeral. —comento, en un suspiro ahogado.

—Es entendible. Debe estar sumamente destrozada. —sí, y lo peor es que no sé como unir esas partes dispersas. No sé que hacer. Una media sonrisa es mi única respuesta—. Por cierto, tu padre te espera en su oficina.

Asiento con la cabeza y la veo irse. En ese momento, la nueva empleada sale de la cocina, acercándose un poco hasta mí. Luce joven, su rostro aniñado y cansado me da a conocer que tiene las mismas preocupaciones que alguna vez vi en Maggie cuando aún era desconocedor de su tormento.

—Señor, ¿quiere algo? —me pregunta, amablemente, y con el respeto claro en su postura tensa.

—No, te lo agradezco. —ella asiente y se va nuevamente a la cocina. La vieja presencia de Maggie recorriendo la mansión, metida en ese oscuro traje, caminando de un lado hacía el otro, mirándome mal, frunciendo su ceño ante todo y soportando tantas cosas, soportando lo imbécil que fui con tal de llamar su atención, me hace extrañarla con locura. Me siento presionado del cuello al no saber de que forma verla bien.

De pronto, mi padre se asoma por la puerta de su oficina, visualizándome desde el umbral. Con una simple seña en un movimiento de su mano, él me indica que me acerque, y eso es lo que hago, obligándome a alejar todos esos pensamientos que abruman mi cabeza de noche y de día.

Al entrar acompañado de él, cierro la puerta a mi espalda, y me quedo de pie esperando a que empiece a hablarme. Sé que seguramente busca ahogar todas sus preocupaciones en mí, eso es lo que sabe hacer. Lo que siempre supo hacer. Desaparecer días y días enteros, esconderse detrás del trabajo, no hacer acto de presencia nunca, ni cuando más lo necesitábamos, pero cuando está, ahí lo vemos, en busca de desbordar toda su mierda sobre nosotros. Veo como su corbata se encuentra desprolija, su camisa arrugada, el saco de su traje mal puesto sobre sus brazos, su cabello despeinado y la barba sin afeitar. Da grandes y fuertes caladas a su cigarrillo antes de aplastarlo sobre el cenicero, y dejar a un lado la taza del café frío de no haber sido consumido con anticipación.

—¿Me dirás que sucede? —pregunto, cansado de sus actitudes y su desesperante silencio.

—Mañana es el juicio. Necesito saber si estarás ahí. —yo solo asiento, viendo como su mirada divaga en un lugar muy lejano al que nos encontramos—. Mi abogado ya me puso al tanto de todo. Me dice que se encuentra muy convencido de que ganaré la custodia de Isabella. ¿Tú que crees? ¿Sabes algo de tu madre?

No puedo evitar sonreír con pura gracia y molestia. Él me mira desconcertado.

—¿De eso se trata? ¿Se trata de «ganar» la custodia? —pregunto, realmente molesto—. ¿Es esto una competencia? ¿Una venganza quizás? ¿Acaso importa Isabella y lo que ella piense?

—Por supuesto que ella me importa y lo que piense, pero tú sabes perfectamente que ante la justicia, lo que un menor piense o diga no es tomado en cuenta. Me importa Isabella, y es por eso que quiero llevarla a vivir conmigo. —puedo ver la molestia en su mirada ante mi forma de retarlo.

—¿Sabes lo que me dijo ella? Que quiere irse contigo. Sinceramente no entiendo el por qué, si nunca has estado en ningún instante con nosotros. Es sorprendente que alguien de esta casa quiera irse contigo a algún lado, ya que te encargaste de hacer que perdamos el más mínimo cariño por ti. —él no responde—. Dime, ¿qué sabes de Dylan?

Silencio.

—¿Qué sabes de él? ¿Cómo va en el colegio? ¿Qué es lo que él quiere y no quiere? —siento como mis puños se aprietan, endurecen, todo mi rostro se endurece.

—Él tiene dieciocho años y al ser mayor de edad, dejo en claro que quiere quedarse en este país, a terminar el secundario y seguir con su vida, aquí, pero eso no significa que no lo quiera y que no vaya a seguir viéndolo. —aclara, dejando escuchar su temblante voz.

—¿Cuando lo verás? ¿Cuando no estés con el trabajo metido en la garganta? Déjame adivinar, lo que harás es mandarle un mensaje diciendo que no puedes venir a verlo porque tienes que trabajar, pero en cambio le dirás que le tienes un regalo para asegurarte que no se queje, ¿verdad? —él guarda silencio, una vez más—. Esa historia ya la conozco, evita repetirlo con él. Como sea, Dylan es inteligente, sabrá no guardarte cariño.

Volteo, acercándome a la puerta para poder irme de una vez. Pero antes, hablo una vez más.

—Espero que Isabella tampoco te guarde cariño. Aunque ella quiera irse contigo, ojalá no obtengas la custodia.

Y salgo de ahí.

Salgo a la calle con una sola cosa en mi mente, que busco llevar a cabo lo más rápido posible. Subiéndome al auto, intento llegar a su casa con mucha velocidad, sin importarme que tan rápido estoy conduciendo. Una vez en la puerta, Laura es quién me recibe. Al verme, me dedica una sonrisa de boca cerrada.

—Si vienes a verla, pierdes el tiempo. No habla. Parece estar muerta en vida propia. —Laura me deja entrar a la casa y eso es lo que hago.

—Intentarlo no me cuesta absolutamente nada.

—Como quieras, yo seguiré aquí abajo. —asiento, y subo las escaleras lo más rápido posible. Al llegar a la puerta de su habitación, de un solo movimiento abro la madera y una oscuridad con aires deprimentes es lo que me da la bienvenida. Miro hacia adentro, descubriendo que todo es oscuridad, profunda oscuridad. Las ventanas, las persianas y las cortinas están cerradas, sellando el ambiente, imposible de que un reflejo de luz pueda colarse. Logro localizar una pequeña silueta, su delicada figura acostada en la cama, con la frazada blanca a penas cubriendo hasta la altura de su cintura. Lleva una remera de mangas cortas, blanca, con estampados floreados de rosa: Totalmente opuesto a como su corazón se encuentra. La tensión corta, lastima, sus aires son de tristeza pura, hiriendo a cualquiera que intente acercarse. Le da la espalda a la puerta, imposible así poder ver su rostro.

—Laura, te he dicho que me dejes sola, por favor. —su voz que tanto me gusta escuchar, ahora suena en un hilo a punto de romperse.

—Maggie, soy yo. —no me responde. Me adentro a la habitación con total libertad, dejando la puerta media abierta y rodeando la cama para llegar hasta ella. De pie, junto a donde se encuentra, veo sus ojos perdidos en algún rincón lejano de su dormitorio. Su rostro está hinchado, sus parpados medio pegados, el blanco de sus ojos ahora se encuentra inyectado en un rojo puro, y sus pupilas débilmente dilatadas. Sus mejillas enrojecidas, sus labios gruesos y empapados de lágrimas que caen hasta su barbilla. La imagen es como Laura lo dijo: Se encuentra muerta en vida. Verla de esa forma me destroza de todas las formas posibles.

—Quiero estar sola. —dice esas tres palabras, sin mirarme.

Me acerco un poco con cautela. —Quiero que sepas que estoy dispuesto a darte lo que quieras, lo que sea que necesites por verte bien.

—Ahora necesito estar sola. —repite. Lo entiendo, respeto su decisión y me iré, pero antes me acerco a ella y tomo su fría mano con la mía. Ella aparta su tacto del mío rápidamente, dejándome aturdido ante ese rechazo que no me esperaba. Ella no me mira en ningún momento.

—No quiero perderte, Maggie. Por favor, no me alejes de nuevo. Déjame ayudarte. —ella sigue rechazándome con sus actitudes.

—No sé puede perder algo que nunca se tuvo. —aclara, terminando de romperme—. Déjame sola.

Acato su orden y me alejo lentamente.

—Y Liam. —volteo a mirarla, con el picaporte en la mano y el corazón en el suelo—. Deja de intentar algo conmigo.

Se encuentra tan rota que decido no decirle más nada. Salgo de ahí, llevándome todo el amargo sabor en mi boca. Al salir de esa casa, me subo nuevamente al auto y comienzo a conducir, sin saber bien a donde me dirijo. Termino en un bar, y me adentro sin dudar.

El trayecto es el de siempre. Me siento en una banqueta apartada, el chico que me atiende me entrega una cerveza y ahogo mis penas en completo silencio. Hasta que alguien me toma del hombro, y me giro para verlo, también con una cerveza en la mano y la mirada destrozada.

—Supongo que ambos estamos aquí por lo mismo. —me dice, sentándose a mi lado.

—¡Que gusto encontrarte aquí! —exclamo con sarcasmo, sin mirarlo. Escucho su tiesa risa de borracho, que me hace deducir que lleva aquí hace rato largo.

—El gusto también es mío. Dime, ¿estás por la misma razón que yo, o hay algo más escondido? Alguien más, para ser mas exactos. —veo como le da un largo trago a su botella de cerveza.

—No tendría por qué darte explicaciones a ti, ¿verdad? —sigo sin mirarlo, en ningún instante me molesto en voltear a verlo.

Él vuelve a reír, roncamente.

—Aún sigo sin comprender el motivo de tu enfado. Digamos, Magali supo olvidar y dejar en el pasado lo que sucedió. En ese momento no era un hombre muy maduro que digamos, un hombre que se detuviera a ponerse a pensar que es lo que estaba haciendo con una mujer casada, pero cambie, cambie demasiado. —puedo sentir lo borracho que se encuentra, lo al borde de quebrarse que está.

—Sí, pero lo que no sabes es que yo no soy igual que Maggie.

—No. —niega rápidamente—. No eres igual que ella, por eso la amas, porque son muy diferentes en varios aspectos, y bastantes parecidos en otros.

Yo no respondo.

—¿La amas? —me pregunta lo que no pienso responderle—. La amas, por eso estás aquí. Es una chica dura, muy fría.

—No la conoces. —digo, aún sabiendo que tiene razón.

—Tienes razón, no la conozco. Pero no hace falta hacerlo. Solo con mirarla ya uno se da cuenta de las heridas ajenas. Como las tuyas, estás herido por muchas personas, ¿no es así? —suelto un pesado suspiro—. Sí quieres mi consejo, aunque dudo que lo quieras, te puedo decir que la única forma de ablandar un corazón duro es dándole su espacio, para que aprenda a amoldarlo por si mismo. Los cambios empiezan desde uno mismo, desde el interior de si mismo, no permitiendo que otras personas lo presionen, ¿me entiendes lo que quiero decir? Todo depende de ella, de Maggie, de curar sus propias heridas.

Tragando todos mis pesares, los ingiero con un largo bocado de alcohol que quema mi garganta.

Después de todo, me debía una charla entre cervezas, lágrimas contenidas y una pesada noche con mi padre. Con mi verdadero padre.



***


¡Nuevo capítulo!
Iba a actualizar mañana a la noche, pero la ansiedad me ganó.

¿Qué les pareció?
Quería comentarles qué, en la versión corregida que lo voy a hacer por Word, capítulos como estos tendrán más contenido. Tenía un par de cosas más por escribir acá, pero no quería dejarlxs sin un capítulo, así que lo hice rápido. Esa versión de las que les hablo espero que algún día (en un futuro muy, muy lejano) puedan conseguirlo en librerías. No es nada seguro igual, pero eso espero.

Creo que no tenía nada más para decir, sólo que espero que el capítulos les haya gustado. Prometo volver a publicar mañana a la noche. 💛

Ya saben:
Si les gusta mi trabajo, voten.
Si tienen algo que comentarme sobre la historia, háganlo en los comentarios.
Apoyen la lectura. ❤

Atte:

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro