No estaba entendiendo la gravedad del asunto, o creo que más bien no quería entenderlo. En el momento en que Lena me reveló esas palabras, todo mi cuerpo se paralizo y no supe con exactitud que debía decirle. Simplemente no dije nada al respecto, y al cabo de los próximos minutos, cuando ya hablamos lo suficiente, yo me fui directamente a mi casa, con esas palabras golpeando en mi cabeza. Liam estaba esperando un hijo, un hijo de Sofía, y ella ahora está muerta, fue asesinada. Ella, su hijo, no merecían ese final tan desgarrador.
Cuando el amanecer llegó, mis ojos todavía se encontraban abiertos de par en par, ya que en ningún momento logre conciliar el sueño ante los miles de pensamientos que llenaban mi cabeza. Mi celular vibra en mensajes que me llegan, y veo que son de Alex, preguntándome, entre tantas cosas, el motivo por el cual me fui, si estoy bien, y si pasó algo grave. Decido responderle en frases rápidas y cortas para no seguir preocupándolo, y me encierro en el baño en busca de una ducha que despeje mi mente. ¿Tendré que decírselo a Liam? ¿Cómo lo voy a hacer? ¿Y sí lo mejor es dejar las cosas como están?
Al salir de bañarme, me arreglo con lo primero que encuentro y termino de secar mi cabello. Viendo la fecha del día de hoy, recuerdo que falta poco para que llegue mi cumpleaños, y eso significa preparar algo bueno, que por más que sea mi cumpleaños, a mí no me interesa ese día, sino que solo lo hago por Franco, para salir con él, para estar con él, para aprovechar cada minuto, segundo, cada escaso momento que pueda estar a su lado y verlo feliz. Tomando mis pertenencias, salgo de mi habitación, luego de mi casa, y en la puerta la veo a Laura, dentro de su auto estacionado. Antes de meterme a bañar le había tecleado para que pasara por mí, y así poder ir a la universidad. Me siento lo suficientemente bien para comenzar a replantearme la idea de rehacer mi vida, y eso empieza con anotarme nuevamente a mis clases de psicología. No puedo seguir esperando, no puedo seguir posponiendo, y tampoco pienso hacerles caso a las ideas de Alex, sobre qué tengo que tomarme las cosas con calma y relajarme en mi casa. El tiempo sigue pasando y no tengo porque perderlo en lamentarme todo un año sin vivir.
—¿Algo nuevo para contar? —ella me pregunta, a medida que va manejando. Lleva un chicle en su boca que mastica con entusiasmo y el ruido que provoca sus dientes irrita mi cabeza.
—¡Deja de ser tan ruidosa! —me quejo, poniendo la palma de mi mano sobre su rostro.
—¡Estoy manejando! —me grita, y comienzo a reír mientras le tiro con todos los papeles que encuentro en su desastroso auto.
—¿Algún día limpiaras esta mugre? —comienzo a molestarla.
—Deja mi suciedad en paz, no molesta a nadie. —me avienta con el papel que recién le tire.
—Claro, hasta que los hongos y las ratas te coman los pies. —me carcajeo y ella, más que molestarse, me avienta con su cartera.
—Más hongos tendrás en la entre pierna y Liam no se queja. —me carcajeo con fuerza y le tiro nuevamente con su cartera, provocando que lo que lleva dentro de ella se caiga al suelo del auto. Me rio una vez más y el auto se desvía, provocando que los conductores que van detrás nuestro nos griten groserías—. ¡Tarada! —ella se queja de mí, una vez más.
Laura vuelve a conducir correctamente, con el rostro encendido de la vergüenza ante los abucheos de las personas. Al llegar a la universidad, mi amiga acepta esperarme en el auto y yo me adentro. Caminando por los extensos pasillos, los recuerdos de la primera vez que entre a empezar mis clases inundan mi cabeza. No me arrepiento de haber dejado todos mis estudios de lado, tenía un claro motivo, y Franco siempre será ese especial motivo que me impulse a darlo todo de mí.
Al ser época en el que los alumnos vienen a anotarse, no hay mucho movimiento, más que algunos que van, vienen, y desaparecen por los pasillos. Cuando llega mi turno, la misma señora que conocí la primera vez me atiende y no deja de hacerme infinidades de preguntas: Sé muy bien que vieron mi caso en la noticia, eso explicaría el motivo por el cual los que me cruce en los pasillos me miraban con asombro, o más bien, como si fuera un fantasma.
—Muy bien, Magali, las clases comenzarán dentro de dos meses. Cualquier duda que tengas, las puertas se mantienen abiertas para todas las respuestas que necesites. —yo le sonrío a boca cerrada—. ¿Puedo saber cómo está tu hermano?
Todos, incluso los profesores, están al tanto del porque yo deje los estudios la última vez. Bueno, la ante última vez, porque la última fue tras lo sucedido hace un año. —Etapa final, cáncer terminal.
Al dar esa respuesta, el inevitable nudo se instala en mi garganta y me obligo a reprimir todo eso que tanto me lastima. Ella hace una mueca de pena.
—Mi marido también llegó a esa etapa final. No te mentiré, fue lo más doloroso por lo que tuve que atravesar en mi vida, pero como él una vez me dijo antes de morir: «Todo pasa, todo dolor se cura, y algún día se olvida.» pero en cierta forma se equivocó, nunca se olvida, solo se aprende a vivir con eso. —yo asiento, agradecida y, luego de despedirme, salgo de ahí con las fechas y horarios en mano. Mentiría si dijera que no estoy sumamente emocionada por empezar los estudios nuevamente y esta vez espero que sea definitivo.
Cuando vuelvo al auto de Laura, la veo a ella tecleando lo que sea en su celular. Al terminar, lo guarda y me mira esperando por noticias.
—Dentro de dos meses empiezo. —aseguro, y ella asiente con aprobación, para luego encender el auto y ponerlo en marcha.
—Entonces ahora vamos por un café porque no tuve tiempo de desayunar y muero de hambre. —yo no digo nada, sólo me limito a re ojear el documento que llevo en mis manos—. Por cierto, mañana por la noche es la fiesta de la que te hable, en la que ese tipo, el Escorpión, estará sin falta. Por lo que escuché de esa pareja que estaba en la barra la otra noche.
—De acuerdo. —asiento, pero no puedo evitar sentir la incomodidad. Las palabras de Dan golpean en mi cabeza, lo que sucedió esa noche, el peligro en el que Laura estuvo metida. Ese tipo me quiere a mí, y esa noche, hace un año, la tomo a mi amiga como único método de atraerme a mí. Así como se deshizo de Sofía, tranquilamente pudo haberlo hecho también con Laura. Quiso matarme, pero falló en el intento, y no dudo que seguramente esté planeando volver a hacerlo.
—¿Todo bien? —mi amiga me pregunta, estacionando en el mismo bar al que venimos desde que somos adolescentes.
—Claro. —cubro mi malestar para que ella no lo noté, y nos bajamos del auto. Adentrándonos al cálido y acogedor sitio, ambas nos sentamos en un lugar apartado, junto a la ventana, donde tenemos la vista exclusiva con dirección al gran televisor, que se encuentra encendido. El aura del lugar es tranquila, las personas charlan entre sí, el aroma a incienso, mezclado con café recién hecho inunda mis fosas nasales y es justo el lugar que necesito para relajarme. Nadie parece reconocernos, tengo entendido que, durante meses, e incluso cuando yo desperté, fuimos un tema muy tocado por los medios de comunicación y en las redes sociales. Y el hecho de que nadie se nos quedé observando desubicadamente es muy agradable.
Una chica nos toma el pedido y en seguida vuelve a su puesto.
—Tengo que contarte algo. —comienzo, y Laura me presta atención—. Anoche me vi con Lena.
Ella parece sorprendida. —¿Anoche no me dijiste que saldrías con Alex?
—Sí, salí con él, pero luego nos fuimos a su departamento. Cuando se durmió, recibí nuevos mensajes de Lena, avisándome que está en la plaza y que ahí se quedaría esperando por mí. —tomo un bocado de aire para continuar—. Fui, hablamos, yo le hice preguntas que ella me contestó, pero luego me contó algo que no estoy segura si yo realmente quería saber.
—¿Qué? ¿Qué fue? —pregunta, con los nervios en su mirada. Antes de poder responderle, la chica regresa con nuestra orden y decido guardar silencio hasta que se marche. Cuando lo hace, hablo nuevamente.
—Sofía estaba embarazada la noche en que la asesinaron. —ella se atraganta con el té que pidió—. Y eso no es todo: Adivina de quién era ese hijo que Sofía estaba esperando...
—¿Del asesino? —niego con la cabeza.
—De Liam, Liam Hamann. —respondo con el corazón latiendo a mil.
—¡¿Qué?! —ella grita, y tengo que callarla, porque todos a nuestro alrededor nos miran extrañados.
—¡Shh! Sí, de Liam, ese hijo era de Liam y ahora no tengo ni puta idea de cómo se lo diré. Tengo miedo de su reacción, tengo miedo de, como él hace más de un año salió de las drogas, una noticia tan fuerte y chocante como esta lo haga volver a caer. Además, no es algo fácil de decir, ¿cómo lo haré? —pregunto exasperada.
—¿Quieres que se lo diga a Lucas, y que él, como el amigo que es, sea quién se lo diga?
—No, evita decírselo a alguien. Es un tema un poco personal, ni yo debería saberlo. Pero se lo diré, esperaré al momento adecuado, pero lo haré. —ella asiente y le doy un sorbo al café, que calienta mi garganta con su amargo sabor.
—Eres la única persona que conozco que no le pone azúcar al café. Suficiente con que no consumes carne, encima no endulzas el café. —bromea, poniendo sus codos sobre la mesa.
—Por lo menos no tomo un té tan extraño. ¿Té de Rosa Mosqueta? ¿En serio?
Ella se encoge de hombros, haciendo que un rubio mechón de cabello se caiga de su rodete improvisado. —Tiene un rico aroma.
Ambas reímos, sintiéndonos muy cómodas. De pronto, cuando ella va a hablarme, el televisor suena por todo el lugar, logrando que enfoquemos nuestra atención en él.
«A cinco años de la extraña desaparición de Clara, una nueva pista nos lleva a recordar su caso.»
El periodista habla, haciendo que yo también recuerde la desaparición de esa chica de quince años.
«Una pareja que fue a acampar encontró una mochila celeste. En su interior se encontraba la ropa que Clara llevaba antes de desaparecer, con manchas rojas de sangre y, alrededor, mechones de lo que se reconoció como el cabello de la víctima, también con sangre.»
Una piedra se instala en mi estómago al ver la foto de la chica, cuando tenía quince años y, abajo de ella, una frase que recita al temor más puro: «¿Dónde está Clara?»
Cuando salimos de ahí, Laura y yo nos montamos en su auto, ella enciende el motor y lo arranca, para que todo el viaje sea silencioso. Aunque no me hable, aunque no me diga absolutamente nada, sé que ella está pensando lo mismo que yo: Ambas tenemos miedo, no sabemos cómo reaccionar y qué hacer. Yo, por mi parte, estoy segura de que los problemas no tardarán en llegar. Ese psicópata, por ahora, está tranquilo, callado, y no me molesta con sus irritantes mensajes, pero estoy segura que pronto lo hará, estoy segura que pronto regresara y lo que sucedió esa noche no terminó ahí. Mis instintos me hacen pensar que en algún momento me voy a enfrentar nuevamente a ese loco, y cuando ese día llegue, no le será tan fácil querer acabar conmigo. Estaré preparada, y cuando lo tenga frente a mis ojos, ya no me volveré a olvidar de su rostro.
—¿En qué piensas? —Laura me pregunta, y yo solo me limito a mirar a través de la ventana.
—En que olvide que tengo que ir con el neurólogo. ¿Me llevas? —le pregunto.
—Claro. —contesta, cambiando el rumbo del camino que llevaba haciendo. Al llegar al hospital, ella se baja conmigo, dejando el auto estacionado. Mientras Laura me espera en la sala, el doctor me llama, haciendo que me adentre a su oficina.
—¡Bien, Magali! —él comienza, poniéndose los lentes, mientras revisa lo que sea en su computadora. Su oficina, al igual que él, es muy pulcra: blanca, sumamente ordenada y limpia. Es realmente agradable a la vista. Como el doctor me indica, me siento sobre la camilla. Veo que se acerca a mí, empezando por revisar mis ojos—. ¿Cómo te sientes? ¿Tienes algún dolor en tu cabeza? ¿Algún dolor que no sea común? ¿Crees haber recordado algo?
—Estás últimas mañanas, cada vez que me levanto, me duele un poco la cabeza cuando hago algún movimiento brusco, o cuando la luz me da de lleno en los ojos. —él asiente con su cabeza, esperando a que continúe—. Estuve teniendo muchas pesadillas recurrentes, las cuáles hablé con mi psicóloga, y lo estuve tratando con las pastillas que me recetó el psiquiatra al que comencé a ir. Mi psicóloga me dice que son pesadillas producto al trauma que viví, pero yo ya no sé con claridad si son solamente pesadillas, o se tratan de recuerdos fugaces.
—Bien, te haré un chequeo. Necesito que te acuestes en la camilla, te relajes, y respires con calma. No tienes que hacer ni el más mínimo movimiento, ¿de acuerdo? —conozco el procedimiento gracias a las veces que acompañe a Franco. Cuando acaba, veo como el doctor observa las radiografías de mi cerebro—. Todo en tu cerebro está en orden, ningún daño, no noto nada afectado, nada grave. Te recomiendo que comiences a hablar con tu terapeuta todo, cada escena, cada sueño o pesadilla, por más mínima que sea, sobre esa noche. Así una cita, alimentara a la otra, y poco a poco las piezas de tus recuerdos se irán uniendo. Lo que tienes es una amnesia momentánea, lo terminarás recordando todo, pero siempre tienes que ir de a poco para no afectar tu salud. Si intentas recordarlo todo por la fuerza, lo que conseguirás es un gran dolor de cabeza, mareos, náuseas y hasta desmayos.
—Entiendo. —es lo que respondo—. ¿Necesito saber algo más?
—Sí, lo mejor es que descanses, te tomes las cosas con calma y vayas tranquila. No te digo que recordarás todo muy pronto, pero, así como puede pasar mañana, puede que no pase nunca. Es cuestión de ver cómo reacciona tu mente, ¿lo entiendes? —asiento, un poco decepcionada. Tenía la esperanza de que me dijera que pronto podría recuperar la memoria. No me gusta nada el que quizás eso no pase nunca. El neurólogo me da una copia de las radiografías, y me despido agradecida, para luego irme. Al llegar a donde se encuentra Laura, la veo hablando con Alex. ¿Qué hace él aquí?
—Hola. —hablo, queriendo llamar la atención de ambos, y cuando Alex me ve, se acerca a darme un beso que no dudo en responderle—. ¿Qué haces aquí?
—Estoy tomándome un descanso para ir a almorzar y en el camino vi el auto de Laura, supuse que, como me habías dicho, estarías en el neurólogo con ella. ¿Qué tal te fue? —pregunta, estirando su brazo alrededor de mi cintura para acercarme a su cuerpo.
—Supongo que bien, solo que cabe la posibilidad de que nunca recupere la memoria. —digo, sonando notoriamente preocupada.
—Cabe la posibilidad, no es nada seguro, Maggie. —me habla, Laura—. Ya sabrás que todo irá bien y con el tiempo las cosas se irán poniendo en su lugar.
Yo asiento, con una sonrisa torcida.
—Yo ahora tengo que irme, ¿no te molesta que te deje con tu chico? —pregunta, con una sonrisa ladeada.
—Ni un poco. —contesto, pero aún desanimada. Cuando ella se va, Alex y yo salimos a la calle, acercándonos a su auto—. Espera, ¿tendremos que ir en tu patrulla?
—¿Qué tiene de malo? —pregunta, abriendo la puerta, y me veo obligada a subirme a su lado.
—No sé, es un poco raro. Cualquiera podría pensar que me llevas presa. —digo, riendo. Abrocho mi cinturón de seguridad, al igual que él también lo hace.
—Suena tentador, ¿verdad? Podríamos jugar a eso esta noche. —me guiña el ojo, divertido, y yo le golpeo el hombro. Él comienza a conducir hasta que llegamos al lugar de comida más cercano. Al entrar, la camarera no se demora en acercarse a tomar nuestro pedido. Ella se va y yo aprovecho para hablarle.
—¿Puedo preguntarte algo? —él asiente—. Hoy vi en las noticias sobre el caso de la chica, Clara, que desapareció hace cinco años. Tú que eres policía, ¿qué noticias hay sobre ella?
La chica justo llega con nuestra orden y se aleja con la misma velocidad. Alex, lo primero que hace, es darle un sorbo a su refresco, antes de responderme.
—En mi lugar de trabajo no nos encargamos de ese caso en particular, tampoco tengo idea de quién lo hace. Pero por la poca información que va y viene, lo único que sé es que hace aproximadamente dos años habían archivado el caso de Clara, no sé si con esto que sucedió lo reabrirán, o dejaran las cosas como están. Ellos dicen estar seguros que quizás ella está muerta, sobre todo con la mochila llena de sangre que encontraron. —yo dejo mi comida de lado, imposible de poder comer algo.
—¿Cómo pueden darla por muerta, así como así? —pregunto, indignada—. ¿Y sí ella está viva? Claramente alguien la tiene secuestrada, ¿y sí está esperando a que alguien la encuentre, la salve?
Alex me mira apenado. —A mí me encantaría poder hacer algo, lo sabes, pero nada está a mi alcance. Yo no estoy a cargo de ese caso, y tampoco puedo hacer nada para que reabran el caso y la sigan buscando.
—Pienso en ella, en su familia que debe estar tan preocupada, en su madre, en sus amigos que deben seguir pensando en Clara, ¿cómo puede dejar las cosas así, sin ninguna respuesta? —él suspira.
—Mira, para que te quedes tranquila, yo iré a la comisaría y preguntaré a mis compañeros sobre qué es lo que saben ellos. Pero es como te digo, si ni yo sé de algo, eso significa que no hay ninguna pista. —no le respondo y su mano se estira sobre la mesa, hasta agarrar la mía—. Pero necesitas estar calmada, ¿entiendes? Lo que menos te hace falta son más preocupaciones.
Yo solo doy un asentimiento con la cabeza. El resto del día se me fue de las manos, y cuando me quise dar cuenta, ya estaba arreglándome para ir tras ese hijo de puta, una vez más.
—¿Qué haremos si lo tenemos frente a frente? —Laura me pregunta, sentada en mi cama mientras ve las infinidades de pastillas que encontró en mi cajón. Cualquiera que no me conociera podría creer que soy una drogadicta—. ¿Agarramos un palo y se lo destrozamos en la cabeza? ¿Nos tiramos encima suyo y lo golpeamos hasta desmayarlo?
—Creo que necesitaremos un plan más inteligente. —contesto, terminando de acomodar mi atuendo. Veo como mi amiga hace una mueca de decepción ante mi negativa de asesinarlo.
—¿Por qué no te pones el vestido que te regale? —pregunta, extrañada.
—Porque si planeo ir tras un psicópata, ponerme un vestido no hará otra cosa que incomodarme a la hora de manejarme en el lugar. —ella asiente. Abrocho mi cinturón y me doy una última mirada en el espejo.
—¿Vamos? —pregunto, queriendo alentarme a mí misma. Laura asiente, segura, y salimos de mi casa. Para mí suerte, mi madre se mantiene ocupada todo el día entre el trabajo, las salidas con Isaac, y sus horas libres las invierte en ir a visitar a Franco. Aunque casi no la vea, ya casi no hable con ella, intuyo que al igual que yo, ella debe estar destrozada emocionalmente. Acostumbrarnos a una vida sin Franco no es algo que queramos aceptar hacer.
Cuando llegamos a la fiesta, es lo mismo que siempre. Laura camina unos centímetros más adelante que yo, mientras que la sigo, intentando esquivar a todas las personas. Cuando nos sentamos en la barra, yo no puedo evitar mirar a todos mis costados, en busca de por quién vine a este lugar. Hay tantas personas, de diversos estilos, que se me es casi imposible lograr localizarlo.
—Yo quiero una Coca-Cola. —le digo a Laura, y ella le hace nuestro pedido al chico que nos atiende. Pasamos gran parte de las horas bebiendo, ella se acabó casi tres cervezas, y yo la misma cantidad, pero en botellas de Coca-Cola. En ningún momento vemos algún alboroto, o vemos a alguien que nos llame la atención. Todo está tranquilo, la música suena fuerte, y comienzo a creer que, desde que ese tipo apareció en mi vida, las fiestas me tienen harta. Generalmente cuando salía, lo hacía un fin de semana cada tanto, y este último tiempo lo vengo haciendo con tanta frecuencia que me provoca dolor de cabeza. Y noto que Laura está igual que yo. Ambas nos sacamos de la cabeza la idea de que ese desconocido pueda llegar a estar en el mismo lugar que nosotras.
—Creo que lo mejor va a hacer que comencemos a investigar por otros medios, ya estoy muy cansada de las fiestas y, al lado de todos estos adolescentes hormonales, no nos estamos haciendo más jóvenes. —ella sentencia y yo solo puedo darle la razón con una sola mirada, seguido de un largo trago de gaseosa. Algo que si extraño, es el poder beber alcohol, pero la medicación me lo impide.
—Iré a fumar, ¿quieres acompañarme? —le pregunto.
—Prefiero quedarme y ver si puedo escuchar o ver algo que nos sirva. Ya sabes que no me moveré de aquí, así que ve tranquila. —asiento con la cabeza y me alejo de ella. Yo tampoco llego a ver nada, y dudo mucho que esta fiesta sea de las que él pueda llegar a venir. Abro la puerta de madera que da hacía un gran patio, y salgo, sintiendo el fresco aire. Puedo ver en el iluminado farol como pequeñas, y casi invisibles, gotas de agua caen débilmente. Tomo asiento en el peldaño húmedo, para sacar de mi chaqueta la cajetilla de Marlboro. Tomo un cilindro y lo meto entre mis labios para encenderlo. Creo estar sola, pues no escucho pasos, no escucho nadie que hable, ni tampoco respiraciones lejanas a la mía. Expulso el humo del tabaco y decido explorar a mi alrededor. Me pongo de pie nuevamente, sacudiendo la mugre de mi parte trasera del pantalón. Camino lentamente, pateando pequeñas piedras que se cruzan en mi camino, y entonces lo escucho. Distingo dos voces diferentes que murmuran entre sí, y comienzo a pensar que debería irme. Quizás dos, de todos esos adolescentes que allá adentro hay, estén teniendo alguna intimidad que no quiero observar, pero ya es demasiado tarde. Sin darme cuenta doy un par de pasos, hasta que, entre medio de dos paredes, ocultos entre los árboles, los veo a Liam y Verónica. Los veo besándose, él la tiene aferrada, sus ojos cerrados, sus labios no se encuentran duros, y su expresión no me indica que está incómodo. Algo en mi interior se oprime, es una sensación que nunca antes había sentido y no sé cómo reaccionar. Quiero irme, quiero obligar a mis pies a que reaccionen y me grito mentalmente que me aleje de ahí, pero todo mi cuerpo se encuentra inmovilizado, es algo que jamás pensé que podría estar viviendo. Es como experimentar todo eso que alguna vez leí, y nunca creí. Dolor en el pecho. Dolor en el corazón. En el alma. Todo eso de lo que siempre me hablaban, y creí absurdo, ahora me está pasando.
El cigarro se cae de entre mis dedos, e inevitablemente doy un largo respiro. Mis pulmones reciben ese aire, pero no es suficiente. Trago saliva, dando unos débiles pasos hacia atrás y me voy. Por fin reacciono y me alejo de esa escena, dejándolos en paz, dejándolos en intimidad. Porque un tiempo atrás, ella fui yo, y supe tirarlo todo a la mierda, supe alejar a Liam de mi vida y pisotear sus sentimientos. Fui una mierda, y no tengo derecho alguno a sentir esta sensación que estoy experimentando en mi estómago.
Cuando entro, pego mi espalda contra la puerta de madera y mi vista se pierde en la oscuridad de un pasillo lejano a la fiesta. Creo poder sentir humedad en mis pestañas, pero las ignoro. Al cruzar por el pasillo, alguien pasa frente a mí como un torbellino, tropezándose conmigo, casi cayendo sobre mí, tambaleando, pero esa persona se recompone en seguida y apoya su brazo contra el mío.
—Lo siento. —su masculina voz suena distraída, y yo inevitablemente miro a su antebrazo. Una manga oscura está subida hasta su codo, y puedo ver su piel tatuada: Un escorpión. Cuando voy a subir la mirada hasta su rostro, él sigue de largo, pero llego a tomarlo de la muñeca antes de que pueda alejarse de mí. Su cabeza está cubierta por la capucha de una campera, y tiro de su brazo hasta que su rostro queda ante el mío. Y lo veo. Y lo reconozco. Me paralizo y él me mira con el ceño fruncido, para luego liberarse de mi agarre, e irse fugazmente de mi vista. Yo no llego a detenerlo, porque no entiendo cómo tengo que reaccionar.
Uriel, es él.
Con las manos temblantes, y el corazón latiendo en mi garganta ante tantas inimaginables sensaciones, llego a donde deje a Laura, y la encuentro con la mirada perdida a la puerta de salida. Tomo su hombro y ella voltea con rapidez, volviendo su mirada a la mía. Puedo ver el crudo asombro a través de sus ojos y me extraño.
—¿Qué sucedió? —soy quien le pregunta, al verla igual, o quizás peor que yo.
—Acabo... Acabo de ver, creí ver a... —las palabras parecen atorarse en su garganta, y decido ser quien lo diga primero, porque creo saber qué es lo que me está intentando decir.
—Yo acabo de ver a Uriel. —hubo un tiempo pasado en el que Uriel y Laura se conocieron—. Él lleva el tatuaje en su brazo, y espero que sea mucha casualidad sin importancia, pero también usa capucha en su cabeza, capucha oscura.
Ella asiente: —Recién el chico de la barra le extendió un sobre, no sé qué era, pero lo vi, él lo tomo y vi el tatuaje en su brazo. Él no me vio a mí, solo siguió de largo y se acaba de ir por la puerta de salida.
La expresión en su rostro es perpleja, y puedo ver la palidez en su, ya de por sí, blanca piel. Y ella habla una vez más: —Crees... ¿crees que sea él? Digo, puede ser casualidad, puede ser... no lo sé.
Sin pensar, sin decir algo más, camino como si me llevara el diablo hasta la puerta de salida, que se encuentra abierta, y Laura me sigue por detrás. Al llegar a la calle, miro hacía todos lados, buscando su figura, su auto, buscando algo de él que no encuentro, y me resigno al ver las calles completamente desoladas. Puedo sentir la brisa de la noche calar mis huesos, y esa acción me lleva a la misma sensación que sentí cuando estaba dentro de mis sueños... o, más bien, pesadillas.
—Tenemos que irnos. —demando, caminando nuevamente hacía la barra, en donde Laura le paga al chico nuestras bebidas y toma su chaqueta. Me giro, una vez más a la puerta, viendo como Liam sale a la calle. Solo. Sin Verónica, y eso me extraña. Cuando Laura y yo salimos también, noto que su auto ya no se encuentra estacionado, por lo que deduzco que ya se fue tan rápido como pudo, pero, ¿por qué? ¿Cuál es su prisa? Mi amiga y yo nos montamos en su auto, y mientras ella maneja, con sus nervios latiendo alrededor de todo el auto, una idea cruza mi cabeza.
—Déjame en el departamento de Liam. —suelto, y ella me mira de reojo.
—¿Por qué? —pregunta, extrañada.
—Porque tengo que hacerle unas preguntas, pero necesito estar sola, ¿de acuerdo? —ella asiente, escogiendo sus hombros.
—Como quieras, pero luego no te quejes de que siempre terminas en su cama. —pongo mis ojos en blanco. A pesar de la situación, ella nunca abandona su humor.
—Cerda. —escucho su risa, y dirijo mi mirada hacía la ventana. Esta noche no pretendo terminar de esa forma con Liam, realmente necesito hacerle unas preguntas... Y decirle algo demasiado importante.
Cuando llegamos, agradezco internamente que Laura decida irse, sin detenerse a querer entrar conmigo. Ella se va y yo entro al edificio, registrando mi nombre, y subiendo por el ascensor, directo a su habitación. Las puertas metalizadas se abren ante mí, y camino por los pasillos, pudiendo sentir mi respiración y los pasos que doy hasta ya estar frente a su puerta de madera. Al alzar mi puño, no me es necesario golpear, ya que en cuestión de segundos la puerta se abre y ante mí se presenta él, con la expresión en su rostro que pareciera que me quisiera hacer saber que me estaba esperando.
Muevo mi vista más allá de su rostro, y puedo ver su campera de cuero sobre el sillón. Eso me indica que recién llegó.
—¿Cómo...? —empiezo, pero él no me deja terminar.
—Me avisaron en recepción que subías. —aclara, y me siento repentinamente vulnerable ante su mirada expectante, y que me resulta un poco intimidante. No es necesario decir más nada, él se hace a un costado, invitándome a entrar. Eso hago, y una parte de mí comienza a cuestionarse si haber venido fue buena idea. Digo... estamos solos. Él vive sólo. Ambos tenemos una evidente atracción por el otro, y estar en un mismo departamento, sin nadie que nos conozca, sin nadie que pueda interrumpirnos... La voz de Laura y lo que me advirtió en el auto comienza a hacer eco dentro de mi cabeza. ¡Te odio, Laura!
Escucho la puerta cerrarse a mi espalda.
—¿Qué sucede? —pregunta Liam, y me giro a enfrentarlo—. No es que no me guste que estés aquí, es más, todo lo contrario, pero no entiendo porque a esta hora.
Me quedo viéndolo: Tan alto, tan adulto, tan decidido, tan... Trago saliva, obligándome a responder.
—Quise venir a hablarte de algo importante. —digo, y él se queda viéndome. Cruza sus brazos, esperando a que continúe—. Yo... Yo el otro día me vi con Lena... La hermana de Sofía.
Él no parece sorprendido, no me dice nada, sólo se queda viéndome a los ojos.
—Ella me habló de algo importante, algo sobre Sofía antes de ser asesinada. Algo sobre ella... Y sobre ti. —ahora sí puedo ver el asombro y la curiosidad cruzar su mirada, fugazmente—. Creo que lo mejor es que nos sentemos. Sí quieres.
Liam me da un asentimiento con la cabeza, y se acerca al sillón para tomar su campera y dejarla en el respaldo. Aprovecho para sentarme y él lo hace a mi lado.
—¿Quieres algo para tomar? —niego con la cabeza, enfocando la mirada sobre mi regazo. Su silencio es una invitación a continuar mi relato—. Entonces sigue.
Aunque no lo demuestre, sé que quiere saber de qué se trata. Supongo que Sofía era una persona importante en su vida. —Nos encontramos anoche en un parque. Ella me contó... me contó que notó a Sofía muy extraña durante meses, que pareciera que andaba en situaciones extrañas, que se encontraba con un hombre al que ella nunca pudo identificarle el rostro. La noche en que Sofía se fue de su casa, la última noche en la que fue asesinada, Lena encontró algo en especial entre las cosas de su hermana.
Liam no me dice nada, simplemente me mira y temo por su reacción. Mis manos sudan un poco y tengo que relamer mis labios para continuar: —Sofía... ella estaba embarazada cuando la asesinaron. Lena encontró un test de embarazo que daba positivo.
Puedo ver como su rostro palidece más de lo normal, y las palabras se atragantan en su boca. Él aparta la mirada de mis ojos, dirigiéndola a cualquier rincón de la sala. Parece lejano, desconcertado.
Vuelvo a hablar, al notar que Liam parece no tener intensión de responderme algo. —Ella me dijo que sabía, que conocía perfectamente a su hermana, y que sabía que ella no estuvo con nadie aparte de ti. Pero tú, tú estabas en rehabilitación. Es imposible que haya sido tuyo...
No sé a qué estoy queriendo llegar, quizás con mis palabras busco que Liam se dé cuenta que no pudo haber sido suyo. Digo, ¿en qué momento? Fueron unos largos seis meses en los que Liam estuvo internado, y sí hubiera sido suyo, Sofía tuvo que haber tenido un gran vientre. Es imposible.
Su silencio comienza a preocuparme, y no sé qué hacer. Peor que esperar que él comenzará a ponerse furioso contra la persona que la asesino, e intento asesinarme a mí y a Laura, es que se quede en completo silencio, sin darme un indicio de que es lo que puede estar sintiendo ahora.
—Liam... —pongo la palma de mi mano sobre su hombro, y siento como se tensa. El intenso calor atraviesa la fina tela de su remera, hasta llegar mi piel. Él se pone de pie, muy rápido, y no me mira cuando me habla.
—Tengo... tengo que irme.
—¿Qué? —pregunto, confundida.
—Estaré en la terraza del edificio. —y se va, dejándome completamente desentendida. Esperaba una reacción diferente de su parte, no que se quedará sin habla. Me quedo sentada en mi lugar, mirando hacía la puerta cerrada, por donde él se fue. ¿Debería ir tras él? Cansada, tiro mi espalda hacía atrás, dejándome caer acostada en el sillón. Con mi cabeza apoyada en el borde, no me doy cuenta de lo exhausta que me encuentro debido a la medicación, y me dejo vencer por el sueño.
Abro lentamente mis ojos, parpadeando un poco, ya que mi vista se encuentra desenfocada. Entonces lo veo, ahí, frente a mí, con su vista fija en mi rostro, mirándome con tanta seriedad, pero a la vez puedo ver sus sentimientos a través de su mirada. Quiero preguntarle en que momento regreso, si no lo escuche entrar, pero mis labios parecen sellados. Él no me dice nada, y yo tampoco lo hago. Liam se encuentra sentado, a mi lado. Su mano sube hasta llegar a mi mejilla y yo no hago nada para detenerlo cuando su pulgar comienza a acariciar la piel de mi rostro, muy suave y dulce. Cierro mis ojos por un instante, disfrutando de su toque, anhelando por más de él. De pronto, se acerca tanto a mí, que cuando creo que me va a besar, todo se vuelve oscuridad que me absorbe. Me despierto un poco sobresaltada y veo que todavía es de noche y sigo en el sillón de Liam. Fue un sueño, pero parecía tan real.
Me enderezo, mirando a todos mis costados, y noto que su campera todavía sigue al borde del sillón. ¿Cuánto tiempo pasó? Mirando a mi celular, veo que apenas fueron unos minutos. Pienso en la actitud que tuvo Liam, y entonces me pongo de pie, decidida, saliendo de su departamento. Me encamino hasta donde me dijo que estaría, y al llegar, lo veo. Él solo se encuentra en la oscuridad de la noche, de pie junto a la piscina. Abriendo la gran puerta de cristal, salgo, logrando captar su atención. Pienso en que quizás él quiera estar solo, pero no me tiro hacía atrás, me acerco a su encuentro hasta estar a su lado, viendo como fuma tranquilo.
Espero a que él decida hablarme.
—Cuando estuve internado... —él comienza, y le presto toda la atención del mundo—. Faltaba un mes para que me dejarán en libertad, por así decirlo, pero yo quería salir, al menos por unas horas. Uno de los enfermeros, muy buen amigo mío, me ayudo a hacerlo, pero haciéndome prometerle que regresaría. No me preguntes el por qué no quise esperar un mes, yo simplemente estaba desesperado por poder sentir un poco de libertad. Entonces salí, ¿y sabes que era lo que tenía en mente?
Ríe, sintiéndose incrédulo, humillado por decirlo de una forma. Mi silencio es su respuesta.
—Tenía en mente ir a verte, quería verte, estar contigo, sentirte, creí que esa noche podría besarte, tocarte, escucharte hablar o reír. Me estaba desesperando al necesitarte con tanta presión. —sus palabras secan mi boca y puedo sentir un leve ardor en mis mejillas—. Cuando llegué a tu casa, te vi; bajabas del auto de Alex, te dejabas abrazar por él, te dejabas besar por él, reías por él, le sonreías a él, y me sentí... Me sentí como si nunca hubiera sido parte de tu vida, sentí que todo lo que vivimos fue parte de otra vida. Entonces me fui, derrotado, vencido, pero me fui, y terminé en un bar. Fue cuando me encontré con Sofía, ella sola, yo también solo. Ambos queríamos lo mismo, me siento mal al decir esto, pero yo quería estar contigo, por eso accedí a estar con ella esa noche. Lo hicimos en su casa cuando no había nadie, después me fui, y al mes siguiente ya no pertenecía a ese centro de rehabilitación.
Con la mirada puesta en el oscuro cielo estrellado, Liam sonríe recordando. —Pasó una semana de que salí, me acomodé en mi casa nuevamente, y a la noche fui a verte, de nuevo, ingenuo como siempre. Otra vez salías de tu casa, tan hermosa, dentro de ese vestido, sonreías, pero no para mí. Antes de que subieras al auto de Alex, noté que mirabas para tus costados; supe que me sentías, al igual que yo te sentía a ti. Me conforme con verte desde la esquina, oculto, lejos, pero era más de lo que podía pedir.
No creo poder soportar una palabra más de su parte que suene tan dulce hacía mi persona.
—El resto ya lo sabes. Me anime a seguirte, enviarte ese mensaje en la fiesta, y luego aparecerme en tu puerta. Sí, estuve con Sofía, fue un mes antes de lo sucedido. —nos quedamos en silencio, y entonces sí, ese hijo era de Liam.
—No sé qué decirte... Lo siento si no querías enterarte de esto, sentí que debías saberlo de alguno u otra forma. —él me dedica una sonrisa de boca cerrada.
—No te preocupes. —es lo único que me responde, tirando la colilla del cigarro al suelo—. ¿Alguna vez nadaste de noche?
Su pregunta me toma por sorpresa.
—Lo he hecho, sí, pero cuando hace el calor suficiente. —contesto.
—¿Hace cuánto que no te diviertes? —yo sonrío, sabiendo lo que trama.
—No nos pondremos a nadar aquí, ahora. —él bufa.
—¿Y sí te empujo? —lo miro mal, alejándome un poco de él, pero entonces pone la palma de su mano sobre mi trasero, sin pudor alguno, y me sonríe abiertamente. Antes de que pueda quejarme, me empuja hasta que termino totalmente hundida en la fría agua, con ropa y todo. Me lleva unos segundos elevarme, hasta llegar a la superficie y sacar mi cabeza para mirarlo.
—¡¿Estás loco?! —grito, pasando las palmas de mi mano por mi rostro. Veo, desde donde estoy, como él ríe libremente—. ¡Liam! ¡Hace frío!
—Entonces déjame que te caliento. —no entiendo a lo que se refiere, hasta que él se tira al agua, también con ropa y todo. Nada hasta llegar a mí, y yo retrocedo hasta que mi espalda encuentra la pared de la piscina. Liam saca la cabeza del agua, quedando con su rostro muy cerca del mío; puedo apreciar hasta los más mínimos detalles de su piel, como, por ejemplo, esa cicatriz que siempre lleva tatuada en su mejilla. Sus húmedos labios, que lucen más atractivos de lo normal, se estiran en una sonrisa, y su cabello mojado se pega a los costados de su cabeza. Mi corazón comienza a descontrolarse, al igual que mi respiración cuando miro sus ojos que brillan bajo la luz encendida de la terraza. No sé escucha absolutamente nada, sólo estamos nosotros y nuestras ganas de besarnos. Sus claras intenciones son más rápidas que sus acciones. Su mano se posiciona en la baranda de la piscina, acorralando mi cuerpo contra el suyo, y la otra sube desde mi pierna, por sobre la tela de mi jean, por mi torso. Mete la mano bajo mi remera, acariciando mi piel que se eriza al sentirlo. Inevitablemente mi cuerpo se pega al suyo. Sus dedos suben, hasta llegar a mi pecho desnudo. No llevo sostén, y él lo siente. Su boca se acerca a mi oído, susurrando en él:
—¿Así ya no tienes frío? ¿O necesitas más? —no es necesario contestar, sabe perfectamente que nunca tengo suficiente cuando se trata de él. Saca su mano de abajo de mi remera y la vuelve a subir hasta llegar a mi nuca, y acercar mis labios a los suyos. Y cuando sus labios acariciaron los míos, no supe con exactitud si estaba por tocar el más dulce cielo, o el más ardiente de los infiernos. Pero cualquiera de los dos estaba bien para mí, con tal de que fuera él quien me abriera la puerta.
—Pídeme que lo haga. —susurra sobre mi boca—. Dame tu consentimiento.
—Bésame. —es lo primero que sale de mi boca, antes de ver como sonríe, y obedece, presionando sus labios sobre los míos. Primero suave, hasta que su lengua encuentra la mía y comienza a volverse más brutal. Él no duda en apretarme contra su cuerpo, y tengo que abrazar sus caderas con mis piernas ante la ansiedad de más y más. Liam toma con ambas manos mis muslos, aferrándome con fuerza y puedo sentir todo su cuerpo como si fuera parte del mío. Su lengua se hunde más en mi boca y suelto un quejido involuntario, provocando que él muerda mi labio inferior. La ansiedad es clara en nosotros.
Él se separa a la fuerza y quiero protestar.
—Estoy harto de mirar hacia atrás, arrepentido de lo que no hice, o pude haber hecho. Estoy harto de fingir que no me muero por hacerte de todo. —me besa fugazmente, para volver a separarse—. No voy a hacer esto dentro de una piscina.
Ambos reímos y salimos de ahí. Durante todo el camino hasta su cuarto, nos obligamos a estar distanciados en todo el viaje de ascensor, ya que hay personas que trascurren por el edificio. Mojados de pies hasta la cabeza, algunos nos miran extrañados, pero no dicen nada. Las puertas metálicas se abren ante nosotros y salimos con rapidez. Liam abre la puerta y me toma de la muñeca, para cerrarla nuevamente y pegar mi espalda a la madera. Sonrío cuando me vuelve a besar y la ansiedad de su cuerpo llega hasta el mío, abrumando todos mis sentidos. Se separa unos cuantos centímetros para hablarme.
—Estuve esperando mucho tiempo para esto, Maggie. Intenté contenerme, intenté alejarme de ti porque sentía que insistir en que me ames no iba a servir de nada. Quise cuidar mi orgullo y dignidad como lo haces tú, pero descubrí que somos totalmente diferentes. Tú puede reprimir tus sentimientos, yo no, y ya no lo soporto. Te necesito tanto. —me alza en sus brazos con mucha facilidad, sin problema alguno y abrazo sus caderas con mis piernas para no caerme. No tengo tiempo de reaccionar a sus palabras porque ya estoy completamente hundida y perdida en sus labios, en sus besos que no parecen tener fin y me dejo llevar por él y su boca que me ruega por más, que busca arrancarme todos los suspiros posibles. Es inevitable, ya no puedo voltear, ya no puedo detenerme, ni dar marcha atrás: Estoy perdida en él, siempre lo voy a estar. Es él y yo, de alguna forma siempre seremos nosotros y nada más.
Cuando llegamos a su habitación, cierra la puerta y mis pies vuelven a tocar el suelo, pero sus labios nunca se separan de los míos. Tiro de su remera, hasta despojarlo de ella, y camino poniendo mis manos sobre su pecho. De un empujón, él termina sentado sobre la cama y me mira expectante, deseoso. Lo primero que hago es sacarme las mojadas zapatillas, tirándolas a un costado. Sin despegar mi mirada de la suya, pongo mis manos sobre el broche de mi cinturón y me saco el pantalón, que se me dificulta al estar totalmente mojado. Liam me mira de una manera que me hace tener el valor suficiente para continuar. Retiro la remera de mi cuerpo, y mis pechos quedan expuestos ante su mirada. Él no espera más, se pone de pie y pega rápidamente mi desnuda espalda contra la pared, volviendo a besarme. La oscura habitación se encuentra iluminada únicamente por la luz de la luna que entra por la ventana, alumbrando su ancha espalda. Sus dedos bajan de mi estómago, por mi entre pierna, hasta comenzar a tocarme sobre la única tela que le queda a mi cuerpo. Sus labios besan la piel de mi cuello y ambas sensaciones electrifican mi cuerpo. Liam baja sus besos por mi pecho, mi estómago, hasta ponerse de rodillas y bajar mi ropa interior, con su mirada siempre conectada a la mía. Lo obligo a ponerse de pie y camino hasta nuevamente sentarlo en la cama.
Pongo mis manos sobre el broche de su cinturón y termino de bajar su pantalón, junto con su ropa interior. Ambos desnudos, me siento sobre sus caderas y él no duda en tomarme con fuerza.
—Quiero sentirte directo. —él acata mi orden, obligando a que alce mis caderas y me deje caer sobre él, volviéndonos uno, conectándonos, siendo una persona. Con él sentado en la cama, soy yo quien comienza a moverse, llevando el control.
—Te odio. —digo, en un susurro ahogado, mientras lo miro directamente a los ojos.
—¿Por qué? —pregunta, como si supiera con certeza cuál sería mi respuesta. Y lo dije. Dije lo primero se me nublo la mente.
—Porque me haces sentir. —llevo el control de la situación, cada vez más rápido, más profundo, más intenso, perdiendo la razón de mis actos, olvidándome de todo ese mundo que hay tras la puerta de su habitación. Liam toma con fuerza la piel de mis caderas, haciendo un rápido y simple movimiento para que termine acostada sobre la cama, y él sobre mi cuerpo, obteniendo el control. Vuelve a pegar nuestros labios, acomodando sus caderas a las mías, volviéndome loca. Hace tiempo que no siento esto, las veces que mantuve relaciones sexuales fueron sin sensaciones de por medio, fueron para sentir algo que no sea ansiedad, dolor emocional. Ahora con Liam siento de todo, siento de más. Cada fibra de mi cuerpo se encuentra sensible y soy toda sensaciones. Nos volvemos más ruidosos, no podemos controlarnos y no nos interesa más nada.
Su lengua encuentra la mía, y clavo mis uñas en su espalda, rasguñando su piel, mordiendo su labio, disfrutando de él mientras pueda. Sus dedos bajan hasta llegar a mi zona más sensible y empezar a estimularme, logrando que apriete mis dientes con fuerza.
Minutos más tarde, él acaba conmigo y cae sobre mi cuerpo, cansado.
—¿Te arrepentirás de haber venido? —me pregunta, con su rostro escondido en el hueco de mi cuello, dejando un beso detrás de mi oreja.
Una única respuesta abandona mis labios. —Nunca.
***
Nuestro Liam Hamann. ♥
¿Pa que necesitan educación sexual en los colegios si wattpad se los da gratis?
¡Espero que les haya gustado este capítulo, sumamente extenso!
¿Qué les parece la nueva portada?
Para mí esta hermosa, sí, ya sé que todo el tiempo cambio de portada, pero esperemos que esta sea la definitiva.
Les pido, por favor, que voten en los capítulos a partir del comienzo de la segunda parte. Me ayudarían muchísimo.
¡Gracias por su apoyo!
Atte:
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