
Capítulo 33 ┋ Desolación.
Pase todo el resto de las horas hablando con todos los que vinieron a visitarme: Mi madre, Isaac, Dan, quien no ha parado ni un segundo de decirme que no descansará hasta encontrar al culpable de todo este desastre. Alex también ha venido a deshacerse en besos, abrazos y lágrimas reprimidas. No sé si sea el tiempo que pase inconsciente, sí es por todo el año en que no lo vi, aunque fácilmente para mí fueron segundos, o que no termino de procesar lo sucedido, pero me sentí extraña todo el momento en que él me estuvo dando palabras de amor. Me siento sumamente culpable de creer que no estoy sintiendo por él, lo mismo que él siente por mí. Quizás llegue el día en que me termine acostumbrando, o el día en que aprenda a amarlo, pero por ahora, mi corazón no late ante su presencia.
Quien no ha venido a verme, y la entiendo perfectamente, es Lena. Entiendo muy bien lo que debe estar sintiendo, quisiera decirle que todo estará bien, pero no puedo decírmelo ni a mí misma.
Alex se fue diciendo que tiene el turno de toda la noche, pero me prometió que vendría a verme en cuánto pudiera. Después de su despedida, quien entro por la puerta es Laura y ambas nos desarmamos en el dolor de la otra.
—Ju... Juro que no puedo... No puedo quitarme de la memoria el recuerdo de esa noche... Los ojos de Sofía estaban abiertos, había sangre sobre ambas, tú no dejabas de sangrar y creí que te habías ido. Sofía no acataba mis... mis llamados... ella estaba con la mirada en el cielo y no puedo recordar de que sitio la sangre le salía a cantidad. —llora con fuerza, contándome todo lo que recuerda y yo no—. Las abrace a ambas, lloré y grité como pude hasta que la ayuda llegó. Juro que no dejo de culparme por no haberle visto las caras a esos hijos de puta. No sé qué fue lo que pasó, Dan me dijo que iría por el auto, y lo próximo que sentí fue un golpe en mi cabeza. Tengo imágenes entre cortadas de estar dentro de un baúl en movimiento, todo se vuelve cada vez más oscuro cuando quiero profundizar en mis recuerdos.
Sorbe repetidas veces por la nariz y limpia sus mejillas con el borde de su buzo.
—No hablemos de esa noche, al menos no por ahora, ¿de acuerdo? —propongo y ella asiente—. Cuéntame de algo... Lo que sea.
Traga saliva, antes de hablar. —Todo este año ha sido un calvario para mí, sin ti. Aún no me propuse a buscar un empleo, mi padre me dijo cientos de veces que puedo estar todo el tiempo que quiera viviendo con él, hasta que me sienta mejor para volver a mi casa. Ya no tengo empleo, vivo y me sostengo de él. A veces extraño a mamá, las noches se vuelven eternas cuando la recuerdo.
Tomo su mano con la mía, para darle fuerzas. —Afuera el frío regresó. Quizás no tanto como el invierno pasado, pero sí se hace difícil de soportar.
—¿Cómo han sido las cosas todo el tiempo que no estuve? —pregunto.
—Bueno, a mí se me hacía difícil salir de mi casa, sobre todo con la prensa que lo único que buscaba era devorarme en busca de información sobre lo sucedido. Alex se ha encargado de echarlos a todos. Ahora que ya saben que tú despertaste, están como locos esperando por información en la puerta principal. Las veces que vine a verte, siempre estaba Liam. Él es quien se encargaba, más que nadie, de venir a asegurarse de que estuvieras bien, incluso es quien ha pedido que te trasladen a primera clase, todo bajo sus gastos. Hablando con él, supe que inició la universidad hace algunos meses, está estudiando medicina y me hizo saber que le está yendo muy bien, ha cambiado mucho, demasiado a lo poco que lo conozco. Maduro increíblemente desde que salió del centro de rehabilitación. —no puedo evitar sonreír, estoy feliz por él.
—¿Qué más? ¿Sabes algo de Franco? —la expresión en su rostro cambia y la veo tragar saliva. No me mira y sé que algo anda mal.
—Sí... Franco, él está bien. Ya podrás verlo. —sonríe, pero sigue sin mirarme.
—¿No sucede nada grave con Franco? —pregunto, buscando su mirada sin éxito.
Niega con la cabeza. —No, nada grave.
Asiento, queriendo creer que son imaginaciones mías.
—Lo extraño mucho, quisiera verlo. —admito.
—Ya podrás verlo. ¿Sabes? Desde que Franco y Liam se enteraron de que comparten la misma sangre paterna, empezaron a llevarse de una manera muy increíble. Casi puedo decirte que soy hermanos inseparables. Liam siempre va a su habitación a pasar las tardes con él, lo apoya, tanto en la enfermedad, como en lo que te sucedió. Le lleva juegos, dulces, lo que sea que él quiera o simplemente miran películas.
Liam... siempre, de manera inevitable, te apareces incluso cuando no estás presente.
Cuando Laura se va, una idea se cruza por mi cabeza y la llevo a cabo. Ya no tengo cables conectados a mí cuerpo, por lo que decido retirar las brazadas de mi cuerpo, y poner una pierna fuera de la cama. Muerdo mi labio con nerviosismo, siento mis piernas, pero están sensibles y temo caerme. Me siento en el borde de la cama, con las piernas en el suelo, y aprieto con rudeza las sabanas entre mis dedos. Doy una gran bocada de aire y, cuando ya me pongo de pie, me caigo de lleno contra el suelo.
—¡Mierda! —gruño, y escucho la puerta abrirse. Unos pasos aproximarse es lo que siento, hasta que alguien me toma en sus brazos.
—Maggie, ¿qué se supone que haces? —es lo que Liam me pregunta, sentándome en el borde de la cama.
—Querer volver a ser la de antes. —me quejo—. Ya estuve un año acostada, necesito volver a ser yo.
—Y lo harás, pero por ahora tienes que esperar. Pudiste haberte lastimado. —suspira, tomando asiento a mi lado y lo miro. Más allá de sus palabras, los rasgos en su rostro me indica que realmente ha madurado.
—Cambiaste. —digo con asombro.
—Me haces sentir viejo, apenas tengo veinticuatro, Maggie. —ríe. Ya pasaron dos años de que nos conocimos—. Por cierto, hable con Emma y mi hermano, ellos vendrán a verte por la mañana junto con Isabella.
Asiento. —¿Puedo pedirte un favor?
—¿Quieres ir a verlo? —vuelvo a asentir con la cabeza, efusivamente, y hace una mueca—. No debería, pero no puedo decirte que no.
Se acerca al final de la habitación, en donde descansa una silla de ruedas, y vuelve a mi encuentro. Pasa su brazo por mi cintura, y por unos momentos, nuestros rostros quedan frente a frente. La tensión entre ambos nunca se ha ido. Me ayuda a sentarme e intento cubrir mi cuerpo con esta bata que me pusieron de hospital, debajo de ella no llevo nada más que la ropa interior y espero que no lo haya notado. Comenzamos a movernos por la habitación hasta salir de ella y recorrer los desolados pasillos. Fácilmente intuyo que deben ser las once de la noche. No tenemos que tomar ningún ascensor, doblamos a la derecha, y nos detenemos frente a una puerta.
—Aquí es. —Liam susurra por debajo de su respiración.
—Sé que algo anda mal, Liam. Sé que hay algo que no me están contando. ¿A qué me tengo que enfrentar? —pregunto, escuchando los latidos de mi corazón por todo el pasillo.
—Velo por ti misma. —su voz se escucha quebrada y todo mi cuerpo tiembla con fuerza.
No lo dudo, pongo la palma de mi mano sobre la madera de la puerta y sólo me basta dar un pequeño empujón para que esta se abra, revelando a mi hermano, a Franco, acostado en la cama. Mi cuerpo atraviesa por miles de diferentes facetas de desesperación cuando lo veo. No sé sí es él, a quien sostuve en mis brazos cuando nació, a quien vi caminar, hablar por primera vez, a quien ayudé en sus deberes, y a quien le sostuve la mano aquella noche en la que todo comenzó, o se trata de un cadáver. Está pálido, muy pálido, sus ojos cerrados y su pecho sube y baja con tranquilidad. En cambio, mi pecho está en crisis, al borde del colapso.
—Sa... Sácame de aquí. —ruego, temblando como nunca antes. Él me hace caso y veo como la puerta se cierra, dejándolo del otro lado.
Llegamos a una especie de sala con muchas mesas. Él me deja frente a la ventana, donde puedo ver el jardín del hospital. Es la primera vez que veo la noche después de mucho tiempo, pero para mí paso ante mis ojos como una estrella fugaz. Cierro mis ojos por unos instantes y siento como él arrastra una de las tantas sillas para sentarse frente a mí. Al abrirlos, mis ojos comienzan a arder e intuyo que están rojos. Deje de temblar, pero mi corazón sigue bombeando con mucha fuerza.
—¿Qué... qué pasó? —pregunto, relamiendo mis labios, sintiendo el nudo que en mi garganta crece.
—Etapa final... —no lo miro a los ojos, porque sé que sí lo hago, moriré en ese instante—. Cáncer terminal. Sé lo diagnosticaron hace algunas semanas, le dijeron que quizás tenga algunos días, pero esos días se extendieron.
Mis manos vuelven a temblar, colapsando en miles de sensaciones abrumadoras. Quiero detenerme, pero no puedo, perdí el control de mi cuerpo y no puedo pensar en nada, sólo en él, siempre en Franco. Las gruesas y tibias lágrimas descienden de mis ojos, hasta caer sobre mi regazo y siento como sus brazos me envuelven, aferrándome a su pecho. Tomo su camisa en un puño y no puedo pensar en otra cosa que en la muerte. Hubiera preferido morir esa noche, que ahora tener que enfrentar la muerte de mi hermano. Soy una cobarde, siempre lo fui, y no sé si quiero seguir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro