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Capítulo 24 ┋ Arde. (+18)




Los días transcurrieron no del todo normal: A los días, a Liam ya le habían dado el alta en el hospital y pudo volver a su casa, pero teniendo reposo de un par de días más. Yo ya me sentía mejor físicamente como para volver a trabajar, pero no lo hice. Mentalmente me encontraba aturdida, destruida. No salí de mi casa, incluso de mi habitación y no deje que nadie ingresara a mi privacidad, sino hasta que me sintiera mejor. No recibí ningún mensaje del número desconocido en todo este tiempo y una parte de mí quería creer que eso no volvería a suceder, porque la persona que tanto me atormentaba se encontraba bajo tierra. Otra pequeña parte de mí pensaba en que él no había sido, que alguien más estaba vigilando mis pasos, esperando el momento indicado para volver a querer atacarme. Quizás todos esos sucesos inesperados que he vivido solo han provocado pánico en mí, miedo a salir, miedo a volver a experimentar la muerte a flor de piel.

Muchos mensajes de Alex llegaron a mi buzón, pero a ninguno respondí. Él me hizo saber que quiere ayudarme, y que piensa que puedo necesitar ayuda profesional para esta guerra mental con la que estoy luchando. ¿Y sí eso es lo que necesito para volver a retomar mi vida normal? Dejarme ayudar por algún experto, contarle sobre mi vida, sobre lo que siento y lo que estoy viviendo. De todas formas, tengo entendido que esa persona no puede revelar mis secretos. Lo que yo vaya a contarle, dentro de las paredes del consultorio se quedarán.

Mi estómago se encuentra tan cerrado que no me deja sentir hambre, hace días que no como nada y eso no me afecta en lo más mínimo. La enorme piedra que dentro de mí se sigue pudriendo, opaca cualquier otra sensación que mi cuerpo pueda estar sintiendo. Mirando a un punto fijo en mi habitación, las cortinas todo este tiempo estuvieron cerradas y no he puesto la vista sobre el reloj en ningún momento. Ya no sé sí es de día o de noche. Mi celular lo apegue anoche cuando este no dejaba de aturdirme los tímpanos y el teléfono lo desconecte, impidiendo recibir alguna llamada.

Tres golpes sobre la madera de mi habitación me hacen alejar todos los pensamientos que estaba teniendo. Haciendo mi mayor esfuerzo, me enderezo en la cama, me pongo de pie y camino con pereza hasta llegar al picaporte y destrabar la cerradura. Al abrirlo, el rostro preocupado de mi madre se hace presente ante mí. Volteo, pretendiendo volver a mi cama, y cuando tomo asiento en el borde de esta, ella se adentra a las cuatro paredes, no sin antes cerrar la puerta. Al sentarse frente a mí, puedo ver como inspecciona mi rostro. No me he mirado en el espejo y debo de estar muy arruinada como para que su expresión de antes se haga más triste.

—¿Por qué no has salido, Maggie? —pregunta, suavemente. En su mirada puedo ver el dolor que está sintiendo.

—No me estuve sintiendo muy bien que digamos. Ya sabes, no es muy cotidiano en mi vida asesinar a dos hombres y a quien solía llamar «Papá». —no toque el tema desde lo sucedido. Ni siquiera lo he dicho en voz alta, solo me dedique a ahogar mis penas contra la almohada durante noches enteras, desvelando mi cuerpo y alma en dolor que arde, realmente arde. Su mano toma la mía, en señal de seguridad.

—Tienes que dejar de pensar en eso, sé que te debe estar costando, pero no sigas torturando tu cabeza con eso. Has un esfuerzo, por ti, solo por ti. No quiero que tú también te enfermes, Magali. —yo no respondo. Sé a lo que se refiere, y me siento mal al no haberme acordado de Franco en ninguno de estos días. Él me debe de estar necesitando y mi cabeza se ha cerrado a cualquier otro problema que quiera ingresar para atormentarme.

—¿Él cómo está? —pregunto. Un suspiro deja sus labios.

—Está mejorando. Los tratamientos están ayudando mucho, cada día parece estar mejor. Incluso, aunque un poco le cuesta, a veces se levanta de la cama. Pero no es más de unos minutos y vuelve a acostarse. —asiento—. Ha preguntado por ti, está preocupado, pero no le conté nada. Él no sabe lo que te sucedió. Tampoco... tampoco le hemos contado sobre Isaac.

—Lo harán, y yo estaré. Todo saldrá bien. —intento curar sus heridas, a pesar de que mis cicatrices aún están abiertas, y ninguna cura puede ser sanadora para lo que estoy sintiendo.

Unos escasos segundos de silencio después, ella vuelve a indagar con su pregunta.

—¿Volverás al trabajo? —pregunta.

—No... No lo sé. No he asistido en todos estos días, prácticamente es como si hubiera renunciado, y sí vuelvo a querer presentarme, ellos me despedirán. Será más fácil sí me presento con mi renuncia. Me conseguiré un nuevo empleo en que los horarios me sean adecuados para poder ir a visitar a Franco al hospital. —ella asiente.

—¿Sabes? Te lo estuve queriendo comentar, pero no encontré el momento adecuado... Isaac me ayudó a conseguir un buen beneficio de dinero aportado por el gobierno para los tratamientos de Franco. El dinero para el hospital ya lo tenemos, e incluso una empresa que se dedica a hacer obras de calidad para los enfermos se contactó con la clínica donde él está internado y están recibiendo buena ayuda económica. Son personas del bien, que solo tienen buenas intenciones. Me gustaría conocer a los dueños para agradecerles la bondad que han tenido. —dice, con entusiasmo.

Y yo creo tener una idea de quien fue el encargado de que el dinero llegue al hospital de Franco.

—Creo que es hora de que vaya a presentarme y de paso a buscar algún empleo. —ella asiente, sonriéndome—. Volveré pronto.

—Yo... yo iré a quedarme al hospital. Quizás sea toda la noche, cualquier cosa te aviso. —asiento. Al terminar de bañarme y arreglarme, me dirijo a la puerta principal con la idea de salir de mi casa. Debo de admitir que me encuentro un poco ansiosa con la sola idea de volver a ver a Liam, de saber como está, sí ya se siente mejor, pero, a penas pongo un pie en la calle, todos los ruidos de los autos se vuelven más sonoros de lo normal, el viento choca con fuerza mi cuerpo, las personas transcurren muy cerca de mí. Comienzo a sentirme mareada, como si el suelo se moviera debajo de mis pies y mis piernas me amenazaran con fallarme. Puedo sentir que me vuelvo pequeña y todas las miradas se posan sobre mí, juzgándome por lo que hice, logrando que tenga miedo de ellos. Deshecho todas las ideas de salir, obligando a mi cuerpo que casi de manera desenfrenada, salga corriendo a refugiarse dentro de mi casa. Al cerrar la puerta y apoyar mi espalda contra la madera, recién ahora me percato de que mi respiración estaba siendo descontrolada, y difícil de manejar. Las náuseas se apoderan de mi estómago, gritando que en cualquier momento me voy a desvanecer en el suelo. Puedo sentir como el sudor nace por todo mi cuerpo.

Una voz lejana me llama, queriendo que vuelva a la realidad, sonando como si estuviera a lo lejos, a lo más profundo de un oscuro túnel.

—¡Maggie! —mi corazón se sobresalta, y miro al dueño de esa voz. Mi madre mueve sus labios, hablando en mi dirección, con expresión de desconcierto, pero no puedo entender que es lo que me está diciendo. Las lágrimas descienden de mis ojos, empapando mis mejillas. No puedo entender que es lo que está sucediendo, por lo que solo hago lo que mi cuerpo dicta: Corro escaleras arriba hasta volver a encerrarme en la seguridad de mi habitación.

Y sí cada vez que vaya a salir, está sensación de malestar va a crecer en mí, no volveré a pensar en poner un pie sobre la calle.

•••

No salí de mi habitación en todo el día, a pesar en los insensatos golpes y llamados de mi madre, la ignoré por completo, hasta sentir que ella ya no estaba. Hice lo que tenía que hacer. De la manera más poco profesional, le envíe un mensaje a Anabell, informándole sobre mi renuncia. No le dije más nada, no di explicaciones ni nada. Obtuve su respuesta, pero no me moleste en fijarme de que se trataba. Mi interior estaba llorando a los gritos, mientras que mi expresión se mantenía inmune a cualquier sensación que estaba experimentando. Con cuidado, me levante de la cama y me acerque al espejo de mi habitación. Frente a él, me vi a mi misma, con grandes ojeras debajo de mis ojos, mi cabello despeinado, mi mirada perdida, mis labios mordidos por mi propia ansiedad y la seques de mi piel, que casi parecía que se caería a pedazos. Mi físico está viviendo lo que mi espíritu tanto siente. Mi mente no encuentra una salida, a pesar de que piense y piense, no puedo imaginar que es lo que será de mi estado mental si sigo torturándome de esta forma. En el baño, me lavo el rostro con fría agua y mi dientes.

En ese momento, un ruido desde abajo me hace apartar la vista de mi reflejo, para dirigirla a la puerta cerrada. Puedo escuchar el ruido de la puerta de cristal ser arrastrada, ser abierta, alguien está ingresando y los pasos en la sala principal hacen que mi pulso se dispare. Rápidamente me dirijo a mi ropero, buscando con desesperación el arma escondida, pero recuerdo que la policía me lo confisco esa trágica noche. Busco con la mirada algo que pueda servirme y encuentro mi palo de hockey que desde hace años tengo, pero deje olvidado desde la partida de ese hombre a quien yo misma asesine. Aferrándolo a mis manos, manteniendo mi postura tensa, abro la puerta muy despacio, evitando cualquier ruido que me delate, y me dirijo al final de las escaleras, que es en donde veo a un tipo con la capucha cubriendo su cabeza.

Permitiendo que mis manos tiemblen con fuerza, desciendo los pocos escalones, acercándome a su encuentro. Cuando ya estoy a escasos centímetros de él, alzo el palo, pero el tipo es más rápido y voltea a mi dirección, dejándome ver su rostro. Retira la capucha que lo cubría, permitiéndome saber que se trata de Liam. El palo que llevaba en mis manos cae al suelo sonoramente y tomo mi pecho, queriendo manejar el ritmo acelerado al que mi corazón lleva.

—¡Mierda, Liam, casi me matas! —digo, tambaleando mi fuerza.

—Lo siento... —responde, apenado.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? —lo miro, extrañamente desconfiada. No sé por qué, pero así me siento. Cruzo mis brazos sobre mi pecho, queriéndome proteger de cualquier cosa.

—No deberías de dejar la puerta abierta. —dice como si nada—. Vine porque vi el mensaje que le dejaste a mi madre... ¿Por qué renuncias?

—Yo... —trago saliva—. No estoy viviendo mi mejor momento, creo que estoy necesitando ayuda de alguien y no encuentro a la persona indicada.

Da cortos pasos hasta llegar a mí, toma de mis mejillas con sus grandes manos, para mirarme directamente a los ojos.

—Yo puedo ayudarte, Maggie. —dice, suavemente, tratándome como si fuera el cristal más delicado, y que cualquiera de sus palabras, o cualquier cosa que alguien más pueda decirme, me rompería de la peor forma.

—No sé qué me está pasando, no sé qué estoy sintiendo, viviendo, pero no puedo dejar de pensar en él, en su mirada de odio, en sus palabras cínicas. Tengo pesadillas con su recuerdo, no logro poder dormir durante las noches y casi ya no estoy comiendo. —me muestro débil ante su presencia—. No sé qué me está pasando, me estoy volviendo loca y creo que nunca volveré a mostrar quien solía ser.

—Estarás bien, Maggie, te lo prometo. Es cuestión de tiempo, yo haré lo que este a mi alcance, haré lo que sea por volver a verte bien y te juró que mañana mismo llamaré a un psicólogo profesional para que te ayude en lo que sea. No volverás a pensar en ese hijo de puta, ya no tendrás miedo, yo ya no lo tengo. Él está muerto, y el temor que sentía cada vez que me acercaba a ti, creyendo que algo te pasaría por mi culpa, ya no existe. —una pregunta llega a mí cabeza.

—Él fue... —pregunto, suspirando. Liam entiende a lo que me refiero y asiente lentamente con la cabeza. ¿Y sí mi padre también fue el asesino de esas chicas? ¿Y sí realmente él era el de los mensajes?

—Liam... —pronuncio su nombre, suavemente.

—¿Qué? —su frente se recarga sobre la mía.

—Tú fuiste el de la donación al hospital de Franco, ¿verdad? —no necesito saber más, una sonrisa estira las comisuras de sus labios y sé que fue él.

—¿Sorpresa? —dice burlón. Sin más, envuelvo mis brazos alrededor de su nuca y pego sus labios a los míos. Él no tarda en responderme, besándome como a mí tanto me gusta que lo haga. El recuerdo de la noche en que lo vi casi inconsciente me hace aferrar mi cuerpo aún más al suyo, buscando borrar a todos esos fantasmas, alejar al infierno de mi cabeza. En sus besos busco la cura que necesito a mis problemas, a lo que tanto me está lastimando. Todo entre nosotros se vuelve aún más intenso y la tensión sexual crece a gran escala. Recuerdo lo que hizo por mí, la forma en la que me trató, en como se preocupó por mi bienestar y como llegue a pensar en que lo perdería. Pienso en las veces en que lo juzgue dentro de mi mente, acusándolo de las peores formas, sin siquiera tener pruebas en su contra.

Mi pecho comienza a arder con furia, y a pesar de que ya casi no puedo respirar, no me separo de su boca en ningún momento. No recuerdo con claridad el momento en que empezamos a movernos, pero cuando me quiero dar cuenta, ya estoy acostada sobre mi propia cama, con su cuerpo sobre el mío. Alejo todas las sensaciones de malestar que me piden a gritos que me separe de él, reemplazándolas con comodidad que crece cada vez que él deja una marca sobre mi piel. Tomándolo desprevenido, me giro, terminando recostada sobre él, con mis piernas a sus costados. Dejo húmedos besos sobre su cuello. Necesito calmar de alguna forma este dolor que estoy experimentando, dejándome envolver por su calor. Me deshago de su ropa, al igual que él lo hace con la mía, y la oscuridad de la noche, que recién se hace notar, nos camufla, dejando un destello de luz que nos ilumina por la ventana. Cuando estoy desnuda ante sus ojos, no habíamos tenido la primera vez que lo hicimos la oportunidad de apreciarnos mutuamente, pero ahora nos tomamos el tiempo de hacerlo, como si el tiempo se hubiera detenido solo por nosotros. Puedo ver con claridad algunos de sus tatuajes, y esa marca que siempre ha llevado en su mejilla, que casi puedo distinguir como una vieja cicatriz que solo de cerca se hace ver.

—¿Qué te pasó aquí? —pregunto, acariciando su rostro con las yemas de mis dedos. Intenta controlar su respiración a medida que habla, pero eso se le dificulta al sentirme sobre él, y como todo su cuerpo reacciona ante mi calor.

—Algo que decidí olvidar hace mucho. —responde, volviendo a besarme, envolviéndome en sus brazos. Mi cabello estorba cada tanto, pero a ninguno de los dos nos parece importar. Elevo mis caderas cuando él toma de mi cintura, y me dejo caer nuevamente, pero esta vez lento, suave, permitiendo que se adentre hasta lo más profundo de mí. Ambos gemimos en el punto más extasiado de lo que sentimos por el otro, y nos movemos en sincronía, olvidándonos de todo lo que estuvimos viviendo desde que nos conocimos, dejando atrás el pasado, poniendo las cosas en el lugar en el que siempre tuvieron que estar. Miro atentamente sus expresiones, grabándolas a fuego en mi pecho, deseando inmortalizar su rostro para siempre. Me toma de la nuca, mientras que su otra mano sigue sobre mi muslo, y junta nuestros labios. Puedo sentir la piel de mis pechos rozarse contra el suyo en cada movimiento que hago, llevando el control de la situación por completo, adueñándome de cada quejido que deja su garganta. Su corazón está lleno de amor solo para mí, jamás podría renunciar a él, jamás podría permitirme privarnos uno del otro. Será solo el destino quien nos ponga un punto final a lo que sentimos.

Nuestros movimientos se vuelven violentos, rápidos y torpes, mientras intentamos controlar lo bien que esto se siente. Cuando llegamos a nuestro punto máximo, nos dejamos caer, provocado un sonoro quejido de mi parte, hasta que me derrumbo sobre su cuerpo, escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello. Mi respiración poco a poco se va normalizando, hasta que sus manos toman de mis hombros, tirando de mi cuerpo para que lo mire a los ojos.

Al hacerlo, al mirarlo detenidamente, puedo ver más allá de lo que no me está diciendo. Acaricia el costado de mi rostro, poniendo un mechón de mi castaño cabello detrás de mí oreja, pudiendo admirar mis facciones, ahora expuestas. Pero dos palabras dejan sus labios, electrificando mi cuerpo por completo, provocando miles de sensaciones que me ahogan.

«Te amo.»

Yo no le respondí.



***

¡Nuevo capítulo!
Espero que les haya gustado. ♀️

No se olviden de dejarme sus votos y comentarios que voy a estar leyendo.
¡Gracias por leerme! 💚





Nuestra bella, Magali Álvarez.
Instagram: @lilyjcollins ❤️

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