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3. Las razones de su odio

CAPÍTULO 3

Las razones de su odio

🔥

Desperté en una habitación que no reconocía. Hacía bastante calor; era curioso, pues las noches primaverales en Villasanta no se caracterizaban por ser tan cálidas.

Gocé los escasos segundos de paz y de aturdimiento antes de que la realidad me abofeteara el rostro y, cuando sucedió, me levanté de golpe de la cama en la que estaba recostada. El pánico se apoderó de mí, así como un terror que me causó escalofríos.

Frente a la cama había personas que no conocía, entre ellas el chico de los ojos de fuego, los que ya no lucían en llamas. Se veían oscuros y normales, pero mantenían la intensidad que me cautivó al verlos por primera vez.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté, aterrada. Traté de retroceder a pesar de que detrás de mí solo se encontraba el respaldo de la cama—. ¿Dónde estoy? ¿Qué hago a...?

—Tranquila, no te haremos daño —aseguró un chico de cabello rubio y de ojos azules. Vestía de negro. Pese a que su aspecto era amenazante, su sonrisa era amistosa—. Estás a salvo.

¿A salvo? ¿En medio de extraños? Sí, claro. No cometería el mismo error otra vez. Ya no volvería a confiar en nadie.

Giré la cabeza hacia un extremo del dormitorio y vi una puerta entreabierta. No había nadie que bloqueara mi camino hacia ella.

Consciente de que tenía la oportunidad de huir, me levanté de la cama con la intención de correr hacia la salida. Sin embargo, apenas mis pies tocaron el suelo, el mundo me dio vueltas y caí como un costal de harina.

—¡Oye, oye, tranquilízate! —pidió otro de los desconocidos que se hallaban en el cuarto.

Era un tipo de cabello rojo y rebelde. Tenía tatuajes por todas partes salvo en la cara, pero no eran tatuajes normales: estos emitían una luz entre rojiza y anaranjada como si estuvieran hechos de fuego.

Recordé lo sucedido con dicho elemento en la pesadilla y mi pánico alcanzó niveles estratosféricos. Rememoré los cuerpos quemados, el miedo en los rostros de mis víctimas y mi propio horror cuando estuvieron a punto de quemarme viva en el anillo de fuego que me empujó a perder los sentidos.

Que me encontrara en ese cuarto rodeado de extraños, entre ellos el chico de los ojos flamantes y el de los tatuajes del mismo elemento, quería decir que la pesadilla aún no concluía. Necesitaba despertar.

—Esto no es real —me dije a mí misma desde el suelo—. No es real, no es real, no es re...

—Bien, será mejor que regreses a la cama. —Quien habló esta vez fue una chica de voz dulce y melodiosa. La miré y noté que era la que se veía menos amenazante del grupo de desconocidos.

La chica tenía el cabello violeta y los ojos del mismo color. Nunca vi unos parecidos, ni siquiera los creía reales. Era una pesadilla, después de todo. Nada esta noche era real.

¿Cuándo diablos iba a despertar?

La chica del cabello y de los ojos violetas me ayudó a incorporarme y me llevó de regreso a la cama. No fue hasta entonces que me di cuenta de lo debilitada que estaba. No tenía fuerzas para nada, ni siquiera para hablar. También me percaté de que ya no vestía mi uniforme del internado, sino que traía puesto un camisón de dormir bastante ajustado y sugerente. Supuse que le pertenecía a la chica del cabello violeta, quien vestía de una manera provocativa.

—Eso, eso, con cuidado —dijo la extraña al tiempo que me acomodaba la almohada detrás de la cabeza—. Listo, ¿lo ves? Estás a salvo.

La verdad es que sentía que lo estaba. Quiero decir, después de lo vivido en el claro con Froy y sus amigos, me sentiría segura en cualquier lugar en el que la gente no quisiera quemarme viva.

A pesar de que ya no sentía el temor que paralizaba mis sentidos, ansiaba despertar. Necesitaba comprobar que nada de lo sucedido fue verdadero.

—¿Cuánto durará esta pesadilla? —le pregunté a la chica del cabello violeta. Parecía la más accesible de todos.

—Esto no es una pesadilla, linda. Es real.

—Claro, vas a decirme que los tatuajes de fuego de ese sujeto son reales, ¿no? —Estaba ganando una confianza que no solía tener. Supongo que fiarme de que era una pesadilla me brindó seguridad—. Y que los ojos de ese chico brillan como el fuego cuando le da la gana. —Señalé al aludido.

—Eh... no es tan así. —La chica del cabello violeta rio—. Los tatuajes de Zev no son realmente de fuego, sino que de tinta que simula ser fuego, mientras que los ojos de Kirtan...

Kirtan.

Al oír ese nombre, algo se activó dentro de mí. No tenía recuerdos de haberme topado con aquel sujeto en el pasado, pero, por algún motivo, su nombre ocasionaba algo poderoso en mi interior. Eso, sumado a su imponente presencia, me tenía embobada.

—Kirtan... —Clavé mis ojos en su rostro cincelado.

Y él, para mi sorpresa, me devolvió una mirada cargada de desprecio.

—No tenemos todo el tiempo del mundo —rezongó, se cruzó de brazos y se acercó a mí a zancadas.

Me alejé por instinto. Kirtan me provocaba una intriga irresistible, pero también me generaba un temor que me erizaba la piel. Apenas pasó un par de minutos desde que desperté y ya podía sentir que no le agradaba.

—Escucha, apestosa —me dijo—: estás en el Infierno.

Pude hacer un montón de preguntas, pero la primera que brotó de mi boca fue:

—¿Apestosa?

Kirtan resopló y se acercó un poco más.

—Concéntrate. No es una pesadilla, tampoco es una broma. Es evidente que no tienes idea de qué eres ni de qué somos nosotros, así que te lo resumiré y espero que tu limitada mente dizque humana logre entenderlo: nosotros, todos los que estamos en este cuarto a excepción de ti, somos "infernales" o, como los humanos suelen llamarnos, demonios.

¿Demonios? Claramente era una broma.

—Y sí, somos demonios, pero pertenecemos a una de las decenas de clases de demonios que existen —continuó—. Somos el resultado de la mezcla entre los demonios puros y los humanos, o sea, somos híbridos. Y tú también eres una...

Bien, nada de lo que el chico parloteaba tenía algún sentido para mí. Me habría reído en su cara de no ser porque estaba a punto de orinar mis pantalones y porque su voz y su mirada me hipnotizaban.

Era alucinantemente hermoso.

En serio, estaba buenísimo.

—Sin embargo, no eres una híbrida como nosotros. —Kirtan hizo una mueca de asco—. Eres el resultado de la mezcla entre una semiángel y un semidemonio.

Todos me miraron con expectación. Seguro esperaban que reaccionara con asombro, con miedo, qué se yo...

Pero lo que hice fue levantarme otra vez y correr hacia la puerta.

Logré salir. Llegué a un pasillo angosto de iluminación tenue y me di cuenta de que había varias puertas a lo largo de este, tal como si me hallara en alguna de las áreas de habitaciones del internado, solo que no lucía igual. Las paredes estaban cubiertas por tapices refinados, el suelo era de madera oscura y, al final del corredor, distinguí un enorme ventanal que me permitió ver la luna.

No era una luna normal: era roja como la sangre.

Estaba tan concentrada en mirar la luna rojiza que apenas fui consciente de mis pasos. Tropecé con fuerza sobre el cálido suelo. El mundo volvió a darme vueltas; sentí la bilis en la garganta. Traté de ponerme de pie, pero ya no me quedaban fuerzas. Estaba exhausta.

Con la escasa energía que me quedaba, me di la vuelta, me senté y comencé a retroceder al ver acercarse a la chica del cabello violeta, al chico de los ojos de fuego y a varios otros extraños de aspecto inusual.

—No les tengo miedo —grité a pesar de que retrocedía—. Ustedes no son reales.

—Linda, por favor, regresa a la cama —pidió la chica del cabello violeta—. Sufriste un gran estallido de energía, necesitas guardar reposo.

¿Estallido de energía? ¿De qué diablos hablaba esa lunática?

—Despierta, por favor —me dije a mí misma a ojos cerrados—. Despierta, despierta, despierta...

—Esto no es un sueño —insistió la chica—. Te encuentras en otro mundo, ya no estás en la Tierra. Y lo que dijo Kirtan es cierto: eres una híbrida, pero no cualquier híbrida, sino que eres una en un millón. Tu existencia es un desafío contra la naturaleza de los ángeles y los demonios, lo que te convierte en un blanco para ambas especies. Si tu verdadera esencia es descubierta por alguien más, serás asesinada u obligada a hacer cosas indeseables, por lo que es muy importante que confíes en nosotros. Tuviste suerte de que te encontráramos antes que los cazadores.

No presté mucha atención a lo que decía la extraña, porque sabía que solo eran sandeces creadas por mi propia mente. Tenía que despertar, necesitaba hacerlo ya...

—Despierta, despierta, despierta —me insistí.

—¿Nunca te has preguntado de dónde provienen las voces que viven dentro de tu mente? —preguntó la chica del cabello violeta.

Captó mi atención. Abrí los ojos al instante.

—¿Nunca te has preguntado por qué sientes atracción por el fuego?

Estaba segura de que se trataba de un sueño, pero quería respuestas.

—Si confías en nosotros, podemos enseñarte todo lo que necesitas saber sobre ti misma. —La chica sonrió—. Lo primero que debes hacer es aceptar que esto no es una pesadilla y que todo lo que ha pasado desde que estallaste en llamas en el bosque ha sido real.

—Eso no es cierto. Esto sí es una pesadilla.

—Las pesadillas no duran tanto, hermosa —afirmó el chico de cabello rubio que fue el primero en hablar cuando desperté. ¿En serio me llamó "hermosa"?—. Sé que es difícil de creer, porque toda tu vida has asumido que eres humana, pero lo cierto es que no lo eres... y sé que, en el fondo, tú sentías que no lo eras. O, tal vez, pensabas que estabas loca, ¿no?

A pesar de que me creía atrapada en un sueño, necesitaba hablar al respecto por primera vez con alguien más que no fuera mi reflejo, de modo que asentí y rompí a llorar.

La chica del cabello violeta y el chico rubio se aproximaron y se agacharon frente a mí con cautela. Ya no tenía fuerzas para retroceder.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la chica en tono susurrante y apaciguador.

—Cassia —anuncié entre lágrimas.

—Así que mantuvieron tu nombre... —Ella me miró con una mezcla de lástima y de dulzura—. Yo soy Lisa.

—¿De qué hablas? —inquirí, confundida—. ¿Qué es eso de que mantuvieron mi nombre?

—Ya hablaremos de eso más tarde. —Fue lo único que dijo al respecto—. Ahora dime, Cassia: ¿las voces que viven dentro de ti te piden hacer cosas malas?

Mi atención regresó a las voces. Asentí a modo de respuesta, emocionada por hablar sobre mis invasoras con alguien que no me juzgara.

—Y usualmente se callan cuando las obedeces o cuando te quemas a ti misma, ¿verdad?

Otro asentimiento de mi parte. Lágrimas rodaban por mi cara. Toda la vida esperé que alguien comprendiera cómo me sentía.

—Las voces que viven en tu cabeza se llaman instintos —reveló Lisa—. No son malas como has de creer, solo expresan lo que tu cuerpo necesita. Si te pedían hacer cosas malas es porque querían ayudarte a descargar la maldad que vive dentro de ti y que los demonios dejamos ir al utilizar nuestros poderes. Los tuyos permanecieron inactivos durante toda tu vida, por eso es que no podías liberar la perversidad que corre por tus venas. Aunque no lo creas, las voces te hacían un favor.

—¿De qué hablas? —No pude evitar molestarme—. Las voces han arruinado mi vida. ¿Cómo puedes creer lo contrario?

—De no ser por lo que llamas "voces", tu maldad se habría acumulado mucho más y habría acabado contigo. Todas esas cosas malas que hiciste contra tu voluntad te ayudaron a salir adelante, Cassia. Ahora que al fin puedes utilizar tus poderes, tus instintos no volverán a molestarte. Seguirán dentro de tu mente, pero ya no te pedirán que hagas acciones que no quieras hacer. Ahora dejarás ir la maldad del demonio que vive dentro de ti a través del fuego.

—No entiendo nada —admití con tristeza—. Quiero despertar.

—Ya despertaste —dijo alguien a la distancia. Era un sujeto de piel oscura que no pasaba de los cincuenta años. Lucía un poco más normal que Lisa, que Kirtan y que las demás personas que se hallaban en el lugar, pero también gozaba de una belleza incomparable y sobrenatural—. Tu verdadera esencia ha estado dormida desde tu nacimiento, Cassia, pero ya no volverá a pasar. Finalmente estás en casa.

—¿En... casa? —Me emocioné. Nunca pertenecí a ninguna parte.

—Así es —intervino Lisa—. No somos exactamente como tú, pero una parte de ti sí es como nosotros. Podemos ayudarte a controlarla y a sacarle el provecho al demonio que llevas dentro, pero primero necesitas aceptarte tal como eres.

—¿Y qué se supone que soy? —pregunté, aunque Kirtan dijo algo al respecto—. ¿Una especie de ángel y demonio?

—Así es —asintió el sujeto mayor que se unió a la conversación. Me di cuenta de que usaba un traje de estilo militar o algo parecido. En el pecho llevaba una insignia que rezaba "Instructor Rosson"—. Fuiste el resultado de la unión entre un infernal y una celestial, algo que no pasa todos los días. Usualmente, los ángeles y los demonios no pueden procrear juntos. Son pocos los casos en los que logran concebir; es algo casi imposible entre ambas especies. Pero hay excepciones, Cassia, y tú eres una de ellas.

—En nuestro mundo y en el de los ángeles, los seres como tú son conocidos como "aberraciones" —prosiguió Lisa—. Pero nosotros preferimos llamarte como lo que realmente eres: una colosal.

—¿Colosal? —Hundí el ceño—. ¿Eso es lo que soy?

—No por tu tamaño, claro está —espetó Kirtan. Seguía mirándome como si yo fuera un desperdicio andante—, sino por el poder que llevas dentro. Eres peligrosa tanto para los ángeles como para los demonios.

Volví a quedar hipnotizada por su voz. Apenas lo conocía, pero algo en él me afectaba los sentidos. No sabría decir qué. Algo me producía la necesidad de indagar en Kirtan, de conocerlo mejor.

—Si soy tan peligrosa como aseguran, ¿por qué quieren ayudarme? —pregunté.

—Porque nosotros juramos defender a los colosales —respondió el instructor—. Pertenecemos a una organización secreta que a lo largo de generaciones ha protegido a seres como tú. Podemos enseñarte todo lo que necesitas aprender y brindarte la seguridad que te urge desde ahora, pero debes aprender a confiar en nosotros y prometernos que no le dirás a nadie que eres una colosal, o de lo contrario...

—Solo quiero regresar al internado, por favor —supliqué. Mis esperanzas de que fuera un sueño comenzaron a esfumarse. Lisa tenía razón: las pesadillas no duran tanto—. Llévenme de vuelta.

—Si te refieres al internado Villasanta, no puedes regresar a él —lamentó el chico rubio cuyo nombre era un misterio—. Si regresas, los cazadores de "aberraciones" darán contigo y todos los alumnos del internado correrán peligro. ¿Tienes amigos ahí, Cassia? ¿Eran tus amigos aquellos chicos que estaban a tu alrededor cuando estallaste en llamas?

—Si te refieres a Froy y a los demás, no, esos idiotas no eran mis amigos. —La furia me dominó al recordar lo sucedido—. Fingieron serlo para lastimarme.

—Así fue como tus poderes se desataron, ¿no? —preguntó Lisa con un suspiro—. No sabemos qué pasó exactamente, pero no tienes nada de qué preocuparte. Nos encargamos de borrar la memoria de esos chicos. Ninguno recordará nada.

—¿Alguno murió? —Necesitaba preguntarlo.

—No, ninguno... pero no volverán a ser los mismos, tenlo por seguro.

Quería preguntar a qué se refería, pero la somnolencia me ganaba. Me dolía cada centímetro del cuerpo.

—Vuelve a la cama —sugirió Lisa—. Cuando despiertes podremos decirte más sobre lo que eres y sobre lo que pasará.

—Quiero ir a casa —balbuceé mientras me dejaba vencer por el sueño.

—Ya estás en casa —susurró el instructor. Caí dormida segundos después.

🔥

Al despertar, lo primero que vi fue a Kirtan parado en un extremo de la habitación.

Me sobresalté. Me sentía un poco más enérgica que antes, pero mis ánimos decayeron al percatarme de que seguía en la misma habitación en la que desperté luego del incidente en el claro del bosque.

Kirtan, cruzado de brazos, estaba apoyado contra una pared de una forma sensual y despreocupada. No lograba entender qué había en él que me atraía tanto. Físicamente era una escultura tallada a la perfección, pero aún no conocía nada sobre él más allá de su aspecto y de que me ponía apodos como "apestosa".

Esta vez, no traía la chaqueta de cuero, por lo que sus brazos quedaban a la vista. Tenía tatuajes en ellos que no podía distinguir entre la oscuridad del cuarto, pero que lo hacían lucir aún más atractivo de lo que era.

—Hola —le dije con timidez—. ¿Dónde están los demás?

—Haciendo sus deberes —respondió. Su tono era frío, casi violento. Me miraba con el odio al que quizá debía acostumbrarme —. Estamos solos.

Se me encogió el estómago.

Kirtan se dirigió a la puerta, la abrió y miró hacia ambos lados del corredor. Tras ello, cerró la puerta, caminó hacia mi cama y se agachó hasta acercar su rostro al mío.

—¿Qué ha...? —Quise decir más, pero me tapó la boca con una de sus manos.

Al entrar en contacto con su piel, mi cuerpo entero se calentó como si tuviera fiebre. Sus ojos volvieron a arder en llamas; me sentí hipnotizada al verlos. No hice nada para defenderme, la mirada y el toque de Kirtan me incapacitaban.

—Escúchame bien —masculló—. Si sabes lo que te conviene, te irás de este lugar y buscarás refugio en otra parte. Tu esencia angelical sigue siendo indetectable; tu olor es lo único que te delata, pero nadie excepto yo es capaz de sentirlo. No puedo echarte, pero sí puedo pedirte que te largues por tu cuenta.

Mi corazón se comprimió. ¿Qué estaba mal con ese chico? ¿Por qué me trataba así?

—El Infierno no es tan malo como crees —prosiguió—. Los infernales te tratarán bien si mantienes la boca cerrada sobre tu verdadera esencia. Ve y trabaja como mesera en algún bar de mala muerte, qué se yo. Solo aléjate de nosotros y trata de seguir con vida.

Mis ojos se empaparon de lágrimas. Los suyos seguían ardiendo, pero con menor intensidad. Él retiró su mano al darse cuenta de que yo no alertaría a nadie.

—¿Por qué me odias? —le pregunté, asustada y destrozada—. ¿Por qué si ni siquiera me conoces?

Kirtan dudó antes de responder. Tras un resoplido, susurró:

—Porque tu gente mató a la chica que amaba.

—¿Mi gen...?

—Si no fuera por los ángeles, el amor de mi vida seguiría con vida. —Se le quebró la voz—. Sentir tu aroma y tenerte cerca me recordará todo el tiempo a los asesinos que me la arrebataron.

Lo comprendí: Kirtan no me odiaba a mí en específico, sino que odiaba a los ángeles.

Pero yo, al parecer, tenía sangre de ángel en mis venas.

Kirtan se dirigió a la salida. Antes de abandonar el dormitorio, ladró:

—Si tienes algo de consideración, vete de aquí y no vuelvas nunca más.

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