19. La confesión de Kirtan
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Capítulo 19
La confesión de Kirtan
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Al día siguiente, Kirtan volvió a ser el infernal desagradable que tan bien conocía. Fue como si la noche de ayer nunca hubiera sucedido, como si nunca hubiera abierto su corazón ante mí. La discordia estaba de regreso y con ello su trato cruel.
Al menos me permitió gozar de cuatro horas de sueño antes de golpear mi puerta y despertarme para ir a entrenar. Lo hicimos en uno de los campos de la academia, era un día caluroso. No faltaba nada para el verano, tampoco para el día de la graduación a la que ya no asistiría. Amelia dejaría el Internado Villasanta sin mí a su lado. De solo pensarlo sentía ganas de llorar.
Kirtan no me permitió descanso alguno esta mañana. Me hizo correr unas veinte veces por la pista atlética de la academia, luego pasamos una hora haciendo movimientos para canalizar mi energía. Estaba sedienta y adolorida.
Mi entrenador apenas me miraba. Solo me dirigía la palabra para darme órdenes o para humillarme, según él para potenciar mi fuego interior, pero sabía que no solo lo hacía por eso. La rabia que sentía contra mí regresó como si nunca se hubiera disipado. ¿Por qué? No lo sé. La noche anterior fue tan íntima, tan vulnerable, tan especial... Kirtan pareció olvidarla, se forzó a eliminarla de su memoria.
Llegué a la conclusión de que levantó nuevas barreras en torno a su corazón porque, quizá, yo comenzaba a gustarle.
Sí, es difícil de imaginar. Él mismo admitió que nunca sentiría ningún tipo de atracción por mí, pero ¿y si mintió? ¿Y si ya sentía algo? ¿Y si la razón por la que era tan malo conmigo, además de odiar a los ángeles, es que comenzaba a sentir cosas por mí?
La idea me embargó de ilusión mientras Kirtan me enseñaba cómo desplazar mi energía sin necesidad de moverme. "Todo se trata de la mente", dijo con esa voz tan ruda que, aunque me estremecía, me derretía como el fuego.
Las semanas posteriores fueron más de lo mismo: duros entrenamientos con Kirtan en los que no hablábamos de nada que no tuviera que ver con lo que nos convocaba. Cada vez que intentaba conversar sobre cualquier otra cosa, él simplemente me ignoraba como si yo no hubiera dicho nada. Me hería su renovado desprecio, pero, por una parte, era un alivio. Temía que, de mantener esa cercanía que experimentamos la noche que me habló sobre la muerte de Elen, me enamoraría perdidamente de él.
Si es que ya no estaba enamorada.
Las cosas en la academia marchaban con normalidad. Los infernales desaparecían con frecuencia para seguir pistas sobre posibles colosales o para encargarse de misiones relacionadas con una silenciosa rebelión contra el gobierno infernal. No me contaban mucho al respecto, tal vez por miedo a que yo quisiera participar y con ello arriesgara mi vida. Ellos me dieron una sola ocupación: entrenarme.
Aunque Kirtan era un entrenador tan estricto como cruel, sin duda hacía un gran trabajo. Llevábamos solo un mes de entrenamiento continuo y yo ya podía formar llamaradas, pero no sin esforzarme hasta el cansancio. Cada llamarada me dejaba agotada; podía crear solo una por hora. No podía volver a utilizar el fuego hasta que se renovaran mis energías. Obviamente eso no me serviría de nada en una situación de peligro, pero confiaba en que mi esencia infernal me haría estallar en caso de necesitarlo.
No había vuelto a hacerlo desde que maté a los celestiales. Pensé que eso era una señal de que estaba lista para ir de visita a la Tierra, pero Dash no me lo permitió, no hasta que fuera capaz de activar y desactivar mis poderes por mi cuenta. Mi poder siempre estaba ahí, pero no podía utilizarlo sin agotarme a menos que estallara, y tampoco podía apagarlo. Mientras no lo lograra, la Tierra seguiría estando lejos de mi alcance.
Pensaba recurrentemente tanto en mis padres adoptivos como en los biológicos. Los primeros no me querían, pero igual los extrañaba. En cuanto a mis verdaderos padres, me moría por encontrarlos. Cuando no fantaseaba con Kirtan, soñaba con la vida que podría tener si nunca me hubieran arrancado de los brazos de los seres que me concibieron. Los infernales me juraban que los estaban buscando, pero tratar de hallar a dos personas que no recurrían a sus poderes en la Tierra es como buscar un anillo perdido en el fondo del mar.
Lisa y yo nos hicimos tan amigas como lo era con Darren, pero ella se ausentaba bastante de la academia, sobre todo por las noches. Darren y yo llegamos a la conclusión de que Lisa tenía una aventura con algún infernal del que no quería hablar con nadie, ya que se le veía muy feliz últimamente y ya no se acostaba con Zev. Eso le dio esperanzas a Darren, pero no el valor para confesarle a su amigo lo que sentía por él.
Y así eran mis días en la academia. A pesar de que terminaba agotadísima después de cada sesión con Kirtan, a quien nunca veía en la academia salvo cuando entrenábamos, yo era feliz. Aprendí a amar el fuego que corría por mis venas y me encariñé tanto con mi propia esencia que mis voces, las que antaño me arruinaban la vida, se convirtieron en mis amigas.
Ellas volvían de vez en cuando, pero cada día eran más silenciosas. Seguían pidiendo que me quemara, y yo ya no tenía problema en obedecerlas. A veces solicitaban que besara a Kirtan, que lo tocara, que hiciera cualquier cosa con tal de tenerlo cerca, pero a eso sí que me negaba. Me prometí que nunca volvería a forzarlo y, hasta ahora, lo estaba cumpliendo.
Él no volvió a ser esclavo de mis encantos. Siempre tenía el anillo puesto cuando entrenábamos. Creo que ni siquiera se lo quitaba por las noches.
Pronto, tal como advirtió el brujo que se lo entregó, el anillo se incrustaría en el dedo de Kirtan y él nunca volvería a establecer una conexión con nadie, pero si eso es lo que quería, bien por él.
El verano llegó. Para entonces, yo ya sabía muchísimo sobre el Infierno, aunque aún me faltaba un mundo por aprender. Me encantaba descubrir las similitudes entre la cultura infernal y la terrestre, y me emocionaba todavía más averiguar las diferencias.
Cumplí dos meses en el Infierno, los únicos meses felices de mi vida. Todavía no sabía nada sobre el paradero de mis verdaderos padres y no podía dejar de extrañar a las personas que abandoné en la Tierra, pero al menos una parte de mis temores quedó en el pasado. Nadie entierra una vida de traumas y de inseguridades en dos meses, pero yo ya me sentía un poco más fuerte, más valiente.
Estaba lista para afrontar un nuevo paso en mi destino: mi primer día oficial de clases en la academia.
Me emocionaba la idea de conocer nuevos infernales de mi edad. Me ponía nerviosa el ser la chica nueva, pero ya no sería la "rara" como en Villasanta. Podría hacer nuevos amigos, quienes, tal como yo, no tenían un control absoluto del fuego, por lo que estaríamos en igualdad de condiciones.
Como nadie debía enterarse de que yo vivía en la Tierra, tendría que usar un apellido falso y fingir que era la sobrina de Dash. Supuestamente, yo venía de las tierras áridas situadas al este de Averna y vivía en una aldea aislada en la que no teníamos acceso a la tecnología moderna de las ciudades.
La academia rebosaba vida en el primer día. Había gente por todas partes, vi tantos jóvenes que me sentí como en un primer día de universidad. Como ya había academias exclusivas para niños, y la academia Alba no era una de ellas, esta solo admitía adolescentes y adultos, pero no se matriculaban tantos infernales que superaran los treinta años. La mayoría de los incapacitados que no lograban dominar sus poderes pasados los treinta se resignaban a que nunca lo harían.
Entré al salón de mi primera clase. Resistí el impulso de salir corriendo cuando todas las miradas recayeron en mí. Era un alivio que mis nuevos compañeros tuvieran mi edad o que fueran mayores que yo. Ya no me enfrentaría a la inmadurez de la preparatoria... o eso creía.
—Esta es Cassia, la sobrina del director —informó Elliot en voz alta. Él era el maestro encargado de enseñar la composición del fuego, y también era un miembro activo del Círculo Gris—. Cassia nos acompañará en las clases teóricas de la academia, pero solo en ellas.
—¿Qué hay de los entrenamientos? —preguntó un chico que captó mi atención. Era un guapísimo infernal de cabello castaño. Tenía los ojos un poco rasgados como los orientales de la Tierra.
—Cassia entrenará únicamente con el maestro Kirtan —anunció Elliot, causando murmullos y cuchicheos entre los presentes—. Él será su entrenador personal.
Varias chicas del salón me miraron con desprecio. Admiradoras de Kirtan, supuse.
—¿O sea que ya no nos entrenará también a nosotros? —inquirió una de ellas. Era pelirroja y tenía unos labios carnosos pintados de negro.
—No —respondió Elliot.
—¿Por qué tiene exclusividad? —inquiría otra infernal.
—¡Queremos al entrenador Kirtan! —protestó un chico.
Elliot se limitó a explicarles que Kirtan me entrenaría de manera exclusiva porque yo llevaba toda una vida de retraso, pues vivía en aquel pueblo perdido en medio de la nada. Sinceramente, me gustaba poseer la exclusividad de Kirtan. Él no correspondería mis sentimientos, pero al menos lo mantendría alejado de los coqueteos del séquito de chicas infernales que evidentemente babeaban tanto por su entrenador como yo.
—Ignora a los fans de Kirtan —me dijo una chica de cabello rizado y de piel oscura cuando me senté en un asiento vacío ubicado delante del suyo. Era preciosa—. Tienes suerte de que no todos en esta clase perdamos la cabeza por él.
Le sonreí con timidez.
—Soy Vivian, por cierto —anunció.
—Mucho gusto, Vivian.
—Es una pena que no nos acompañes en los entrenamientos —dijo el chico del cabello castaño, estaba sentado delante de mí. Tenía pecas en el rostro y una sonrisa encantadora—. Te ves muy... amistosa.
—Dale un respiro, Nino —le dijo Vivian en tono burlón—. La chica apenas llegó y ya quieres cortejarla.
El rostro de Nino enrojeció como un tomate. Se dio la vuelta de inmediato, y yo reí en silencio.
La clase comenzó. Elliot nos enseñó los principios básicos del fuego. Varios aspectos ya me los había enseñado Kirtan o los leí en algunos de los libros de la gigantesca biblioteca de la academia, pero de todos modos llené mi cuaderno con apuntes.
La clase terminó. A las siguientes asistí con Vivian y con Nino y aprendí un poco sobre sus vidas. Vivian vivía en Antorm, era la hija de un destacado sastre que vestía a algunas celebridades del Infierno. Nino, por su parte, era hijo de agricultores del oeste. Llevaba la ternura en la sangre y era tan tímido como yo, pero hacía un gran esfuerzo por sacarme más de dos palabras.
Vivian podía controlar el fuego, pero, tal como me pasaba, la cantidad de llamas que expulsaba era limitada. Le tomaba mucho tiempo recuperar las energías. Nino, en cambio, no tenía ninguna clase de poder. Ni siquiera podía formar una pequeña llama en un dedo, y nunca había estallado, pero ¿cómo estallaría? Era la dulzura personificada.
El resto de las clases fueron tan divertidas como la de Elliot. Siempre fui una estudiante destacada en la Tierra, en parte porque trataba de compensar mi mal comportamiento con un rendimiento ejemplar, pero nunca lo disfruté realmente, no como disfrutaba el aprender a ser una buena infernal.
Apenas noté cuando llegó la hora del almuerzo. Fui a la cafetería con Vivian y con Nino y ocurrió la primera experiencia desagradable del día: una infernal, aquella del cabello rojo y de los labios pintados, me empujó al pasar junto a mí. Menos mal que yo no llevaba nada en las manos.
—¿Cuál es su problema? —le pregunté a Vivian. Me ardía la sangre.
—Kirtan —respondió Vivian con un suspiro—. Te lo advertí, Cassia: tu entrenador tiene un montón de fanáticas.
Puse los ojos en blanco. Kirtan no solo hacía insufribles mis entrenamientos, sino que ahora, por su culpa, sería odiada por tener exclusividad con él.
Las preguntas sobre mi pasado no se hicieron esperar al sentarme con Vivian y con Nino en una de las tantas mesas de la cafetería. Fingí estar demasiado hambrienta como para responder. A medida que yo me llenaba la boca con el estofado preparado por las cocineras de la academia, Vivian y Nino hablaban sobre famosos del Infierno que no conocía, programas de televisión que no había visto y un montón de otras cosas de las que no tenía idea. No aprendí tanto sobre el Infierno en mis dos meses después de todo.
Luego del almuerzo y de un largo descanso, llegó la hora de entrenar. Me despedí de mis nuevos amigos, quienes se unieron a los demás infernales en los campos de entrenamiento y me reuní con Kirtan en el jardín de siempre.
Él traía la cara de pocos amigos a la que me había acostumbrado. Ni siquiera me saludó ni se dignó a preguntarme cómo estuvo mi primer día.
—Hoy iremos a un lugar especial —me dijo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho—. No te molestes en ir por provisiones, tengo todo aquí. —Señaló con la cabeza una mochila que llevaba en la espalda.
Asentí, nerviosa. ¿Acaso volveríamos al desierto... y al oasis?
Kirtan me extendió su mano. No la había tomado desde la última vez que atravesamos el portal para regresar a la academia después de que él me contara los detalles sobre la muerte de Elen, y de eso ya hacía mucho. Extrañaba tanto el tacto de su mano que, cuando estrechó la mía, sentí una punzada de nostalgia en todo mi ser.
Kirtan y yo atravesamos un nuevo portal que nos llevó a un barranco situado en un volcán activo. El cráter desprendía una fumarola oscura y voluminosa, como si en cualquier momento fuera a ocurrir una erupción. Podría sentir las vibraciones del cuerpo rocoso bajo mis pies; temía ser atrapada por un manto de lava. A la distancia, en la superficie, se hallaba un desierto de arena rojiza que se extendía hasta donde no alcanzaba la vista.
—¿Dónde estamos? —inquirí, maravillada por el paisaje. Desde mi llegada a este mundo, aprendí a adorar las postales de tonos opacos, rojizos y anaranjados que brindaba la naturaleza infernal.
—En un volcán ubicado en una de las reservas naturales de Averna —reveló Kirtan. Me sorprendió que respondiera alguna de mis preguntas—. No se supone que debamos estar aquí, pero ¿qué sería de la vida sin correr riesgos?
Sonaba muy animado. Hace un mes que no mostraba tanto entusiasmo. ¿Qué cambió? ¿De qué me perdí?
—¿Qué hacemos aquí? —interrogué, aprovechando que estaba dispuesto a hablar.
—Quiero presentarte a alguien muy especial. —Kirtan esbozó la sonrisa traviesa que tanto extrañaba y, tras poner unos dedos en su boca, silbó.
—¿A quién...? —Me quedé sin aliento cuando oí un fuerte rugido.
A la distancia apareció una criatura alada que volaba hacia nosotros. Tenía la piel rojiza cubierta de escamas como la de una serpiente, y un par de alas del tamaño de árboles. Su cola, acabada en forma de flecha, ondeaba con gracia en el viento. Sus garras eran enormes y letales, así como sus dientes.
Era un dragón.
Entré en pánico. Corrí lejos de la bestia, pero detuve mis pasos al darme la vuelta y ver que Kirtan se quedaba quieto con una macabra sonrisa en el rostro.
¿Permitiría que ese dragón me comiera?
—¿¡Qué haces, Kirtan!? —pregunté, horrorizada—. ¡Sácame de aquí! ¡Llévame de vuelta a la academia!
—¡Tranquila! —Se carcajeó—. Es otra de mis mascotas.
—¿Mas...?
Antes de que pudiera decir más, el dragón se abalanzó sobre Kirtan. Emití un alarido y me tapé los ojos para no ver la que sería una horripilante escena: Kirtan siendo devorado por una bestia.
Me obligué a despegar mis párpados cuando escuché la risa de mi entrenador. El dragón lo lamía.
—¡Basta, Garras! —ordenó Kirtan desde el suelo. La larga lengua de la criatura le hacía cosquillas—. ¡Me ensuciarás!
El dragón resoplaba con furia, pero estaba muy animado por la presencia de Kirtan. La criatura medía al menos diez metros; no era tan grande como imaginaba a los dragones, pero eso no quitaba que fuera aterrador... y cariñoso.
Kirtan se liberó de los mimos del dragón y se puso de pie. Se limpió el rostro con su playera anti fuego y le dio un beso a la mascota en la cabeza.
—Este es Garras —me dijo mientras lo acariciaba—. Garras, ella es Cassia. Muéstrale de qué eres capaz.
Pensé que el dragón se abalanzaría sobre mí, pero, en lugar de ello, la bestia emprendió el vuelo y, tras alcanzar una altura considerable, comenzó a expulsar llamaradas por la boca. Estas eran más grandes que cualquiera creada por Kirtan. Garras dio vueltas y vueltas en el cielo a medida que expulsaba fuego. Sus movimientos eran tan gráciles que parecía estar danzando en las alturas; quedé maravillada con el espectáculo.
—¡Ese es mi chico! —gritó Kirtan. Contemplaba a Garras con los ojos de un padre orgulloso.
Garras regresó a la superficie para recibir las caricias de Kirtan como premio. Nunca pensé que envidiaría a un dragón.
—Acércate a él —me invitó Kirtan—. No te hará daño, lo prometo.
—No, gracias. —Tenía los pies listos para salir corriendo—. Estoy bien así.
—Vamos, Cassia, no seas gallina. —Kirtan rodó la mirada—. Garras es un bebé inofensivo.
—Oh, sí, sobre todo por esas garras que le dan nombre y que me destriparían en un segundo. —Temblé de miedo al imaginarlo—. Y no soy una gallina.
—Claro que lo eres.
—¡Que no!
—Entonces, acércate —desafió.
Tragué saliva. No podía quedar como una cobarde delante de Kirtan, estaba harta de que me considerara inferior. Pero ¿y si era una trampa y en realidad Garras me comería de un bocado? Yo no quería morir, no cuando las cosas comenzaban a marchar tan bien.
Decidí que correría el riesgo. Me acerqué con cautela al dragón, el que resoplaba con fiereza. Gruñía un poco mientras me aproximaba a él, pero no parecía querer comerme ni nada parecido. Me atreví a ponerle una mano encima. Cuando me la lamió, casi me dio un infarto. Salté y retrocedí de inmediato; Kirtan se rio a todo pulmón. Fue una risa natural, despreocupada. Era la primera vez que lo oía reír así.
—Inténtalo otra vez —ordenó, animado—. Pero, ahora, quiero que sientas la energía del dragón. Cierra los ojos mientras lo tocas y trata de conectar tu espíritu con el suyo. Los dragones son criaturas con esencias muy potentes; cuando logres sentirla, te darás cuenta de que no es una amenaza e incluso serás capaz de comprender lo que siente.
Llené mis pulmones de aire y me mentalicé para conectarme con el dragón. Me aproximé con cautela y le puse una mano en la cabeza. El dragón se serenó y me permitió adentrarme en lo profundo de su ser.
Al principio, no sentí nada. Me concentré lo suficiente y, al cabo de segundos, sentí una energía diferente a la mía, una que calaba dentro de mí. Pude palpar el entusiasmo que sentía el dragón por encontrarse en presencia de Kirtan. Oí el latido del corazón ardiente de la criatura como si estuviera dentro de mi cuerpo y experimenté la sensación de desconfianza que sentía por mí, pero, a la vez, percibí su disposición a confiar en mí, a permitir que uniéramos nuestras almas.
—¿Y bien? —inquirió Kirtan.
—Puedo sentirla —dije, eufórica—. Su alma. La siento.
—¿Sientes el poder que emana? ¿Lo sientes dentro de ti?
—Sí. —Sentía ese calor especial y esa fuerza imbatible.
El dragón no podía hablar, pero su alma decía de todo. Noté lo joven que era; era la esencia de una criatura llena de vida. Su poder era sorprendente, se fundía en mis venas, se conectaba con mi propio fuego.
Alejé mi mano de Garras y rompí la conexión. El dragón estaba en calma. Confiaba en mí, y ahora yo también confiaba en él.
—Creo que le agrado —susurré.
—Seguro que sí. —Kirtan sonreía con un brillo peculiar en la mirada, uno que no había visto antes.
Nos miramos y por un instante solo hubo un silencio cómodo del que no sabía cómo sentirme. Kirtan amaba confundirme, le encantaba jugar con mis sentimientos. Un día me odiaba y al otro parecía que nuestra conexión era mutua. No es justo que lo hiciera.
Rompí el contacto visual y le recordé que debíamos entrenar. Él asintió y me ordenó que volviera a conectarme con la esencia del dragón, pero que esta vez tratara de mantener en mí la energía que obtuviera de él. Me tomó tres horas lograrlo; finalmente pude almacenar una parte del fuego del dragón y luego lo solté a través de mis manos. Fue la llamarada más grande que haya expulsado, la más ardiente.
Salté de alegría. Aprendía a pasos de caracol, pero cada día lograba nuevos avances en mi entrenamiento. Para mi sorpresa, Kirtan me felicitó. Me dejó con la boca abierta de par en par.
La tarde cayó sobre la montaña. El cielo ardía de un rojo oscuro mezclado con un naranjo eléctrico. Kirtan y yo nos sentamos en el borde del barranco para merendar mientras Garras volaba a la distancia y teñía el cielo con sus llamas.
Ya no podía aguantar la curiosidad por el repentino cambio de humor de Kirtan. Tenía que preguntar al respecto.
—¿Por qué estás tan feliz? —Me atreví a consultar.
—¿De qué hablas? —Hundió sus cejas pobladas.
—Te ves... diferente. Pareces feliz.
Kirtan contempló el horizonte. La luz del atardecer le daba un aspecto etéreo. Después de minutos de silencio, confesó:
—Estoy saliendo con alguien, Cassia.
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F por Cassia :(
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