17. Primera cita
Me moría por besar a Kirtan, pero no estaba dispuesta a hacerlo.
—No creo que haga falta besarnos para descubrir si el anillo funciona —le dije, mi tono era más frío de lo que esperaba—. Supongo que, de fallar, acabaremos cometiendo otro error tarde o temprano.
—Vaya, vaya. —Kirtan enarcó una ceja—. Al menos estás de acuerdo en que besarnos es un error.
—Claro que lo es.
Me convencí a mí misma de que, si lo trataba de la misma forma en la que él me trataba a mí, la conexión perdería su fuerza.
—¿Segura de que no quieres intentarlo? —insistió como si quisiera hacerlo por algo más que probar su anillo.
¿Acaso tenía ganas de besarme? ¿No fue él mismo quien dijo que yo no le parecía atractiva?
—Segurísima. —Continué mi camino hacia la salida con la frente en alto.
Mentía, por supuesto. Sí quería besarlo, pero ahora que sabía que tenía una conexión con él, temía que cada beso me pusiera un paso adelante hacia la posibilidad de enamorarme. Tenía que mantenerme alejada de Kirtan, al menos todo lo que pudiera.
—Mañana mismo retomaremos los entrenamientos —dijo como si adivinara mis intenciones de guardar distancias.
Maldito idiota.
—Bien.
—¿Estás molesta o algo así? —Se adelantó hasta pararse frente a mí.
—¿Acaso te importa? —inquirí en respuesta. Ya no tenía intenciones de ser buena con él.
—No, pero si vas a estar molesta todo el tiempo, lo único que lograrás es que los entrenamientos sean más incomodos de lo que lo serán. —Se cruzó de brazos.
—Tú ya estás molesto todo el tiempo. —Sostuve su mirada. Si el anillo funcionaba, no suponía un peligro mirarlo—. He decidido que te trataré de la misma forma en la que tú me tratas a mí.
Kirtan sonrió con sorna, pero percibí un atisbo de incomodidad detrás de su sonrisa.
—¿Y se puede saber a qué se debe este repentino cambio de actitud?
—No lo sé... —No podía confesarle que tenía miedo de enamorarme por culpa de la maldita conexión. Tuve que recurrir a una excusa—. Tal vez a que me llamaste fea delante de Feir.
Kirtan se rio. Me tragué las ganas de darle un puñetazo.
—¿Te parece gracioso herir los sentimientos de una persona? —recriminé con la voz quebrada. Me odié a mí misma por ser tan frágil.
Kirtan dejó de reír. Se enserió al comprender que de verdad me dolía lo que dijo sobre mi aspecto.
—No dije que eres fea, solo que no eres atractiva para mí.
—Es lo mismo —mascullé con la mirada desviada hacia los arbustos de hojas negras del templo.
—No lo es. —A Kirtan le costaba decir cada palabra—. Que no seas atractiva ante mis ojos no implica que no lo seas ante los demás.
—¿Crees que soy bonita? —inquirí, esperanzada.
—¿Por qué te importa lo que yo piense? —contestó en lugar de responder mi pregunta—. ¿Acaso tu autoestima depende de lo que opine el resto? A la mierda la gente, Cassia. Lo único que importa es que tú te consideres hermosa.
Me sorprendió que hablara así. Pensé que se aprovecharía de mi vulnerabilidad para humillarme y para hacerme sentir tan poco agraciada como un insecto.
Kirtan tenía razón: mi autoestima no puede depender de lo que piensen los demás. Debo aprender a valorarme a mí misma. Si no me quiero yo primero, nadie más lo hará.
—Gracias, Kirtan —susurré de mala gana. Me atreví a mirarlo y vi que su boca se curvó en una débil sonrisa.
—Como sea. —Se encogió de hombros—. Vámonos.
Abandonamos el templo y volvimos a recorrer las calles de la ciudad. Kirtan ya no se veía tan inquieto como cada vez que se encontraba conmigo. Él no me guio por las mismas calles que recorrimos al llegar, sino que ahora transitábamos por unas dominadas por la bohemia. Las torres en esta zona estaban iluminadas con luces multicolores que me hacían sentir como si estuviera en el Las Vegas del Infierno. La música resonaba por todas partes, y un millar de estrafalarios infernales iba de un lado a otro entre las aceras y los puentes colgantes. La vida nocturna se respiraba en cada rincón.
—¿Adónde vamos? —inquirí, nerviosa.
—Creo que te vendría bien conocer un poco más de Antorm antes de regresar a la academia. ¿Quieres...? —Se calló.
—¿Que si quiero, qué?
—¿Hacer algo divertido?
Me paré en seco. ¿Kirtan quería pasar tiempo conmigo?
—¿Qué?
—Que si quieres hacer algo divertido, joder. —Se pasó una mano por la cara, nervioso.
—¿Por qué?
—Por qué, ¿qué?
—¿Por qué quieres pasar tiempo conmigo? —Me fue imposible desconfiar—. Hasta hace horas no me dirigías la palabra en días.
—No lo sé, Cassia —resopló—. Supongo que, si vamos a entrenar juntos de ahora en adelante, lo mejor será hacer una tregua y tratar de llevarnos bien.
—¿Una tregua? —Solté un bufido—. Yo nunca he estado en guerra contigo, Kirtan. Eres tú el que me ha odiado desde que nos conocimos.
—Ya lo sé... —Hizo una pausa—. Como sea, ¿quieres ir por ahí o no? Porque si no quieres, nos vamos a la academia y ya está, no hay...
—Claro que quiero. —Me ardió la cara.
Debí decir que no. Me prometí que me mantendría alejada de él, y ahí estaba yo, aceptando pasar tiempo a su lado como si no me odiara en absoluto.
—Bien. —No sonrió, pero noté que quería hacerlo.
—No volveré a ser secuestrada, ¿cierto? —Tenía que preguntarlo. Me aterraba volver a caer en las manos de los hijos del abismo.
—Te prometo que no.
—¿Y no volveré a ser hechizada?
—Si alguien intenta meterse contigo, yo mismo lo mataré.
Sentí un cosquilleo en la entrepierna.
—¿Tiene más preguntas, su alteza? —Sonrió—. ¿O ya podemos irnos a pasar un buen rato?
Esta vez, se me escapó una risita.
—Solo júrame que cuidarás de mí. —Era lo mínimo que podía prometerme.
—Te lo juro, Cassia. —Se llevó una mano al corazón—. Conmigo a tu lado, nada malo te pasará.
No es como si no me hubieran pasado cosas malas estando con él en el pasado, pero eso no evitaba que me sintiera a salvo con él, de modo que acepté acompañarlo a donde sea que pretendía llevarme.
—Bien... ¿qué haremos? —El nerviosismo me retorcía las entrañas.
—Conozco un lugar increíble —dijo con cierto entusiasmo—. Vamos.
Recorrimos unas cuantas calles más sin torres hasta llegar a las afueras de un sorprendente y vasto coliseo de piedra oscura. Los gritos y ovaciones que provenían del interior se oían a varios metros de distancia. Un enorme cartel luminoso instalado sobre las entradas al coliseo anunciaba que esta noche habría un torneo entre gladiadores renombrados.
La fila de infernales que querían ingresar al coliseo se extendía hasta darle la vuelta al anfiteatro. No había forma de que Kirtan y yo lográramos entrar a tiempo.
—Está lleno —puntualicé como si no fuera obvio.
—No te preocupes, tengo mis métodos —dijo con una sonrisa traviesa—. Sígueme.
Caminamos hacia las entradas bloqueadas por un musculoso guardia de al menos dos metros de altura. Tenía la piel morena y aretes en todo el rostro. Vestía de negro y traía puestos unos bototos que me enviarían de vuelta a la Tierra de una patada.
—Tienen que hacer la fila —dijo con voz ronca y prepotente cuando nos acercamos a él.
Algo extraño sucedió entonces. Kirtan lo miró fijamente y, por unos segundos, el guardia cambió su expresión de rudeza por una tan amistosa como la de Darren.
—Trabajamos para uno de los gladiadores —dijo Kirtan con una sonrisa falsa—. Será mejor que nos dejes entrar antes de que empiece el torneo, o nos meteremos en graves problemas...
—Oh, no queremos eso. —El guardia rio con suavidad—. Pasen, por favor.
Pasmada, seguí a Kirtan hacia el interior del coliseo. La gente atiborrada en las entradas murmuró con molestia, pero nadie dijo nada. Comprendí que Kirtan tenía el poder suficiente como para encantar al guardia y para aterrar a la gente de modo que ningún infernal que presenció sus facultades se atreviera a cuestionarlo.
—¿Qué fue eso? —le pregunté en susurros mientras recorríamos un corredor bien iluminado. Los gritos de los presentes en el coliseo se hacían más fuertes.
—Digamos que tengo una mirada muy convincente. —Guiñó un ojo.
—Le hiciste a ese hombre lo mismo que te hago yo. —No quería arruinar la noche, pero necesitaba decirlo.
—Hechizar a alguien para que te permita entrar a un coliseo es muy diferente a obligarlo a besarte.
—Sigue estando mal.
No dijo más. Él sabía que yo estaba en lo cierto.
Atravesamos un túnel y llegamos a la arena repleta de cientos y cientos de infernales. Eran tantos que me sentí mareada, nunca había estado en un lugar tan concurrido. Kirtan y yo subimos unas escaleras por las que apenas podíamos pasar y nos sentamos en una de las pocas gradas en las que aún quedaban asientos disponibles.
A mi lado estaba sentada una infernal pelirroja y de ojos también rojos. Su ropa era muy corta y ajustada, tenía una figura envidiable. Un infernal muy guapo tenía un brazo puesto alrededor de los hombros de la chica. Parecían una pareja feliz.
—¿Primera vez aquí? —me preguntó la infernal con una sonrisa. Su voz era delicada como el viento de verano, nada que ver con su atrevido aspecto.
—¿Cómo lo sabes? —inquirí con timidez. Aún no sabía cómo relacionarme con extraños.
—Por la cara de niña asustada que traes. —La chica rio—. No te preocupes, aquí no corre tanta sangre... al menos no tan pronto.
Me estremecí.
—Siempre tienes a tu novio para esconderte en caso de que te asustes —intervino el infernal que acompañaba a la chica. Su voz sí que era grave.
—No soy su novio —dijo Kirtan con cara de pocos amigos. Se le daba fatal tratar con extraños, es una de las pocas cosas que teníamos en común.
Los infernales se miraron entre sí con ganas de reír, pero no dijeron nada más.
Mi brazo y el de Kirtan se rozaban de vez en cuando mientras esperábamos a que comenzara la primera batalla de gladiadores. Un silencio nada cómodo se instauró entre nosotros. Quería decir algo, pero no se me ocurría qué. No sabía nada sobre sus gustos, al menos nada excepto que le gustaban las armas y ahora los coliseos.
—¿Quieres comer o beber algo? —preguntó cuando me vio con la vista clavada en un vendedor que transitaba entre las gradas.
—No, gracias —mentí. Me moría de sed.
—Como quieras. —Kirtan le hizo una señal al vendedor y este se acercó. Compró una cerveza espumosa y una soda que me entregó.
—Te dije que no quería nada —recordé, avergonzada.
—No te conozco mucho, Cassia, pero sé cuando mientes. —Le dio un gran trago a su cerveza mientras me miraba.
Las mariposas en llamas de mi estómago estaban de regreso. Iban de un lado a otro como locas.
—Gracias por la soda. —Bebí unos cuantos sorbos tímidos y desvié la mirada hacia la arena, incapaz de ver a Kirtan por más tiempo.
El torneo de gladiadores comenzó al cabo de minutos. Los gritos se acentuaron, todos en el coliseo tenían sus preferencias. Las batallas consistían tanto en ataques de fuego como en ataques con armas. Los gladiadores vestían armaduras de metal, pero de nada les servían cuando sus oponentes atacaban en lugares desprotegidos.
Mi impacto fue brutal cuando vi que a un gladiador le cortaron una pierna. Gritos de furia y de ovación llenaron el ambiente. Los infernales disfrutaban de esa violencia y de la sangre derramada como si fuera un juego; yo estaba horrorizada. Kirtan se mantenía en silencio con el ceño fruncido, pero de vez en cuando daba un respingo al ver que un gladiador atacaba a otro. Me percaté de que, tal como la mayoría en el coliseo, también tenía sus favoritos.
Las luchas se extendieron por un buen rato de sangre, de cuerpos ardientes y de violencia desmedida. Sorpresivamente, el torneo se me hizo cada vez menos horroroso y comencé a disfrutarlo. Kirtan finalmente me dirigió la palabra al notar que yo había escogido como mis favoritos a dos gladiadores: una chica de cabello corto y dorado tan ágil como el viento y un hombre cuyo cuerpo entero ardía en llamas. Al parecer, también eran sus preferidos.
Kirtan me contó con entusiasmo algunos detalles sobre ambos gladiadores. Me hablaba de estrategia, de ataque y de varias otras cosas que no entendía, pero atesoré cada palabra. La emoción con la que hablaba y el hambre en sus ojos al presenciar cada lucha me puso muy feliz. Por unas horas, Kirtan pareció olvidar que yo tenía sangre de ángel. No éramos nada salvo dos jóvenes que pasaban un buen rato en un coliseo repleto de infernales.
Los gladiadores fueron cayendo uno por uno. Nuestros favoritos seguían en pie; me sorprendí a mí misma levantándome cada vez que alguno era golpeado o cada vez que ellos hacían caer a alguien, ya sea para quejarme o para celebrar. Kirtan hacía lo mismo. Los dos nos involucramos de tal modo en el torneo que estábamos muy concentrados y que nos olvidamos de lo que sucedía a nuestro alrededor. La incomodidad que existía entre nosotros al comienzo del evento había quedado atrás.
Nunca fui una persona que disfrutara el sufrimiento ajeno, pero me divertí con la violencia que presencié esta noche. El desplante de los gladiadores, la ausencia del miedo, la destreza en sus movimientos... todo, absolutamente todo era memorable. Sentí que presenciaba una película de acción en la vida real. Me imaginé a mí misma siendo tan fuerte y tan valiente como Merna, mi gladiadora preferida, y se me llenó el pecho de añoranza. Quería ser así de poderosa y segura. Tal vez algún día.
Kirtan estaba tan animado como yo. Uno de nuestros gladiadores favoritos cayó, solo quedaba Merna en pie. Su pequeñez y delgadez eran una ventaja tremenda para ella, pues se movía a mayor velocidad y no tenía tanto cuerpo que abarcar para que pudieran atacarla. Tanto Kirtan como yo teníamos nuestras cartas apostadas en ella. No despegábamos la mirada de la gladiadora. Por un momento olvidé que me encontraba junto a mi entrenador, así de cómoda me sentía.
El torneo llegaba a su fin. Solo quedaban dos gladiadores en pie: Merna y un semipuro al que todos abucheaban. No era un oponente fácil de vencer, pero yo confiaba en mi preferida. Ella estuvo a punto de caer cuando el semipuro, tal como hacía yo, formó un látigo de fuego con el que la agarró de las piernas y de los brazos y la atrajo hacia él. Exclamaciones de asombro se oyeron por todo el coliseo; el semipuro ganaría.
No obstante, a poco de ser atacada por la espada de su oponente, Merna lanzó una llamarada de fuego por la boca directamente en el rostro del semipuro. La llamarada fue tan poderosa que el demonio se vio obligado a cerrar los ojos, a retroceder y a dispersar el látigo con el que envolvía el cuerpo de la gladiadora. Ella aprovechó la ventaja y no dudó en clavar su espada de fuego en el corazón de su contrincante.
Mi gladiadora favorita ganó el torneo. Los gritos y las ovaciones llenaron el anfiteatro. Me puse de pie y salté y grité como loca, Kirtan hizo lo mismo. Y, sin darnos cuenta, nos envolvimos en un fuerte abrazo de celebración.
Nos separamos con asombro y con incomodidad. Sus mejillas enrojecían, supuse que las mías también. Superado el bochornoso abrazo, abandonamos el coliseo a medida que conversábamos sobre lo grandioso que fue el torneo. Hacía años que no lo pasaba tan bien. Me percaté de que Kirtan me observaba con diversión, le gustó contemplar mi entusiasmo ante algo que él disfrutaba.
—Puedo conseguirte el autógrafo de Merna la próxima vez —ofreció con cierta timidez cuando recorríamos una calle cercana al coliseo.
—¿Habrá una próxima vez? —inquirí, esperanzada.
—Puede que sí. —Esbozó una sonrisa indescifrable. Yo también sonreí.
Mi corazón retumbaba sin parar. Me dio igual la discordia que existía entre nosotros, me la pasé increíblemente bien su lado. Nunca esperé divertirme tanto con alguien como él.
—¿Quieres ir por un trago? —preguntó de repente, robándome el aliento.
—Claro —respondí con voz trémula.
No me lo podía creer. Al parecer, nuestra diversión se extendería por toda la noche.
Nos dirigimos hacia una calle de Antorm atestada de bares y de clubes nocturnos. Algunos infernales me miraban con deseo, pero se mantenían alejados al ver el rostro amenazante de Kirtan, quien en todo momento me mantuvo a su lado para protegerme de cualquier peligro.
Kirtan y yo entramos a un bar llamado "El agujero del diablo". Vaya nombre curioso.
El bar no estaba tan lleno como esperaba. Para mi sorpresa, la música en el interior era muy tranquila, nada comparado con el torrente que sonaba fuera de clubes en los que los infernales parecían estar bailando hasta la muerte.
El bar en el que nos encontrábamos era discreto, sobrio y poco concurrido. Estaba iluminado con luces rojas de neón, las que le daban a Kirtan un aspecto sensual y misterioso. Nos sentamos en torno a una mesa vacía ubicada en un extremo del bar. Un mesero de aspecto estrafalario se acercó a entregarnos la carta y a anotar nuestros pedidos en una libreta.
—¿Bebes alcohol? —me preguntó Kirtan, como si no lo supiera ya. Se me notaba en la cara que nunca había bebido ni una gota.
—Sí —mentí. Quería atreverme a probar cosas nuevas esta noche. Después de todo, aunque me odiara, con Kirtan me sentía muy segura—. Quiero un vaso de sangre de ángel, por favor.
Esperaba que el trago no contuviera realmente sangre angelical.
—Quiero lo mismo —dijo Kirtan con una sonrisa cuya intención no pude adivinar.
El mesero anotó nuestras peticiones y se alejó. Me encogí ante la mirada fija de Kirtan, sus ojos me calaban hasta el alma.
—Así que beberás la sangre de tu propia especie —bromeó.
Me limité a rodar la mirada.
—Creí que no bebías —dijo, dejando a un lado el tema de los ángeles. Gracias al Cielo... o al Infierno, como sea.
—Y yo creí que me odiabas.
—Aún lo hago —respondió con sinceridad—. Pero debo admitir que, esta noche, me caes un poquito mejor que antes.
No dije nada, solo sonreí.
Volvimos a los silencios incómodos. No había mucho de lo que hablar con él cuando no sabía qué podría molestarlo y qué no. Tratar con Kirtan era como navegar por aguas oscuras y desconocidas.
—Y bien... —Fue el primero en romper el silencio—. ¿Qué te gusta, Cassia?
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes. ¿Qué te gusta hacer? ¿A qué solías dedicar el tiempo en la Tierra antes de convertirte en una bestia apestosa?
Debería sentirme insultada, pero solo pude reír.
—No hacía mucho —admití con timidez—. Ya sabes, lo típico... estudiar y pasarme los días llorando por lo miserable que era mi vida.
—Lo normal. —Se encogió de hombros. Me hizo reír otra vez.
—También me gustaban los libros. Me salvaron la vida más de una vez.
—Y me imagino que leías cosas muy sucias, ¿no? —Los ojos de Kirtan desprendían malicia.
—Claro que no —mentí, ruborizada.
—A mí no me engañas, Cassia —dijo con una voz grave que me hizo vibrar—. Sé que eres una chica mala.
Los tragos llegaron a tiempo para salvarme de responder. El contenido del vaso era un líquido oscuro como la tinta azulada, tal y como era la sangre de los celestiales que maté. Tres muertes que, hasta la actualidad, se apoderaban de mis sueños por las noches cuando no era Kirtan el que los protagonizaba.
Probé un sorbo de la tinta azulada y me raspó la garganta, pero no sabía mal. Sin embargo, no pude evitar toser, lo que causó la diversión de mi acompañante.
—Así que bebías, ¿eh? —inquirió, sonriente.
—Está bien, es mi primera vez —admití, mis mejillas no solo ardían por la vergüenza. Un sorbo de sangre de ángel y ya sentía que me embriagaba.
—Con cuidado, niña. —Emitió una risa ronca y atractiva y se pasó una mano por su pelo oscuro—. El primer trago en el Infierno siempre es el peor.
—No soy una niña —espeté y bebí otro sorbo, esta vez uno más extenso.
—Ah, ¿no? Pues tampoco pareces una mujer.
—¿Quieres que te demuestre lo que esta mujer puede hacer?
No sé por qué lo dije. ¿Tan pronto caí bajo los efectos de la sangre de ángel?
—Tienes agallas, Cassia —dijo Kirtan tras una breve risa melodiosa—. Me gusta.
Mi asombro fue instantáneo.
Kirtan, el demonio inflexible, admitió por primera vez que algo de mí le gustaba.
No pude decir nada, solo sonreí como una tonta. No me había dado cuenta hasta ahora de que esta no solo era la primera vez que yo parecía agradarle a Kirtan, sino que, de cierta forma, también era nuestra primera cita.
Y, con suerte, la primera de muchas.
🔥
Les traigo un reto: si todos los capítulos de la historia superan los cien votos, publicaré el próximo capítulo en solo dos días 🌚 ya saben, quienes no hayan votado en los anteriores, les recomiendo hacerlo. Se viene un capitulazo de aquellos ❤️
Y, a lo mejor, hago un maratón muy pronto 🔥
Gracias por su paciencia, bebés. Nos vemos en el próximo :'D
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