12. El mar de las almas errantes
No sabía cómo sentirme. Aún desconfiaba de Kirtan, nada podía asegurarme que no tuvo que ver en mi secuestro.
Que provocara un caos fuera del recinto podría significar que estaba aquí para rescatarme, pero no podía confiar en sus intenciones. A lo mejor decidió venir en mi búsqueda porque se sentía culpable. El hecho de que me encontrara tan fácilmente delataba que, quizá, supo todo el tiempo dónde me traerían.
Así Kirtan se hubiera involucrado, no podía desaprovechar la distracción que brindaba. No tenía energías para un estallido, tampoco sabía cómo iniciar uno por voluntad propia, pero podría gritar para confirmarle que me encontraba en el cuarto.
Por desgracia, las palabras se quedaron atascadas en mi lengua cuando la mujer demonio liberó un manto de sombras que se extendió con rapidez por la habitación y que me redujo a la inconsciencia. Caí al suelo con tanta fuerza que habría gritado de dolor si pudiera, pero me dormí al instante. Lo último que oí fueron los gritos de Kirtan llamando mi nombre mientras libraba una guerra en el exterior.
Aunque no me era de fiar, rogaba que hubiera traído aliados consigo. Difícilmente sobreviviría él solo contra los que debían ser un montón de oponentes. Anoche fue apuñalado en la lucha contra los celestiales siendo menos contrincantes que los hijos del abismo.
No sé cuánto tiempo dormí, pero desperté a bordo de una furgoneta en movimiento, apretujada en el suelo de la parte trasera junto a las demás cautivas. No podía moverme, mi cuerpo estaba paralizado a excepción de mis párpados y de mis ojos. Había unos cuantos piratas a bordo con nosotras. Nos apuntaban sus espadas y cimitarras en todo segundo, atentos a cualquier movimiento en falso.
La furgoneta se detuvo frente a la costa y los piratas descendieron para sacarnos. Uno de los hijos del abismo me cargó fuera del vehículo y descubrí que nos encontrábamos frente a un puerto añejo y solitario en el que, atracado junto a un oxidado muelle, se encontraba un gigantesco barco sacado de película de terror.
El navío era negro en su totalidad a excepción de las banderas rojas que ondeaban con el viento de la recién llegada noche. Las antorchas encendidas a bordo le daban un aspecto aún más aterrador a la embarcación cuyo casco estaba envuelto por una bruma de sombras. Parecía que flotaba en nubes negras.
La mujer demonio apareció de la nada en medio del muelle. Debió estar cerca todo el tiempo, o ya nos habríamos liberado de la inmovilidad que ella misma nos causó. Apenas pudiéramos movernos, teníamos que intentar algo, lo que sea. No podíamos quedarnos de brazos cruzados. Deseaba que al menos la pelirroja siguiera entre nosotras; sería de muchísima ayuda en un intento de escape. Es una lástima que fuera asesinada. La imagen de su cuerpo inerte se incrustó en mi mente y tal vez nunca desaparecería.
La pura ordenó a los piratas que nos subieran al barco. El mar estaba en calma, pero lucía tan oscuro como la tinta. Recordé que los miembros del Círculo Gris me contaron que Averna y Abisma estaban separados por un mar de monstruos. ¿Atravesaríamos el océano con quién sabe qué clase de criaturas bestiales?
Los piratas nos trasladaron por el muelle y luego nos subieron al barco mediante una pasarela metálica. Los hijos del abismo que ya se encontraban a bordo nos miraban como si fuéramos carne para su consumo. Sus gritos y risas me revolvieron el estómago. "¡Déjenme a esa!" exclamaban algunos. "¡Denme unos minutos a solas con esta!".
—Llévenlas a la jaula —ordenó un pirata. Los que nos cargaban no dudaron en obedecer. El sujeto que dio la orden debía tratarse del capitán de la embarcación. Portaba dos cimitarras cruzadas tras la espalda, ambas de un tamaño letal.
A todas las raptadas nos llevaron a la mencionada jaula, incluso a las que la mujer demonio había descartado. Pero la jaula no se encontraba en alguna cámara interior, sino que se hallaba en plena cubierta. Era del tamaño de una habitación y de barrotes de acero tan gruesos que difícilmente podrían romperse. Nos fueron lanzando a todas en su interior con nula delicadeza y luego cerraron la puerta con un estruendo metálico que sonó como una sentencia.
Al estar encerradas, el hechizo o lo que nos mantuvo inmóviles desapareció de golpe en todas. Como ya podíamos movernos y hablar, el llanto fue instantáneo en algunas de las chicas, pero fueron obligadas a callar de inmediato a gritos y a golpes de espadas y de cimitarras contra los barrotes de la jaula. No puedo negar que estaba muerta de miedo. La esperanza de que Kirtan nos salvara se extinguió como el fuego bajo la lluvia.
¿Qué fue de él? ¿Murió en la lucha contra los hijos del abismo? ¿Sobrevivió y seguía en nuestra búsqueda? Quizá nunca lo averiguaría. Es una pena que no alcanzara a salvarnos.
Por desgracia, el barco zarpó de inmediato por orden del capitán, quien también ordenó que se hiciera el menor ruido posible. La mujer demonio, parada en el centro de la cubierta, alzó las manos a los costados y las sombras que envolvían el casco del barco se extendieron hasta formar una cúpula de oscuridad alrededor de todo el navío.
La bruma bloqueó la vista del cielo nocturno. De no ser por las antorchas encendidas, nos sumiríamos en una penumbra absoluta. Deduje que el propósito del manto de sombras era camuflar el barco entre la negrura del mar y así dificultar nuestro hallazgo.
—Presten atención, señoritas —vociferó el sujeto a cargo frente a la jaula—. Mi nombre es Barlac Amantus; soy el capitán y el hombre al mando de este navío. Por si no lo sabían, somos los hijos del abismo, los piratas más poderosos de este mundo. Nuestra misión es llevarlas a Abisma a través del océano. Para ello, cruzaremos el mar de las almas errantes.
Los gritos ahogados de terror no se hicieron esperar en mis compañeras.
—Sí, lo sé, es el mar más peligroso del Infierno, pero lo hemos navegado una infinidad de veces. Además, esta vez, contamos con la protección de una pura. —Señaló a la mujer demonio—. Con ella a bordo, no hay nada que temer. Pero, como bien saben, el mar de las almas errantes está plagado de espíritus en pena y de monstruos marinos que, inevitablemente, tendremos que enfrentar. Les pido, por su bien, que se comporten y que eviten los gritos y los llantos excesivos. Será un viaje largo de al menos una semana. Si quieren terminarlo vivas, será mejor que sean buenas chicas. Dudo que quieran convertirse en la cena de alguna bestia acuática, ¿o sí?
Un "no" colectivo resonó en la jaula.
—Y a lo mejor, si se portan bien, las alimentaremos más tarde. Todo depende de ustedes.
Me asombraba lo bondadoso que sonaba para tratarse del capitán de un navío tripulado por criminales. Es obvio que su amabilidad era una farsa para mantenernos calmadas y para hacer un poco amena la que sería una larga travesía.
La promesa de ser alimentadas a cambio de un buen comportamiento bastó para callarnos a todas. Estaba tan hambrienta y sedienta que me conformaría con un pan rancio y con unas cuantas gotas de agua. Aunque pudiera estallar otra vez y desatar mi poder, no serviría de mucho con el estómago vacío.
Pasaron horas de tensión. Algunos de los piratas se acercaban a la jaula de vez en cuando, pero se limitaban a amedrentarnos o a golpear los barrotes y luego se alejaban. Para no volverme loca, concentré mi atención en una pareja de chicas que al parecer fueron secuestradas juntas. Se estaban besando, abrazando y conteniendo en un rincón de la oscura jaula. Ambas se consolaban con un amor puro e incondicional. Bastaba con verlas para comprobar que se querían.
No puedo negar que, así como me provocaban muchísima ternura, también me causaban envidia. Ellas se tenían entre sí para darse valor, mientras que yo no contaba con nadie. Fuera de la jaula y del barco en el que nos trasladaban a Abisma, conocía solamente a una persona que de verdad se preocupaba por mí, y ella se encontraba a un mundo de distancia. Nunca me sentí tan sola como ahora.
En un intento desesperado por despejar mi mente, fantaseé con un Kirtan diferente al cotidiano. Me imaginé a uno que no me odiaba desde el primer día, que apenas cruzábamos miradas se enamoraba de mí. Lo proyecté besándome, tocándome, desnudándome y haciéndome muchas otras cosas que es mejor no mencionar.
Me dejé llevar por tales pensamientos imposibles de tal manera que no me di cuenta de que por fin nos adentrábamos en el jodido mar de las almas errantes.
—Afírmense, señoritas, que ahora empieza lo bueno —advirtió burlón uno de los hijos del abismo—. Ya saben, oigan lo que oigan y vean lo que vean, cierren el pico.
Estela, quien milagrosamente dormía sobre mi hombro desde hace media hora o más, se despertó. No por el ruido o por algún movimiento brusco, pues tanto dentro como fuera de la jaula se formó una quietud espeluznante; algo más la espabiló.
—Así que hemos llegado —susurró—. Mierda, este lugar está colmado de espíritus...
—¿Puedes... verlos? —inquirí, aterrada. Nunca creí en los fantasmas, pero resulta que, tal como tantas otras cosas que creía un mito, son jodidamente reales.
—Veo retazos de sus auras a través la bruma. —Pese a que hablaba en voz baja, Estela captó la atención del resto de las chicas.
—¿Son espíritus malignos? —inquirió una de ellas.
—Sufrientes, más que nada. Se dice que en este mar habitan las almas de quienes no lograron encontrar su camino y quienes cargan un dolor muy grande que no les permite avanzar.
—¿Avanzar hacia dónde? —pregunté, arriesgándome a que sospecharan de mi ignorancia. ¿Y qué con eso? Era mi fin de todas formas.
—Al Cielo, ¿dónde si no? —dijo en tono bromista, pero nadie estaba de ánimos para reír—. No es cierto, todas sabemos que ahí no quieren a los demonios. Nuestras almas y las de todas las criaturas existentes acaban en el plano espiritual, una dimensión en la que los espíritus conviven en armonía. No existe la bondad ni la maldad, tampoco la luz o la oscuridad. No hay distinciones ni diferencias.
—Qué aburrido —dijo la chica del cabello platinado y, esta vez, logró un par de risillas discretas.
—¿Qué hay de las almas sufrientes? —pregunté—. ¿Pueden llegar al plano espiritual o están condenadas a una eternidad en pena?
—Si logran renunciar a su pasado y deshacerse del odio y de las trabas, logran avanzar también. Casi ningún alma en pena lo logra, pero, si lo hacen, ya no hay marcha atrás. Una vez que los espíritus encuentran su camino, se quedan en el plano espiritual para siempre y viven en armonía hasta el fin de los tiempos. Solo los errantes y los que acaban en el Limbo pueden regresar.
—¿El Limbo? —Nuevamente me arriesgué a quedar como una boba—. ¿Volver?
—¿Es que vivías bajo una roca? —me preguntó una de las muchachas—. ¿No sabes nada del mundo que te rodea? Vaya, sí que eres de Antorm.
—El Limbo es la dimensión a la que son enviadas las almas insalvables —respondió Estela como si nada. Le sonreí por sacarme del apuro—. Aquellas que, por más que lo intenten, nunca lograrán la redención ni la salvación... como Lucifer, por ejemplo.
La inquietud reinó en la jaula. Incluso estando encerrado en una dimensión de la que no podía escapar, la figura de Lucifer aún causaba terror. Estaba a punto de preguntar si era posible que él regresara como mencionó Estela cuando oí los primeros lamentos de las almas sufrientes.
Las voces se oían distantes y lejanas a la vez. Iban y venían de la misma manera que las que vivían dentro de mi cabeza, aquellas que no había vuelto a sentir desde que maté a los celestiales. No las extrañaba, pero las prefería por sobre las que oía mientras el barco se adentraba en lo profundo del océano.
Los lamentos de las almas en pena eran terroríficos. Algunas parecían llorar y rogar clemencia, otras profesaban cosas ininteligibles que de igual manera me pusieron los pelos de punta. Por si fuera poco, la mujer demonio levantó las manos a los costados e hizo desaparecer la bruma de sombras que envolvía la embarcación.
—Ya no la necesitamos —vociferó con esa voz delicada que no parecía real—. Lo que ahora necesitamos es ver con claridad.
Nadie protestó. Por mi parte, prefería navegar envuelta en sombras en lugar de ver todo lo que nos rodeaba. No es como si se viera mucho; el mar estaba tan oscuro que sería negro de no ser por el brillo de la luna de sangre que ahora relucía en el cielo y que le otorgaba al océano un aspecto a sangre opaca.
No veía los espíritus que nos rodeaban, pero sí que podía oírlos. Algunos se acercaban tanto que los escuchaba como si estuvieran dentro de la jaula. Me aferré a Estela con fuerza cual amigas de toda la vida. Deseaba que no nos alejaran en Abisma y que estuviéramos juntas si no lográbamos salvarnos.
Los lamentos dejaban de sonar y volvían a aparecer cada cierto tiempo. De vez en cuando me tapaba los oídos para no escucharlos. No puedo creer que quería llegar cuanto antes a Abisma. Los lamentos eran solo una parte de lo que nos esperaba en el viaje, las cosas se pondrían mucho más feas.
Y sí que se pusieron feas cuando, de pronto, el barco comenzó a temblar.
Los piratas tomaron posición, ellos sabían que nos enfrentaríamos a algo grande. El capitán ordenó que el navío fuera detenido; gritaba órdenes como loco. La mujer demonio se acercó a la proa sin miedo, su vestido ondeaba grácilmente con el viento del océano. Ella volvió a crear un manto de sombras, pero esta vez uno que levantó el barco por los aires y que nos alejó del mar. Estábamos volando, literalmente.
Aunque la levitación era estable, las chicas y yo nos agarramos de los barrotes de la jaula por si acaso. Era una suerte que la jaula estuviera atornillada al suelo de la cubierta. Desde nuestra prisión, se oía cómo el mar se agitaba cada vez más a causa de lo que enfrentaríamos en segundos.
La amenaza emergió desde el fondo del océano: se trataba de una gigantesca serpiente marina de escamas negras y rojas. Era tan grande como un edificio; se alzó sobre el agua frente al barco y, pese a que debíamos hallarnos a unos diez o veinte metros de altura gracias al poder de la mujer demonio, la criatura era más alta de todas formas. Hizo retumbar el mar y lo descontroló como si de una erupción volcánica se tratase.
La serpiente marina rugió contra el barco de tal forma que tuve que taparme los oídos otra vez. Su rugido era abismal, propio de una criatura del Infierno, y era sumamente cálido, por no decir abrasador. Sus ojos rojos y brillantes se clavaron en la figura de la mujer demonio alzada en la proa; se vieron fijamente como si hablaran a través de la mirada.
La criatura estaba furiosa y se le veía frustrada por no poder descargar su ira contra el barco debido a la influencia que la pura ejercía sobre ella. Como la demonio no le permitía atacarnos, la serpiente alzó la cabeza hacia el cielo y desprendió una potente llamarada que bien podría alcanzar la luna. Era una serpiente de fuego, y una muy poderosa. Los piratas estaban atentos a cualquier movimiento en falso; la mayoría sustituyó sus espadas por arcos, flechas y lanzas apuntadas a la bestia titánica.
La chica del cabello platinado aprovechó la conmoción provocada por la serpiente marina y avanzó hacia la puerta de la jaula. Se llevó una mano a la nuca por debajo del cabello y sacó una horquilla que mantenía oculta.
—¿Qué haces? —le pregunté en voz baja. Tal como las demás, me negaba a soltarme del barrote al que estaba aferrada.
—¿Qué crees? —Su tono era discreto también—. Intento abrir esta maldita jaula. Avísenme si alguien mira en nuestra dirección.
—Nos matarán si te descubren —advirtió una de las chicas.
—Prefiero morir en el intento —dijo y, de cierta forma, avivó las llamas de mi corazón.
—¿Qué tienes en mente? —inquirí, esperanzada.
—Por ahora, nada —admitió mientras intentaba abrir la cerradura con la horquilla—. Pero me encargaré de dejar la puerta abierta por si tenemos una oportunidad de luchar.
—¿Qué te hace pensar que la tendremos? —cuestionó otra de las cautivas.
—¿Qué te hace pensar que no?
Definitivamente la muchacha del cabello platinado me simpatizaba.
Ella logró desbloquear la cerradura justo cuando la serpiente se calmó. Me llevé una mano a la boca para reprimir un grito de felicidad. La bestia marina, tras unos cuantos resoplidos menos furiosos, regresó a las profundidades del mar causando un estruendo y levantando olas que rozaron la embarcación.
Una vez que las aguas se calmaron y que la serpiente se alejó lo suficiente, la mujer demonio regresó el barco al mar. ¿Qué oportunidad tendrían diez chicas contra una horda de piratas y una pura capaz de ahuyentar bestias gigantes y de levantar barcos por los aires?
Me dolía pensarlo, pero, a lo mejor, la misma pura acabó con Kirtan en un par de segundos.
Mis ojos se llenaron de lágrimas ante la posibilidad de que estuviera muerto, pero, aunque me avergüence reconocerlo, también me embargó una satisfacción que no esperaba sentir, motivada por la desconfianza que sentía. Si realmente fue Kirtan quien me entregó a los piratas, lo mínimo que merecía era la muerte. Solo espero que no hubiera sido él quien me hizo terminar en ese barco y que la pura no lo hubiera asesinado.
Los piratas no bajaron la guardia del todo, conscientes de que el peligro no se había extinguido. Aún faltaba mucho camino por recorrer. Si tan cerca de tierra existían bestias marinas como la serpiente, no quiero imaginar qué clase de monstruos habitaban más adelante.
La paz no duró por mucho, pero no por la llegada de un nuevo monstruo marino: esta vez se trataba de criaturas aéreas. Cayeron desde el cielo entre graznidos amenazantes y volaron en círculos alrededor del barco. La luz de la luna apenas las iluminaba, pero sus siluetas me recordaron a las águilas en una escala mayor.
—¡Enemigos! —vociferó el capitán a su tripulación de piratas—. ¡Ataquen, ataquen!
Las águilas, al igual que la bestia marina, lanzaban fuego por la boca. Sus ataques iban dirigidos a los piratas de la cubierta, quienes disparaban flechas con puntas en llamas en respuesta. El fuego que expulsaban, sumado al de las flechas y el de las antorchas encendidas en el barco, iluminaban lo suficiente para notar que a bordo de las águilas había infernales montados.
Y el grito de uno de ellos clamando mi nombre me comprobó que, nuevamente, Kirtan había llegado hasta mí.
—¡Cassia! —llamaba desde las alturas en torno al barco—. ¡Cassia!
—¡Aquí! —grité con la voz quebrada y con los ojos llenos de lágrimas de felicidad—. ¡Aquí!
—Bien, señoritas, si quieren su libertad, será mejor que ayudemos —dijo la muchacha del cabello platinado y, con una valentía digna de imitar, salió de la jaula y comenzó a lanzar ataques de fuego a distintos piratas para distraerlos y así volverlos indefensos a las flechas y las llamas que lanzaban los sujetos montados en las águilas.
Ninguna de las chicas encerradas se atrevió a luchar junto a ella. Yo lo habría hecho de no ser porque me era imposible activar mis poderes. Como no podía ayudar con mi fuego, al menos podría intentar convencer a las demás de unirse a la batalla.
—¡Tenemos que ayudarla! —exclamé—. ¿No se dan cuenta de que esta podría ser nuestra única oportunidad? ¿Quieren pasar una vida entera en manos de los puros? Yo prefiero morir con dignidad que ser su maldita esclava.
Creía en mis palabras. No tenía fuego, pero tenía convicción, y eso era más que suficiente.
—Tiene razón —coincidió la muchacha rubia—. ¡Tenemos que luchar! ¡Venguémonos por lo que nos hicieron!
Todas las chicas estuvieron de acuerdo. Pude ver las llamas iluminando sus ojos; estaban preparadas para pelear y tenían el fuego necesario para hacerlo.
Estábamos listas para salir de la jaula cuando vimos que la mujer demonio, alzada en la proa, levantó las manos hacia el cielo y lanzó desde sus palmas un manto de sombras similar a aquel que expulsó en la habitación en la que nos tenían encerradas. Esta vez, sus sombras volaron en todas direcciones. Sabía sus intenciones: quería dormir a todos sus oponentes. Si lograba alcanzar a Kirtan, caería al mar y no podría moverse para salir a la superficie. Moriría ahogado en segundos.
Las sombras se extendieron por todas partes. No tardaron en hacer caer a las águilas cercanas; pude oír el chapoteo que causaban al caer al mar. No solo los combatientes voladores eran afectados por las sombras, sino que también los piratas al interior del barco. Fueron cayendo uno a uno a medida que la bruma se extendía hasta llegar a la jaula. Las chicas nos apretujamos en el fondo, pero de nada sirvió, porque la bruma nos alcanzó de todas formas.
Mi cuerpo comenzó a adormecerse. Alcancé a salir de la jaula antes de caer al suelo con estrépito. Mi mente se aturdía cada segundo más; sentía las sombras entrando en mi organismo como víboras navegando por mis venas. Luché contra ellas como pude, le ordené a mi cuerpo que no las dejara vencer y que me mantuviera despierta. Resistí la somnolencia y me obligué a mí misma a ser fuerte. Las sombras alcanzarían tarde o temprano a Kirtan, si es que ya no lo habían hecho. Tenía que hacer algo por ayudarlo. Tenía que ayudarlos a todos.
Con mi visión borrosa, vislumbré que todos los piratas ya estaban profundamente dormidos. Era la única que no sucumbía aún a la oscuridad de la pura. ¿Por qué? No tengo idea, pero tenía que aprovechar mi ventaja. Ella estaba de espaldas a mí en la proa, no notaba que yo seguía despierta. Fui venciendo cada vez más el sueño hasta que logré levantarme un poco y gatear con lentitud hacia la demonio.
Las águilas que no fueron alcanzadas por la bruma se oían muy lejanas. No podrían acercarse mientras la pura hiciera uso de su poder. Si queríamos ganar, ella debía ser neutralizada, y como nadie más podía hacerlo, me correspondía hacerlo a mí.
Fui batallando el poder de las sombras hasta que recuperé la movilidad y logré ponerme de pie. Me acerqué con sigilo a uno de los piratas caídos y tomé su lanza; pesaba más de lo que esperaba, pero saqué fuerzas de donde no las tenía y, con el fuego ardiendo en mis venas, uno que no podía controlar pero que estaba ahí, me acerqué un poco más a la pura y apunté la lanza hacia su espalda.
Tras reunir toda la fuerza y puntería posibles, arrojé la lanza contra la mujer demonio y atravesé su carne con precisión. La pura cayó al mar y, de inmediato, la bruma de sombras se disipó hasta desaparecer.
Los atacantes montados en las águilas no desaprovecharon la oportunidad. Algunos volaron en picada hacia la cubierta, otros se lanzaron desde las águilas al mar para ir al ataque de la mujer demonio y terminar lo que yo empecé. Una lanza no la mataría, pero al menos la haría vulnerable.
Miré de un lado a otro en busca de Kirtan. Apenas podía ver en la oscuridad de la noche, así que grité su nombre, aterrada de que su águila hubiera sido alcanzada por la bruma y que ambos se hallaran bajo el mar.
—¡Kirtan! —grité con todas mis fuerzas. Uno de los hombres montados en águilas aterrizó a mi lado y me preguntó si estaba bien, pero no le presté atención—. ¡Kirtan!
Gritaba tan fuerte que me dolía la garganta. Pasé el día entero odiando a Kirtan por una posible traición y ahora vociferaba su nombre con un pánico incontrolable. Ironías de la vida.
Volví a llamarlo y, esta vez, recibí respuesta.
—¡Cassia! —Se escuchó desde el cielo—. ¡Cassia!
Kirtan descendió desde las alturas a bordo de su águila. Aterrizaron en la cubierta y, apenas se bajó de la criatura, me lancé a sus brazos sin importar la discordia o la desconfianza.
Para mi sorpresa, él me devolvió el abrazo. Me aferró contra su pecho con firmeza y dulzura. Su piel estaba muy caliente, pero decidí que, desde hoy, su temperatura elevada sería mi tipo de calor favorito en todo el universo.
—Tranquila, Cassia —susurró cerca de mi oído mientras yo lloraba a causa de la conmoción—. Ya estoy aquí.
Puede que me odiara y que hubiera un mundo de desconfianza entre nosotros, pero, en ese momento, éramos dos almas en llamas que se necesitaban la una a la otra.
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