Capitulo 08
Día 04 (8 a.m.)
Después de tu interpretación te dejaste caer contra el sofá dejando la bolsa a tu costado, exhalaste y cerraste los ojos frotando con las manos tu rostro. Las mejillas ardían de vergüenza, el corazón palpitaba con más rapidez que de costumbre y lo único que pudiste hacer fue sonreír por las payasadas que hiciste hasta ahora.
—Soy un caso perdido —murmuraste, con voz ronca ampliando la sonrisa.
Apenas anoche te diste cuenta de que tu esposo te gustaba y ahora estabas haciendo el ridículo frente a él. Recordaste la manera en la que te miró, tan despectivo y frío, típico de un hombre de su clase. Recargaste la cabeza en el respaldar del mueble manteniendo los ojos cerrados, relajaste el cuerpo y tu mente trajo el recuerdo de los días en que cuidaste de Suguru en su estado de coma.
Sentiste el pecho encogerse, una mano fue directo al corazón para darte palmadas y calmar los latidos. Pero aun así no se calmó, el recuerdo de su rostro en esos días golpeó con fuerza hasta que los latidos retumbaron los oídos.
—Dios mío, creo que tengo mal de amores —abriste los ojos, extendiste el brazo izquierdo para ver tu anillo de matrimonio y tu corazón martilleó con más fuerza. Tenías una sonrisa embobada, admirando la fina joya. Acercaste la mano a tu boca y depositaste un casto beso en la piedra con los ojos cerrados.
"Lo atesoraré el resto de mis días", pensaste sin apartar la mirada de tu alianza. Suguru también tenía la suya, pero en la otra mano y era a juego. Tu padre hizo la compra después de que tu esposo escogiera los anillos personalmente o eso dijo.
La verdad es que a él ese tipo de cosas no le importaron y le encargó esa tarea a Manami, mientras se quedaba atendiendo asuntos que merecían su tiempo.
Obviamente no estabas enterada de eso. Pudiste imaginarlo, aún así, no dezmería a tus ojos el hecho de que es tu esposo, tuyo, como tu de él.
Te enderezaste sin apartar la mirada de la joya, tocando con los dedos sintiendo la textura. Era de oro, por supuesto, con pequeñas piedras alrededor de un diamante y la alianza de Suguru, combinaba a la perfección.
Imagen de los aros de matrimonio.
Seguías sin poder creer que se casaron. La relación no salió como esperaste, pero ser su esposa ya era bastante.
Cuando tu padre platicó contigo del tema, al inicio no estabas segura, ya que Suguru no es un hombre ordinario y para ese entonces eras consciente de su desprecio por todos los humanos normales incapaces de hacer hechicería. Guardaba un gran rencor con todas las personas de "diferente" especial, como él decía.
Para él, estas personas eran los responsables de su doloroso pasado, de las vidas inocentes de sus compañeros hechiceros, solamente por producir maldiciones que nacen de los sentimientos negativos de la gente.
¿Pero quién no ha sentido algo así en su vida? ¿Acaso las personas eran conscientes de que sus emociones podían hacer eso? ¡No, ni siquiera tenían la menor idea!
A veces te parecía absurda la idea que se formó de las personas "normales". Ignoras su pasado, conocías su presente y ahora eras su futuro.
Lo que le pasara no justificaba su manera de tratarte, pero a todo esto encontraste el lado divertido para sacar alguna ventaja atrayendo su atención con tus payasadas.
Había pasado una hora desde tu actuación, el hambre se intensificó hasta que crujió tu estómago y alcanzaste la bolsa para empezar a comer.
—Uh, ensalada de frutas con yogurt —balbuceaste sacando el desayuno—. ¿Ordené té?— preguntaste confundida.
Recogiste las piernas subiéndolas al sofá y empezaste a comer con gusto el desayuno que tu esposo trajo para ti.
No pudiste evitar sonreír de entusiasmo cada vez que pensabas que Suguru es tu esposo. Lo sentías como un triunfo.
Masticabas a gusto disfrutando del sabor que el yogurt añadía a la ensalada. Revisaste la bolsa para ver si había algo más y encontraste una tarjeta con un mensaje.
Tu sonrisa fue borrándose cambiando la expresión a disgusto hasta hacer una mueca. Saltaste del sofá dejando el desayuno y exclamaste con fuerza:
"¡Voy a matarlo!"
***
20:30 p.m.
Imagen del aspecto de Suguru Geto.
Suguru terminaba de atarse el cabello antes de salir de la habitación mientras se miraba en el espejo. Peina con la palma de su mano el cabello, llevando los mechones largos hacia atrás, pero regresan a la frente, sonríe de lado y desliza en su dedo anular el dichoso anillo de matrimonio. Guardó la tarjeta con los pases de invitados en el bolsillo del pantalón y salió en tu búsqueda.
Se había puesto perfume, su esmoquin negro le daba una apariencia más varonil y aseguró los gemelos antes de tocar la puerta de tu habitación.
Estabas frente al espejo mirándote el trasero, fastidiada por como se veía con ese vestido largo y ajustado. Su color es plateado de tiras, con la espalda descubierta y escote medio. El maquillaje y peinado lo hicieron en el salón de belleza, incluido en el paquete que se pagó para estar las dos semanas en la isla. Los zapatos de tacón alto eran tuyos al igual que el vestido; un regalo de tu madre para impresionar a tu esposo.
Rodaste los ojos poniéndolos en blanco.
—Lo que hace mi madre para que le dé nietos —murmuraste.
Imagen del vestido.
Por más que trataste de mejorar tu apariencia no estabas satisfecha. Esta sería tu primera velada en una fiesta de sociedad como una mujer casada.
—Puff... —giraste, frunciste los labios mirando por encima del hombro—. Me veo gorda —tocaron y sabías que era él—. Espera un momento. Todavía quiero probar otro vest...
—El auto está esperando —cortó, su voz grave te alarmó. Giraste sobre los talones quedando frente al espejo, ladeaste la cabeza hacia un costado con expresión de descontento y tomaste el bolso de la cama. Caminaste hasta estar frente a la puerta, respirante hondo preparándote para su reacción y cubriste la perilla hasta que pudo verte.
Suguru se encontró con tus ojos y recorrió con la mirada a la mujer que tenía delante, evaluando lenta y calculadoramente cada detalle desde la cabeza hasta los pies. Subió la mirada deteniéndose en tus caderas, luego en tu cintura, en el escote y luego en los labios.
Arqueó la ceja y sonrió de forma burlona apoyando el hombro derecho en el marco de la puerta, ocultando las manos en los bolsillos del pantalón.
—Vaya, parece que será una larga noche —dijo, con voz ronca cargada de seducción.
.
.
.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro