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Infame | Uno

🍓🚬,strawberry,cigarettes

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 Aquello lugar en sí, era digno de admirar, pues mi asombro se declaró en aquella sorpresa cuando mis ojos pisaron y vieron aquel pueblo, las montañas, el aire nostálgico, el ambiente tranquilo merecían mis halagos, pero había algo que lo hacía inquietante, quizá por las personas conservadoras que vivían aquí, y también por ese extraño ambiente de superficialidad era lo que lo hacía perturbador, demasiado tranquilo para mi gusto, demasiado callado. Mis padres no mentían cuando dijeron que nos mudaríamos a un pueblo no muy grande, poseía lagos, montañas y árboles que dejaban ver cuan maravillosa era la naturaleza. Aquellos oscuros y frondosos arboles me causaban cierta curiosidad, en parte, saber y testificar que abría más allá. La serenidad que se dignaba a poseer era como una tranquilidad gloriosa, dejando al aire mi sorpresa, porque no era un hecho de que yo era una chica de cuidad  

Este pueblo no era habitado por nosotros, habitaban una comunidad-religiosa extraña, esas personas que no conocía nos habían tratado como si fuéramos el mismo dios encarnado, nos llenaron de sorpresas e incluso nos ayudaron con las maletas, obviamente, mis padres se dejaron convencer, es más, se hablaban como si se conocieran, mis padres ponían todo su empeño en encajar con ellos, y claro, integrarse a su comunidad era lo principal. Lo que mis propios padres no sabían era que por más que me juzguen y vociferen palabras sobre mí, seguiría siendo angostica.   

El hecho me impresionaba tanto, que la responsabilidad de uno mismo contribuía sobre el prójimo hasta llegar a finalidad de ser una comunidad tan unida, se ayudaban entre ellos, se apoyaban entre ellos, tanto que se trataban como si fueran hermanos, cosa que en donde yo había vivido no era así. A la vez, reprochándome y exigiendo a mis padres que me dejasen vivir sola, ellos se negaban a tal cosa, tenía dieciocho años, pero mientras ellos afirmaban sus críticas contra mí no podía irme, seguirían siendo mis padres, me habían dicho que cuando me acostumbre en este pueblo, viviría sola como en realidad planeaba.

Mi hogar, era de por sí, lujoso, la palabra que tenían mis padres en la cara gritaba definitivamente: Superficialidad. Los vasos de vidrió eran tan insignificantes, los materiales que se adherían a aquella mansión eran estúpidas, e incluso las cosas pequeñas que habitaban, cuadros, platos, adornos, costaban mucho dinero, algo que a mi parecer era muy sobrevalorado. 

—Hoy –Hoy mi madre empezó a hablar con aquel tono de elegancia que se caracterizaba– en la tarde el hermano Smith nos invitó a la iglesia, como investigadores.  

El reflejo de lo refinada que era mi madre se podía visualizar hasta en el otro lado del mundo, por qué; después de todo aquella mujer era la encargada de arreglar, modificar y comprar las adornaciones de la mansión, Jasmine, mi madre, vestía prendas formales que se llenaba hasta rozar el límite de la extravagancia y la elegancia, la mujer poseía de ser extremista y amigable, ¿será cierto que lo extremo hace daño? pues aquello, no parecía existir en la mente de mi madre, su actitud consistía en ser una persona criticona y muy superficial al punto de parecer que lo único que le importaba era en lo visual y tener una buena imagen para el resto, lástima que no estaba equivocada en ello. 

Observe mi plato de comida; quien no había tocado y solo aquellas verduras me entretenían, buscaba una manera de quitarme el aburrimiento, así que, desganadamente me encontraba deslizando algunas verduras en mi tenedor, que lamentablemente lo tenía que manejar con mucho cuidado porque si lo llegaba a estropear, la persona que se encargó de darme la vida se encargaría de refutarme y castigarme. Mi mirada se detuvo cuando mi madre dijo aquellas palabras llenas de emoción y con un atisbó de confianza, bufe por lo alto, cosa que Jasmine frunció el ceño, haciendo que; genuinamente me lance aquella mirada de siempre, desaprobación 

—No voy a ir –negué, con un tono claro de cansancio y aburrimiento ante la noticia, pues nosotros como un integrante más ante esa comunidad éramos investigadores, aquella palabra que se informaba de un acontecimiento recaía en el hecho de que para ellos, éramos personas nuevas y visitantes ante aquella religión, que su objetivó era ser parte de ellos, ser parte de su religión y por eso nos llamaban investigadores, a cada persona nueva que se integraba en su comunidad tenían la costumbre de llamarlos así. Mi madre estaba de acuerdo con ello, sin embrago, al haber escuchado mis palabras, su semblante cambió a uno con los ojos abiertos, reprochando mi actitud, ahora tenía el cuerpo tenso y el notable desagrado en aquellos ojos verdes; lucia sorprendida ante mi vehemencia. 

—No puedes ser tan imprudente, Akemi –pauso– el hermano nos está invitando amablemente a ir, así que has el favor de, aunque sea comportarte como una jovencita adecuada a tu edad –mencionó manteniendo su semblante frio, mantenía tu tono glacial pero que adquiría una súplica ligera calmando su paciencia, (metafóricamente hablamos de mi madre, no podía negar ante ella)

En un ademán de vencimiento porque sabía que si continuaba así terminaríamos en una disputa sin rumbo alguno, me rendí ante ella. Reincorporó su postura dejándose decaer y con ella le acompaño un semblante de triunfo ante aquella escena escasa y sin vida. 

—Querido –mi madre menciono y manejo su nombre con dulzura– ¿no quieres aportar nada en la cena? –levante mi mirada afirmando el hecho de aquella familia (quizá con una pizca de vida) pudiera eventualmente no estar en tensión. Observé a mi madre dando por esperanza y serenidad, que mi padre emitiera alguna palabra de su garganta, pero mi madre no obtuvo respuesta alguna, volteé a ver a mi padre con un estibo de confianza y un brillo especial en los ojos. Y esta vez, yo sí obtuve repuesta de aquel hombre. 

Mi padre, era admirado y odiado por otros, transmitía confianza y serenidad, el carácter de él era lo opuesto a mi madre, que incluso una vez me había preguntado cómo es que ellos dos terminaron casados. Pierce, poseía unos ojos azules oscuros, labios delgados y finos, a pesar de su edad tenía la juventud puesta en su persona, era alto y tenía porte, nunca se enfurecía pues la serenidad que tenía consumía envidia; y como siempre deambulaba sumergido en sus pensamientos no había razón para que el tomara atención a lo que mi madre cuchicheaba o sé quejaba; era un hombre de muy pocas palabras que hasta podía no hablar en todo un día con la seriedad puesta en su rostro.  

Cuando gire mi cuerpo hacia el como si ya se lo esperase, fijo los ojos en los míos y dejo de observar su plato que en ello era habitado el lujo por todos lados, emitió un quejido y con la mirada perdida y negruzca observo a mi madre, con cierto enojo repentino quizá porque él sabía que no quería ir a ese lugar lleno de enfermos religiosos. 

La manera en que sus ojos azules de mi padre profundizaban a mi madre era envidiable, tuve el privilegio de ver la manera en cómo mi madre se había puesto nerviosa, como sus labios se mordían nerviosamente tragando en seco y de esa forma determinando que la persona que tenía cierto poder sobre ella era mi padre. El retiro su mirada y por primera vez mencionó: 

—¿Qué tendría que aportar? –se encogió de hombros haciendo énfasis a la respuesta de mi madre, sonreí por lo bajo y Jasmine aparto la mirada algo enojada, aquel hombre podía poner en el lugar correcto a mi madre y se le concedía mi admiración.  

Mi madre se levantó de la mesa, haciendo que sus ojos se vieran superiores a los de nosotros y mirándonos como si fuéramos seres defectuosos. Voceó con un ligero doble en su voz y con una pizca de nervios, dijo:  

—A las cinco de la tarde nos vamos al templo.

Termino por hablar y se retiró con ese vestido elegante que se caracterizaba, dejando a la expectativa el movimiento brusco de su cabello marrón claro. Bufe por lo alto y mi padre pareció darse cuenta de eso.   

—Así es como tu madre se dejó vencer por mi belleza –admitió con una sonrisa pícara de lado que adornaba su rostro pues esa era la verdad. Reí con el fin acercarme más a mi padre. 

—A lo mejor será que me relaje un rato antes de que ella venga y una vez más me critiqué –no se sorprendió el hecho de mi comportamiento y conseguí sacar una sonrisa más de sus labios y luego me despeino la cabeza para después alejarse del lugar sofocante, opté por hacer lo mismo. 

La tarde no estuvo nada mal, el hecho de ser un pueblo extremadamente tranquilo era deslumbrante, algo que se necesitaba de las ciudades, en cierta parte extrañaba el bullicio de mi anterior hogar, pero al saber que estaré con alumnos pertenecientes de una comunidad religiosa; no lo hacía tan divertido como solíamos hacer mis amigos y yo cuando estaba en aquélla cuidad corrompiendo todo a su alrededor y de hacer todo lo malo. 

Tenía dos amigos del pueblo, alguien que yo ya los conocía hacía mucho tiempo cada vez que venía de visita aquí. Adam y Adrick , aquellos chicos poseían la diversión en su cara, hacer cosas indebidas para luego salir corriendo era lo suyo. A ellos, los conocía como la palma de mi mano.  

Mi madre ya se encontraba abajo en la primera planta de la mansión; llevándose consigo los lujos que se adherían en su cuerpo. Jasmine era una presa atrayente por las cosas caras; no conseguía entablar una conversación con ella sin que no hubiera una disputa, por un lado, sabía que mi madre hubiera deseado tener otra hija que no sea yo; más bien dicho, una hija que sea igual que ella. 

Jasmine consiguió que me vistiera como ella quería, y en aquella iglesia que aún no conocía seguro predominaba la elegancia entre las personas, ella no se podía quedar atrás pues aquella prenda que se adhería a mi cuerpo era tan costosa y superficial, que hasta me daban ganas de arrancarla, por que aquella chica que se maquillaba como una adulta obteniendo la máxima extravagancia de la elegancia en realidad no era yo.  

El vestido se decoraba en sobresaltar aquellos pétalos de rosas y aquel rojo fuego que era digno de admirar por horas, el corsé de avispa que tenía me dejaba sin aliento y lastimosamente tenía que admitir que mi cintura quedaba estúpidamente bien; los tacones altos que se adherían a mis pies se caracterizaban por unas perlas a su alrededor; y mi cabello negro que antes era lacio natural se había convertido en ondas relucientes. El maquillaje y el labial rojo era algo que no podía faltar, así como mi piel que era interferida por los adornos y joyas extravagantes. Aborrecía esto, simplemente no me gustaba.  

¿Por qué vestirse tan elegante para ir a la iglesia si estamos en el siglo veintiuno?

La respuesta era sencilla. No hacía mucho percibí que este pueblo no era como los otros pueblos normales, tenía una gran diferencia, y es que la manera de vestir, el ambiente, el pensamiento, la energía y estética del lugar se asemejaba mucho a la época del siglo XVIII

Mis tacos resonaron con estruendo eco hasta llegar a la primera planta. Y; como era de esperarse, mi madre obtenía más extravagancia que yo y a la misma vez, obteniendo lo que se reflejaba en sus movimientos y comportamiento, la feminidad. 

Mi padre alzo la vista, el semblante de aquel hombre tenía la sorpresa al verme con aquello; tenía un traje bien puesto y el cabello peinado hacia tras; él era el sinónimo de una persona correcta a los ojos de la iglesia. Sus ojos azules se encontraron con los míos por un momento, la chispa que salía de estos era impresionante pues me dejaba ver lo orgulloso que estaba de mí, a su diferencia, hice una mueca abochornada, combinaba con el enojo y mi mal humor, daba por alto todo esto. Mi madre, a su contraria; no se quedó quieto como mi padre, en cuanto me vio bajar, sus ojos saltaron en destello y orgullo; se acercó a mí con una sonrisa gigante dejando a la expectativa sus dientes blancos; en un tono dulce hablo:  

Querida –menciono con un tono calmo, sus ojos buscaron los míos, ella debió darse cuenta de mi estado malhumorado por lo que ansiosamente me agarro de la mano y apretó este con un gesto cálido y con un semblante agradecido. ¿Agradecida por vestirme como ella quería? menuda superficial–. Compórtate como debe ser correcto.

Me dio la vuelta y se fue dirigiéndose a la puerta, mi padre la siguió; sin ninguna mueca en el rostro, no que quedaba otra opción, así que los seguí. En cuanto atravesé aquella puerta, el ambiente agrio y tenso no tardo en recibirme, subimos al auto.  

El camino hacia el templo, no tardo mucho, los árboles que nos rodeaban eran impresionantes; grandes y fuertes, el clima era adecuado para el tono del ambiente; en cuanto llegamos al templo; por primera vez tuve que darle la razón a mi madre; aquel lugar era sorprendentemente grande, tenía varias columnas de color blanco con un tono cremoso, paredes fuertes llenos de lujo. No podían faltar las personas a su alrededor que iban aquel lugar con vestidos elegantes y con trajes arreglados; mi madre no mentía.  

Ella bajo de auto con una sonrisa prendida en su rostro; mi padre serio como siempre, pero no quitaba el hecho su semblante de asombro; mientras que yo aun no me podía creer que era lo que mis ojos habían visto, lástima que no duro mucho mi estado de alucinación por que, una hermana, vino y se acercó a nosotros con un vestido plateado y con una sonrisa de amabilidad, quizá; dándonos la bienvenida. El cabello rubio corto que poseía aquella mujer la hacía ver más baja y las abundantes pecas en su nariz se asemejaban a una galaxia.   

 Con el tono más correspondiente posible, dijo:

—Bienvenidos, soy la hermana Marie –sonrió con un cálido gesto.

—Gracias –mis dos padres habían mencionado y de una forma rara, saludaron a la mujer estrechándose las manos, supongo que así era sus costumbres en el pueblo; no se podía dar abrazos ni un beso en la mejilla como saludo, si no; era remplazado por estrecho de manos. La ignorancia había sido parte de mi en ese momento ya que todos me estaban mirando esperando a saludar a aquella señora desconocida, observé a mi madre quien tenía los labios apretados y los ojos dando una posesiva indicación de saludar; no me tarde mucho y con una mueca incomoda estreche la mano    

Ella nos dio el recorrido por el templo, he de admitir que la gente se esparcía como hormigas dirigiéndose cada uno a sus aulas, los pasadizos que posea parecían no tener fin, las escaleras eran de mármol puro. Marie se detuvo en un aula de aquel lugar y seguidamente reincorporó su postura y me miro; me dirigió la palabra que por mucho tiempo yo había estado callada. 

—Esta es el aula de mujeres jóvenes –pauso con aquel brillo especial en sus ojos negros– después de ir a la capilla, las jovencitas de tu edad entran a este salón para fortalecerse y enseñarles más de la religión, son clases –pauso– así como hay clases de mujeres jóvenes, también hay clases de hombres jóvenes. 

Marie se dedicó a explicar lo necesario, el templo tenía la cualidad de ser muy organizado, niños iban a sus clases de la iglesia, al igual que los mayores. El templo era grande y tenía muchas columnas, tenía azotea; y también me había fijado que había aulas abandonadas. La gente se trataba con mucha amabilidad que en cierto punto llegaba a parecer raro. La capilla, ese lugar a mi parecer era muy importante para ellos, ya que ahí era donde se dedicaban a rezar. En aquellos momentos yo había salido a tomar un poco de aire, la sofocación de los cumplidos que me alagaban aquella gente parecía nunca terminar. 

Un llamado que provenía a mis espaladas me hizo ligeramente sobresaltarme y consigo llevándose un gemido que se había escapado de mis labios, como si me hubiese dado el mayor susto de todos los tiempos, volteé, alce la vista y entonces los vi.

Adam y Adrik esbozaban una de sus mejores sonrisas que se caracterizaban con una pisca de travesura. Aquel chico de cabello rubio y ojos color miel era nada más y nada menos que Adrik, quien muy a su pesar, estaba haciendo un ademan para ir hacia ellos. Solo rieron y se burlaron y era índice de que aquel vestido que llevaba era de extrañar para ellos, pues me conocían tan bien, odiaba este tipo de vestidos. 

—Hey, Akemi ¿también te va a convertir en una monja? –las palabras de mi mejor amigo, Adam, brillaban por su presencia aclarando el fastidió en el tono de su voz, si bien era cierto, el retrato de niña buena no era nada parecido a mí, la sonrisa que abarco Adam demostrando sus dientes blancos y relucientes tenían un fastidio temporal, el pelinegro sabía cómo hacerme reír

—Pareces una princesa salida de Disney –se burló el rubio, supo testificar en una risa pequeña, los conocía bien, a pasos firmes me dirigí hacia aquellos chicos que poseían diversión en su rostro. Así que a pesé que las palabras de Adrick no me afectaban; con una sonrisa de salvación y confianza me acerqué a ellos. 

Por mi parte, hace muchas horas había querido levantar mi culo de la capilla, no me dignaba a contradecir a mi madre; había puesto los ojos en mi a cada rato. Con mis amigos era muy fácil de conversar porque podíamos quedarnos horas hablando de varios temas, podíamos exponernos, pero al fin y al cabo terminaríamos burlándonos del resto. La arrogancia de Adrick lo tenía pegado a su cuerpo; podía quedarse diciendo a todo el mundo desde el más ignorante hasta el más inteligente. Aquel era un chico de diversión y claro, sin mí tampoco había diversión, siempre éramos los tres, la única mujer que encajaba ahí era yo.  

—Mi madre está loca con la religión –me vi obligada a exclamar, los ojos juguetones de Adam y Adrick me miraban de arriba a abajo, la sonrisa del rubio me aseguro de que estaba que se moría de risa por dentro. Luego, con un fastidio poniendo los ojos en aquella iglesia, menciono: 

—Hace una semana estaba pretendiendo a una chica religiosa, era hermosa de ojos azules, quería que fuera mi novia así que la conocí durante una semana, fue de lo peor –su melancólica declaración brillo en su rostro; su semblante no podía evitar el rencor que sentía, continuó–. Joder, cuando sus padres me invitaron a cenar, me enseñaron la ley de castidad ¡yo ya no soy virgen! –comento virando los ojos en fastidio– Miriam corto nuestra comunicación por qué le dije que no era virgen ¡que no era virgen y termino por eso!  

Por más que me había estado guardando unas risas no pude evitar que de mi garganta se hallase aquel sonido de burla; Adam en una acción de compasión, ubicó su mano en el hombro su amigo dándole pequeñas palmadas; pero tenía pequeñas sonrisas que poseían su rostro. Al final, las melodiosas carcajadas salieron de sus labios como un destelló que opacó el silencio, sus risas eran tan contagiosas que; yo también me le acompañe. 

En apenas controlándose de aquellas carcajadas, el pelinegro, Adam, hablo entre risas:

—Por eso, Akemi, nunca te juntes con un religioso.

Eso fue lo primero que dijo y eso fue lo primero que hice. 

Las hormonas de mis amigos parecían esparcirse contagiando su alegría y risas. Adrick, apenas hablo, en un grito casi florecedor:

—Miriam fue la monja enferma religiosa más sexy que haya visto y... –sus labios se detuvieron en aquel instante cuando diviso una figura masculina pasar por nuestro lado, la presencia de aquel extraño sujeto causo revuelo en mi interior en cuanto volteé a verlo, el ambiente se declaró en el silencio más extraño, para mí, pues a aquel chico no lo conocía; caminaba con los libros bíblicos aferrados a su pecho como si se tratase de agarrar unos diamantes valiosos; mantenía su cabeza gacha con unos lentes decorando alrededor de sus ojos y la mirada perdida sumido en sus pensamientos. Vestía una camiseta de color naranja y sus pantalones formales, su atuendo era de niño bueno en la iglesia, que aparentemente no había hecho ningún daño a nadie.  

Mis ojos se detuvieron en aquel chico dueño de mis pensamientos, pero como era de esperarse el rubio hablo gritándole, haciendo que aquel chico se detuviera inmerso en aquella posición temblorosa, en cuanto mi amigo le hablo, mi mirada se percató de extrañez hacia Adrick; pero él ya se encontraba gritándole.

—¡Hey, Ian! ¡cuando te canses de leer la biblia hay otras cosas que puedes leer! –pauso – ¡como porno!  

Si no era vergüenza ajena lo que sentía como arder de calor en todo mi cuerpo seria otra cosa dándole la misma índole; no lo defendí, tampoco me uní a las risas de mis amigos, me dediqué a observarlo con curiosidad, a observar aquel joven indefenso. Cuando su cabeza volteo a paso cansado y temeroso, observo a mis amigos para hacerle caso a todas las mierdas que se dedicaban a molestar, sus ojos a través de las gafas se dirigieron a todos los lados buscando ubicar un lado en concreto, pero menos hacia nuestra dirección. Sus orbes de aquella mirada oscurecida y melancólica trataban de encontrar algún sentido a las palabras inadecuadas de mi amigo con la mirada extrañada y una mueca enfadada, porque ignorante no era. 

—No deberías decir eso ... –y finalmente, se dedicó a enfrentar a Adrick, pero a su vez, no quitaba el semblante acongojado y temeroso que obtenía.

No obstante (aquel chico no sería capaz de enfrentarse a un caso como de verdad se debía, opto por decir aquellas palabras llenas de temor), mis amigos obtenían su mirada llena de superioridad y con aquella sonrisa de burla, entonces me había dado cuenta que; aquel joven indefenso que aparentaba debilidad y tranquilidad era el juguete preferido mis amigos, era el pasatiempo preferido de mis amigos, jugando con él para luego desecharlo.   

—Oh, vamos, no seas niñita –esta vez se unió Adam, su postura era acto reflejo de la máxima relajación, ladeo su cabeza ambos lados y entonces cuestionó– ¿tú también crees en la ley de castidad?

La extraña manera de aquel que quería ser valiente derivó en desafiar la mirada hacia mis amigos, y sosteniendo su mirada contra ellos, así se quedó, hasta que el silencio del inocente hizo efecto y esa había sido la única respuesta para que mis amigos empezasen a reírse descontroladamente, y en ello obteniendo que el chico indefenso; retirara su mirada avergonzada, escondió una de sus manos en el bolsillo de su camisa, un tanto; tímido. 

No le hable, ni le defendí, porque si lo hacía, probablemente aumentaría su pena; no sabía nada de la vida de aquel chico, pero mentiría si dijese que no sentía curiosidad. Por un momento quise llover a su lado, quizá salvándole de aquellos chicos que se dignaban a llamarse mis amigos. 

—¿Te gustan las mujeres Ian?  –le hablo Adrick, lo retraído y avergonzado que estaba el joven se detallaba en cada movimiento de sus facciones que hasta incluso miraba hacia otra dirección, indefenso; sin poder pronunciar si quiera una palabra. 

Fue entonces cuando comprendí todo, y fue tanta la satisfacción de seguir escuchando para curiosear que decían:

—O tal vez te gustan los hombres para que te arrodilles y les...

—Ya basta –pronuncie. 

Entonces hablé ganándome la atención de Ian y por primera vez dándose cuenta de que existía, no obstante, su mirada se percató de alivio, y casi quise culparme por lo que dije a continuación:  

—No vale la pena seguir fastidiando a un inútil. ¿No lo creen? –dirigí mi mirada a mis dos mejores amigos.

Me mordí la lengua porque no quise decir eso en realidad, pero tenía que concentrarme en el lado de mis amigos para que no sospechen de que tenía un poco de compasión por una persona como Ian. Hasta que sentí la mirada de aquel sujeto indefenso, era alto, pero no intimidante, me causaba una inmensa curiosidad; su actitud sumisa, la mirada perdida y melancólica que obtenía aquel sujeto, raro, casto y aburrido había despertado en mi un fuego ardiente; único. 

Mis amigos se retiraron del aquel lugar sin decir nada más. A su contraria, yo seguí observando hacia aquel joven débil y entonces, por primera vez, Ian me había mirado a los ojos—por unos segundos quizá—de una manera extraña de describir; deslizándose en la máxima oscuridad de ellos, aquellos poseían un color gris único rodeado de pestañas largas y risadas,  Ian parecía ser aquel retrato de un chico que nunca había hecho nada prejuicioso, aquel chico noble, puro y obediente había sido la causa de aquella necesidad de querer corromperlo. 

Él había sido una estrella de tantas que hay en la oscuridad, pero a su diferencia era sin vida y sin luz; entonces cuando sus ojos de Ian se aferraron a los míos pude divisar una chispa especial en ellos; me miro como si fuese la manzana envenenada de Adán y Eva, me observaba como si temiera cometer el mismo pecado que lo hizo Adán, comprendí que en aquellos ojos se podía divisar el miedo, pero a su misma vez la necesidad de que; curiosamente quería consumirse en mi fuego. 

Mire por última vez sus labios color fresas y me volteé lista para irme cuando sonreí realizada en el momento que decidí que mucho más tarde me acercaría a Ian para descubrir quién era, porque santo no era, estaba segura de eso; así como también de que sus labios sabrían a fresas y yo sería la única en probarlos.      

¿Quién decía que un ángel puro también podía disfrazarse del mismo diablo?

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