Epílogo
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★彡[ᴏɴᴄᴇ ᴀÑᴏꜱ ᴅᴇꜱᴘᴜÉꜱ.]彡★
Un hombre de cabellos negros, algo largo que le llegaba hasta la nuca, algunos mechones oscuros se interponían entre su vista y el camino, caminaba por un pasillo, un par de hombres lo seguían desde atrás. Uno de esos hombres llevaba lentes, que descansaban sobre el puente de su nariz levemente chata.
Hoy era veinticinco de mayo. Era un día especial y sumamente importante, por eso, el hombre de cabellos negros no podía creer que tuviera que visitar este lugar, después de tantos años, pero había sido una petición importante. No podía negarse...
En el fondo, había una puerta de metal, dos hombres estaban a los costados, supervisando que todo estuviera seguro y en orden. Cuando fueron conscientes de la presencia de su jefe, no dudaron en realizar una reverencia de 90 grados, mostrando sumo respeto.
—¿En verdad lo harás? —Cuestionó el de lentes.
—Ellos lo pidieron —Fue lo que dijo, mirando con insistencia la puerta que aún seguía cerrada.
—Pero, ¿y sí se equivocan?
—Nunca lo hacen.
—Pero...
—Confío en ellos, Namjoon —Lo interrumpió, volteando a mirar a su compañero, quien se quedó en silencio al instante —Tengo que confiar en ellos.
Hizo un ademán, ambos hombres que custodiaban la puerta, hicieron el amago de comenzar a abrir la entrada, que rechinó al momento de ser empujada.
Dentro de aquella habitación, había una mujer de cabellos rubios, algo delgada y poco agraciada debido al gran tiempo que tenía dentro de esas cuatro paredes.
La mujer levantó la mirada, estaba sentada en el suelo, en sus manos tenía un plato de comida que no tenía mucho había sido entregado, su cuerpo se puso tenso al momento de volver a ver a ese hombre frente a ella, ya había perdido la esperanza de volver a verlo, de volver a ver esa puerta abriéndose y dejándola ver a ese precioso hombre.
Jeon Jungkook jamás pensó volver a ver a su hermanastra, el último miembro de su familia vivo, además de él, pero ahí estaba, delante de aquella mujer, viéndola a los ojos, unos ojos que estaban sumamente apagados, desgastados y cansados.
Ingresó a la habitación, uno de sus hombres le trajo una silla, dejándola a la mitad de la habitación, en donde su jefe se sentó, observando a la mujer que se encontraba aun en el suelo.
—J-jungkook... —Murmuró la fémina, con la voz ronca.
—He venido por petición de mis hijos... —Le dijo —Solo por ellos.
La mujer guardó silencio, esperando a que siguiera.
—Me han hecho una petición, una que para nada me gusta, pero ellos saben muchas más cosas que yo —Empezó diciendo, con la voz tosca y fría —No confío en ti, no confío en nada de lo que digas o hagas, por mí, te dejaría otros once años aquí, pero tengo que confiar en ellos...
—¿D-de qué h-hablas? —La voz la tenía muy débil, no hablaba mucho ya.
Jungkook se quedó en silencio un segundo, repasando las facciones de la que alguna vez fue su hermana mayor. No quería decirlo, no quería realizar el pedido que sus hijos habían hecho, pero algo que había aprendido estos años, era que debía de acatar cada petición de sus hijos, por más extraña e inútil que fuera, siempre había una razón, un por qué.
Tenía que confiar en sus hijos...
—Hoy están cumpliendo quince años —Comentó, sintiendo un dolorcito en el pecho —Hicieron su elección, están guiando a tu gente, tienen que irse, pero me han hecho una súplica, según ellos, muy importante...
El hombre guardó silencio un segundo, antes de volver a hablar.
—Ellos me pidieron sacarte, liberarte —Los ojos de la mujer se abrieron de par en par, sorprendida por las palabras de su hermano menor.
—¿Q-qué...?
—Se te va a liberar, Roma —Concluyó, clavando su penetrante mirada en la rubia, quien seguía consternada por la noticia —Ellos quieren que veas como tu gente sobrevive, quieren que veas como lo logran sin herir a niños dorados. Probablemente tengan una razón para pedirme liberarte, no sé cuál es y no pienso preguntar...
Jungkook exhaló.
—Saben lo que hiciste, cada cosa que hiciste. A mí, a su madre, a ellos. Lo saben todo —Susurró —Me pidieron que te diga que, te están liberando, serás libre de visitar a tu gente, pero, si te acercas a ellos, a Adara o a mí, no dudaran en destruirte, sin remordimientos, saben a dónde has ido, a donde irás y en donde estarás, así que no podrás escapar, en caso de que desobedezcas...
Roma tragó saliva. Sabía bien que era cierto, que esos niños eran sumamente peligrosos, había soñado con ellos. Sabía que ambos niños habían estado en sus sueños, por semanas, mostrándole las mil formas en que podían acabar con ella en caso de que se acercara a su familia.
—Espero no volverte a ver Roma, mis hijos no tendrán piedad contigo, no conocen esa palabra cuando se trata de gente como tú.
El hombre se puso de pie, acomodando su ropa.
—Disfruta y aprovecha bien esta oportunidad que ellos te están dando.
Y, sin más, salió de la habitación escuchando como unos de sus hombres le colocaban un saco en la cabeza de la rubia. Roma sería liberada a unos cuantos kilómetros lejos de Seúl, así como estaba.
Jungkook sacudió su cuerpo, intentando alejar los malos sentimientos que le traía el volver a verla. No tenía tiempo para sentirse mal con respecto a esa loca, hoy sus niños cumplían quince años, el día había llegado, ese día al que tanto habían temido.
Se estaban yendo...
Había mucha gente reunida en ese punto. Era un lugar conocido para Jeon, para Adara era un lugar del que había escuchado mucho.
Por fin estaba viendo, en carne propia, aquel árbol torcido que tanto había mencionado Jungkook, incluso sus hijos.
—¿Estas bien? —Hyo Ji colocó su mano sobre el hombro de su mejor amiga.
—Estoy bien, Jungkook está llegando —Contestó, mirando a todas esas personas que se encontraban cerca.
Tenían capuchas, todas, la mayoría eran brujos, tanto de magia negra, como blanca. Estaban esperando, esperaban con ansias la llegada de sus salvadores, dos niños, dos adolescentes a quienes habían estado esperando toda su vida.
Unas camionetas enormes se detuvieron a unos metros, de una de ellas bajó el señor In, cuando sus pies estuvieron sobre el césped, uno de sus hombres le entregó una capucha, parecida a la que todos los presentes portaban.
Se acercó a su mujer, tomándola de la cintura con posesión y dándole un beso profundo y lleno de deseo y amor.
Habían pasado ya once años desde que se habían casado, desde que estaban juntos y el amor, la pasión, el deseo, tanto sexual, como de cualquier tipo, aun existía en sus cuerpos, nada entre ellos había cambiado, todo seguía justo como cuando se habían conocido, los sentimientos florecían cada día, por ambos.
Ambos se esforzaban por mantener esa unión. Adara cultivaba ese amor todo el tiempo y Jeon regaba cada día el amor por su mujer, sin parar, sin querer algo más.
—¿Estás lista? —Le preguntó a la fémina, separando un poco sus labios de los de ella.
—Debo estarlo —Respondió, levantando la mirada para conectarla con el hombre frente a ella —¿Lo has hecho?
Jungkook sabía a qué se refería.
—Sí, la están liberando justo ahora —Dejó un beso sobre la frente de su esposa cuando sintió unas presencias fuertes en el lugar.
Se separó del cuerpo de su mujer, mirando como todos los murmullos que había antes, se callaban al instante, las personas comenzaron a colocarse las capuchas sobre sus cabezas, empezaron a acercarse a aquel árbol torcido qué sobresalía de una corriente de agua.
Jungkook no podía ver más adelante debido a todas las personas, pero los sentía, sentía esas presencias pesadas y fuertes, las reconocía en donde fuera, pues las había sentido por más de quince años.
Las personas se abrieron paso, dejando ver a los padres a sus dos hijos, en medio de toda esa gente, los dos adolescentes estaban de pie, cerca del árbol, con capuchas sobre sus cabezas.
Habían crecido hermosamente. Su belleza era mortal, como si ambos hubieran sido bendecidos por afrodita, dándoles esos rasgos que funcionaban como cuchillas. Ambos jóvenes tenían piel sumamente clara, del mismo tono que el de su madre, labios rojos y, aquellos ojos, aquellos ojos dorados penetrantes, dominantes y seguros.
La gente comenzó a murmurar aquella frase que Jeon ya había escuchado en el pasado, le dolía en el alma estar en ese momento, pero eso era lo que sus hijos habían escogido para sus vidas, y estaban listos, estaban preparados para todo. Él se había encargado de hacerlo, de volverlos fuertes, seguros y capaces, habían aprendido muchas cosas, y tenían sensibilidad a la vida humana, a cualquier vida, diminuta o enorme, eso era gracias a Adara, quien les había inculcado valores sanos, por eso, aquellos dos jóvenes tenían un enorme corazón.
Dos aves se posaron sobre las ramas de aquel árbol. Adara se llevó las manos al pecho, finalmente las volvía a ver después de tantos años.
—Ahí están —Le dijo a su esposo, quien sonrió suavemente, rodeando la cintura de ella con uno de sus brazos.
Jungkook sintió la mirada de sus hijos sobre de ellos, cuando los miró, se encontró con esos cuatro ojos dorados, Jungkook tomó de la mano a Adara y ambos caminaron entre la gente, quienes habían hecho un camino libre para ellos.
Cuando estuvieron frente a sus hijos, estos les sonrieron a sus padres.
—¿Estarán bien? —Fue lo primero que preguntó Adara.
Dasom sonrió, enternecida.
—No te preocupes, Omma.
Adara se acercó a abrazar a sus dos hijos, apretándolos fuerte contra su pecho. Besando sus mejillas, provocando risitas en ellos.
—Por favor, no olviden que los amo con toda mi alma.
—También te amamos —Susurró Man Shik, ese joven precioso, quien mantenía un parecido potente a su padre, tanto en porte, como en personalidad fuerte y, en ciertos aspectos, tímido.
Adara se alejó de ambos para dejar que Jungkook se despidiera de ellos.
El hombre seguía negándose a todo, por eso los miró con resentimiento, provocando risas en los jóvenes. Eso molestó aún más al señor In.
—Appa, no puede ser que después de quince años, sigas estando enojado —Se burló su hija. Siempre ella.
Dasom también tenía parecido a su padre, pero también había rasgos de su madre en ella. La personalidad de la joven era más extrovertida que la de su hermano, quizás tenía que ver porque ella era quien entregaba energía, eso la volvía más abierta a las personas y a mostrar sus sentimientos y pensamientos, mientras que su hermano, siendo quien adquiría la energía, era más reservado y serio.
—Cállate, Jeon. Aun puedo encerrarte en una habitación por siglos —Advirtió el hombre.
—Pero no lo harás.
Ambos se quedaron viendo por unos segundos, antes de que Dasom relajará su cuerpo y se acercara a abrazar al primer hombre en su vida; su padre.
Jungkook la apretó fuerte contra su pecho, sintiendo esa necesidad de no soltarla nunca, de no soltar nunca a su niñita, a su princesa. No quería dejarla ir, era muy pronto, era demasiado pronto, pero así era el destino.
—Te amo, Jeon Dasom, como no tienes idea —Tartamudeó Jeon en el oído de su hija, intentando meterle esas palabras en el cerebro.
—Lo sé, papá. Yo también te amo —Apretó el agarre en la cintura estrecha del hombre.
Se separó un poco del cuerpo de su padre, mientras que él inclinaba su cuerpo hacia el de su hija, juntando sus frentes.
—Te amo, cervatillo —Murmuró ella. Jungkook soltó un sollozo bajo, cerrando los ojos y sonriendo.
Ni siquiera tuvo que sorprenderse por eso.
Su hija se alejó de él para darle espacio a su hermano, quien miraba a su padre con adoración.
—Ven aquí.
Man Shik se fundió en los brazos de su padre.
—Te amo, papá. Te prometo que no voy a defraudarte, te haré sentir orgulloso.
—Siempre lo he estado —Tomó el rostro de su hijo y besó la frente del joven —Te amo. Cuídense entre ustedes y vuelvan cuando lo necesiten, saben que siempre estaremos esperando.
Man Shik asintió con la cabeza, acercando su rostro al de su padre y dejando su frente contra la de él unos segundos.
También lo hicieron con su madre, antes de alejarse de ellos.
La demás gente siguió repitiendo la misma frase.
Ambos chicos miraron una última vez a sus padres, dejando ver esos ojos dorados preciosos una vez más para ellos.
Las aves volvieron a emprender el vuelo, Man Shik y Dasom comenzaron a caminar lejos de su familia, siendo seguidos por todas aquellas personas.
Estaban dejando atrás a sus padres, por años, quizás siglos. Sabían, los cuatro, que, en algún momento, volverían a verse, quizás pronto, quizás en mucho tiempo, pero volverían a encontrarse.
Dedicarían su vida a personas que eran como sus padres, les darían un lugar en donde sentirse seguros, en donde estar y ser libres. Cuando un día volvieran, el señor In cedería su empresa a ellos.
Por ahora, viéndolos irse, tomó la mano de su mujer, sabiendo que, no estaba solo, qué la tenía a ella y que ella lo tenía a él.
Por siempre.
"Nos volveremos a ver...".
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Gracias por siempre estar aquí.
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