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24. El renacer del Phoenix - parte 2

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COLTON

—¡Basta! —Me levanto del sofá y miro a mi padre y a mi tío—. Os he dicho que me voy a encargar yo, es mi puto problema, no vas a solucionarlo por mí.

—¡No tienes ni idea de lo que hablas, Colton! —exclama Rick—. ¡Tu padre llevaba años participando en carreras, no es algo que se aprenda en cuatro días!

—Hay una opción. —Mi primo también se levanta y los tres giramos la cabeza hacia él—. Escuchadme, esto me gusta tan poco como a vosotros, pero miradlo. —Me señala con la mano—. No vais a convencerle, está decidido. Y tenéis razón —dice cuando ve que mi padre va a hablar—, no tiene ninguna posibilidad de ganar con el coche, pero yo le he visto volar con la moto, es muy bueno. —Hace una pausa, durante la cual yo lo miro pensativo mientras asiento con la cabeza, ¿cómo no se me ha ocurrido antes?

—Puedo hacerlo —aseguro acercándome a él para palmear su espalda en señal de agradecimiento, su apoyo es tan importante para mí como el de mi padre y mi tío.

—Se os va la puta olla si creéis que voy a permitir que mi hijo se juegue la vida subido a una moto para hacer que un hijo de puta gane dinero con él —masculla mi padre con rabia a la vez que nos señala con el dedo—. Te lo prohíbo, ¿me has oído?

—No, papá, para hacer que un hijo de puta no le parta las piernas a la chica de la que estoy enamorado —espeto sin pensarlo. Decirlo en voz alta es aún más fuerte de lo que imaginaba—. Ponte en mi lugar por un momento.

—¿Y tú de qué cojones te ríes ahora? —le pregunta a Rick cuando ve cómo este sonríe y niega con la cabeza.

—Míralos. —Nos señala a su hijo y a mí—. ¿No te recuerdan a nadie?

—Pues claro que lo hacen, joder, por eso no puedo... —Chasquea la lengua y se deja caer en el sofá, apoya los codos en las rodillas y hunde la cara en sus manos.

—Jake —dice entonces mi tío, y yo cierro los ojos al comprender lo que sucede, al darme cuenta de que esto le está recordando demasiado al primo que perdió en una carrera. Me acerco hasta mi padre y me siento a su lado, él gira el rostro y me mira.

—Yo no soy él, papá, a mí no va a pasarme lo mismo.

—No puedes saberlo, Colton. —Niega con la cabeza, sé que esto está siendo muy duro para él, es obvio que ningún padre dejaría que su hijo corriera el más mínimo peligro.

—Mira, papá, lo siento, de verdad, y te quiero, pero... —Me chupo los labios y miro a mi tío un segundo antes de volver la vista a mi padre—. No he venido a pedirte permiso. —Trago saliva nervioso, él cierra los ojos y deja escapar una larga bocanada de aire, creo que resignado al ver que no va a poder convencerme—. Voy a hacer esto con vuestra ayuda o sin ella, pero sin ella me costará más.

—Papá, puedes prepararle la moto tú mismo —interviene Greg mirando a mi tío, el mayor importador de BMW de la ciudad—. Una buena chaqueta con airbag incorporado —añade, y hace una breve pausa cuando mi padre vuelve a esconder el rostro en sus manos—, y un casco cojonudo.

—Puedo llevar un auricular inalámbrico para poder comunicarme contigo durante toda la carrera, papá. —Acaricio su pierna y le doy un pequeño apretón para que me mire, cuando lo hace, sus ojos brillan por las lágrimas que amenazan con salir.

—Esto me va a costar el divorcio con tu madre, lo sabes, ¿no?

—Wendy no puede enterarse de esto. —Rick se acerca y ambos le miramos—. Nunca. Estará en esa aldea Ruanda un mes más, allí apenas hay comunicación, así que no tiene por qué enterarse.

—Hace veinte años que no miento a tu hermana —informa mi padre poniéndose en pie—. No voy a empezar ahora.

—Wendy no puede saberlo, Josh —insiste con un gesto de advertencia—. No lo entenderá, y ha quedado claro que Colton va a hacerlo con tu permiso o sin él. Tiene veintidós años, los mismos que tenías tú cuando mi hermana volvió del internado, ¿qué habrías hecho tú en su lugar?

—Por si a alguno de los tres se os ha olvidado —dice mi padre encogiéndose de hombros con el ceño fruncido—, eres famoso —espeta mirándome a mí—. La gente te mira cuando caminas por la calle, te sacan fotos tomándote una jodida cerveza en un bar o dando de hostias a contenedores a la salida de discotecas, ¿crees que no lo harán cuando estés corriendo a ciento ochenta por hora encima de una moto, en una carrera ilegal? ¡Vas a dar contenido a los medios para un año entero!

—No, Bóxer me dijo que nadie me va a ver la cara, a él tampoco le interesa que el descampado se llene de prensa y de policía, le joderían el negocio. Dirá que soy yo, que voy a ser su corredor para las cinco carreras que faltan, y la simple duda de que... Bueno, de que el hijo de una leyenda corra, disparará las apuestas.

—Llevará el casco puesto en todo momento —explica Greg—, nadie le verá la cara. Podéis estar seguros de que ese perro se encargará de que nadie le saque una foto. Se juega demasiada pasta en esas carreras.

—Sabéis que esto no va a salir bien, ¿verdad? —Mi padre se cruza de brazos y nos mira a los dos—. Te voy a ayudar porque no me dejas otra opción —añade al ver que resoplo—, pero que te quede claro una cosa —matiza con autoridad sin cambiar la expresión de su cuerpo—: dentro de un mes cuando la temporada termine y ese cabrón siga chantajeándote, porque lo hará, no me pidas que no me meta porque lo haré de todas formas. —Alza las cejas cuando ve cómo me muerdo la mejilla por dentro sin decir nada—. ¿Lo has entendido?

—Sí. —Trago saliva y asiento con la cabeza, él también asiente y suspira.

—Bien, vámonos —habla mientras camina hasta la entrada y coge su cazadora vaquera.

—¿A dónde? —inquiero confuso.

—Al descampado.

***

Mi padre pasa por encima de las vías del tren abandonadas que hay antes de llegar al lugar donde cada fin de semana se reúne la gente, donde beben, bailan, exhiben sus coches y motos tuneadas, y donde se celebran las carreras.

—Joder, qué raro es volver aquí —comenta mi tío cuando se detiene el coche y todos nos bajamos—. ¿Estás bien? —Escucho cómo le pregunta a mi padre acercándose a él cuando éste se adelanta unos pasos.

—Sí.

—En nuestra época no había carreras de motos, solo de coches —nos explica Rick—. El terreno era demasiado inestable para ir en dos ruedas... —Mira a mi padre y puedo ver cómo la nuez de su garganta se mueve cuando traga saliva.

—Quedaos aquí —pide él entonces mientras pasa por nuestro lado y regresa al coche.

—¿A dónde va?

—A enseñaros por qué es una leyenda. —Sonríe al ver cómo su mejor amigo, su hermano, se coloca en la línea de salida y acelera a fondo con el freno de mano aún echado.

El motor ruge y se me pone la piel de gallina, siento cómo me da un subidón de adrenalina cuando las ruedas derrapan sobre la tierra y su BMW sale disparado igual que un cohete.

—Dios. —Mi primo activa el cronómetro de su móvil y se lleva las manos a la cabeza, impresionado y emocionado a partes iguales. Esto no nos lo esperábamos.

La pista tiene dos variantes, una para las carreras más largas y otra para las más cortas. La corta es recta hasta la mitad, donde hay una curva de ciento ochenta grados justo antes de un enorme muro de piedra, que parece ser la antigua fachada de una casa; y después, recta de nuevo para volver al punto de salida. La larga, en cambio, es algo más de dos millas, se empieza en la misma recta, pero hacia la mitad, se toma un desvío que hay marcado en la tierra por las marcas de los propios neumáticos después de los años. Se pasa tras la fachada, y ahí comienza un punto ciego para el público cuando la pista continúa por detrás de un pequeño montículo que hay que rodear. El día que vinimos a las carreras, los participantes tardaron una media de treinta segundos en hacer todo el recorrido.

—¿Cómo va? —pregunta Rick cuando vemos aparecer de nuevo el coche.

—Trece —contesta mi primo impresionado.

Es casi imposible seguir el coche con la vista por la velocidad que lleva, nunca he visto a nadie correr así, y tampoco había visto nunca a mi padre; es algo que decidió dejar en su pasado cuando comenzó a trabajar en Minimun Clothes y mi madre se quedó embarazada.

—¡Veintitrés segundos! —exclama Greg cuando el coche de mi padre pasa la línea de meta y derrapa unos metros más adelante para frenar.

—El renacer del Phoenix. —Aplaude mi tío con orgullo—. Eso es volar, ¿lo habéis visto?

Yo estoy sin palabras, los tres aplaudimos cuando sale del coche y Rick choca su mano cuando mi padre se acerca con una sonrisa.

—¿Cómo te sientes? —le pregunta.

—No lo sé. —Sacude la cabeza y se pasa las manos por el pelo—. Joder, ha pasado mucho tiempo, esto... —Me mira y, por mucho que intente contener la adrenalina y la emoción que recorre sus venas para que no crea que esto está bien, sus ojos brillan y su expresión le delata.

—Ha sido increíble, papá —digo al fin. Él sonríe negando con la cabeza y me hace un gesto para que le abrace, palmea mi cabeza y después me sostiene con sus manos por las mejillas.

—Esto no es un juego, Colton. Cuando pisas el acelerador en esa pista, pones tu vida en manos del azar y de la suerte.

—Lo sé, no voy a hacer ninguna tontería, te lo juro.

—¿El terreno sigue igual?

—Más pisado, se nota que han pasado veinte años. Subid conmigo, vamos a hacerlo de nuevo más despacio —pide mirándonos.

Le seguimos y los cuatro montamos en el vehículo, yo de copiloto. Pone de nuevo el motor en marcha y arranca a poca velocidad, le escucho atentamente con cada explicación que me va dando.

—Mucho cuidado aquí —anuncia un poco antes de llegar a la curva de la pista corta—. Tienes que frenar un segundo antes de tirar del freno de mano y...

—Josh, va a ir en moto, no en coche —recuerda mi tío desde el asiento trasero.

—Mierda, vale. —Mi padre asiente—. Vendremos mañana por la tarde con las motos, pero con más razón tienes que tener cuidado, aquí empiezas a frenar despacio con el freno delantero, bajas marcha y te inclinas hacia la izquierda todo lo que puedas.

—Voy a prepararte una Urban GS —comenta Rick—, creo que es la que mejor te puede ir para esta pista, ¿tú qué piensas?

—Buena opción, sí. —Mi padre le mira un momento a través del espejo retrovisor—. Conviértela en una dirt-track.

—Eso pensaba hacer —ríe y le da unas palmaditas en el hombro—. Tranquilo, después dejaré que el mecánico de la familia la revise —añade refiriéndose a él. Era a lo que solía dedicarse mi padre antes de entrar en el mundo de la moda.

Continúa con las explicaciones durante todo el recorrido, me dice dónde es posible que me patinen las ruedas, los socavones donde se forman balsas de agua cuando llueve, etc. Volvemos a la línea de salida y no me puedo contener.

—Déjame intentarlo con el coche —pido con ojos suplicantes, mi padre intercambia una mirada con Rick y ambos se ríen, supongo que el hecho de que sea de día, que no compita contra nadie y que ellos estén aquí, le ablanda un poco.

—Vale, pero voy contigo.

—¡Papá! —exclamo haciendo pucheros.

—Lo tomas o lo dejas.

—Joder, está bien.

Pasamos el resto de la tarde repasando ambas pistas, conduciendo despacio y corriendo un poco más. Confirmamos que, sí, se me da bien conducir, pero no tanto como para ganar contra nadie. Los cuarenta y cinco segundos que tardo en llegar a la meta, lo confirman. Sin embargo, sé que con la moto será muy diferente. Mi padre es una leyenda y esa marca nadie se la quitará jamás, pero con una moto no hay quien me gane.
Espero.

•••

¡¿Habéis visto eso?! Eso, señoras, es el renacer del Phoenix🙌🏼😮‍💨 ¿os ha gustado?
Contadme qué habéis sentido, en especial las que habéis leído Clandestino🥰 El próximo capítulo viene intensito, así que animaos a comentar si tenéis ganas de leerlo🥲

300 comentarios y lo subo el próximo día de actualización, que os recuerdo que son los lunes, miércoles, viernes y domingo (siempre y cuando se llegue a los objetivos).
🩷

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