Capítulo VI
Cristóbal
Mi padre nunca había sido un tipo fácil. Él solía arrasar con todo lo que se encontrara en el paso por su propio bienestar. Nada le importaba, y la única persona capaz de hacerlo entrar en razón algunas veces, era mamá. Sin embargo, ella ya no estaba, por lo tanto, nada ni nadie lograba hacerlo entrar en razón.
En mis primeros años de vida creía tener al mejor padre del mundo. Un hombre serio, centrado, firme, exigente con él mismo y los suyos, pero a medida que fui creciendo nada era como lo creía. No todo lo que brilla es oro dice el dicho, y que tan acertada le quedaba la frase.
Manipulador, obsesivo, rencoroso, desconsiderado, vanidoso, y la lista podría seguir. Por eso con el correr de los años más lejos quería estar de él.
Cuando cumplí los dieciocho años todo empezaba a ir bien. Había entrado a una universidad de élite, más bien podría decirse que a la mejor universidad, Harvard. Él orgulloso pero no por mí sino porque todo el mundo lo felicitaba por tan futuro prometedor, no tuvo problemas en dejarme ir. Eso fue un alivio. Empecé a vivir como quería, tenía amigos, no muchos pero tenía de calidad, manejaba mi vida como quería, nadie me exigía más de lo que yo podía dar, aunque a decir verdad no era mal estudiante, manejaba mis ahorros como quería y por primera vez en mucho tiempo me sentía bien, me sentía libre de poder elegir por mí.
Cinco años más tarde, la felicidad se derrumbó en cuestión de segundos, a punto de graduarme, mamá e Irina, mi hermana, murieron en un trágico accidente. Entonces mi vida terminó. Decidir por mí ya no era opción.
Luego de su entierro volví un tiempo a la Universidad para graduarme pero ya nada se sentía igual. A pesar que todo el mundo me felicitaba, yo creía haber muerto con ellas.
Al volver a casa, Francisco, mi hermano menor, ya se encontraba en casa. Había logrado salir con vida del accidente, sin embargo, ya no era la misma persona. Su vida dependía de una silla de ruedas, varias muletas, y eternas horas de Kinesiología. Pero a pesar de eso, seguía siendo mi hermano, y tenerlo conmigo era mi única recompensa al final de cada día.
Desde entonces fuimos nosotros cuatro, mi padre, mi hermano Hugo, el mayor, Francisco y yo.
Los días comenzaron a ser cada vez más difíciles de sobrellevar. Extrañaba tanto a mi madre y a mi hermana, que eso no ayudaba en absoluto.
Francisco con dieciséis años había quedado a cuidado de tres enfermeros que yo mismo había contratado. Recorrí cielo y tierra por encontrar a los mejores profesionales y lo conseguí. Al menos eso lograba dejarme más tranquilo durante las horas que no estaba en casa.
Mi padre por su parte me estaba explotando. Mi título era de los mejores y eso parecía darle derecho sobre mí. Mi hermano Hugo me reventaba el culo. Su enojo y rencor hacia mí le era imposible esconder. A pesar de que habíamos estudiado casi las mismas carreras, su título y la proveniencia del mismo no eran iguales al mío. Eso ante mi padre nos diferenciaba.
Jamás hubiera pensado que mi mayor enemigo sería mi propio hermano, pero en el fondo lo entendía. Nuestro padre me había puesto a cargo de mucho trabajo, de proyectos e inversiones muy importantes, de las finanzas de la empresa, prácticamente estaba a cargo de todo, y él, en cambio, parecía ser el asistente de su propio padre. ¡Ven aquí! ¡Tráeme esto! ¡No sirves para nada! ¡Ve allá! ¡Haz esto! ¡Has aquello!
Lo compadecia, pero yo no debía pagar los platos rotos. Aunque en ocasiones había hablado con mi padre sobre involucrar más a mi hermano en temas de la empresa, él se negaba una y otra vez, repitiendo siempre lo mismo: tu hermano no tiene liderazgo ni inteligencia nata, a mí no me sirve.
Todo empeoró cuando se empezó a rumorear que la empresa quedaría solo a mi nombre. Eso lo enfureció más y él se las cobró.
Una tarde, de esas que Francisco se sentía bien, aproveché a hacer planes con Delfina, mi novia.
El plan marchaba bien hasta que ella dejó de contestar mis mensajes. Solía pasar, por eso no me preocupé. Al igual que yo, trabajaba en una empresa y a veces le surgían imprevistos. De todas maneras, me preparé igual y fui a su casa. Si no estaba, la esperaría ahí y de última, podríamos cambiar los planes por algo más tranquilo. Al llegar, aparqué el auto y subí hasta su piso. Al abrir, observé que en la pequeña mesa de la sala se encontraban dos copas y una botella de vino. Ambas copas parecían haber sido servidas y bebidas. Seguí caminando, hasta que comencé a escuchar gritos que provenían de su habitación. En ese momento todos los sentidos perdieron razonabilidad. Seguí caminando sin pensar, y al abrir la puerta allí estaba ella. Desnuda, en cuatro, jadeando y sudando junto a otro hombre, el mismo que al darse cuenta de mi presencia volteó su cara y me sonrió.
—Tú no la cojes igual hermanito.
Delfina al escucharlo y verme allí gritó horrorizaba. Comenzó a llorar y me pedía perdón mientras intentaba ponerse algo de ropa.
—¡No es lo que parece Cristo! ¡Espera por favor! ¡No te vayas!
En ese momento quise golpearlo, gritarle a ella, llorar, pero ¿De qué me servía? ¡Absolutamente de nada!
Caminé directo a la salida, mientras escuchaba la risa de mi hermano y rompía todo a mi paso. Al llegar al estacionamiento, subí a mi coche y lo último que ví fue a Delfina pidiéndome perdón.
Los siguientes días ella intentó hablar conmigo, incluso se presentó en la empresa en varias ocasiones, cosa que fue en vano, porque mi padre siempre encontraba algo para mantenerme ocupado. Y en ese momento agradecí internamente que así fuera. Me estaba matando con tanto trabajo, pero así la cabeza no pensaba y al no pensarla, el corazón estaba ahí. Inerte.
Un día mientras bajaba del auto los ví juntos. Ella al verme corrió hacia mí. Intentó abrazarme y yo solo me alejé. No la quería cerca. Me dolía, claro que sí. Ella había sido mí sostén durante años. Luego de la muerte de mi madre, estaba perdido. Tenía a Francisco prácticamente a mi cargo porque nadie se ocupaba de él y Delfina fue fundamental en eso. Su ayuda fue mucha y la amaba por eso. Pero lo que había hecho era imperdonable. Podía haber sido cualquier hombre, pero no, tuvo que ser mi hermano.
—¡Vamos hermanito, podemos compartirla! ¡A ella le gusta!
—Perdóname Cristo, por favor, te lo ruego ¡Yo te amo!
—¿Tú me amas? ¡Vaya concepto de mierda el que tienes de amar! No quiero volver a verte ¿Has escuchado?, Y tú —dije señalando a mi hermano —quedatela, son tal para cual —y sin más me fui. Subí a mí oficina y comencé a trabajar como un loco.
Desde ese día, Francisco y el trabajo se volvieron todo para mí. No había lugar para nada más. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Los fines de semanas eran lo mejor, mi tiempo era dedicado a mi hermano menor al cien por ciento y eso parecía que a él le daba más fuerzas para seguir. Pero eso no fue bueno del todo, mi padre se aprovechó de ello y al poco tiempo comenzó a usar el amor que siento por mi hermano a su favor.
El día que el viaje llegó a mis oídos me opuse completamente. Eran seis semanas lejos de mi hermano. Significaba mucho tiempo para mí y para él. Sin embargo, en el instante que iba a decir algo al respecto mi padre habló.
—Sabes bien lo que tienes que hacer, o alguien pagará las consecuencias.
—No te atreverías
—Ponme a prueba. Para mí él ya no existe. Es solo un pedazo de carne que aún respira.
—Hijo de puta, cuantito pongas tus asquerosas manos sobre Francisco te mato.
—Entonces sabes lo que tienes que hacer. Ese proyecto no se puede escapar de nosotros y quedar en otras manos, menos en las de esa empresaria Argentina.
No dije nada, solo quería que se fuera. Y así lo hizo, se fue dando un fuerte portazo. Algo se traía entre manos y no sabía que era. Sin embargo, eso ahora no me preocupaba. Francisco necesitaba quedar en buenas manos el tiempo de mi ausencia así que tomé mi teléfono y comencé a hacer varios llamados hasta dar con el número de una señora con muchos años de experiencia.
La cité en un bar cerca de la empresa y le comenté cuál era la situación de mi hermano. Ella se mostró compasiva con Francisco, y sí, la verdad que su situación no era buena. Ser tan joven y saber que siempre vas a depender de alguien no es lindo, mucho menos alentador.
Charlamos un buen rato y para mí sorpresa me sentí seguro al elegirla. Se notaba a simple vista que era una mujer muy amable, de esas que suelen encariñarse fácilmente, de las que brindan cariño sin dudarlo y eso es justamente lo que a mi hermano le faltaba. Cariño.
Al despedirnos le dije que pasaría por ella el domingo a la tarde. Así podría presentarla yo con Francisco y pasar un tiempo los tres juntos. No tuvo problemas, al contrario, parecía contenta por el nuevo trabajo.
—No se va a arrepentir muchacho. Mi trabajo será tan bueno que no tendrá una sola queja. Se lo agradezco de todo corazón.
—El que le agradece soy yo Yolanda.
El domingo llegó rápido. Yolanda y mí hermano enseguida se complementaron. En cuestión de horas se volvieron muy cómplices y eso menguaba mi miedo.
El lunes llegó más rápido aún, y cuando menos lo pensé ya estaba en Madrid desayunando en un hotel. Entonces algo me sacó de trance. Una chica abrió la puerta del comedor y bastante desorientada nos miró. Parecía perdida, como si ese no fuera su mundo habitual. Cuando notó que la había visto, buscó torpemente un lugar y se sentó.
No le di demasiado importancia, aunque debía admitir que era demasiado bonita, aún con la cara de perdida que traía.
Al rato, nos levantamos y junto con mi escolta nos fuimos a reunir con el resto.
Cuando llegamos a Valencia mi padre no se alejó de mí un solo segundo. Parecía cocido a mi cuerpo. Me repetía una y otra vez que no podía equivocarme y lo sabía, porque aquí había más en juego que solo un puto proyecto. La vida de mi hermano también dependía de mi buen desempeño. Entonces decidí concentrarme, debía hacerlo por el bien de todos.
Mientras nos dirigíamos a la reunión, del coche comenzó a salir humo.
—¡Ahora sí, lo que me faltaba! —gritó mi padre.
—Tranquilo, tomamos un taxi y el problema está resuelto.
Y así lo hicimos. Unos minutos después ya nos encontrábamos en la reunión. Entonces al tomar asiento la volví a ver. Otra vez estaba esa chica de cabello naranja frente a mí, solo que esta vez no parecía perdida.
La reunión iba bien, hasta que todos los presentes se percataron de un detalle. No había una persona asignada a la hija de uno de los empresarios más importantes. La chica era sordomuda y nadie ahí parecía saber algo al respecto, hasta que una voz dulce comenzó a oírse.
—Lo que la señorita quiere decir es que, para ella, además de lo que han aportado los demás, en especial Lilian, debería tener un enfoque moderno y familiar. Que haya lugar para todas las edades…
Al terminar de hablar, se volvió a acomodar tímidamente en su lugar. Esa chica parecía ser de otro mundo, su aspecto no encajaba y menos aún cuando supe para quien trabajaba.
Al terminar la reunión mi padre nos avisó que comeríamos fuera del hotel, por lo cual subí a mi habitación y dejé todas mis carpetas sobre un gran escritorio color marrón. Al volver revisaría detalles sobre el proyecto y la propuesta a presentar. Cuando el reloj marcó la hora que mi padre había informado, fui hacia el ascensor, y para mí sorpresa, otra vez estaba ella. Me sorprendía que cada vez que la veía era como si se encontrara en su propio mundo. Entonces hablé sin pensarlo, algo en ella me generaba curiosidad.
—Le ha salvado el pellejo al señor Johnson. Si usted no hubiera estado allí, el presidente de la corporación estaría en este instante en muchas de las portadas de los diarios de esta ciudad.
—Todos podemos equivocarnos. Además, alguien como él, debe tener muchas cosas en las que pensar. Se le habrá pasado por alto. —al oírla la miré sin asombro. Era claro que no tenía una pizca de malicia.
—¿Cómo se llama?
—Lucía. Lucía Gutiérrez —contestó
—Es un placer Lucía, mi nombre es Cristóbal. Cristóbal Russell
Su cara me hizo saber que no sabía quién era y luego de que lo confirmara, eso me dejó en claro mi pensamiento. Claramente éste no era su mundo.
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