Capítulo V
Narra Lucía
Habían pasado dos días desde lo ocurrido y no tenía noticias de Cristóbal. No asistió a ninguna reunión y tampoco lo vi merodeando por el hotel. Me preocupaba, en cierta forma, que estuviera metido en algún problema. De seguro que alguien más lo haya visto en ese estado, implicaba un problema para y con los suyos. No era una buena imagen, claro que no.
Por otra parte, me asustaba haber actuado muy imprudentemente. Llevarlo a mi habitación, tomar su celular, atender su llamada. Quizás no había actuado de forma correcta, teniendo en cuenta que somos dos completos desconocidos. Tal vez me estaba evitando y no lo culpaba.
Dejando de lado los pensamientos que atormentaban mí accionar, salí de la cama, y me dirigí al baño. Debía estar lista en media hora.
Antes de salir, tomé el informe que debía entregarle a Lilian, y cerré la puerta.
Mientras caminaba por el pasillo, en dirección al ascensor, oí que me llamaban. Al voltear, vi la cara de Cristóbal y frené sin pensarlo. A simple vista estaba bien.
—¿Podríamos hablar señorita Gutiérrez? —lo miré sorprendida por el tono empleado en su pregunta.
—Sí, claro
—Respecto a lo de ayer, ¿Cuánto vale su silencio?
—Disculpe, ¿Qué dice?
—Su silencio. Como escuchó, si usted habla, podría meterme en serios problemas —lo mire sin decir una palabra — ¡Vamos! Puedo pagarle muy bien, solo dígame cuánto —al oír la última palabra, no supe qué fue lo que más me enojó, si su arrogancia al creer que todo se puede arreglar con dinero o el pensamiento que tenía respecto a mi persona, lo único claro en ese momento fue el sonido de la bofetada que le di con mi delgada mano. Él no se esperaba que hiciera algo así y yo, a decir verdad, tampoco.
—No sé quién se cree usted, pero yo no necesito su dinero. Su vida me importa poco señor Rusell —y sin darle tiempo a nada, di media vuelta y retomé mi camino.
La reunión a la que asistimos fue algo incómoda. Cristóbal no dejaba de mirarme y casi todos los presentes se habían percatado de ello. Una vez finalizado el encuentro, Lilian tomó mi brazo de una manera no muy amigable.
—¿Ocurre algo entre tú y Russell? ¿Hay algo que no me hayas contado? —rápidamente negué con la cabeza, y en cierta parte era cierto. —mejor así, no quisiera tener que cuidar de ti Lucía.
—Tranquila, eso no pasará
Los siguientes eventos a los que tuvimos que asistir también fueron demasiado incómodos. Cristóbal no dejaba de mirarme, y en varias ocasiones había intentado conversar conmigo, acto que simulaba no darme cuenta y de manera sutil, lograba escabullirme.
*
Sábado por la mañana, al saber que no teníamos ninguna reunión ni obligación con Lilian, decidí salir del hotel en busca de aire fresco. Aún conservaba el folleto que había tomado días atrás con los puntos turísticos de la ciudad. Lo saqué de mi bolso y marqué con mi dedo el recorrido hasta una librería.
Al pasar la puerta, una pareja de avanzada edad se asomó detrás del mostrador. Muy amablemente me explicaron las diferentes secciones y entablamos una pequeña pero interesante charla sobre literatura. Me mostraron nuevas ediciones de libros y al contarle que no era de allí, se tomaron el atrevimiento de regalarme uno.
—Escoge alguno, la casa invita —dijo la mujer.
—¡Oh no, gracias pero no podría aceptarlo!
—Claro que puedes, anda. ¡Elige uno! — me animó de nuevo a hacerlo.
—No es de buena educación rechazar un regalo —dijo una voz detrás de mí.
Al voltear, vi a Cristóbal mirándome fijamente. Quise contestarle pero antes de poder decir algo, la pareja, que hasta hacía un segundo atrás charlaba conmigo, se abalanzó sobre él.
—¡Oh, mírate nomás muchacho! —exclamó Gregorio dando unas palmadas sobre su espalda. —¡Cuánto has crecido! — agregó su mujer mientras con sus arrugadas manos apretaba la cara de Cristóbal con mucho cariño. Era evidente que se conocían.
Entre los tres se perdieron en una amena conversación, hasta que Gregorio volteó hacia mí pidiéndome disculpas por sus modales.
— No se preocupe. Empezaré a ver los libros si no le molesta —y con su aprobación comencé a recorrer el lugar. No era demasiado grande, sin embargo, había muchísimos libros. Uno bien pegado al otro. Las estanterías rebalsaban a simple vista.
Quería llevarme cada libro que veía, pero no podía quedarme sin dinero. Aún faltaban cuatro semanas para que el viaje terminara. Opté por elegir uno de mi autora favorita, ya que en Argentina no lograba encontrar todos sus libros. Lo tomé con cuidado, y al acercarme a pagarlo, él aún seguía allí.
— ¿Semejante librería y solo te llevarás un libro? —me irritaba su arrogancia. ¿No se daba cuenta aún de la diferencia abismal entre él y yo?
—No quiero, mejor dicho, no puedo gastar todo mi dinero. Todavía tengo que quedarme un tiempo aquí, y además, no a todos nos sobra.
La pareja me miró atónita por mi contestación, y antes que las preguntas comenzaran, Cristóbal les contó que nos conocíamos por el trabajo. Al oírlo, ambos sonrieron complacidos.
Una vez que pagué el libro, insistieron otra vez con que eligiera uno de los que ellos me habían mostrado, por lo que no tuve más remedio que hacerlo. Ellos querían regalármelo y yo no quería parecer desagradecida. Entonces elegí The Notebook de Nicholas Sparks. Era una de las ediciones más nuevas, ya lo había leído pero no lo tenía en mi biblioteca.
—Buena elección, aunque debo admitir que el amor que refleja esa historia no es real.
—¿Y usted qué sabe del amor señor Russell? —pregunté sin mirarlo, mientras guardaba los libros en mi bolso. Al no oír una respuesta levanté la vista, y él solo me miró.
No quería que él opacara mi día, apenas lo conocía por lo tanto no merecía darle tanta importancia. Entonces decidí despedirme de Gregorio y su esposa Ana. Les agradecí por el regalo y prometí volver antes de irme. Al salir por la puerta, caminé hasta la esquina y antes de doblar, oí que me llamaba.
—¡Espere señorita Gutierrez! —al frenar, él apresuró el paso hacia mí. —Lamento si fui irrespetuoso con usted.
—¿Cuál de todas las veces? —lo interrumpí y él sonrió.
—Todas las veces que lo he sido. Quisiera invitarla a tomar algo en forma de disculpas.
— No es necesario que lo haga.
—Quiero hacerlo, así que espero que por favor acepté mi invitación.
Cristóbal parecía ser de esas personas que mientras más te negabas, más insistiría, y yo solo quería que se alejara. Por lo que no tenía opción. Si aceptaba sus disculpas, luego se olvidaría del tema. Entonces lo hice, aunque no estaba segura si era lo correcto, lo seguí hasta su coche y ambos subimos en él. Una vez que cada uno abrochó su cinturón, el viaje comenzó.
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