Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo IV

Narra Lucía

Los siguientes días fueron un maremoto de trabajo. Lilian apenas nos dejaba respirar. Siempre quería tener todo listo, sin que nada escapase de sus manos. Y eso, claramente era nuestro deber. Con ella debías ir un paso adelante, tener una mente lo suficientemente capaz como para almacenar cientos de datos, e información, demasiada información, porque, según su lema, todo resultaba útil, hasta lo más insignificante.

Sábado por la noche, mientras acomodaba mis cosas, llamaron a la puerta. Miré el reloj, era casi medianoche. Caminé despacio, porque quizás era alguien que solo pasaba y por azar había tocado, pero antes de poder preguntar, la voz de Javier se escuchó del otro lado.

—¡Lucía, no te asustes! ¡Soy yo, Javier!

—¡Claro que lo he hecho! ¿Has visto la hora? —él asintió culposo —¿Ocurre algo?

—Sí. Tengo una pila enorme de informes que revisar, ¿Estás muy cansada? ¿Te molestaría ayudarme?

—No claro que no, sólo dame unos minutos y estoy.

Cerré la puerta y rápidamente  cambié mi pijama por algo más presentable. Tomé uno de los jeans que había doblado unos minutos atrás y un sweater verde que ya tenía en uso. Me coloqué las botas y antes de salir cogí mis cosas del trabajo.

Al abrir, un Javier medio dormido me esperaba apoyado contra la pared.

—Creo que antes de arrancar, debería ir por café.

—Esa es una buena idea. Te espero en la habitación.

Asentí y sin esperar, tomé el ascensor. Fui hasta la planta baja donde se encontraba la máquina de cafés que el hotel tenía habilitada las veinticuatro horas, llené dos tazas de las grandes y con cuidado que nada se cayera, volví. Una vez fuera de la habitación, toqué la puerta y rápidamente Javier me abrió.

Coloqué las tazas sobre el escritorio y tomé asiento. Javier enseguida me extendió los papeles y me explicó con demasiados detalles lo que debía hacer. En cuanto terminó, ambos nos pusimos a trabajar. Cada uno se concentró en lo suyo y en cuestión de segundos el silencio se apoderó de toda la sala. Cada tanto levantaba la vista y lo veía estirarse, bostezar, acomodar la silla, tocarse la cara, tomar café, claramente estaba cansado y hacía hasta lo imposible para no dormirse. Cuatro horas después terminamos todos los informes. Ambos nos miramos y sonreímos satisfechos.

—¿No ha faltado nada? ¿Hemos terminado todo verdad? —preguntó repasando la mesa por si algo se nos había pasado por alto.

—Tranquilo, todo está hecho.

—¡Dios! Te debo una Lucía. ¡Voy a poder dormir un par de horas más! —al oírlo se me escapó una risita.

—No es nada. Ahora si no te molesta me voy, mis ojos se cierran.

—Ve tranquila... o espera, mejor te acompaño. —le sonreí como respuesta y me levanté de la silla. Tomé mis cosas, y él abrió la puerta.

—Puedes quedarte, no hace falta Javier... estoy a pocas habitaciones de aquí.

—Es lo menos que puedo hacer —No le insistí. Ambos salimos y mientras platicabamos, al doblar por el pasillo, mi cuerpo chocó de lleno con alguien. Al levantar la vista, era una mujer. Inmediatamente le pedí disculpas, pero ella solo me observó con desprecio, como si al chocarla hubiera cometido un grave error. No le di importancia. Estaba demasiado cansada como para preocuparme por alguien que ni siquiera conocía. Entonces seguimos caminando, sin embargo, antes de llegar a mi puerta escuchamos varias risitas detrás nuestro, y una de ellas era de un hombre. Al girarme, vi a Cristobal que muy alegremente se sostenía de la cintura de otras dos mujeres. Lo miré detenidamente por unos minutos porque la figura que tenía frente a mí no era tan seria como en las reuniones. Cuando sus ojos hicieron contacto con los míos algo se removió en mi interior, quizás porque no me esperaba encontrarlo jamás en una situación así. Parecía ser una persona tan particular que algo así no cabía en su historial.

—La buena vida —dijo Javier entre dientes —Eso es la buena vida —y me sonrió para luego voltear y seguir, cosa que yo también hice porque no iba a quedarme parada viéndolo a él.

Una vez en mi habitación, mi compañero volvió a agradecerme y nos despedimos. En cuanto estuve sola, me cambié de ropa y me metí a la cama. Estaba tan cansada que mis ojos se cerraron automáticamente.

El fin de semana pasó como un relámpago y el lunes llegó sin más. Mi primer lunes en España, ya que habíamos llegado aquí el martes pasado. Sonreí como tonta, aunque un poco cansada. El trabajo venía siendo duro, y por momentos deseaba estar en mi casa, pero al recordar que lo necesitaba esos pensamientos se esfumaban rápidamente. Luego de estirarme un poco, salí de la cama, tomé mi celular y marqué el número de mi abuela. Hablamos unos minutos, y al colgar me metí a la ducha. Debía estar abajo en treinta minutos.

Cuando estuve lista y con todo en mano, bajé a desayunar. Lilian no tardó en aparecer, y Javier llegó tras ella. Los tres desayunamos en silencio, sin decir una palabra. Apenas se escuchaba nuestra respiración, y eso, a decir verdad, era muy incómodo. Sin embargo, no emití una palabra, terminé mi desayuno callada, y cuando estábamos por irnos, un ruido bastante fuerte, acompañado de unos gritos, nos alertaron a todos.

—¡Cristóbal ven aquí! ¡No tienes cinco años! —Al girarme, vi a Cristóbal salir por las puertas del comedor, y un hombre bastante mayor que le gritaba que volviese a la mesa. Todos los presentes observaban lo que estaba pasando. El hombre al ver que Cristóbal no volvía, se sentó nuevamente y siguió desayunando como si nada hubiera pasado.

—Por eso no tuve hijos —exclamó Lilian. Luego se levantó de la silla y nosotros hicimos lo mismo.

Al salir del hotel, subimos al auto para ir a una reunión al otro lado de la ciudad. Al llegar, nos recibieron con la más sofisticada atención. El personal nos acompañó hasta la sala y una vez allí, nos dijeron que si necesitábamos algo solo debíamos pedirlo. Todos asentimos, y sin más, al ubicarnos en nuestros lugares, la reunión comenzó.

Observé que Cristóbal no se encontraba allí. Era la primera reunión que no presenciaba, y en su lugar se encontraba otro hombre un poco más grande que él, que, a decir verdad, cada vez que hablaba generaba malestar en toda la sala. ¿Cómo podía una persona ser tan arrogante?

Luego de dos horas, la reunión finalizó y una vez que subimos al auto, Lilian suspiró fuertemente.

—Espero que no hayan anotado nada de todas las ideas estúpidas de Russell, y si lo han hecho, háganme el favor de no decírmelo porque sería una completa pérdida de tiempo.

Miré a Javier, y por dentro me recorrió un gran alivio, porque no había anotado ni una sola palabra. Sin decir nada, creo que ambos, por primera vez, nos entendimos ya que me respondió con una escueta sonrisa y luego perdió su vista por la ventanilla. Yo hice lo mismo y así llegamos al hotel.

*

A la mañana siguiente, cuando las puertas del ascensor se abrieron frente a mí, un cuerpo yacía sobre el suelo y rápidamente el olor a alcohol inundó todos mis sentidos. La persona estaba borracha, eso estaba claro, pero no sabía de quién se trataba y qué debía hacer. Lo observé durante unos segundos, y me convencí que lo correcto era llamar a algún personal de hotel, sin embargo, cuando estaba por dejar que el ascensor se cerrara nuevamente, el hombre se quejó, y volteó su cuerpo dejándome a la vista su rostro. Al verlo, inmediatamente lo reconocí, era Cristóbal.

Con cautela, me incliné un poco hacia él para observar si además de borracho estaba golpeado o algo por el estilo. No vi nada, por lo que supuse, era solo una mala borrachera. Despacio toqué su hombro, y él ni siquiera se movió de la posición en la que estaba. Sin embargo, no dejé de insistir, hasta que diez minutos más tarde abrió sus ojos y me miró totalmente desorientado.

—¡Cristóbal, soy yo Lucía! Debes levantarte, te encuentras en el ascensor y cualquier persona puede verte en este estado —él me seguía mirando fijamente a los ojos, sin embargo, supe que no entendía nada de lo que decía. —¡Ven déjame ayudarte! —dije. Tomé su brazo izquierdo y con un poco de fuerza, lo acomodé sobre mi hombro. Pesaba bastante, más la adrenalina por si alguien nos llegaba a ver, hizo que empezara a transpirar. Lo más cercano y seguro era mi habitación, por lo que lo llevé ahí y lo tumbé sobre el sillón. Esperé por más de cuarenta minutos y él aun no reaccionaba, hasta que su celular comenzó a sonar. Al ver el nombre en la pantalla, debatí entre contestar o no hacerlo, y al final con voz temblorosa lo hice. Cuando la persona al otro lado del teléfono me dijo que era su guardaespaldas, sentí un terrible alivio. En menos de cinco minutos Nicolas, ese era su nombre, estaba dentro de mi habitación. Junto a otro señor lo cargaron, y en cuestión de segundos todos desaparecieron de mi vista. Me quedé allí sin recibir al menos una explicación o un simple gracias.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro