Capítulo III
Narra Lucía
Al día siguiente, luego de almorzar, nos encontrábamos camino a la segunda reunión a la que debía asistir Lilian. Esta vez, era fuera del hotel en el que nos estábamos hospedando, por ello durante el trayecto, aproveché la vista que el recorrido me regalaba.
Cuando llegamos, mi jefa bajó primero, Javier después, y por último yo. Había momentos en que me sentía tan fuera del pozo, que mi estómago se estrugia, tanto, que llegaba a doler. Este era uno de esos sin dudas.
Los seguí en silencio hasta una enorme puerta, y antes de entrar, el joven hombre que me había hablado el día anterior, estaba detrás de mí. Sin embargo, no me saludó ni yo a él.
Cuando la reunión comenzó, mi trabajo también. Tomé asiento al lado de Lilian y comencé a traducir cada palabra que, los inversionistas y otros empresarios, decían. Primero traduje francés. El señor Dubois, era un hombre de los más reconocidos, por lo que Lilian no quería perderse ni una sola palabra que saliera de su boca. Luego fue el turno del representante de la Empresa Nisllow, quien hablaba inglés por lo que no fue tan difícil para Lilian, y en tercer y último lugar, habló la empresaria en ascenso, Coppola Amato Alessandra, quién era italiana.
Al terminar, mientras todos se despedían, Carolina se acercó, me saludó y entablamos una pequeña conversación, que solo parecíamos entender nosotras y su traductor, ya que le habían asignado uno. Cuando Lilian me hizo seña para salir de aquel lugar, di por terminada nuestra charla, y emprendí camino en dirección a ella. Sin embargo, antes de llegar a la salida, alguien me tomó del brazo.
—Por lo que he visto trabaja para Lilian Unzué —dijo esa voz. Al levantar la vista y ver quién tenía tomado mi brazo, mi corazón dio un vuelco. Sus ojos eran más atrapantes de cerca.
—Sí, ha visto bien. Trabajo para ella.
—¿Y por qué?
—¿Disculpe? —su pregunta me tomó por sorpresa, no entendía el punto al que quería llegar. —No lo entiendo.
—¿Por qué trabaja para ella? Usted no tiene ni una pizca de la arrogancia de esa mujer —y antes de poder responder, Javier apareció a mi lado.
—Lilian está esperando por ti —asentí y él se fue.
—Me tengo que ir, que tenga buen día —y giré rápidamente para así, no darle tiempo a seguir con la plática. Lo que menos deseaba en ese momento era tener una queja de mi comportamiento.
Al salir afuera, el auto esperaba por nosotros. Entré a él y Lilian no dijo nada respecto a mi tardanza, solo se limitó a darnos unas carpetas e informarnos que al día siguiente no había reunión, pero que necesitaba esos papeles lo antes posible. Javier y yo asentimos sin decir nada más y, el resto del camino fue en silencio.
Una vez en el hotel, cada uno subió a su habitación y no los volví a ver en todo el día. Había decidido terminar esos papeles así, podría entregarlos por la mañana temprano y después salir a recorrer la ciudad, o un poco de ella.
Cerca de las dos de la madrugada terminé con el último informe y así como estaba, me acosté. Estaba demasiado cansada para bañarme en ese momento, lo haría por la mañana antes de salir.
La alarma sonó a las 7 a.m. Lo primero que hice fue llamar a mi abuela. La extrañaba tanto, que hablé con ella por más de veinte minutos. Al cortar, me dirigí al baño, abrí la ducha y dejé correr el agua mientras me sacaba la ropa.
Cuando terminé, busqué algo cómodo para ponerme, me cepillé el pelo, tomé mi cartera, las carpetas, un abrigo y salí. Primero pasé por la habitación de Lilian, toqué suavemente su puerta y nadie salió, por lo que fui a la habitación de Javier, quien me atendió con unas ojeras terribles.
—¿Qué quieres Lucía? Recién estoy por acostarme.
—¿Puedes darle esto a Lilian por mí? Quiero recorrer un poco la ciudad.
—Bien, dame eso. Y hazme un favor, si para la una no te escribo, llámame.
—Está bien, descansa.
En la puerta del hotel, mientras observaba como todos se movían de un lado a otro, sabiendo exactamente qué hacer, tomé uno de esos folletos que brindaban a los turistas o personas, que, como yo, no teníamos idea de adonde ir. Opté por seguir caminando, y lo más próximo que tenía era la Ciudad de las Artes y las Ciencias. No conocía nada, todo era nuevo para mí, por lo tanto, no me importaba en absoluto. Si tenía otros días libres, cambiaría de dirección y recorrería otros lugares.
Al llegar, admiré cada parte de ese lugar, ¡Era tan fabuloso! No creía estar ahí, pero lo estaba y mi corazón desbordaba de alegría. Me introduje a la fila con mucho cuidado, y compré una entrada para Oceanografic. En muchas ocasiones había oído hablar de este lugar, pero jamás imaginé poder presenciarlo con mis propios ojos.
Cuando dieron la una, tomé el celular de mi bolso, y llamé a Javier. Este me dio las gracias y corté para seguir con el recorrido. Al terminar eran más de las dos de la tarde. Tenía hambre, por lo que, al salir de allí, busqué un barcito donde pudiera comer algo y que no fuera de precios tan elevados. La entrada me había costado bastante, pero valió cada centavo.
Al sentarme en una pequeña mesa que la mesera me proporcionó, deseé con todas mis fuerzas que mi abuela estuviera conmigo. Se merecía tanto como yo poder conocer el mundo. La sensación me inundó el corazón, y algo oprimió mi pecho. La extrañaba, y solo deseaba que todo estuviera bien.
En cuanto terminé, una brisa comenzó a sentirse, y el cielo poco a poco se fue oscureciendo. Solo esperaba que me diera tiempo a llegar al hotel, sin embargo, tres cuadras después comenzó a llover. Intenté tapar mi bolso con mi campera, pero era en vano. La lluvia y el viento subían en intensidad y yo solo me apresuraba para poder llegar.
Cuando me di por vencida, miré hacia mis costados buscando un lugar donde refugiarme, para no pescar una neumonía. No podía enfermarme, no ahora. Pero un gritó me sacó de mis pensamientos.
—¿Qué hace aquí bajo la lluvia? —volteé perdida para ver quién era —Suba, la llevo al hotel— y abrió la puerta del auto.
—No, estoy empapada. Voy a mojar todo. No puedo subir así.
—Claro que puede, suba.
—¡No, gracias, pero no!
—Suba o iré por usted señorita Gutiérrez. —Al ver que comenzaba a sacar un pie del auto, sabía que hablaba en serio, por lo que me acerqué y subí con cautela.
—Tome —me extendió un abrigo que seguro valía varios de miles de dólares —le sacará un poco el frío. Estamos a unas cuadras.
—Gracias —y solo asintió, para luego perder su vista en la Tablet que llevaba en sus manos.
El viaje no fue incómodo, al contrario, me sentía bien. Extraña, pero bien. Cada tanto él levantaba la vista, me observaba y volvía a perderla en el aparato. Al llegar, bajé, le tendí su abrigo y le di las gracias. Él sonrió y se acercó unos centímetros. Levantó su mano, y cuando pensé que tocaría mi rostro, un ruido externo lo sacó del trance.
—Fue un placer. —y se fue.
Este capítulo va dedicado a mi amiga y primer lectora @Mica397!!
Gracias por tu apoyo siempre ♥
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