Capítulo II
Narra Lucía
Luego de casi trece horas de vuelo, aterrizamos en Madrid. Mi corazón latía eufórico por llegar, y aunque una parte de mí se sentía culpable por dejar a mi abuela, la otra, estaba maravillada y feliz. Todo frente a mis ojos era tan bello que no lo creía posible.
Mientras caminábamos hacia la salida para tomar un taxi, Lilian me observaba cada tanto. Pensé que quizás, era por miedo a que me perdiese entre el amontonamiento de gente, sin embargo, no era eso.
—¡Vamos Lucía, apúrate! —estaba molesta, y no sabía porqué, aun así, comencé a caminar más rápido para alcanzarlos.
Una vez afuera tomamos un taxi, y fuimos hasta el hotel B&B donde nos alojaríamos solo por una noche. Al llegar, cada uno subió a su respectiva habitación para dejar las cosas y más tarde nos encontramos en el comedor para cenar.
La comida fue tranquila, aunque casi ninguno habló no fue incómoda. Después de pedir el postre, Lilian apoyó sobre la mesa unas carpetas y me tendió una libreta.
—Mañana necesito que estés atenta en todo momento. Llevarás esta libreta contigo, si algo te parece importante lo anotas y luego me lo comentas. ¿Está claro Lucía?
—Sí Lilian, todo está claro.
—Perfecto.
Al terminar la cena, subí a mi habitación, miré el reloj y ya era demasiado tarde para llamar a mi abuela. Seguro la preocuparía y eso era lo último que quería, por lo que decidí bañarse y luego acomodar todo lo que debía llevar para no olvidarme nada, ya que por la mañana iríamos directamente hacia la reunión.
Una vez que tuve todo listo, me metí en la cama.
El reloj sonó a las 5:30 a.m. como era habitual, había olvidado quitar la alarma, por lo que bufé y busqué mi celular para apagarla. Cuando lo encontré, quité todo y me levanté al baño. Al salir, tomé una bata que se encontraba en la habitación, dispuesta por el mismo hotel, y me senté frente al gran ventanal que había. El sol aún no se asomaba, por esa razón, todas las luces de la ciudad seguían prendidas. Era maravilloso.
Una hora más tarde, bajé al comedor. Al llegar, solo se encontraban dos personas y no eran precisamente Lilian y Javier. Había un hombre de unos veintiocho o quizás, veintinueve años y un señor que seguramente era su escolta por la forma en que iba vestido. Entre ellos hablaban de algo y antes de poder apartar la vista, el más joven me miró y se dio cuenta que los observaba, por lo que rápidamente aparté la mirada y busqué un lugar, demasiado lejos de ellos, en el que sentarme. Minutos más tarde, oí la voz de Lilian, la cual al verme se acercó hasta la mesa.
—Buenos días.
—Buenos días Lilian —y sin decir más, se sentó y ordenó lo que iba a desayunar.
Cuando Javier hizo presencia, Lilian decidió que ya era hora de irnos. Apenada por él, lo miré y me levanté para seguirla. Antes de pasar la puerta, volteé mi mirada hasta la mesa donde se encontraban aquellos dos hombres, pero para mi suerte ya no estaban.
Una vez que subimos al avión privado, Lilian se metió de lleno en su celular, y mi compañero solo observaba por la ventanilla mientras se tocaba el estómago algo incómodo.
Cuando llegamos a Valencia, fuimos directamente al lugar de la reunión. Lilian pidió que dejaran todo nuestro equipaje en las respectivas habitaciones y luego nos pidió unos minutos a solas. Sin decir nada, los dos asentimos y en un segundo desapareció de nuestra vista. Al ver que solo quedamos Javier y yo, busqué algo en mi bolso.
—Toma —dije extendiéndole dos barritas de cereal. Él me miró sin entender —No has desayunado, y vaya a saber uno cuánto tiempo estaremos aquí —dudó por un instante, hasta que bufó y las tomó.
—Tienes razón. Anoche apenas me dejó dormir. Me pidió tantos informes que no sabía si llegaría a tiempo.
—La próxima si quieres, puedes darme algunos a mí.
—Pero...
—Será un secreto —él negó con la cabeza, para luego sonreír y abrir una de las barritas.
Antes de que Lilian llegará, Javier me dio las gracias.
—No hay de qué.
Veinte minutos más tarde, todos nos encontrábamos en la sala; solo quedaba una silla vacía. Cuando los demás presentes decidieron comenzar sin esa persona, las puertas se abrieron.
—Buenos días, disculpen la demora. El coche se ha roto a mitad de camino.
Al oírlo, inmediatamente todos comenzaron a saludarlo, e incluso, algunos, le decían que no había problema, cuando minutos atrás no hacían más que protestar. Yo por mi parte, al ver quien era, no podía sacarle los ojos de encima hasta que, el ruido que hizo uno de los hombres para dar comienzo a la reunión, me sacó de mi trance.
Los primeros treinta minutos transcurrieron sin problema. El anfitrión y dueño del proyecto, presentó su idea sin problema alguno y, los demás le prestaban absoluta atención. Con libreta en mano, como me había dicho Lilian, anoté algunos detalles que me parecían importantes para no olvidar, mientras observaba a Javier, quien parecía caer dormido en cualquier momento.
Cuando fue el momento de Lilian para dar su opinión, todos la escucharon sin objetar una palabra. Era una mujer con mucho poder, y lo mejor era que muy, pero muy pocas veces se equivocaba, lo que la hacía respetable ante los demás. Al terminar, todos los presentes la miraron complacidos. Esa era la razón por la que no había dejado mi trabajo aún. De ella podía aprender mucho, muchísimo, a pesar del mal carácter que tenía.
En cuarto lugar, era el turno de la Empresa Kaya's, quien estaba en representación de la hija del dueño. Carolina.
El problema fue que nadie se había percatado que Carolina era sordomuda, por lo que, a la hora de dar su opinión, la cara de todos los presentes cambió drásticamente. Sin que nadie se fijara en mí, me coloqué frente a ella, a lo que me dedicó una sonrisa, dejándome en claro que me daba permiso para comunicar lo que quería decir.
—Lo que la señorita quiere decir que, para ella, además de lo que han aportado los demás, en especial Lilian, debería tener un enfoque moderno y familiar. Que haya lugar para todas las edades.
Cuando terminé de comunicar lo que Carolina pensaba respecto al proyecto, miré a Lilian, quien por primera vez me dedicó una pequeña sonrisa y, luego volví a mi lugar. En cuanto dieron por finalizada la reunión, todos se saludaron cordialmente hasta el próximo encuentro. Ya en el ascensor, Lilian nos avisó que almorzaría con una vieja amiga, por lo cual, teníamos ese tiempo libre. Ambos asentimos y ella se fue.
—¿Busco lugar? —preguntó Javier.
—Debo subir para llamar a mi abuela. Si no tienes problema, ve buscando. Bajo en unos minutos.
—Perfecto. Te espero en el comedor.
Al entrar a mi habitación, busqué mi teléfono y marqué a mi abu. Hablé con ella casi diez minutos, y luego de colgar, me cambié de ropa y salí rumbo a encontrarme con Javier para almorzar.
Estaba tan distraída, que no vi que alguien más esperaba para bajar hasta que habló.
—Le ha salvado el pellejo al señor Johnson. Si usted no hubiera estado allí, el presidente de la corporación estaría en este instante en muchas de las portadas de los diarios de esta ciudad.
—Todos podemos equivocarnos. Además, alguien como él, debe tener muchas cosas en las que pensar. Se le habrá pasado por alto. —él me miró sin asombro alguno.
—¿Cómo se llama?
—Lucía. Lucía Gutiérrez —al oír mi nombre, me dedicó una sonrisa que podía derretir a cualquiera. El hombre era muy apuesto, más de lo que quisiera admitir.
—Un placer Lucía, mi nombre es Cristóbal. Cristóbal Russell —algo en su cara me decía que yo debía saber quién era, sin embargo, para mi mala suerte no lo sabía. —¿Usted no sabe quién soy?
—Discúlpeme, pero, no. —contesté titubeando hasta la última letra.
—Me sorprende señorita Gutiérrez.
—No era mi intención ofenderlo.
—¿Ofenderme? No, al contrario, me alegra saber que no sabe quién soy —y sin más se fue en sentido contrario al mío.
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