Capítulo I
Narra Lucía
El amor, a veces nos encuentra cuando no estamos preparados para él, y hay otras, en las que te preguntas por qué no te ha encontrado aún, si tú estás listo para vivirlo. Y te abruma, porque crees que todo lo que una vez anhelaste jamás llegará.
Entonces, un día, como cualquier otro, lo ves. El amor está frente a ti, y no sabes porqué, sin embargo, lo sientes. Y solo basta una mirada para entender porque no había llegado antes.
—¡Lucía! —levanté la vista algo perdida —te estoy hablando, ¿Acaso has escuchado una sola palabra de todo lo que te dije? —la molestia en ella era notoria. Lilian no soportaba que no la escuchasen.
—Sí, claro que sí. Solo que no puedo hacerlo.
—No he detectado la pregunta en lo que te dije.
—Pero... —no dejó que terminara de hablar.
—¡Pero nada Lucía! Si no puedes, vete y deja el lugar para alguien con ganas de trabajar. Si el Lunes no apareces a las 7am en punto en el aeropuerto, por favor, ni te gastes en volver aquí porque estarás despedida —la crueldad en ella era tanta que no me atreví a decir una sola palabra. Solo asentí en silencio y me marché de allí.
Con algunas lágrimas a punto de escapar, fui hasta mi oficina, tomé mis cosas y bajé para tomar el mismo urbano de todos los días.
En medio del trayecto, cuando mi mente pensaba en como dejar todo arreglado durante mi ausencia, mi celular sonó.
—¿Hola?
—Lucía, soy yo. Javier.
—Ah, hola Javier. Ya no estoy en la empresa, ¿Necesitas algo? —él era la mano derecha de Lilian.
—No. He sabido que irás con nosotros, y también sé tu situación, y aunque la verdad me importas poco, solo por esta vez voy a ayudarte. Dime cuánto necesitas.
—¿De qué hablas?
—De tu abuela —al oírlo, mi mundo se vino abajo.
—¿Cómo lo sabes?
—Mira, ya te he dicho que tu vida me importa poco, pero esta vez necesitamos de ti. Lilian está muy preocupada, y realmente eres la única en toda la empresa que habla cuatro idiomas distintos de una manera fluida, casi nativa. Por eso, dime cuánto necesitas para el cuidado de tu abuela durante el tiempo que dure el viaje. —pensé varios segundos en mi respuesta.
—No lo sé. Aún no he llegado a casa. Tendría que sacar cuentas y hablar con la mujer que la cuida.
—Hazlo y luego me avisas... ah, y que esto por favor quede entre nosotros —y sin más cortó la llamada sin darme tiempo a darle las gracias.
No tenía alternativa, debía hacer el viaje o quedaría sin trabajo.
Cuarenta minutos más tarde, llegué a casa. Un sentimiento de culpa oprimía mi pecho, y fue aún más fuerte cuando pasé la puerta y la vi esperándome con una sonrisa ¿Cómo podría dejarla todo este tiempo? No podía, sin embargo, perder el empleo era lo último que quería. La paga era muy buena, y nosotras la necesitábamos.
—Mi niña, ¿cómo te ha ido hoy?
—Hola Abu, bien. Mira lo que te traje —saqué de mi bolso tres pequeños libros de crucigramas y unos cuantos fibrones de colores. A pesar de la edad, mi abuela no había perdido el color en su vida.
—¡Oh, que bellos colores! Mira María, voy a estar entretenida por unos días —dijo al verla entrar. María era nuestra vecina, y quien cuidaba de mi abuela mientras yo trabajaba.
—Luci, chiquita, te ves cansada hoy.
—Hola Mari, estoy bien. ¿Te quedas a comer? —ella asintió y siguió su camino hacia el lavadero.
Después de la cena, hablé con ambas y entendieron la situación mejor que yo. Mi abuela, por su parte, me alentó a viajar. Dijo que debía salir al mundo, conocerlo, vivirlo, explorarlo. María me alentó de la misma manera y me prometió que ella cuidaría de mi abue en todo momento.
Aun así, por las siguientes dos noches no pude dormir. Era difícil conciliar el sueño con tantos pensamientos. ¿Y si algo malo sucedía mientras no estaba? Eso no podría perdonármelo nunca. Y de solo pensar que algo podía ocurrir, algunas lágrimas cayeron sobre mi mejilla. Mi abuela era mi madre. La única familia de sangre que tenía. Si la perdía a ella, no me quedaría nada en este mundo.
El lunes por la mañana, cuando el despertador sonó ya estaba cambiada. Por lo que apagué ese sonido bullicioso y fui hacia la cocina para desayunar. Mientras tomaba mi taza de café, mi abuela apareció.
—Buenas días Luci.
—Abu, ¿Hice mucho ruido?
—No mi amor, simplemente te escuché llorar anoche. Por favor, no lo hagas. Sé todo lo que estará pasando por tu cabecita en este momento, pero ve tranquila. Debes hacerlo. Tienes que conocer el mundo y que el mundo te conozca a ti mi ángel. Eres tan maravillosa. Tienes una mente tan creativa, tan inteligente, que hay pocas como tú en el mundo. Exprime esta experiencia y cuando vuelvas me contarás todo.
—Pero tengo miedo abu...
—No debes tenerlo. Voy a estar bien. Ve, y por favor antes de salir abrígate.
Sin pensarlo, la abracé y lloré en su hombro como una niña de diez años mientras ella acariciaba mi pelo y me susurraba que todo iba a estar bien.
Cuando me separé de ella, fui por mis cosas y mi abrigo. Me despedí también de María y salí a esperar el taxi que había llamado. El frío calaba hasta mis huesos, por lo que apreté mi abrigo contra mi cuerpo. Una vez que el auto llegó, llamé a Javier y le dije todo lo que necesitaba.
—Quédate tranquila. Por la tarde recibirán todo, y por el dinero no te preocupes.
Al colgar, hablé con María y le hice saber lo que Javier me había dicho. Ella muy atenta escuchó todo y anotó un par de cosas que necesitaba saber.
Cuando el taxista me dijo que habíamos llegado, salimos del auto y me ayudó a bajar las maletas.
—Que tenga buen viaje señorita.
—Gracias y por favor, quédese con el vuelto —el hombre me miró y sonrió, para luego volver a subirse al auto y marcharse de allí.
Una vez dentro, fui hasta el lugar que me había indicado Javier por teléfono y sorpresa fue la que me llevé cuando no encontré a nadie allí. Miré el reloj, faltaban dos minutos para las siete. Esperé diez minutos hasta que Lilian apareció frente a mí.
—Sabía que no me decepcionarías —dijo para luego voltear y buscar a Javier. No dije nada. No supe si debía tomarlo como un halago o como una amenaza, de modo que, solo me levanté y la seguí.
Luego de pasar por la aduana, y nos hicieran los respectivos controles, subimos al avión. Era mi primer experiencia y como si fuera poco, en primera clase. Mis ojos apenas parpadeaban para poder observar todo.
—¿Por qué sonríes tanto? — era Javier. Venía cargado de carpetas y cosas, que seguro Lilian le había pedido.
—¡Oh bueno, es que es la primera vez que viajo en avión! Nunca antes lo había hecho —él me miró de forma un tanto despectiva, ya que seguramente, era algo habitual en su vida.
—Entonces disfruta el viaje.
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