Capítulo XVIII: "Impacto"
- ¡Solo quedan dos piezas! - me hace saber alargando cada palabra-. Sé que ya estas consiente de la imagen oculta en el rompecabezas pero, ¿no es satisfactorio esperar hasta que esté completo?.
- Sí, no tiene idea de lo ansiosa que estoy.
Isaías regresó un mes antes de graduación, con auto, ropa nueva y dispuesto a llevar a Gabrielle al baile con un corsage de 17 euros. Su promedio sorprendentemente fue más bajo que el mío y aun así logró matricularse en la universidad del pueblo. Estaba contenta de que estuviera aquí, sobre todo porque mi mejor amiga olvidó con su llegada el resentimiento que me tenía.
Su tono de voz pasaba de agradable a arisco cuando intentaba saber más de su huida injustificada. En el café dejo más propina que el costo total de lo que consumimos y se ofreció a comprarme cualquier vestido que quisiera con tal de asistir esa noche al salón donde sería el baile << Tienes que relajarte, no toda conversación tiene que girar entre preguntas y respuestas >>. No dije nada a pesar de que mi intuición gritaba a todo pulmón que nuestro problema (y digo nuestro porque estoy involucrada desde el principio) no había terminado, sino todo lo contrario, aún nos encontrábamos girando la manivela sin temor a asustarnos. Escondí la curiosidad que me impulsaba a obtener la verdad y creí en sus palabras como lo llevaba haciendo los últimos meses.
Las personas con las que él tenía contacto a pesar de ser muy sonrientes y alegres, no dejaban de ser monstruos cuando sea lo que sea que se hayan introducido por la nariz dejaba de tener efecto. Aún recuerdo aquella vez que lo acompañe a esa gran bodega llena de electrónicos...
- No era necesario que me acompañaras, Enah - menciona sin dejar de mirar la carretera-. Iba a volver con el coche antes de que llegará tu mamá.
- ¡Aja!, sí. ¿Qué le iba a decir si no fuera así?, la última vez apenas y llegaste a tiempo.
- Estas personas son algo idiotas, no te creas todo lo que puedan decirte. Voy a bajarte conmigo solo porque estoy seguro que al quedarte en el auto es más peligroso. No quiero que digas nada, bajas y te quedas en la puerta, ¿entiendes?.
- ¿Qué cosas dices?, ya estoy acostumbrada a tratar con idiotas, tú das bastante para agregar a mi currículum, Isaías.
- Habló en serio - termina la conversación de forma autoritaria.
Llegamos a una casa vieja con dos pisos de altura y ocho ventanas mucho más grandes que la puerta hecha de machimbre, todas con balcón pero con la madera roída. La chimenea era lo que mejor se conservaba pero aun así me pareció ver una rata del tamaño de un gato saliendo de ella. La teja estaba incompleta y descolorida, algunos huecos se encontraban cubiertos con hule y cartón, quizá para evitar goteras pero era imposible que alguien viviera en ese sitio. Isaías quito el candado con solo dos dedos y como si temiera que la fachada se viniera abajo abrió la puerta. Pronto entendí que está solo era el embozo perfecto para ocultar la gran mansión al estilo lough erne con el mismo alto; el verde de los árboles más centelleante y las escaleras gemelas más lustrosas que haya visto. A la derecha estaba la gran bodega con olor a orines y dentro de ella todo tipo de aparatos electrónicos. El encanto se espumo al instante, fue como cuanto comes dulce y saldo a la vez o la decepción que sientes al verte en el espejo con el tutú que tanto querías y que hace que tus piernas se vean cortas. Me quede atrás como se me indicó pero Isaías se vio obligado a presentarme...
- Es Lycaenah, una amiga. Él es Damné - me lo presento con un movimiento de cabeza, puede apreciar el miedo en su mirada, fue allí cuando entendí que no debí de haber venido-. Ella me presta el coche de vez en cuando.
- ¿Y ella es lengua larga? - cuestiona mientras remueve una hebra de su bota con el cuchillo.
- No. estoy seguro que no dirá nada.
- No me refería a eso - responde con burla-. ¿Cuántas cajas me traes hoy?.
Salimos a los quince minutos, después de que se bajara toda la mercancía del coche y después de que el muy desgracio de Damné me besara la mano, mordiendo la piel de uno de mis nudillos. Luego de eso no lo volví a ver hasta aquel día tan espantoso. Con el tiempo me las arregle para salir por la puerta de la cocina siempre que mi madre llegaba antes que Isaías. Decía alrededor de cuatro mentiras en cada conversación y no me sentía culpable.
Podíamos pelear pero en el fondo él era la única persona con la que podía hablar sin tapujos. Una de las veces, en la escuela, Gabrielle se molestó tanto que salió del comedor sin decir a donde iba. La plática giraba tan solo entre nosotros dos que olvide que nos encontrábamos con compañía, tanto ella como Héctor supusieron una relación afectiva más allá de la sola amistad, Héctor por supuesto no me dijo nada, Gabrielle tampoco lo hizo pero sé que se lo dijo a él. La realidad es que, ni él ni yo podíamos apreciarnos como novio o novia en un futuro, sabíamos tanto sobre nuestras debilidades y alegrías que ya no quedaban sorpresas por entregar.
- A veces tengo la impresión de que viajas en el tiempo - me hace saber la doctora con extrañeza-. Es tal vez una capacidad intuitiva porque creo que llevas haciéndolo toda la vida.
- Hablaré sobre lo ocurrido unos días después de la graduación - exteriorizó ignorando su comentario-. Isaías llevo a Gabrielle al baile pero se aburrieron así que le hablaron a Héctor para salir y beber los cuatro juntos.
Llegaron a mi casa pero yo estaba atravesando por uno de esos momentos en que el Éclair de chocolate no lleva relleno y solo me encontraba en bombachos y sostén. Cuando el timbre se escuchó apenas y puede levantarme para recibirles y no es que fuera floja o sucia o desobligada, es que no tenía energías y eso estaba bien para mí en ese momento. La pinza por mi cabello y las quejas me cansaban tanto que el solo hecho de que mi pecho se alzara para recibir oxigeno era igual a levantar plomo. Ni hablar del maquillaje, caminar o abrir la nevera. Creo que Gabrielle nunca estará consiente del gran esfuerzo que hice por fingir ser la amiga que ella recordaba.
- Se sigue desapareciendo todas las tardes - se queja mientras desenreda con los dedos un mechón de mi cabello-. Y sé que no viene contigo, yo tengo esa aplicación en el móvil y no por desquiciada, es porque me importa. Si tan solo disfrutará de hablar conmigo como lo hace contigo.
- Isaías no me dice gran cosa - respondo-. La mayoría de las veces solo habla de coches o marcas de electrodomésticos - paso saliva y continúo-: Quiero decir que, no te pierdes de nada. Las mejores conversaciones las tiene contigo.
- Rento un departamento, es algo pequeño pero no está en los suburbios así que estoy conforme. Quiere que vivamos juntos en cuanto inicien las clases en la universidad.
- ¿Estas segura?.
- ¡Claro que lo estoy!. ¿Tú no?.
- ¡Por supuesto que sí! - reconozco-. Solo que ambos son muy jóvenes.
- Tus padres eran igual de jóvenes.
- Y para ellos fue un desastre.
- Pero se amaron - expresa-. Y creo que el recuerdo de un amor es el riesgo que estoy dispuesta a soportar si acaso lo nuestro llega a acabar.
Después de un tiempo y cuando mi cabello por fin está completamente lacio, agrega:
- Tú tienes a Héctor y a pesar de que se han distanciado un par de veces sé que lo tendrás a él siempre. Es como si sus ojos gritaran todos esos planes que está dispuesto a cumplir solo contigo, no hay uno solo en donde no aparezcas. Si Isaías vuelve a olvidarme como lo ha hecho antes, estoy segura de que tendré que renovar mi meta.
Empacamos un poco de queso y una botella de vino antes de salir en ambos autos, al principio solo pensábamos ir en el de Isaías pero Héctor se reusó al ver el poco alumbrado en la colonia, en verdad no me sentía de ánimos pero cuando llegamos al lago recordé tantas cosas buenas que la parte negativa se escondió. Nos sentamos en las rocas excepto Gabrielle quien no quería ensuciar su vestido y permaneció de pie hasta que la convencimos.
Bajo las brasas de la fogata y soportando los molestos mosquitos bromeábamos sobre el barrillo que tenía Héctor en la mejilla, << Le salió otro cerebro, ya no tarda en enseñarle a hablar >>. Yo creía que se veía lindo, sonrojado con los malos chistes de Isaías, bebiendo a pequeños sobros y mirándome de vez en cuando. Era bueno salir con ellos de nuevo, nunca me preguntaron sobre mi estancia en el centro de salud mental y tengo que confesar que era de las pocas cosas que quería decir justo en ese instante, aun así no les iba a amargar la noche con mis penas. No hable mucho, ni me bebí el vaso completo de vino; me limite a sonreír y a observar.
Nuestros amigos no dudaron en adentrarse entre los árboles con la excusa de dar un paseo, no preguntaron si estábamos dispuestos a acompañarlos y no quise ser yo quien estropeará sus planes románticos, así que nos quedamos solos. Hablamos de la vida tan corta que tienen los insectos y como la poca función de su cerebro puede ayudarlos a vivir sin él por un tiempo, << Yo me arrancaría la cabeza si pudiese vivir sin ella >>, no dijo nada en base a mi argumento, la extrañeza en su mirada hizo que me sentirá apenada por tal franqueza.
Después del silencio y de solo estar intercambiando la más sinceras de nuestras miradas, una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo y esa misma me inspiró a besarlo. Había esa sensación de miedo que casi me provoca el llanto, la misma que te deja seca la boca y te encoje el estómago; me sujete al instante que tiene la capacidad de desaparecer sin hechicería y lo bese una y otra vez con tal ternura que nuestros labios apenas y alcanzaron a tocarse.
- Gracias.
- Un beso no se agradece - respondo molesta.
- Bueno, no me habías besado desde...
- ¿Desde que regrese o desde que Maveth te dejo? - lo interrumpo con los ojos condensados.
- No te molestes. Es solo que, pensé que ya no querías estar conmigo.
- Quiero estar contigo pero no quiero que te veas forzado a estar conmigo solo porque quiero que lo estés.
- Entonces hay que olvidar todo, al menos solo por esta noche. Ya mañana decidiremos que hacer con nosotros.
No quería alejarme de él y en cada beso bajo el reflejo del lago se lo hacía saber. Durante todo este tiempo me negué a creer que lo que sentía era amor, me limitaba a pensar en la clandestinidad de un día futuro y no en lo maravilloso que es planear una vida juntos. Algo con lo que subsistir sin arriesgar demasiado; pasajero y hermoso como el amor de mis padres o valioso y desenfrenado como lo que sentía yo en ese momento. Hoy me niego a bajar en la siguiente estación, no sin él a mi lado, acepto que lo amo y que aunque sé que está mal usar la estabilidad que me dan sus palabras como pretexto para corregir la parte dañada en mi mente, estoy dispuesta a afrontar por cuenta propia esta incorrecta decisión. Lo amo y no quiero seguir mintiendo a favor de lo abnegadas que son las decepciones, yo no seré igual a todos esos seres humanos que eligen lo intangible por la seguridad que ofrece y aunque tarde ya es, puedo decírselo en este instante. Confesar en dos palabras lo que por un año no me atreví a decir.
- Héctor, no quisiera esperar.
- Quieres decir, ¿qué exactamente? - separando su rostro del mío.
- Lo que siento por ti es mucho más grande que mis argumentos.
- ¡Oigan! - interrumpe Gabrielle entre la sombra de los árboles-. ¿Vamos a comer en alguna gasolinera?.
- Claro - respondo sin dejar de mirarlo-. ¡Vamos!.
Puedo imaginar lo que hubiera pasado si tan solo hubiéramos esperado un poco más, tener el poder de cambiar solo una sola cosa y evitar el efecto bola de nieve. Todos sentimos el frío, solo él se congelo...
- ¡Por las llamas del infierno! - maldice en un nuevo intento de encender el auto-. Me estoy congelando.
- No fue muy listo dejar las luces encendidas, ¿verdad, Héctor? - le hace saber Isaías con el celular en mano-. Siguen sin salir las llamadas.
- Llevamos mucho tiempo aquí, vámonos en el otro auto a casa.
- Tiene razón Gabrielle, amigo. Mañana yo me encargo de que tu auto este a primera hora estacionado frente a tu casa.
- No lo dejare aquí.
- ¡ho!, vamos. ¿Quién se lo va a llevar?, ni siquiera enciende.
- Solo hay que esperar un poco más - insiste mirándome a los ojos como si pidiera mi permiso y a la vez estuviera dispuesto a hacer cualquier cosa que decidiera.
- Esta bien, podemos esperar un poco más - respondo.
- ¿Están seguros de que el terco soy yo? - arrojando la botella vacía de vino al lago-. Escuchen. Conduciré a la gasolinera y veré si pueden prestarme algunos cables. ¿Me acompañas, Enah?.
- Sí.
El mes más lluvioso del año y la carretera ansiando compañía, con la niebla vistiéndole de prometida y el fresco de la noche palideciéndole los labios. No había estrellas en el cielo, la belleza de lo escaso solo es apreciada por los ojos más honestos, esos mismos cuya fuerza es poderosa al entender lo inevitable. ¿Podía ser yo igual de fuerte?. Odie ese día y con un grito silencioso me aleje a pesar de que sus manos aún temblaban al sujetarme.
<< Estas fumando mucho >>, le dije al verlo arrojar por la ventanilla el tercero a medio fumar, me miró con extrañeza y subió la radio a máximo volumen. Lo había sentido otras veces, no es que perdiera el interés y no apreciará la realidad de las cosas; era el temor quien me impedía preguntar. Nada había acabado y él mejor que nadie sabía las consecuencias de sus actos, mi silencio entre una de ellas. La luna se escondió cuando los primeros truenos se escucharon; debí darme cuenta de que era una mala señal.
El golpe me dejo sorda y no pude escuchar con claridad lo que gritaba, abrió la puerta con el coche andado y me ordeno saltar al agua cuando nos hallábamos pasando el puente. No entendí nada hasta que la camioneta gris se posicionó frente a nosotros, ahí vi su rostro, mismo que había contemplado solo una vez pero con facciones tan poco comunes e imposibles de olvidar. Cicatriz en la sien y debajo del labio, pómulos marcados, ojos oscuros y calva brillante. Tatuajes en los nudillos y en gran parte de los brazos, lentes de sol y llagas en los labios que lo hacían lucir más asqueroso que despreciable. Se carcajeo antes de envestirnos nuevamente con mayor velocidad. El tercer golpe nos hizo caer al agua.
- ¿Estas bien? - cuestiona con decepción-. Te felicito. Es un gran logro, has avanzado mucho, debes de estar orgullosa.
- Él murió - respondo indiferente-. ¿Puedo irme ya?.
- ¡Claro!.
- Le agradezco. Hasta mañana.
- Enah - me interrumpe antes de salir-. ¿Recuerdas qué fue lo último que te dijo Héctor?.
- Él dijo que, que. Él dijo que tenía frío.
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