Capítulo XVII: "Nouvelle vie - A medias"
Sus ojos brillaban más que las estrellas y coleccionaba sueños como cada una de ellas...
— ¿Te quedas conmigo esta noche? — pregunte con el más tierno de mis suspiros.
— No está bien. Sin embargo, quisiera hacerlo.
— Tienes razón, ahora estás con ella. Discúlpame.
— Me quiero quedar — responde tomando de mi mano.
— Ya no quiero que lo hagas.
— ¿Por qué me haces esto?, quiero estar contigo, Enah. Siempre lo he querido.
— Las acciones siempre se encargan de desenmascarar las palabras.
— Ahora no puedo irme.
— ¡Claro que puedes!, ¿no lo hiciste ya una vez?.
— ¿Qué acaso no lo entiendes?. Dependo más de tu bienestar que lo que tú puedes llegar a depender de él.
— Entonces, ¿Por qué te fuiste?.
— Porque tú no lo hiciste.
A veces me gusta imaginar que soy otra persona. No pienso en un físico diferente, ni género o color de piel, pienso en mí como alguien fuerte, con el poder de detener un tren para salvar a un pequeño ratón o por el lado contrario, poseer el tipo de fuerza que te impulsa a elegir lo correcto antes que la soledad o los mismos sentimientos. Soy tan débil que me avergüenzo y me hace pensar que si en el pasado me llegue a sentir fuerte fue porque era una excelente farsante. Alguien que se escondía, la persona que todos amaban pero que en el fondo yo detestaba. No soy muy diferente a Wendy.
Hasta Renée olvida a veces marcar con la punta de su broche la línea por día, yo olvido que por no escribir en la libreta me pueden sancionar, pero nadie olvida encender las luces todas las mañanas. Los meses se mezclan entre terapia y leche agria y yo empezaba a olvidar su rostro. Olvidar no es tan malo, casi siempre es como un viaje de regreso con un onda que sacude todo el cuerpo, el verdadero terror comienza cuando entiendes lo que recordaste. Hace unos días sucedió y tuve que arrojarle uno de mis zapatos a Thierry, quien mando a hablar para que me inyectara diazepam. Hoy me tuvieron que llevar del brazo a su pequeña habitación como si fuera un bebé en guardería, el muy descarado sonrió como si nada. Lamente estar descalza.
Me encontraba de tan mal humor que ni Renée con su sonrisa tan grande como sus ojos podían hacerme sentir diferente. Me aleje de ella en el almuerzo, no quería tratarla mal y tener que disculparme. En la hora libre intente adivinar el nombre del día en que me encontraba viviendo pero me enfado mi incompetencia, me acerque al horario pegado en la pared y deduje que era domingo, de un salto quite la almohada de mi cama y abrí la libreta corrugada por el jugo de frutas que derramé y el resorte roído por mis dientes en el intento de alcanzar el bolígrafo. Martes, el último día que escribí algo; las fechas no coinciden. Será mejor que me prepare para un sermón y un punto menos.
— Una semana completa tomando tus medicamentos sin protestar, te daré dos puntos extras.
— Gracias, Brigith. Me alegra verte de nuevo por aquí.
— Mi amiga tuvo una infección en el estómago, me veras por aquí unos días más.
— ¡Que excelente noticia!.
No puedo explicar el sentimiento que me provoca pensar que estoy congelada. Llegue al límite de mi mejora, ya no hay otro árbol que escalar o escalera por pisar, todo dentro de mí está vacío y me asusta. ¿Qué significado tiene ahora?, lo pienso hasta que la cabeza comienza a pulsar pero claramente no hay nada. Es decir, he mejorado pero no es la mejora que me hace sentir segura al caminar por las calles, esta mejora solo me provoca un bien momentáneo y luego me deja sola, acurrucada en la cama. Entonces, lo que aseguraba que no quería hacer o que pensaba que me dañaba es una necesidad en forma de píldora sin agua, no quiero esto pero es lo que hay y al parecer quedarme a medias se me da bien. La pregunta es: ¿podré vivir a medias?.
— ¡Wendy volvió!.
— ¿Volvió?, ¿Qué no se fue hace algunos días?.
— ¿Días? — me mira con confusión—. ¿Sabes qué?, olvídalo. ¡Vamos!, no me quiero perder ninguna de sus historias.
Entendía tan bien lo que sentía Wendy. Nunca lo dijo pero había una soga alrededor de su cuello que la estaba matando, solo ella podía sentir como le asfixiaba y nadie en su familia tenía la intención de impedirlo. No volvía al centro porque en verdad estuviese enferma, volvía porque la sociedad la enfermaba. La pobre les tenía mucha fe.
Quería saber más, ser cociente de todos los actos que la obligaban a llorar dos veces al día con la puerta del sótano cerrada y el cuello de su blusa en la boca. Intentaba hablarle, invitarla y quizá dejarme ganar en un juego de mesa para luego escucharla vanagloriarse. No había mucho qué decir aquí pero ¡santo Dios!, si había mucho por criticar y de lo cual quejarnos de forma competitiva. En fin, era difícil con ella, casi siempre nuestras conversaciones se encaminaban a insultos de forma burlesca.
Su cabello estaba mucho más corto, esto sorprendió a todos ya que lo cuidaba a tal grado de gastar la mayoría de sus pegatinas en acondicionador. Algo que no cambio fue su mirar, la misma mirada retadora a pesar de que vestía como pordiosera. Se le notaba la gran pelota de sentimientos en la garganta y por supuesto, las nuevas cicatrices y labios agrietados era algo novedoso a juzgar por los susurros de las enfermeras. No habló ni saludo a nadie hasta la cena y allí solo mencionó lo encantadoras que eran las playas de América y lo apuestos que se ven los hombres bronceados, Renée la miraba con tal entusiasmo que me decepcionó el que se dejara envolver en conversaciones tan superficiales.
— El mar es lo más maravilloso que verán sus ojos — comenta eufórica—. Si acaso viven lo suficiente y ahorran lo necesario podrán bucear y ver la cantidad de peces que se esconcen detrás de las algas rojas. Me sentía una sirena hasta que el tiempo acabo pero sin duda fue una experiencia inolvidable.
Yo ya estaba aburrida y eso que dejo de hablar del olor del hotel hace como quince minutos y su conversación sobre el color de algunos mares era más atrayente, obviamente no mencionaría el abatimiento que la llevo a cortar su cabello y de paso dañar sus muñecas; la realidad petardista es más fácil de escuchar. Podía haber sido diferente para ella, seguir viajando a playas lejanas con sus caderas estrechas y el sol envolviéndola como edredón; casarse con un apuesto hombre bronceado y vivir en una casa pequeña con un trabajo de medio tiempo que le sería útil para arreglarse el cabello en el salón de vez en cuando. Por el contrario, decide volver y embarrarnos como miel una minúscula parte de lo que sería su espléndida vida. Solo ella podía encontrar paz en un lugar como este.
Pese al entusiasmo que demostraba al hablar, para Ruth no era más que una libertad desperdiciada, mal lograda y exuberante. No me fue muy difícil escuchar todo esto en sus pensamientos solo con el rodar de los ojos y el oprimir de sus dientes, hasta estos son un arma letal cuando se separan.
— Mira que la presunción no es nada cuando de logros triviales se trata — colocando su mano en la mejilla en espera de respuesta.
— Es mucho más de lo que tú has logrado, Ruth.
— Llevo menos tiempo aquí y mi avance es notablemente mejor que el tuyo, yo merecía salir, no tú. — Wendy no respondió—. No sé qué hiciste, ¡no sé qué has hecho durante todo este tiempo! — levantándose de la silla con garbo—. ¿Por qué volviste esta vez?, y además pelona. Que miserable debe de ser tu vida para que prefieras regresar una y otra vez como si fuese tu habitación de hotel permanente.
— ¡Ruth!, cierra la boca.
— Todo este tiempo se ha encargado de hacernos saber nuestros defectos, ¿y ahora la defiendes?, Kai.
— No quiero comer dentro con las malhumoradas de las cocineras. Además, hablar con honestidad no te hará menos despreciable.
— Okey, creeré en tus palabras ya que tú no te has hecho menos bipolar — tomando nuevamente su lugar—. Y Wendy, deja de decir mentiras que terminare escupiéndote en la cara, maldita enferma.
El médico legista llego a primera hora, nadie salió de su habitación en toda la mañana, no nos trajeron de merendar, ni medicamentos y las salidas al baño estaban prohibidas hasta nuevo aviso. No era necesario preguntar, todos sabíamos que había pasado. Al día siguiente me hicieron empacar y antes de que el sol se escondiera ya estaba en mi casa. A mamá le asustaba que otro posible suicidio en el centro de salud mental estuviera involucrado con mi nombre, decidió alejarme ignorando las recomendaciones de los especialistas.
Extrañaba tanto a mi pequeña compañera que empecé a hacer pulseras todas las tardes al volver de la escuela. La necesitaba pero la cobardía seguía dominando cada arteria de mi cuerpo, así que un día me sentí lo suficientemente valiente y cruce las puertas de cristal con un cuenco de pollo recién orneado, su rostro se ilumino y todos en el lugar podían sentir la felicidad que le escapaba hasta por los poros. Hablamos tanto que el tiempo fue corto y cuando me despedí no pude evitar llorar, volví un par de veces más pero deje de hacerlo y el remordimiento me llevo a escribirle cartas cada semana, luego fue cada dos meses hasta que deje de hacerlo.
En la escuela no fue mucho mejor, era increíble la cantidad de personas que podían dejarte de hablar solo porque estuviste recluida con camisa de fuerza e inyecciones letales según sus palabras, aunque no estuvieran muy erados me hubiese gustado que toda duda me la preguntaran. Por otro lado, sé que no hubiera contestado. Me di cuenta de muchas cosas que eran invisibles cuando tenía compañía, como lo concurrido que es el pasillo principal y que en la cafetería solo hay mesas con seis sillas y era como una hormiga devorando su hojuela de maíz en medio de una gran roca, demasiado lejos del hormiguero. No me molestaba la soledad de hecho el intendente tenía muy buenas conversaciones cuando trapeaba el piso, lo que si me enfurecía era ver a Héctor con ella de la mano y que en las noches se apareciera en mi casa como si me debiera algo. Al menos Gabrielle no era tan hipócrita y solo me sonreía al pasar para evitar conversar.
La magia de Isaías era lo único que valía la pena, su sinceridad sin caridad era todo lo que me animaba:
— ¿Qué paso?, ¿el intendente te dejo plantada?. Alguien así no te merece.
— Tienes razón, terminare con él esta tarde.
— Bien por ti — abriendo una bolsa pequeña de granola—. ¿Qué calificación sacaste en sociales?. A Gabrielle le mandaron a hablar de la oficina del director, es el tercer examen que reprueba.
— Pudo haberme pedido ayuda para estudiar.
— Dale tiempo, es muy extraño para ella.
— Ella ni siquiera me habla y Héctor me ve a escondidas.
— Haré que el muy desgraciado se tropiece con la soga en gimnasia — bromea—. Escucha, Héctor es un idiota con coeficiente intelectual deficiente en lo que a relaciones amorosas se refiere. Empezó a salir con Maveth semanas después de que te internaran. Al parecer les toco trabajar juntos en un proyecto de inglés. Luego, un café con poca crema y su relación surgió. Me lo negó al principio pero ya era imposible de esconder.
— Siento que solo disfruta de la lástima que tiene hacía mí.
— Él te ama.
— Aun así sigue con ella. Además, no podía esperar mi regreso por siempre.
— Yo lo hubiera hecho.
— Tú lo hiciste — respondo—. Estas aquí conmigo, ¿no?.
— Es verdad pero es porque eres un encanto y cocinas bastante bien.
La escuela era aburrida y si soy sincera no aprendí nada luego de que regrese y cuando estaba segura de que mis calificaciones no podían bajar más, sorprendentemente lo hicieron. Isaías estuvo conmigo a pesar de la negativa constante de su novia y no lo hacía para devolverme el favor, lo hacía porque le importaba y no tenía temor a demostrarlo, él solo ignoraba los comentarios de los demás. Ese mismo interés terminó por romper lo que quedaba de mi amistad con Gabrielle.
Todos los días caminábamos a casa y aunque sé que lo detestaba intentaba hacer las tareas solo para que yo tuviese la intención de hacerlas. No estoy segura si se dio cuenta de lo que en verdad me estaba ocurriendo o solo lo dejaba pasar porque ambos amábamos la felicidad silenciosa que provoca el evadir los problemas. Como sea, estuvo conmigo de la única manera que anhelaba que estuviera. Cada día evitaba que se fuera, pero siempre lo hacía al anochecer cuando a su celular le llegaba un mensaje. Héctor tocaba el timbre a la media hora, recién bañando, con sandalias y otro platillo de comida con papas fritas en desechables para cenar. Estaba consciente del amor que sentía por mí pero no podía negar que había sentimientos que le impedía terminar con su relación actual. Cuando se lo preguntaba solo me besaba los labios y hacía que me recostara en su hombro.
— No encuentro diferencia entre estar aquí o estar allá encerrada — menciono sin alejar mi cabeza de su hombro—. Me siento igual, incompleta.
— Solo no me dejes y yo puedo prometer buscar en lo inexplorado el complemento que te hace falta para ser feliz.
— Hasta los astutos se embrollan en la ambición de cumplir dos propósitos.
— ¿Con contradicciones demuestras amor? — responde molesto—. Es ridículo a mi parecer.
— Al menos no es con mentiras y engaños.
— No quiero discutir lo mismo de nuevo.
— Y yo no quiero sentir que merezco esto, ¡no me lo hagas sentir!. Aléjate o respóndeme el por qué.
— ¡Lo intente!, pero en el fondo no alcanzaba el valor necesario para enfrentarlo, no tienes idea de lo mucho que me desnucaba el solo hecho de imaginarte en ese lugar. Maveth evito que hiciera cualquier cosa ridícula para estar contigo.
— ¿Estás enamorado de ella? — finjo reír para no llorar.
— No son los mismos sentimientos pero se lo debo.
— Entonces bésame y ve a saldar tu deuda.
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