Capítulo IX: "Rompecabezas"
Todos los días excepto el domingo despertamos a las 7 a.m. las luces se encienden automáticamente y un beep acrecentado se escucha durante 10 minutos, tiempo destinado para cambiar las sabanas de la cama, escoger ropa para la ducha, eso si te toca ducharte y darte cuenta de que no estás en casa. A las 8:30 a.m. desayunamos y de 9:00 a.m. a 10:00 a.m. nos sacan al patio a hacer yoga, de 10:00 a.m. a 12:00 p.m. una señora con ropa muy colorida nos da clases de pintura, esto solo los días Lunes, Miércoles y Sábado, los días Martes, Jueves y Viernes tenemos terapia grupal de 10:00 a.m. a 12:00 p.m. Es obligatorio elegir más de una actividad extra, entre ellas hay macramé, costura, clases de historia, matemáticas y ortografía; baile, teatro y artes marciales. Elegí baile y matemáticas, pensé que si no cortaban la parte dañada de mi cerebro al menos podía hacer algo que amaba y algo que odiaba, solo para lograr sentirme un poco en rutina. De 12:00 p.m. a 1:00 p.m. es hora libre, en esta hora puedes dormir o hacer tareas pendientes, si es que las tienes y si es que nadie acude a visitarte. De 1:05 p.m. a 1:35 p.m. merendamos, el segundo día aquí me hicieron comer un plato monstruoso con pasta de queso, rollitos de salchicha, dos panes tostados, dos tortillas integrales, un pedazo de carne, aderezo y un vaso de agua natural, aún recuerdo como se movía la verruga en el cuello de la encargada cuando dijo que no podía mover un solo dedo sin antes comer todo lo servido en mi plato, cometí mi primer gran error en este sitio al gritar: << ¡Trágueselo usted, vieja asquerosa! >>, Lo que provocó que dejaran a todos los demás en el comedor hasta que terminara. Wendy no dejaba de amenazarme con cosas que ni siquiera están permitidas hacer, yo solo la ignoraba pero ya no tenía hambre y el impulso de reventarle el plato en la cara era cada vez mayor, no era capaz de imaginar quien podía comer tanto. Ese día fue la primera vez que vi a las pacientes con TCA, también note el cambio de humor de Kai al ver a Ellen entran con un abrigo de lana y gorro tejido a pesar de que el sol estaba en su máximo esplendor y todos vestían ligero. El rostro de súplica de Renée y el llanto de June hicieron que me comiera todo con esfuerzo todo. Al día siguiente la cocinera con la verruga volcánica me dio leche agria para el desayuno.
De 1:40 p.m. a 4:00 p.m. tenemos las actividades extras, la maestra de baile se incapacito por una lesión en la muñeca lo que me pareció ridículo y me hizo cuestionarme su forma de enseñar. La clase de matemáticas me aburrió como nunca pero al menos entendí el significado de valor absoluto, pienso memorizar el concepto todas las noches hasta salir de aquí y explicárselo a Héctor, ya quiero ver la expresión en su rostro. De 4:10 p.m. a 6:00 p.m. puedes elegir entre salir al patio o hacer lo que aquí llaman "méritos de mejora" que son actividades de limpieza que te dan puntos para hacerte merecedor de algunos privilegios, como un reproductor portátil, golosinas o el celular. Los primeros días elegí salir al patio, siempre me decía que el día de mañana podría hacer de mucama y ganar mi primer punto extra pero el patio siempre terminaba llamando mi interés. Wendy es la que más puntos tiene, alardea mucho solo porque puede ir los domingos a la ciudad y hacer lo que le plazca.
De 6:00 p.m. a 7:30 p.m. vemos televisión y hay un orden para tener el control remoto, faltan algunos días para que me toque a mí pero cuando sea el día sorprenderé a Renée poniendo esas películas de magos que tanto le gustan. De 7:35 p.m. a 8:05 p.m. cenamos y si nos comportamos adecuadamente nos permiten salir al área verde bajo la luna, hasta ahora es mi parte favorita del día y una pisca de alegría recorre mi piel siempre que entra el aire helado de la noche por mi nariz. De 8:05 p.m. a 9:35 p.m. tienes una charla individual con algún estudiante de psicología en su último año, a mí me asignaron uno de los psicólogos profesionales de la institución, su nombre es Thierry y su hermana está triunfando como actriz en Hollywood, parece alguien serio con esa barba abundante y sus ojos miel y aunque los primeros días solo hicimos algunos ejercicios de respiración y control de emociones no me presiono para hablar más de lo que estaba dispuesta. De 9:35 p.m. a 9:50 p.m. es el tiempo destinado a cepillarte los dientes, ponerte la pijama y prepararte para dormir, los primeros días fue necesario que me medicaran para poder hacerlo y gracias a eso no me han dado las píldoras antidepresivas por la mañana, hace un par de noches ya no han sido necesarias ya que me quedo profundamente dormida en cuanto me cubro con las sabanas. Temo que igual que en el pasado el medicamento destinado a mi enfermedad no me haga mejorar.
La luz roja alumbra toda la habitación antes de que mis ojos se abran, el reloj marca las 7:00 a.m. y yo quiero seguir durmiendo. Casi llevo una semana en este lugar y aún no pudo acostumbrarme a dormir en otra cama que no es la mía y las constantes pesadillas de Renée hacen menos grata las noches aquí. Al salir por el pasillo nos dan a ambas un cepillo de dientes y una gran cantidad de papel kraft, tenemos solo minutos para bañarnos y el secarte todo el cuerpo con papel rasposo no es muy satisfactorio y te lleva más tiempo del previsto. Entendía lo del papel sustituyendo la toalla pero en los baños no había cortinas, me toco ducharme con una mujer de cuarenta y muchos con ojos grandes y negros, pude distinguir su húmero pegado a su piel velluda y su cuello del ancho de mi muñeca. No dijo nada y yo no dije nada, sentí lástima por ella y a los minutos me arrepentí, sé que me llenaría de rabia si notara a alguien teniendo ese tipo de sentimientos hacía mí. Una vez vestida entro alguien conmigo para observarme cepillar los dientes, era la primera vez que le daba a mi boca la higiene bucal que se merece, los días anteriores tuve que conformarme con enjuague e hilo dental.
— ¿Qué tal la ducha? — cuestiona Renée al verme salir con el cabello empapado.
— Nunca me había sentido tan humillada en mi vida. Y eso es decir poco.
— Tranquila, terminaras por acostumbrarte. Oye, no te puedes quedar con el cepillo de dientes o te sancionaran — observando el objeto en mi mano.
— ¿Por qué?. En la noche tengo que lavar mis dientes de nuevo.
— Te darán enjuague bucal y un cepillo nuevo cuando te toque ducharte otra vez. Este tienes que dejarlo en esa caja — señalando el objeto de cartón posicionado en una mecedora—. Escuché que prohibieron los cepillos de dientes hace años. Una de las pacientes le saco el filo suficiente al mango como para cortarse las venas, dicen que toda la habitación parecía una escena de terror y casi cierran el centro por eso. Era el segundo suicidio en solo mes y medio.
Siento escalofríos. Pensar que alguien tuvo el ingenio y el tiempo para sacarle filo a un cepillo de dientes me provoca arcadas, algo que no debería de afectarme viendo todos los libros de sopa de letras que Renée ha contestado en su corta estancia aquí. Una persona puede pensar un montón de cosas cuando no está contestando libros de juegos.
Al entrar nuevamente a la pequeña habitación ella me abraza y saca de un cajón su peine de dientes anchos, lo empieza a deslizar por mi cabello húmedo mientras canta una rima para saltar la comba, al terminar adorna la parte superior con broches de figuras y un elegante listón lavanda. Siempre agradecí ser hija única, pero si no hubiese sido así me hubiera encantado tener a Renée como hermana.
— ¿Por qué los domingos no tenemos actividades? — pregunto viendo el horario en metal sujeto con tuercas oxidadas a la pared resquebrajada.
— Es día de salida, recuerda que los que tienen más puntos tienen privilegios.
— ¿Tú cuántos puntos tienes?.
— Los suficientes para comprar un helado y volver.
Estaba sentada en una de esas sillas de piel reclinables y la comodidad de está hizo que mis parpados empezaran a cerrarse, a mi derecha velas blancas y una planta artificial cubierta de manchas de pintura clara. Todo estaba lleno de herramientas, agujeros o polvo y la alfombra en el piso empezaba a perder su belleza con cada mezcla de agua y cemento. Algunos de los empleados pasaban con grandes cuadros esquivando la mesa de herrería vieja; al parecer ni la remodelación del consultorio de la doctora Thérese puede evitar que siga colocando sus pinturas en cada pared. Al menos se deshizo de ese sillón de peluche rosa que tanto me incomodaba.
— Me hiciste falta por aquí Enah — dijo mientras ponía un elegante tazón con galletas de arroz y quínoa en la mesa que nos separaba.
— Nos vemos dos veces a la semana, yo ya estoy harta.
— Bueno eres afortunada. Si yo pudiera hartarme de mis pacientes...
— ¿Se moriría de hambre? — la interrumpí.
— ¡Exactamente!.
— ¿Qué haremos hoy?.
— Ya lo entenderás — mostrando una caja roída de rompecabezas de 100 piezas, mientras mordía una galleta y se servía café en su taza polvosa—. Creo que ya es tiempo de que te expreses más.
— ¿Qué es esto?, parece que volví a la guardería.
— No y no estaría mal fingir que sí.
— Bien. ¿Qué quiere que haga?.
— Cuando te propones armar un rompecabezas como este, ¿qué piezas buscas colocar?.
— Las piezas de las orillas, esas que tienen menos orificios.
— ¡Bien!. ¿Y por qué escoges esas piezas para empezar?, ¿por qué no iniciar con las del centro?.
— Es que es más difícil.
— ¡Correcto!. Sucede lo mismo con los recuerdos, es más fácil recordar y expresar los buenos por eso dejaremos los malos hasta el final, las cosas que haces cotidianamente dicen mucho de ti. Pero al igual que las piezas de un rompecabezas cada pensar es esencial en su propósito personal, incluso aunque no guste o sea desagradable sigue siendo importante para nuestro resultado final.
— ¿A qué se refiere?.
— A lo que voy es que, incluso aunque tus recuerdos te hayan destrozado son importantes para tu felicidad futura, sin ellos no tendrías experiencia en tus decisiones. Te propongo que cada día coloques una pieza del rompecabezas y cada que lo hagas hables sobre una de tus vivencias dejando los malos recuerdos hasta el final y continuando hasta llegar a la pieza de tu recuerdo bloqueado.
— No funcionará, la última vez que intentamos hablar sobre ese día me dio un ataque de pánico y termine en un centro psiquiátrico, ¿recuerda?. Además, nos vemos dos veces por semana. Sería otro año desperdiciado.
— Esta vez serán seis veces por semana y funcionará, no iremos directo al recuerdo malo. Cuando ese momento llegue tendrás más de noventa recuerdos buenos como escudo.
— ¿Y si no es así?, hasta ahora nada de lo que hemos hecho ha funcionado.
— Bueno, al menos tendrás otra espalda para cargar con ese costal de recuerdos atormentados.
— Consígase los suyos, es más fácil de lo que cree. Además, ¿Qué tiene de malo que no recuerde lo que paso?. Es mejor así.
— Porque no está bien, no puedes solo esconder lo que te hace daño, lejos de sanar se vuelve una autodestrucción estimulante. Créeme, llevo meses meditando las consecuencias de este ejercicio y cada una vale la pena — sacando las 100 piezas de su empaque—. ¡Adelante!.
Elegí una de esas piezas que tienen dos lados sellados y dos orificios, uno por debajo y otro al lado izquierdo, la coloque en la parte superior en donde era obvio que tenía que ir y me quede callada. No podía elegir un recuerdo lo suficientemente bueno para contar, tomando en cuenta que con el paso de los días cada recuerdo dejaría de ser bueno.
— No se me ocurre nada — admití casi sin abrir los labios.
— Te puedo ayudar con eso, ¿por qué no empezamos por tu niñez?. Sería un excelente punto de partida, háblame del mejor recuerdo de tu infancia.
— Bien — suspire y espere a que mi mente desechara el ruido del taladro y lo sustituyera con el sonido que hacían mis botas al pisar los charcos—. Era una mañana lluviosa de febrero, tenía 9 años. Su auto estaba en marcha y si cierro los ojos aun puedo sentir las gotas resbalar en mis mejillas mientras elevaba los brazos...
— Enah, si una paloma te llena de mierda olvídate de que nos regresemos a casa, iras a tu primer día a la academia llena de cagada.
— ¡Estoy tan emocionada!, ¿cuánto falta?. Papá tiene razón conduces como la abuela.
Dure todo un mes rogándoles que me inscribieran a la academia de danza artística ''pas au paradis''. Mi interés surgió gracias a mi prima con nariz grande y ojos de gato. Ella se quedó un tiempo con nosotros mientras su padre compraba a otra esposa, a esa edad no entendía por qué en la casa se repetía tanto pero después comprendí que una mujer puede llegar a casarse con un hombre menos atractivo por unas cuantas cirugías plásticas. La cuestión está en que mi padre siempre llevaba a mi prima a la academia de ballet y al regresar ella hacía acrobacias por toda la casa con esas zapatillas de bellos listones y esa falda de holanes que se movía con cada uno de sus pasos. Platicaba lo maravilloso que era estar bailando todo el tiempo y aseguraba que la gente te llegaba a aplaudir incluso cuando tú sabias que te habías equivocado en la coreografía, supongo que de tanto escuchar sus comentarios lejos de hartarme me sentí atraída. Con el tiempo acompañe a papá a la academia y le rogaba para quedarnos viendo el ensayo, todas ahí eran tan bellas y parecían bolar cuando saltaban con sus pies desnudos, he de confesar que la música me aburría un poco y me sentía apenada cuando se giraban y me veían imitar los pasos frente al espejo. Con el tiempo papá ahorro un poco de dinero y me dio la gran noticia en la cena, el problema era que la mensualidad de la academia ocupaba la mitad de su sueldo y eso con el pago de mi escuela implicaba dejar de comer, así que solo me aseguraron un mes. Después tendría que ingeniármelas sola u olvidarme del tema.
Al llegar y ver aquel edificio tan grande con esas ventanas en forma de arco y aquel balcón en el tercer piso lleno de petunias de colores quede completamente encantada, sentí como si fuese la primera vez que cruzaba esas puertas a pesar de que ya llevaba un mes de infiltrada intentando imitar inútilmente cada paso de baile. Estaba tan feliz aunque no dejaba de sentirme cenicienta con sus harapos sucios en el castillo del príncipe. Corrí por las escaleras de concreto a toda prisa y espere a mamá en la puerta moderna que desentonaba con toda la fachada del siglo XVIII. Me miro con ternura y me hizo recordar mis modales, también me sugirió que les hablara de usted a todas las señoritas mayores, me recogió el cabello antes de entrar al salón de bailarinas principiantes y me beso en la frente.
La maestra tenía todo su ondulado cabello cubierto de un blanco tan intenso como la nieve, no tenía muchas grietas en su rostro solo en la frente y en el corazón del labio, a pesar de su blusa suelta su figura reloj de arena se apreciaba perfectamente, su mirar era quejoso y te obligaba a apartar la vista. Al llegar ella presumió todos los lugares en donde había tenido el honor de presentarse, me dio la bienvenida y alabo el arco de mis pies, pude darme cuenta que terminar ensañando a niñas en la academia en donde fue la estelar por tantos años no era lo que deseaba hacer en la vejez.
Iniciamos con un estiramiento y más de tres veces me ordeno tener la espalda recta y una sonrisa que mostrara mis dientes. Las primeras semanas y durante las tres horas solo hacíamos posiciones básicas, Demi plié y Grand plié y cada hora como máximo recibía tremendos gritos porque era muy difícil para mí identificar en qué posición sí podía levantar los talones. El fin de semana me negué a comer patatas gratinadas en casa de la abuela y me quede ensañando hasta que me ardieron los tobillos, cenamos panques de mermelada y subí a mi cuarto a practicar durante la mitad de la noche y hasta que me sentí mareada. A la mañana siguiente tenía tan acalambrados los pies que cada paso astillaba a morir, incluso así me vestí y peine sola para ir a la academia. Subir las escaleras principales del gran edificio me hizo sufrir tanto que aún me cuestiono el por qué no llore, al entrar intente disimular el dolor dando pasos pequeños cuando una de las alumnas choco conmigo y al girarse se burló: << Soins, jambes grasses >>, no dije nada y al avanzar cruzaron por mi mente tantos insultos que pude haber dicho y que sin embargo no dije porque incluso a esa edad todo mi ser divagaba en el pasado.
Pasaron los días y estaba tan decepcionada de mi misma que solo asistía por el gran sacrificio que hicieron mis padres. Un tarde con niebla en la carretera y humedad en los árboles la maestra nos posicionó en círculo, nombro a cada una para que mostrara frente a las demás la primera, segunda, tercera, cuarta y quinta posición, a todas las hizo iniciar de nuevo por la abertura exagerada de sus piernas o por el cruce de muñecas al elevar los brazos, era un hecho que yo también lo haría mal. Sin embargo, no fue así. Me coloque en medio y solo recordé aquella vez cuando me escape del brazo de mi padre mientras contestaba el teléfono, ese día no había ni una sola nube en el cielo y a pesar de que eran las 5:40 p.m. se sentía el calor de mediodía. Ya no había nadie bailando y me empezaba a aburrir viendo como a mi prima no le quedaba ningún vestuario para la presentación del mes. Brincaba por la madera rechinante y me reía al ver los candelabros con velas y no con bombillas, entre bailes improvisados y antes de que me diera cuenta de que estaba perdida llegue al escenario, tan enorme y con tres conchas acústicas de diferentes tamaños, aún quedaban las rosas a medio marchitar que adornaron la última presentación, tres escaleras pequeñas y cortinas a juego con las sillas parecidas a las del cinema de un rojo opaco y triste a pesar de que la iluminación era buena pero solo enfocaba a una sola persona. Desee que me enfocaran a mí. Ella llevaba un vestuario diferente al mío, largo y con holanes ennegrecidos, su cabello rojizo cubría su rostro con cada girar y no sonreía, se veía asustada como si presenciara el peor de sus miedos, uno con dientes afilados y tan grande como este escenario. Al verme no dejo de bailar pero sus labios me mostraron una línea recta y supe que no estaba triste que era el baile quien la hacía sentir así. Quería sentirme así. Nunca había ambicionado nada e incluso a mi corta edad entendí que no podría ambicionar nada más o al menos no con el mismo deseo y necesidad.
Mi nombre resoplada en sus labios, << Pardon >> alcance a decir antes de que su rostro se quedara tieso con los gestos de enfado que no había cambiado desde que menciono mi nombre por primera vez, ignore su irritación y repase los pasos en mi mente dos, tres, seis veces más, hasta que estuve lista. Piernas rectas y brazos a la altura de la cintura, muevo la cabeza al ritmo como un acto improvisado que no pude detener y que sabía que me costaría un regaño, piernas abiertas sin doblar rodillas y brazos estirados, los llevo a mi pecho, luego cruzo y le doy protagonismo a mi pierna izquierda posicionándola frente a la extremidad derecha, llevo mi espalda hacía atrás, brazo a la altura de la cintura, elevo uno a la altura de la cabeza y giro, me permito llevar mis muñecas a la espalda con piernas separadas igual y como lo había visto en ella, elevo dos y bajo dos, giro y vuelvo a hacerlo por tres veces más. Cuando termino todas miran a la maestra de danza y solo ella me mira a mí, quien se arrodilla para estar a mi altura << Merveilleux >>.
Pronto paso el mes que habían pagado mis padres y como era de esperarse los primeros días de cada semana era la más regañada y los últimos la más alabada, había aprendido un método nuevo de memorización que consistía en efectuar los movimientos hasta que los dominara por completo en mi mente, incluso me gustaba improvisar, sin tambalearme o caerme, solo improvisando movimientos antes de dormir. Llore cuando mi prima volvió con mi tío y su nueva madrastra a la casa en el fraccionamiento privado con alberca y llore aún más cuando por las tardes no corría a ducharme y tomar el metro camino a la academia. Paso cerca de un mes en donde solo repasaba los mismos movimientos hasta que me propuse ahorrar mi dinero de golosinas. Iba al colegio, ayudaba a mamá con la limpieza y por las tardes memorizaba los pasos una y otra vez hasta quedarme dormida, los memorice tanto que un día ya no hizo falta y al ejecutarlos ya no me costaban esfuerzo, eran tan fáciles como levantar un dedo. En vacaciones trabaje en la frutería de la abuela y llevaba yogurt casero para vender a los vecinos, cambie las caricaturas por los recitales en televisión, escribía las coreografías en la libreta vieja de mamá para ensañar en mi habitación por la noche utilizando el tubo de la cortina del baño como soporte. Un día intentando elevarme en puntas me torcí el tobillo y se me inflamo tanto que fui a dar al hospital, lo que me impidió seguir ensañando por un mes más, así que me la pasaba sentada en el sofá viendo recitales y entrevistas de las bailarinas profesionales de Royal Dance, quienes disfrutaban ser elegantes incluso para caminar o beber agua. Cuando me recupere eche todo mi dinero en la mochila de la escuela y compre mi primer leotardo de la mano rugosa de la abuela y sin que mis padres se dieran cuenta, a partir de ahí solo entraba a la academia a espiar y como tenía el vestuario adecuado solo asimilaban que pertenecía. El leotardo me quedo por dos años más hasta que di el estirón de pre adolescencia, tiempo en el que seguí escabulléndome en los salones para practicar cuando todas estaban en descanso. Y un día, al verme en los espejos me di cuenta de lo asombrosa que era, los pasos ya no eran difíciles sino que emergían de mí como si quisieran salir corriendo al exterior, no los podía controlar y no quería hacerlo. Con el tiempo abrieron audiciones para ofertar becas y buscar nuevos talentos. Fui la primera que aceptaron y a la primera que le dieron un solo, aunque la beca solo cubría la mensualidad y no el vestuario o las zapatillas de punto tenía que seguir ahorrando y trabajando en tiendas o casas, lo que hizo que mis calificaciones bajaran al promedio mínimo.
— ¿Por qué te quedas callada?. ¿Cómo fue tu primer solo?.
— Dure dos años ensayando por mi cuenta y guardando cada moneda que mis dedos tocaban, aun me rio al recordar mi cara mientras pasaba el señor de los helados, incluso así siguen sin creerme cuando digo que aprendí a bailar en la humedad de mi baño — suspiro—. Claire fue mi primer solo, mi vestido verde con lentejuelas y la tiara en mi cabello me hizo sentir como aquella vez que me perdí en la academia, no me hicieron usar puntas a pesar de que ya había practicado con ellas a escondidas y el baile me salía mucho mejor. Al terminar agradecí que la pandereta siguiera en mi mano sudorosa y disfrute que mi padre le susurrara un "Te amo" al oído a mi madre por última vez. Antes del año subí de categoría tres veces, era la más joven y dominaba las posiciones básicas mejor que las que llevaban años en la academia.
— ¿Qué edad tenías cuando tus padres se divorciaron?.
— 12 o 13 años.
— ¿Por qué dejaste de bailar Enah?
— Bueno, en verdad el ballet lo deje cuando cumplí 14, no era lo que quería es demasiado estresante y la memorización de los pasos cada vez me resultaba más difícil, me canse de eso. Aunque volví a intentarlo después de un año, tus orígenes no se olvidan supongo. Ese mismo año descubrí la danza contemporánea que era menos apariencia y más libertad. Además, los años que pase practicando danza clásica me ayudaron demasiado. Hubo menos caídas.
— ¿Por qué no lo intentas?.
— ¿Bailar de nuevo? — cuestioné.
— Sí — expresó con una sonrisa—. Sería afortunada si se me permitiera verte.
— Ha pasado tanto tiempo. Por ahora solo quisiera tener la persistencia que tenía hace años.
— Aún la tienes, estoy segura.
— Tal vez podría si no me costara tanto recordar los movimientos, últimamente se me olvida todo.
— Apuesto a que puedes hacerlo — observando el elegante reloj que adorna su muñeca—. Pero eso será tema para otra sesión.
— Pasaron muy rápido las horas — levantándome del sillón—. Nos vemos mañana y gracias por las galletas, estaban deliciosas.
— Se lo diré a la señora de la esquina.
— Doctora Thérese — dije con medio cuerpo en el pasillo.
— ¿Sí?.
— ¿Puede decirle a mi madre que me devuelva la puerta de mi habitación?.
— ¿Prometes ya no faltar a ninguna sesión?.
— Lo prometo.
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